—Funciona... De una maldita... ¡Vez!
Puse tanta fuerza girando que el destornillador se me escapó de las manos, cayendo al suelo con bastante ruido. Me levanté entre gruñidos y maldiciones para recogerlo, y aproveché para darle una patada al televisor que estaba intentando reparar. ¡No había forma de que funcionase! Vale, sí, lo había encontrado en las ruinas del último mundo que habíamos visitado, pero no era excusa.
Ese cacharro iba a funcionar. Podía arreglarlo. No, ¡iba a arreglarlo, sí o sí! De lo contrario, lo destrozaría a martillazos.
Me dejé caer sobre la silla del piloto, jugando con el destornillador entre mis dedos mientras comprobaba por encima que todos los paneles funcionasen con normalidad. La nave gumi avanzaba con total tranquilidad por el intersticio, sin novedades por el frente. Ni meteoritos, ni naves enemigas, ni pesados de la Federación a la vista.
Todo tranquilo, hasta que el radar captó lo que estábamos buscando: un nuevo mundo a la vista.
—Bingo. Será mejor que vaya a avisarla.
Salí pitando hacia el pasillo de la nave, directo al camarote de mi hermana. Seguramente estaría dormida, o jugando con la dichosa rata amarilla que había adoptado. Maldita rata. Ni siquiera en estos dos días libres de misiones y entrenamientos, que habíamos aprovechado para subir a nuestra vieja nave gumi y viajar por los mundos como antaño, había conseguido librarme de ese maldito roedor eléctrico.
Di un par de golpecitos a la puerta del camarote cuando llegué, apoyándome en el marco.
—¡Vic, mundo a la vista! ¡Vete preparando para bajar!