¡Gracias por postear tan pronto, Drazhy! De regalo un tochopost
—
En las marismas, no muy lejos de la entrada de Saint Michel. —me indicó el hombre, haciéndome señales—.
Si tienes problemas en encontrarme, pregunta en la posada más cercana de la entrada por el nombre de Ryota. Me aseguraré de que te sepan indicar.Dudaba tener problemas, conocía Saint Michel prácticamente de memoria. No estaba segura si Ryota era su nombre de verdad o un pseudónimo para que se le pudiese encontrar en caso de necesidad, pero decidí no preguntar. El hombre se limitó a abrir otro de sus tenebrosos portales mientras agarraba a Podrick, que aún seguía inconsciente.
—
No te preocupes por él, lo dejaré a cargo de los mosqueteros y les diré que se desmayó nada más escapar de la mansión.Sinceramente, no me preocupaba mucho el osezno. Asentí sin prestarle mucha atención, dispuesta a marcharme del tejado y a volver a tranquila vida de ratera. O esa era mi intención.
—
La decisión que vas a tomar puede cambiar tu manera de vivir las cosas en gran medida. Piénsala con cuidado. Y elijas lo que elijas, te estaré esperando.* * *Tomé un respiro cuando alcancé el tejado del edificio de La Banda. Un cuchitril abandonado y medio derruido para el ojo de cualquier transeúnte, pero una ratonera de ladrones para los que tenían los medios para entrar. Abrí la trampilla del techo y empecé a bajar por la escalera de mano, adentrándome en un oscuro túnel hacia las profundidades. Por alguna extraña razón, la bajada fue más incómoda que de costumbre.
La Banda se había asegurado de chapar el interior del edificio de la mejor manera posible, de modo que aquella entrada desde el tejado era la única que conducía al “sótano”. Quizás no muy profesional, pero llevábamos años sin ser descubiertos así que no parecía tan mala estratagema. Aun así, teníamos algunos turnos de guardia por si los mosqueteros decidían explorar de más.
El sótano estaba cubierto en su mayoría de vigas de madera sosteniendo el techo, adornadas con telas y trapos de colores para darle un aire más pintoresco. Las habitaciones estaban distribuidas como buenamente permitía la estructura. Siete cuartos con lo necesario y tres estancias más, una para cocinar y comer, la otra para acumular los mejores tesoros y la última un baño bien equipado.
No perdí el tiempo, me dirigí a la segunda puerta de la izquierda y entré en mi habitación. La intentaba mantener lo más ordenada posible, pero muchas veces no podía evitar dejar la ropa por el suelo o la cama sin hacer. Mi cuarto contenía lo básico, una cama pequeña, un armario con su espejo, un par de baúles para guardar botines o herramientas y la típica mesita de noche con su lámpara.
Arreglé un poco la sábana y me tumbé en la cama, poniendo mis manos tras mi cabeza mientras contemplaba el techo. ¿Por cuánto tiempo más podría seguir huyendo? ¿Cuántas veces iba a tener que soportar la misma disputa en mi cabeza? No podía dejar de suspirar de la rabia, odiándome por no ser capaz de tomar una decisión cada vez que se me presentaba.
Me incorporé lentamente, apretándome las sienes. Relajarse debía ser lo primero. Me bajé de la cama y caminé hacia el armario. Lo segundo, contárselo al jefe.
«Contarle todo.» No notaba ningún dolor en los hombros, pero quería asegurarme. Me quité la camisa que llevaba puesta y me incliné hacia el espejo. Acaricié con mis manos los puntos donde recordaba haber sentido aquellas afiladas garras perforar mi piel. No había ni un ligero rastro de herida. La magia del ladrón justiciero realmente me había curado por completo.
Me sobresalté al escuchar unos fuertes golpes en la puerta, instintivamente llevándome las manos al pecho. No tuve siquiera tiempo de responder, una molesta voz gritó de inmediato desde el otro lado de la madera.
—
¡Atardecer! Atardecer, estás ahí ¿verdad? ¿Escabulléndote acaso?—
¡Estoy cambiándome! —Le respondí de mala gana—
Espera un momento a que termine de…Por suerte estaba lo suficientemente cerca de la puerta para poder bloquearla con el brazo cuando empezó a abrirse. Solté un gruñido mientras asomaba la cabeza por la rendija, asegurándome que solo mi rostro fuera visible. Y obviamente, me encontré con unos ojos de huevo cargados de ojeras y un bigote más ridículo que un conejo en balancín.
