Escapar del castillo no fue una tarea sencilla para ninguno; uno de los seres incluso logró derribarlo, y sólo el que Rosa reaccionara a tiempo y pudiera apartarle, evitó que aquella fuera su última respiración. Pero no había tiempo que perder en agradecimientos, como tampoco podía malgastar el aliento en palabras.
Dejar atrás la muralla, y con ella el hechizo, hizo que sintiera como si le hubiera salido un segundo par de piernas. Lo único que podía hacer detener su paso ahora era sólo el cansancio, y la herida de su pierna, aunque la adrenalina estaba ocupándose de que su cerebro permaneciera ajeno a esas circunstancias. Podía correr sin ser ahogado por el peso invisible de la magia, y aquello era un gran alivio. Aunque no debían permitirse bajar la guardia porque las criaturas no parecían dispuestas a darles tregua. Haber imaginado que no cruzarían las puertas destrozadas del castillo había sido pensar demasiado en positivo.
Rosa le pasó a Ygraine en algún momento de la carrera; su delicado brazo, cansado ya, no podría seguir aguantando su peso. El animal dejó escapar un gruñido al verse movido de forma tan brusca, pero al menos así la muchacha tenía más libertad para moverse y podía correr más rápido. El bosque seguía antojándole un refugio demasiado lejano, aun así, y los dos estaban acusando ya los efectos de tan prolongada huida.
—
¡Aleyn! —oyó gritar a Rosa, aunque por el rabillo del ojo ya había distinguido cómo de entre sus pies surgía uno de aquellos seres.
Enarboló la lanza con la poca habilidad que el estar cargando con Ygraine le permitía, pero apartar al enemigo no hizo más que ganar tiempo a sus congéneres, que de pronto estaban por todas partes. Y la mujer de la ciudad no estaba allí para ayudarles.
No obstante, tampoco aquella vez estaba solo.
Si las criaturas de oscuridad parecían sacadas de una pesadilla, el ave de níveo plumaje que de pronto descendía sobre ellas era digna del más maravilloso y puro de los sueños. Su canto tampoco parecía de aquel mundo, puesto que una única nota ya era capaz de henchirle el corazón de esperanza e insuflar fuerzas a su ánimo. Sus garras abatieron a uno de sus enemigos como si de un juego de niños se tratase.
No supo cómo reaccionar, y por lo que parecía, Rosa tampoco, mas el pájaro se volvió hacia él entonces, emitiendo un gorjeo. Y en sus ojos, más propios de una persona que de un animal por la inteligencia que se veía reflejado en ellos, pudo leer lo que el ave le quería decir.
Que aprovecharan y se dieran prisa para escapar. Y mientras aquella hermosa criatura continuaba con el ataque a los seres, Aleyn no dudó en hacerle caso.
****Gracias a la intervención de aquel extraño ave, lograron alcanzar la linde del bosque sin ser acosados de nuevo por sus perseguidores, aunque Aleyn pensaba que sus extremidades se iban a soltar de su cuerpo debido al esfuerzo que les había exigido. Dejó a Ygraine en el suelo, y le rascó detrás de las orejas, para tranquilizarlo, mientras pensaba qué hierbas serían las mejores para tratar la herida que atravesaba el pelaje del animal… y su propia piel. Utilizó la punta de la lanza para desgarrar del todo la camisa que la criatura ya había roto en parte, consiguiendo así tela para poder vendarse la pierna. La parte inferior de su cicatriz quedó visible entonces, pero no le importaba.
—
¡¿Qué… eran… esos… seres? —en la voz de Rosa quedaba patente el tremendo esfuerzo que la joven había realizado al correr tanto aquel día.
Puso la lanza junto a Ygraine antes de incorporarse y volverse hacia ella, tratando de elaborar una respuesta con los pocos datos de los que disponía.
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Monstruos de oscuridad —la garganta le escocía como si hubiera bebido fuego líquido, pero aun así logró que sus palabras no sonaran temblorosas o cortadas—
. Por lo visto… deben de haber poblado el castillo, pero no parece que se vean afectados por el hechizo. La magia de relámpagos es capaz de destruirlos, sin embargo…<<
Y tú pareces atraerlos más que cualquier otra cosa.>>
La respiración de ambos se fue recuperando poco a poco, y Rosa entonces miró a Ygraine, seguramente sintiéndose culpable por el estado del animal, que se acurrucaba sobre sí mismo.
—
Lo siento tanto, Aleyn… Salió a defenderme. No debería habérselo permitido, pero no me dio tiempo a nada… Surgieron de la nada y de repente estaban por todas partes…—el delicado cuerpo de la joven tembló al recordar, y Aleyn se imaginó el miedo que debía de haber sentido. El mismo miedo que él había experimentado con una intensidad tal que sólo podía equiparar a la vez que aquel conjuro de fuego había salido terriblemente mal—
. Ha sido todo culpa mía. No tendría que haber salido. No debería haberlo hecho… Lo siento, lo siento. Al verla medio encogida sobre sí misma, aparentando casi por primera vez los quince años que tenía, no pudo hacer nada sino abrazarla. Hacía mucho que no abrazaba a nadie, y esperaba no incomodarla, pero no se le ocurría otra cosa para hacer que se sintiera segura.
