RagunNada más invocar la Llave Espada en su mano, Crusty y Leinessia dieron un respingo, retrocedieron y casi se tropezaron con el tocador caído, en un acto reflejo por la impresión. Fue el guardaespaldas quien dijo en voz alta lo que ambos pensaban:
―
¿Magia…? ―ahora le miraba con evidente desconfianza.
Leinessia, por otra parte, terminaba burdamente el trabajo de su guardia enrollando el pañuelo alrededor de la mano, sin dejar de mirar a Ragun. Al contrario que en el hombre, no había miedo ni recelo. En sus ojos chispeaba la curiosidad, como cuando le había hecho todas esas preguntas durante el viaje en el carromato.
―
N-No me digas que tú también…Por otra parte, el chico tenía asuntos más importantes que atender. Hizo uso de su
Instinto Sincorazón para buscar al artífice del susto, y se encontró con que no había uno, sino
decenas. Si su magia no durase un suspiro, habría podido contarlos; en su lugar, sólo pudo hacer una aproximación de una veintena o más.
Sincorazones sombra, y otros tipos que no conocía, alojados en aquel castillo, en aquel mismo momento. Estaban dispersos, en solitario o en varios grupos, pero todos tenían algo en común: se movían hacia el mismo objetivo. De hecho, el sincorazón más cercano, presumiblemente el que había sorprendido a Leinessia, había avanzado ya dos habitaciones más, moviéndose entre las sombras hacia abajo.
Y gracias nuevamente a su habilidad, pudo deducir su destino y su por qué: bajo sus pies, en una habitación grande y espaciosa, muchísimas personas se conglomeraban, moviéndose continuamente como si
bailaran, lo cual no era descabellado, contando que Ragun ya sabía dónde había acabado.
No era una actitud extraña. Se movían por culpa de su instinto hacia el mayor número de presas reunidas. Y todos a la vez atacarían en cuestión de minutos.
―
¿Qué ha ocurrido? ―le exigió saber Crusty, poniéndose frente a la dama para protegerla de la nueva amenaza y desenvainando su espada―.
¿Qué es lo que acabas de hacer? ―la habilidad de Ragun no había sido visible. Se refería aún a su arma materializada de la nada.
―
¡Crusty! ¿Qué haces? ¡Él no es malo!―
¿Cómo puede saberlo, mi Lady? Podría haber estado fingiendo todo este tiempo para que le trajéramos a palacio. Las heridas, las ropas... Tal vez ni siquiera se llame Alexander. Y ahora que estamos aquí, él hace… eso, y usted es atacada. ¿Y debe ser todo una coincidencia?―
Confío en él. ¿No lo has visto…? Ha sido… mágico ―definió, con una mezcla de emoción, devolviendo la mirada a Ragun para que este confirmara sus sospechas.
Los minutos pasaban y estaba en manos de Ragun ignorar a la pareja o ignorar a los sincorazón. En cualquier caso, su Instinto le había dado la ubicación de las personas reunidas para el baile por si quería ir a por ellas, a unos pisos bajo sus pies, pero no conocía el camino por dentro del castillo.
Y de todas formas, cuando llegara, ¿qué haría? ¿Luchar él sólo contra una veintena de sincorazón? ¿Sacrificar a los civiles? La masacre empezaría y aún habría gente bailando, disfrutando de la noche y la velada, sin percatarse de lo cerca que estaba la muerte.
Jeanne, Maya y LuneEl avance no fue tan terrible como Jeanne esperaba. Los hombres se pegaban entre ellos mismos para deshacerse de rivales, y sólo quedaban dos (el viejo y uno nuevo) que trataban de tirar de cada brazo de Dianalesca como si fuera un juguete que dos críos de guardería se disputaban. Un taconazo en uno y un empujón de la propia dama fue suficiente para liberarla y que Jeanne pudiera ofrecerse a sacarla de aquí.
―
Vámonos. Ya ―colaboró la muchacha, cuyos ojos mostraban el temor a la masa que había creado de hombres enloquecidos.
Le agarró de la mano y ambas empezaron a empujar la marabunta para abrirse paso al exterior. Los taconazos eran efectivos y, sobre todo, desorientadores, puesto que los caballeros interesados en Dianalesca seguían más preocupados por ganar su batalla contra los demás que por no dejarla marchar. Al final, con su propia distracción, lograron salir del centro de la pelea.
A su alrededor se había formado un corrillo de nobles, sobre todo damas, que observaban con altivez y desaprobación la escena, con toda su atención puesta en Dianalesca. En cada rostro había una expresión diferente (enfado, celos, envidia…) y no pasó desapercibida por ninguna. Aun así, cuando llegaron al círculo exterior, se hicieron a un lado para dejarlas pasar.
Siguieron corriendo fuera de la sala del baile, esquivando a algunos guardias que dejaban sus puestos para dar unos cuantos pasos hacia delante, hacia Dianalesca. Por suerte, pasaron rápido y ninguno tuvo suficiente contacto con ella como para perseguirla.
Llegaron al patio a salvo. Dianalesca le soltó la mano de inmediato y se alejó unos pasos, mientras respiraba con fuerza y apretaba los puños.
