―
¿Visitas mucho la superficie, dices? ―cuestionó algo sorprendido el curioso delfín―
En tus tierras entonces no debe haber muchos humanos, ¡qué suerte! Cuando Albert le pidió que le acompañara a palacio, el animal emitió el sonido tan característico de su especie y asintió con la cabeza.
―
¡Claro que sí! ¡Y si conoces a Ariel te harás amigo de ella enseguida! Bueno, ella es amiga de todos, pero seguro que te la ganas contándole cosas de la superficie. ¡Vamos, agárrate a mí!El viaje a palacio fue tranquilo durante todo el trayecto. El animal seguía unas indicaciones doradas en las rocosas paredes de las grutas marinas, semejante a un tridente. Albert sabría por las leyendas de su pueblo que ese objeto pertenecía al Rey de los Mares.
Entrando en una última ruta oscura, la luz volvió a cegar los ojos de Albert y, para cuando los abrió, sus ojos se encontraron con el paisaje más bello que podrían haber visto desde que nació. El océano se extendía bajo los rayos de sol iluminando la lejana superficie. Un largo camino de coral conducía a la infraestructura que Albert tanto había visto ilustrada en los cuentos: el palacio del Rey Tritón. El Reino de Atlántica.
Y era cierto que debía estarse preparando una gran fiesta, pues no paraban de llegar detrás suya y a ambos lados centenas, miles de peces. Y algo que pudo llamar más la atención del humano: sirenas y sirenos se dirigían a palacio, algunos con un rostro igual de joven que el suyo, otros que podrían ser de la edad de su madre... y pequeños retoños echando una carrera.
La música se escuchaba en la lejanía. Un ritmo espectacular, la cual daban ganas de tararear o seguir con el aleteo de su nuevo cuerpo de sireno.
―
¡Venga, cojamos sitio antes de que pillen las primeras filas! ¡Así podremos oír de cerca a Ariel cantar! Tiene una voz preciosa.Y Albert quería seguir a su nuevo amigo, cuando de pronto experimentó una sensación asfixiante en la garganta. Comenzó a toser con violencia al haber tragado agua, acostumbrado a respirar con la misma desde hacía un buen rato. Se dio cuenta entonces de que le faltaba aire. De hecho, siempre le había faltado allí abajo.
Pero al quemazón de sus pulmones se le unió un cosquilleo en la parte inferior de su cuerpo. Y comprendió entonces que estaba volviendo a ser humano.
Estaba en las profundidades del océano y la superficie demasiado lejos de su alcance.
La imagen de su amigo delfín se perdió en la oscuridad.
*****Para cuando Albert recuperó la consciencia, lo primero que sintió fue que estaba completamente empapado, y que hacía mucho frío. Olía a sal marina y la parte izquierda de su cara estaba cubierta de arena.
Cuando se levantara y situara, comprobaría que volvía a tener piernas. Y que era de noche. Allí, a la orilla del mar, Albert escuchó unos gritos al otro lado de la playa.
Estaban buscándole.