Entré a toda velocidad en la taberna sin siquiera molestarme a mirar el nombre del local. Pensaba que todas serían iguales y que no importaría en cual me escondiese, cuando la mezcla de hedores me mareó y me tuve que apoyar contra la puerta. Arrugué la nariz; aquella parte de mí criada para ser una dama se horrorizó ante la idea de tener que mezclarse entre esa multitud ruidosa que apestaba a cerveza y a sudor.
Agaché la mirada, intentando pasar desapercibida, mientras escrutaba el local por el rabillo del ojo. Todas las mesas estaban llenas, y la gente reía y bebía cerveza sin parar, dejando marcas en la madera e incluso derramándola por el suelo. Algunas personas se giraron a mirarme, pero enseguida regresaron a sus asuntos.
Todos excepto el tabernero, me fijé. Me seguía con la mirada desde que había entrado. Probablemente imaginaba que fuese gitana, o que tuviera relación con ellos; en cualquier caso, no dijo ni hizo nada —se limitó a quedarse dónde estaba, acariciándose la barba con expresión pensativa.
Estaba tan atontada que no me di cuenta de que estaba parada justo en medio de la taberna. Las camareras iban y venían cargadas de platos y más jarras de cerveza y, al intentar apartarme de su camino, me vi empujada hacia el fondo del local con tan mala suerte que tropecé y me faltó poco para que no me diera de bruces contra el suelo.
Me giré hacia mi salvador: era un hombre mayor, blanco, de pelo castaño entrecano y aspecto serio. Y buenos reflejos, me había cogido la mano con una rapidez impresionante. Vestía de forma sencilla, aunque tenía ese porte y esos aires que se apreciaban en la nobleza. Ahí sentado, solo, parecía totalmente fuera de lugar en aquella taberna sucia y escandalosa.
—
¿Estás bien?—preguntó.
—
Sí, muchas gracias—no había acabado de formular la respuesta cuando la puerta volvió a abrirse. Ahí estaba el soldado, sofocado, que a pesar de la carrera parecía seguir dispuesto a llevarme ante la Justicia.
—
¡Aquí ha entrado una muchacha que es una bruja! —gritó—
¡Entregadla ahora mismo si no queréis responder ante el juez Frollo! …¿Bruja?
—
¡Pero bueno!—murmuré entre dientes, ofendida.
A mi alrededor, el bullicio se fue desvaneciendo y fue sustituido por susurros y preguntas. Había varias chicas jóvenes en el local, así que todavía tardarían un poco en encontrarme, pero el guardia no estaba para tonterías. Acababa de lanzarse al cuello de una joven para observar su cara.
—
Parece que te buscan—dijo tranquilamente el hombre blanco, bebiendo de su vaso como si la cosa no fuera con él—.
¿No deberías esconderte?—
Suponéis muy rápido que viene a por mí—contesté, más tajante de lo que me habría gustado. Su calma me sacaba de quicio. ¿Acaso iba a delatarme? No lo parecía, de hecho, pero cualquier hombre se echaba a temblar ante la mención del juez Frollo.
Y no había escondite alguno, sólo el espacio debajo de su mesa. Eso siempre y cuando no me entragara, claro.
¿Debía fiarme?
Alguien me agarró por el hombro y ahogué un chillido. El tabernero. Su barba rozaba mi mejilla cuando me giré, y parecía enfadado.
—No quiero problemas en mi local, chica. Si me das algo que merezca la pena, te sacaré por la puerta de atrás—susurró con aprensión. Automáticamente intenté forcejear para soltarme, pero no pude.
Estaba totalmente acorralada.
—
Está bien—gruñí, entregándole mi última moneda de plata—.
Sacadme de aquí y os prometo que no volveré a molestar. Me enfurecía tener que pagar por mi libertad, pero no había otra opción. Siempre podía robar algo de camino a casa para ahorrarme la bronca… si es que lograba regresar algún día.