―
Esto no tenía que acabar así ―observó sus propias manos―.
No así… No, mierda. Mierda, mierda, mierda…No era el lenguaje propio de una dama.
Lune les alcanzaría entonces, en su persecución de la Diosa. Aún vería en ella a la bellísima mujer por la que su corazón flotaba y bailaba, pero la limpia brisa le aclaró un poco la cabeza. Lo suficiente para saber que, por muy hermosa que fuera, se estaba dejando llevar demasiado.
Maya, por su parte, se había escurrido entre el populacho para evitar ser vista por Diana. Fue más que suficiente, puesto que la aprendiza tenía toda su atención puesta en su huida, no en la gente de su alrededor. Pero, al llegar al patio solitario al que habían salido Jeanne y Diana, tendría que ocultarse tras el marco si aún no quería ser descubierta y mantenerse al margen de la escena.
Mientras les había seguido, por ir en la cola del grupo, Maya había podido escuchar varias conversaciones sueltas. Todas trataban sobre Diana. Los hombres admitían su admiración hacia ella, o se preguntaban adónde había ido; las mujeres, en cambio, refunfuñaban y se reunían en corrillos para discutir qué hacer contra una competencia a la que ninguna superaba. En uno de ellos, oyó claramente un comentario serio de que tenían que
apartarla de en medio literalmente.
Las damas que habían asistido al baile, todas ellas, esperaban no regresar nunca a sus casas; esperaban, de hecho, que el príncipe las eligiera entre las demás y quedarse para siempre en el castillo como futuras reinas. La aparición de Diana había convertido su rivalidad en alianza, con un enemigo común. Iban a hacer
algo. No le cabría ninguna duda incluso antes de abandonar la sala de baile.
―
¡MIERDA!Dianalesca, mientras tanto, había pasado de estar asustada a mostrarse completamente rabiosa. Levantó los bajos de su vestido y pateó el suelo, levantando la tierra y haciendo volar uno de sus propios zapatitos. Lo observó descender a unos metros de ella, sopesando la posibilidad de ir a buscarlo y, en su lugar, se dio por vencida y se dejó caer al suelo de rodillas.
―
Vete de aquí. AHORA ―le ordenó a Jeanne sin mirarla. Por el rabillo del ojo, captó a Lune―.
Llévatelo contigo. No quiero verle. No quiero veros a ninguno de vosotros. A nadie. Dejadme sola. YA.Cogió un puñado de tierra y lo dejó resbalar por su mano, inmersa en sus pensamientos y esperando que cumplieran su petición.
GonaxAnte el mutismo del aprendiz, las mujeres continuaron con su conversación:
―
¿Mi… Mi Hada? No… No puede ser…―
Claro que sí, cariño. Si no creyeras en mí, no estaría aquí. Te has esforzado tanto y trabajado tan duro por tus sueños que no puedes abandonarlo todo ahora. Por eso he venido, para ayudarte a conseguir tu deseo. Y este empezaba con un baile.―
El baile ―nombró con un tono de anhelo―.
Pero ya habrá acabado ―se desanimó de nuevo.
―
Habrá otros muchos más ―el Hada le sostuvo las manos para darle ánimos―.
Este no era el indicado. Asistirás a los siguientes, te lo prometo. De todas formas, la noche no acabará muy bien…―
¿A qué te refieres?―
Fuerzas oscuras acechan este mundo, mi niña. Cuídate de ellas. Entra en casa y refúgiate en ella. Yo te protegeré ―le prometió de una manera fraternalmente tierna.
―
Gracias, gracias… ―sonrió de nuevo Cenicienta, limpiándose una lagrimilla y dirigiéndose hacia Gonax―.
Ven conmigo dentro. Si dice que existe peligro fuera, la creo ―le invitó, muy convencida.
Hizo un gesto de despedida a la adorable anciana y trotó arremangándose el destrozado vestido hacia la puerta trasera de su casa, por donde había salido. El Hada Madrina la observó alejarse con dulzura, hasta que se percató de algo y agrandó mucho los ojos.
―
¡Pero niña! ¡Mira cómo estás! ―exclamó, horrorizándose por el estado de sus vestimentas, en las cuales no se había fijado hasta entonces―.
¡Eso tengo que arreglarlo!Carraspeó, se palpó las mangas y todos los huecos de su túnica hasta encontrar una varita blanca en su caperuza, y cantó, dirigiéndola a su protegida:
Salacadula Chalchicomula
Bibidi Babidi Bu.
Siete palabras de magia que son:
¡Bibidi Babidi Bu!El vestido de Cenicienta se reparó milagrosamente, volviendo a mostrar el mismo aspecto que tenía antes de ser desgarrado por sus hermanastras. La joven no se dio cuenta, sino que continuó hasta la puerta, entró e hizo señas otra vez a Gonax para que la siguiera.
―
Por esta noche ya he acabado ―murmuró el Hada para sí, despidiendo también con la mano a Cenicienta, dispuesta a marcharse enseguida.
Fecha límite: 23-24 de julio.