—
Ssshhh, no pasa nada. No pasa nada. No es culpa tuya, sino de esas criaturas —le apartó unos cuantos mechones del rostro para poder darle un beso en la frente. Era curioso, pero en un día se había sentido más unido a ella que en un año. Como había escuchado decir a alguien alguna vez, los sucesos traumáticos unían a las personas como pocas cosas—
. Ya estamos a salvo, Rosa. No te tortures.Aún quedaba curar a Ygraine, por supuesto, pero aquella ave sacada de una leyenda parecía haber acabado con sus perseguidores por el momento. Y allí, en la linde del bosque, su hogar, que conocía bien, se sentía seguro por primera vez desde que hubo cruzado las puertas del castillo. El animal, incluso estando medio inconsciente, alzó las orejas, aunque Aleyn no se dio cuenta de que algo se acercaba hasta que un chasquido anunció su presencia de forma más notoria. Se separó de Rosa mientras el corazón le daba un vuelco. ¿Más? ¿Más criaturas? La lanza estaba lejos de su alcance, aunque si se tiraba al suelo quizás pudiera cogerla…
Sin embargo, lo que surgió entre los árboles no era uno de aquellos seres de oscuridad, o una de las tías de Rosa que hubiera ido a buscar a la muchacha, sino una joven desconocida que ocultaba su rostro detrás de sus oscuros cabellos y avanzaba con poca seguridad.
—
¿H-hola? —dijo ella, asegurando a Aleyn de que no se trataba de un espejismo o una ilusión. —.
Perdón, no quería interrumpir pero estoy un poco perdida y…—¿Perdida? ¿Perdida? ¿Pero de dónde había salido? ¿De dónde venía?—.
¿Estáis bien? No hacía falta que ninguno contestara, puesto que los ojos, abiertos en par en par, de la desconocida, podían encontrar perfectamente la respuesta. Entre las ropas desgarradas, la respiración agitada y las heridas que mostraban los tres… Ygraine dejó escapar un gemido, y tal vez eso fue lo que ganó la atención de la joven morena, que examinó su estado con preocupación antes de volverse hacia Aleyn, que no terminaba de creer lo que se alzaba ante ellos.
—
Puedo curarlo…Si me lo permitesAsintió, agachándose para recoger al animal del suelo y poder tendérselo con más facilidad. No la conocía de nada, no sabía qué estaba haciendo allí, pero por sus palabras entendía que poseía alguna clase de habilidad similar a la mujer que le había salvado en el castillo, y aquel método de curación era mucho más rápido y eficiente que sus hierbas y ungüentos. No había tiempo para presentaciones o educadas muestras de respeto, y debía dejar a un lado su inseguridad a la hora de tratar con desconocidos, porque el tiempo del que disponían no era infinito.
—
Y si pudierais, como una petición añadida, curarla asimismo a ella… —señaló con la cabeza a los brazos de Rosa, surcados de los arañazos de las criaturas—
¿Vos sois también hechic-?Antes siquiera de poder terminar su pregunta, sintió que todo daba vueltas a su alrededor, sus ojos quedaron cegados momentáneamente y, para cuando quiso darse cuenta, había dado con sus huesos contra el suelo. Un profundo dolor al golpearse la pierna herida sobre el suelo fue lo que le hizo recobrar un poco la lucidez. La venda improvisada estaría ya oscurecida por la sangre, y el efecto de la adrenalina se estaba pasando completamente. Ya no había nada que evitara que su cuerpo sufriera los estragos de lo que había vivido en el interior de las murallas. Y su mente terminó de procesar lo que había descubierto desde que hubo puesto un pie fuera del bosque.
De su boca se escapó una carcajada, aunque estaba lejos de ser una alegre. Era una carcajada histérica, propia de alguien que no comprendía lo que estaba ocurriendo. Debía parecer demente a los ojos de cualquiera que le viera, pero su cerebro estaba demasiado ocupado ordenando tantos y tan turbios pensamientos como para darle importancia a eso.
Había vivido en su cabaña, retirado del mundo, durante lustros. Y en un día… En un día había descubierto que el reino llevaba dormido cinco años, como medida de protección contra el ataque de Maléfica, que había lanzado asimismo una maldición sobre aquellas tierras tiempo atrás. Había contemplado la destrucción que los secuaces del hada estaban –y estarían- perpetrando, todas aquellas muecas de pavor, toda la sangre, congelada en el tiempo para siempre, o hasta que el fatídico destino del reino se cumpliera. Se había topado con criaturas similares a la que había visto en el bosque y había intentado acabar con Rosa en su cuarto, y esta vez no había podido esconderse de ellas. Había estado a punto de morir tres veces en sus garras de oscuridad, y sólo la intervención de una mujer salida de nadie sabía dónde, y de un misterioso pájaro, había evitado que su cadáver adornara en esos momentos el embaldosado del castillo. Había corrido como jamás antes, para poder escapar con vida de aquel infierno junto a Rosa, el centro de atención de los seres surgidos de la nada. ¿Y ahora una segunda joven aparecía en el bosque, que tan bien creía haber conocido hasta hacía poco?
No entendía nada. Se llevó una mano manchada de sangre seca al rostro. Su cabeza daba vueltas. Todos aquellos sucesos le daban vértigo, sin terminarse de creer que le hubiera ocurrido en tan poco tiempo, después de años de tranquilidad… Su estómago se contrajo, pero no llegó a vomitar más que dos palabras que no estaban destinadas a nadie en particular.
—
¿Por qué…?