—Si de verdad es usted tan poderoso, Lord Gárland.... ¿Por qué necesitaría de Cloud o de una pelota sobrevalorada? ¿Necesita depender siempre de otros?
Gárland se volvió ligeramente hacia Xefil y emitió una profunda risa despectiva, pero no respondió a aquel inútil intento de sacarle de sus casillas. No, estaba más interesado en Ryota, cuya aura había disminuido pero que continuaba siendo el mayor peligro que había en la habitación. Sin quitarle los ojos de encima, aplastó el fragmento de cristal que había escogido, rompiendo algunas partes y, luego, se lo encajó en un hueco de la mano derecha… Que parecía expresamente preparado para albergar algún tipo de objeto. Casi al momento, los ojos del dios caído se iluminaron con una fosforescencia maligna y la atmósfera de la habitación se enrareció.
Tanto el Maestro como Nanashi se mantenían en posturas tensas, casi sin atreverse a respirar: habían percibido con demasiada intensidad el cambio en la fuerza de Gárland y no se atrevían a atacar sin antes saber… Hasta dónde había incrementado su energía aquel fragmento del cristal. Ambos intercambiaron una fugaz mirada que no necesitó de palabras y Nanashi asintió lentamente.
Entonces, el muchacho disparó un Hielo. Ryota chasqueó la lengua e hizo amago de adelantarse, pero Gárland apenas se molestó en levantar una mano y absorber el ataque mágico, al tiempo que el jovencito le daba la espalda y echaba a correr.
—Mocoso impertinente…
Lo siguió con sus brillantes ojos mientras trepaba por la pared. Nanashi aprovechó para incorporarse y apuntar con su Llave Espada a la armadura, preparada para disparar en caso de que intentara atacar a su antiguo aprendiz.
—Preguntabas por la hormiga. Bien, te ha tocado el premio mayor: ven y atrapa a la araña.
—Las arañas no se atrapan. Se aplastan.
—¡Xefil apártat…!
Nanashi no tuvo tiempo de terminar la frase. La armadura extendió los brazos hacia los lados y, con un poderoso rugido, un tornado de viento emergió de su cuerpo y se expandió como una onda expansiva, destrozando cristales, tumbando todo tipo de aparatos y lanzando por los aires a Ryota, Nanashi, Hojo… Y a Xefil lo golpeó violentamente contra la pared, tanto que se quedó mareado durante unos segundos.
Entonces se escuchó el tintineo de una cadena. De pronto, unos eslabones helados mordieron la piel de la muñeca de Xefil y de un brusco tirón, que estuvo a punto de dislocarle el hombro, lo arrojaron al suelo. Gárland, que sostenía en una mano su arma transformada, dio un brusco tirón y Xefil fue levantado del suelo. Entonces la garra libre de Gárland se cerró en torno a su garganta y lo levantó en vilo. Los dedos apretaron su cuello, asfixiándolo.
—Muere.
Y Xefil se sintió morir. El oxígeno no le llegaba a la cabeza, todo daba vueltas y la su espina dorsal estaba a punto de ceder ante los dedos que se clavaban inmisericordes en su carne.
—¡Ryota, por favor!
Un nuevo silbido de viento, mucho más agudo, pero igualmente agresivo, atravesó los oídos de Xefil. Si aún mantenía los ojos abiertos, alcanzaría a ver cómo el antebrazo de la armadura se quebraba y un violento corte abría grieta por la pulida superficie, provocando que el cepo suavizara su presión sobre el muchacho.
Entonces algo lo agarró por la cintura y lo arrojó hacia atrás. Lo atraparon unos finos pero firmes brazos y sintió el cosquilleo del cabello de Nanashi sobre él cuando lo depositó en el suelo y se apresuró a depositarlo en el suelo y comprobar su pulso. Luego lo ayudó a incorporarse.
Ryota se interponía entre él y Gárland. Por su postura, no debió costarle demasiado adivinar que le acababa de salvar la vida.
La armadura rió suavemente y clavó en el suelo su arma, que ahora se había convertido en una lanza.
—Te arrepentirás de no haberme arrebatado el cristal. Inútil moralidad… Sabes que haber salvado al chico te costará la vida, ¿verdad?
—Eso lo veremos—respondió Ryota, enarbolando su Llave Espada—. No eres el único que incrementa sus poderes por la cercanía del cristal.
