El traqueteo de los trenes partiendo y llegando a la estación sonaba lejano y enmudecido. No había casi nadie en las estrechas calles, pocos negocios familiares se encontraban abiertos, y ni un solo niño jugaba al Struggle con sus amigos. Toda la Villa parecía haber sido cubierta por un velo que la silenciaba y la tornaba en un pueblo solitario y melancólico. Y es que, de cierta manera, así había sido: el bien conocido color anaranjado del atardecer se había visto disfrazado por una amplia y pesada cortina de nubes grises. Antes de que se terminara de poner el sol, en Villa Crepúsculo iba a llover.
Era distinto estar así. La posibilidad de lluvia cambiaba por completo a aquel tan vivo lugar. Eran pocos los días en los que el pequeño pueblo no estaba a rebosar de alegría, sin importar cuántos se hubiesen marchado ya. Si algo caracterizaba a los habitantes de aquel sitio, era que podían seguir sus vidas pese a contemplar el cambiante mundo a su alrededor. Hijos que partían de casa para volverse independientes, amigos que se iban a estudiar a escuelas lejanas, hermanos que...
¿Hermanos que qué?
¿Podía Keiko ser igual que el resto de la Villa? ¿Podía en serio seguir viviendo sin saber? En aquel preciso momento, por la mente de la joven no cruzarían esas preguntas, simplemente vivía el día gris; pero cuando ese día acabara, cuando la lluvia comenzara a caer, tendría que responderse a sí misma. Todavía no lo sabía...
Todavía no lo sabía, pero la lluvia no era lo único que haría a su día distinto. Serían sus decisiones. Y, desde la más simple, como saber a dónde ir, tendría que comenzar a hacerlas ya.