Atrapada me encontraba entre los brazos de aquel hombre, los mismos que me mantenían aferrada sin posibilidad de escape. El dolor de mi pierna tampoco me ayudaba, sentía la garganta irritada, y con el sueño y el calor excesivo de mi frente la situación no era lo que se decía sencilla. Lo más probable es que tuviese fiebre, que hubiese enfermado. Escuché detrás de las figuras que tenía ante mí cómo Daliao les intentaba combatir, pero estaba preocupada por él. Maldita sea, ni siquiera me habían prestado la más mínima atención.
Quería creer que mi voz ronca apenas había sido audible, que de lo contrario sí hubiesen estado dispuestos a negociar. Daliao tampoco parecía haberme escuchado, porque no oí ninguna respuesta por su parte. Excepto un grito de advertencia:
—
¡Saeko, cierra los ojos!Tan agotada como estaba ni siquiera me dio tiempo a reaccionar, ni a asimilar lo que estaban viendo mis ojos. Me sentí húmeda, empapada, y el agua me llevó a algún lugar hasta que me terminé golpeando con la rama de un árbol por accidente. Escuchaba de fondo los gritos de los ladrones, junto con el silbido del viento y el canturreo de los grillos, pero yo no aguanté más. Me dejé llevar por Morfeo.
****Abrir los ojos me supuso un esfuerzo enorme. Estaba exhausta y me dolía todo el cuerpo, la cabeza me daba vueltas y sentía que me había puesto más enferma todavía por el frío que había cogido.
—
Hola. No te preocupes, están inconscientes. Toma un poco de agua.—Logré escuchar de fondo como un eco lejano, mientras alzaba las manos para tantear en el aire y agarrar aquello que me estaba ofreciendo el muchacho—.
Tenemos que largarnos de aquí antes de que se despierten, pero primero deberías comer algo. Creo que no falta mucho para el amanecer. ¿Crees que podrás orientarte cuando salga el sol?Bebí agua como si hubiese pasado una semana entera en el interior de una enorme ballena, con los labios secos y agrietados. Pude sentir cómo el líquido me recuperaba y me devolvía prácticamente a la vida. Poco a poco me fui incorporando con su ayuda, hasta quedar sentada sobre el suelo.
Me resultó un poco extraño, y también reconfortante, ver que la pierna ya se había aliviado. No me dolía tanto como el día anterior. Exhalé un suspiro de alivio contenta porque algo al menos saliera bien. Y echando un nuevo vistazo por la zona, a la vez que me alimentaba de aquel arroz tan amargo y seco, comprobé sorprendida que los bandidos se encontraban inconscientes.
Observé a Daliao sorprendida y con el ceño fruncido. Me esforzaba por intentar recordar lo que había sucedido la noche anterior frente a la hoguera, pero todo estaba nítido hasta que me dejé abrazar por los cálidos brazos que emanaban de la hoguera. Luego todo era borroso, imágenes sueltas, como uno de aquellos bandidos tirándome del brazo. Poco más podía recordar.
Hice un amago de hablar, pero la voz simplemente no me salió la primera vez. Carraspeé, todavía con la garganta irritada, y con una voz ronca y destrozada, le comenté mis impresiones a Daliao:
—
¿Los has tumbado a todos tú solo? Estoy… estoy sorprendida. Gracias. —Y resoplé, exhausta.
Me resultaba increíble que aquel chico hubiese podido derrotarlos a todos él solo. Me pregunté si hubiese sido todo distinto en el puente donde nos emboscaron, pero allí nos habían rodeado, y no merecía la pena seguir preocupada. Todo había salido bien y eso era lo que importaba. Sonreí débilmente al chico, muy agradecida por dentro.
Al cabo de un ratito empezó a salir el sol por el horizonte, y asentí cuando me preguntó si podía orientarme. En realidad no estaba del todo segura, pero teníamos que llegar a algún lado o no tardaríamos en morir. Me levanté como pude, asustada las primeras veces que apoyé la pierna. Pero por suerte no sentí más allá de un leve pinchazo que no se podía comparar con los latigazos de dolor del día anterior. Tras unos cuantos pasos me vi obligada a detenerme, porque el dolor se iba acrecentando más y más a medida que caminaba, pero ya nadie me tenía que cargar a cuestas.
—
El pueblo está al otro lado, al pie de la montaña. No queda mucho. —comenté, apoyada en un árbol con pinta de haber estado aislada durante meses en la montaña. Sentía el cabello revuelto y seco, el antebrazo lo tenía rojo y me picaba horrores, y la cara estaba sucia de tierra. Vamos, estaba hecha un desastre—
. No te me ofendas, por favor, pero no parecías muy fuerte. Tienes todos mis respetos por… ya sabes. —Señalé hacia atrás, al camino por el que habíamos venido, haciendo referencia a los bandidos, intentando mantener una cansada sonrisa.
Continuamos el descenso por la ladera de la montaña sin mayores problemas que el tener que mirar dónde pisaba para no tropezar con alguna raíz traicionera. El sonido de la naturaleza, los árboles, todo a mi alrededor… era indescriptible. Si no fuese por la fuerza de Daliao, no hubiese estado en ese momento disfrutando de aquel paseo, tranquila.
Al cabo de unas horas alcanzamos finalmente lo que supuse que era la entrada. No la recordaba, porque mi estancia allí había sido muy breve durante mi infancia, pero aquellos monolitos y escaleras de piedra, cubiertos en parte por las hojas de los árboles y las plantas que crecían por todas partes, indicaban que al menos nos acercábamos a la civilización.
Me senté en un escalón para coger aire, agotada. Al bajar las escaleras había un camino cubierto de hojas, frente a un barranco que descendía con árboles y más árboles haciendo imposible el viaje. Y de la derecha, apareció alguien que, a decir verdad, no me sonaba de nada:
Ignorad al Pokémon. (?)
—
¿Saeko? —pronunció con voz grave al fijarse en mí, cosa que hizo que me fijara yo en él, todavía desde lo alto de la escalinata—
. ¿Saeko, eres tú? ¿Y tú quién eres, si se puede saber? ¿Su amigo, o…? —interrogó a Daliao, con aparente molestia. Aunque yo no le presté atención de lo cansada que estaba.
El hombre vestía con ropas muy elegantes y lujosas, pero yo por mi parte no le conocía. Simplemente me limité a fruncir el ceño, confirmando sus sospechas.
—
Sí, me llamo así.Esperé a que Daliao se presentase, y una vez hecho el chico sonrió con amabilidad y nos ofreció ir junto a él y los dos enormes hombres cubiertos por armaduras negras que le acompañaban. No daban buenas vibraciones, precisamente.
—
Parecéis cansados. ¿Os gustaría venir conmigo? Tendréis al menos un lugar donde dormir y comer un poco.