En ese momento escucharon el suave resoplido de la puerta automática al abrirse y cuando Xefil y Nanashi se giraron, vieron que era Hojo… Que escapaba lo más rápido que le permitían sus viejas y débiles piernas.
—No dejes que escape, Nanashi —ordenó Ryota con firmeza.
Nanashi no titubeó; se levantó de un salto y salió corriendo tras el doctor, que era el único que les podía llevar hasta Cloud… Y que si llegaba a escapar podía advertir a todos sus enemigos de dónde se encontraban los intrusos.
Xefil debía escoger qué hacer.
Ragun, Light, Maya, Hiro y Ban
Seymour aceptó las Llave Espada de los aprendices, las selló dentro de su vórtice oscuro y después se retiró de nuevo hacia las mesas para alternar la mirada entre los jóvenes atrapados y la figura de su líder. Entonces, Ragun se adelantó y preguntó:
—¿Por qué nos consideráis una amenaza? Hasta donde yo sé, vosotros fuisteis los primeros en atacarnos.
Kefka emitió una risa histriónica y se pasó una mano por el estómago, mientras se convulsionaba de las carcajadas al escuchar aquello. Entonces miró con una furia que le pondría la carne de gallina a los tres chicos al joven y dijo con voz estrangulada:
—¡Nosotros los primeros! ¡Asquerosos hipocritillas, héroes para nada! —dio una patada a una silla, que se quebró por la fuerza del impacto.
—Calma, Kefka—la voz del líder arrastró las palabras con tediosidad—.Quiero escuchar lo que tienen que decir.
Kefka farfulló y fulminó con la mirada a los aprendices, que prácticamente pudieron sentir la sed de sangre que despedía el siniestro payaso.
—Habías dicho que querías saber los motivos que nos impulsan a venir aquí, ¿cierto? Espero que comprendas que nosotros los aprendices no tenemos apenas información útil para vosotros ya que como en este caso, hemos sido fácilmente capturados y no se arriesgarían a darnos información que les comprometan teniendo en cuenta lo poco que os ha costado atraernos a vuestra trampa.
—Carne de cañón—sentenció plácidamente Seymour.
—¿Quieres motivos? Bien, hablaré gustosamente contigo . Pero, antes de eso, ¿podrías girarte y dar la cara? No acostumbro a hablar con gente que me está dando la espalda.
La voz no contestó, ni siquiera percibieron un movimiento por parte de aquellos grandes cuernos. De modo que Maya decidió hablar también, adelantándose y pronunciando en voz alta el curso de sus pensamientos:
—Queréis información y nos habéis tendido una trampa.Sin embargo, nos habéis puesto muchos impedimentos para llegar hasta aquí. Gilgamesh, el tipo que daba vueltas por el pueblo, las puertas cerradas que solamente podían ser abiertas con las Llaves Objeto, y Rubicante, que seguramente nos habría atacado si no le hubiésemos intentado engañar. Por no hablar del hecho de que posiblemente podríamos habernos desviado y habernos dirigido a otra torre. ¿Esperabais "algo más" de nosotros? Pues para habernos tendido una trampa nos habéis colocado muchas piedras en el camino para llegar hasta ella, y hemos superado prácticamente todas ellas.
»¿Quieres saber qué hemos venido a hacer aquí? Te lo contaremos si es lo que quieres, pero dinos... ¿qué es lo que pretendéis vosotros?
Siguieron varios interminables segundos de silencio hasta que el líder de los Villanos Finales se decidió a contestar.
—Lo cierto es que había esperado más de aquellos que han sido entrenados para someter a los mundos, pero se ve que no todos los maestros tienen el don de enseñar —emitió un suspiro, quizás, decepcionado y continuó hablando—. Hacéis muchas preguntas y parloteáis como loros mal amaestrados, pero, al final, no decís nada. Más os habría valido guardar silencio, habríais demostrado tener más cabeza —su estómago gruñó sonoramente de nuevo y la copa, que sostenía graciosamente con una mano, desapareció tras la silla—. Pero responderé a vuestras preguntas.
»Queréis saber por qué sois una amenaza… Os lo diré. Vosotros, que os autoproclamáis «Caballeros» y que decís defender el orden de los mundos, no sois más que escoria. Imponéis leyes que sirven a vuestros intereses, pero las desobedecéis y amañáis los acontecimientos para intervenir en los mundos y manipularlos a vuestro antojo. Vosotros, heroicos Caballeros, jugáis a ser dioses sin importaros qué pueda ocurrir. Porque, al fin y al cabo, ¿quién os va a detener? No tenéis otro enemigo natural que los Sincorazón, pero ellos no son más que seres sin cerebro a los que podéis cazar si no son demasiado fuertes. Nadie puede levantarse contra vosotros, os aseguráis de que así sea. Y os da igual cuánta gente tenga que morir por el camino. Pensad, muchachitos, pensad en cuántas vidas habéis destruido en vuestras guerras y con vuestra imprudencia. Y pensad en todas las personas que todavía van a morir por vuestra culpa.
»Durante demasiado tiempo habéis vivido sin que nadie pueda deteneros los pies. Pero la tiranía no puede durar para siempre. Habéis sembrado el mal suficiente para que las acciones de la Orden se vuelvan contra vosotros. Nosotros bien sabemos lo que es sufrir bajo el despotismo de los Caballeros de la Llave Espada.
Y, entonces, la figura se incorporó. Rodeó el trono con una larga capa ondeando a sus espaldas y avanzó, sin dejar el altar, hasta que la tenue luz de la habitación iluminó sus rasgos… Y la brillante copa de líquido rojo que sostenía elegantemente en una mano. Dio un suave sorbo.
—Y por eso, nosotros somos los que vamos a deteneros. Es algo que sólo podemos hacer nosotros, para alcanzar el verdadero Reino Final.
Entonces aquel hombre, al que algunos conocerían como El Emperador, dejó caer la copa al suelo, desparramando el contenido por las frías baldosas. Y las comisuras de sus labios se elevaron suavemente.
—Ahora que ya sabéis nuestro cometido, es hora de acabar con vuestras vidas.
Y su estómago volvió a rugir.
—Me parece que es hora de comer.—y clavó los ojos en Ragun, descendiendo de su altar y encaminándose, vara en mano, hacia los aprendices.
Kefka volvió a invocar un Electro +, entre risillas, y Seymour también se incorporó para flanquear a su líder.
La única salida para los aprendices radicaba en dar media vuelta y escapar por el corredor que habían atravesado pero… Sabían que la puerta estaba cerrada a cal y canto.
No había manera de escapar.
O eso pensaron hasta que escucharon unas pisadas apresuradas que resonaron en el corredor. Ban avanzaba renqueante por el mismo, con unas profundas ojeras bajo los ojos que parecían acentuarse por segundos, la tez cetrina y la mirada desenfocada. Seguramente habría caído de bruces si no fuera por la ayuda de un siniestro personajillo que le sostenía por el brazo y lo ayudaba a caminar. El acompañante de Ban se envolvía en una capa con capucha que cubría cada centímetro de su piel… A excepción de la mano que aferraba al muchacho. Una mano grotesca, oscura, terminada en afiladas garras. Poco por detrás apareció Hiro.
—Vaya, vaya, vaya. ¿Qué tenemos aquí?
Las pupilas del Emperador se dilataron y aspiró suavemente, como venteando el aire, cuando Ban se puso a la altura de sus compañeros.
—¡Amo! El muchacho ssse muere. El juguete del doctor Hojo le ha metido osscuridad en el corazón.
Kefka rompió a reír histéricamente y a señalar con un dedo a Ban.
—¡Míralo, si se está muriendo! ¡No se tiene en pie!
El Emperador ladeó la cabeza y avanzó, marcando el paso con su vara, hasta detenerse al lado de Seymour y Kefka. Hizo un gesto con la mano a Ban, indicándole que avanzara. Scarmiglione le echaría una mano dándole un pequeño empujón, que hizo caer al chico de rodillas, jadeante y sin resuello. El camino hacia aquella sala, a través de escaleras y pasadizos, había sido infernal. Los sonidos le llegaban distorsionados, notaba un extraño silbido en los pulmones al intentar respirar y el frío, oh el frío, se extendía por todos los rincones de su cuerpo.
—Si estás aquí es porque no quieres morir—comentó el Emperador, lacónico y esperó a escuchar la respuesta del aprendiz de Bastión Hueco—. Sólo yo puedo ayudarte. Pero, para ello, debes dejarme entrar en ti. Es la única manera o morirás—lo recorrió de arriba abajo con la mirada—. En pocos minutos, por lo que parece.
—Es ya sorprendente que haya logrado llegar hasta aquí—sentenció Seymour.