—
¿Ocultando algún fracaso, quizás? —
Como dije, cambiándome de ropa. ¿No estás familiarizado con ese concepto?—
No intentes librarte con tus ridículos comentarios. El jefe quiere verte. Dudo que esta vez tus patéticas excusas te salven del alboroto que has provocado. Una niñata como tú dejando mal al más maravilloso de los ladrones, habrase visto.—
Algo me dice que el jefe no ha dicho esas palabras exactamente…—
¡Cierra esa bocaza! ¡Alguien tan generoso y tan sabio como el jefe no debería malgastar sus esfuerzos contigo! ¡Y date prisa! No quiero perder más tiempo llamándote, tengo mucho trabajo que hacer.—
¿Trabajo? ¿Haces algo aparte de quejarte e intentar pillar a chicas en ropa interior, Engranaje? —Pude escuchar como golpeaba la puerta con su puño.
—
¡Perdedora maleducada! Tienes suerte que el jefe sea tan misericordioso y tan compasivo…Escuché varios gruñidos alejándose poco a poco por el pasillo. Con una risita me aseguré de cerrar la puerta del todo y volver a colocarme delante del espejo. Si no quería a ese raquítico pelota metiendo sus narices donde no debía de nuevo, tendría que darme un poco de prisa. Me desprendí de los pantalones y los zapatos que conjuntaban la camisa, un atuendo algo elegante que tuve que ponerme aquella mañana para no destacar demasiado en la mansión.
Abrí el armario y saqué una camisa de tirantes y mis pantalones cortos favoritos. Me senté sobre la cama y saqué de debajo un par de sandalias. Por último, agarré la capa que había dejado sobre la mesita de noche y me la até al cuello. Me situé delante del espejo con una amplia sonrisa. Con mi atuendo favorito encima, ¡estaba lista para el viaje!
¿Viaje? Claro, viaje de mi cuarto a la habitación del jefe, no había otro viaje que tuviese que hacer. No, ningún otro. Salí por la puerta asegurándome de dejarla bien cerrada, avanzando por el pasillo hasta llegar a la puerta del fondo. Di unos suaves golpes y esperé hasta recibir respuesta antes de entrar.
Una vez dentro no me extrañé al encontrar al jefe tumbado sobre la cama, bastante más grande que las de las demás habitaciones por razones obvias. Tampoco me sorprendí al verle con un muslo de cerdo en la mano, y podía apostar que tendría otro entero en la boca. Se incorporó en un par de intentos y me dirigió una de sus habituales sonrisas amplias.
—
¡Atardecer, pequeña! Es una dulzura verte de vuelta.—
Jefe, sobre la mansión de…Me apresuré a dar explicaciones pero el jefe me interrumpió agitando su manaza y emitiendo algunos sonidos con la boca, lo que sonaría cuando intentas masticar y silbar a la vez.
—
Tranquila, tranquila. Después del pollo que se ha montado estoy seguro que no tienes la culpa de nada. Sueles ser discreta, no creo que vayas quemando edificios por ahí, hoho.Con una risa grave, dio otro bocado al muslo que estaba devorando mientras daba unos pasos hacia mí.
—
Estoy feliz como una perdiz de que hayas vuelto, pequeña. Pero aun así debo preguntarte por lo sucedido, parece grave. Tan grave que te noto distinta.¿Tanto se notaba? Supongo que después de todos los años que el jefe se había pasado prácticamente criándome debía conocerme como la palma de su mano. No había secretos que pudiese esconderle, aunque esa tampoco había sido mi intención en ningún momento. Tomé aire y empecé a contarle sobre lo sucedido mientras él repasaba los últimos restos de carne del hueso de cerdo.
Desde mi apaño en las cocinas hasta el robo del reloj, comentándole sobre el misterioso individuo y sobre el accidente en las habitaciones de la mansión. Por último, le hice una breve descripción de las criaturas que habían asaltado la mansión y le hablé sobre la propuesta que el hombre me había hecho.
—
Y… ¿tu respuesta es?¿Otra vez? Tardé en responder, pero intenté ser clara, aunque mis nervios se aseguraron de lo contrario.
—
Me niego. ¡Me niego! Es una estupidez, es mucho riesgo. Sacrificar para nada, ¿para qué irse lejos cuando…? —
¿Tengo suficiente aquí? —interrumpió—
Atardecer, te he escuchado decir esa frase muchas veces. Y todas las veces lo has dicho con el mismo nivel de seguridad. Prácticamente nulo.Bajé la cabeza, sin saber cómo responder. Era la última vez que huía, ¿verdad? Se me escapó un sollozo mientras notaba como el jefe se acercaba.
—
Puedo entenderte. Eres joven y estas cómoda tal y como vives ahora. Tienes lo que necesitas y con eso te apañas. —escuché como lanzaba el hueso a algún rincón de la habitación—
Pero algún día querrás aspirar a más. Algún día te darás cuenta que Saint Michel se te queda pequeña o que las carteras empiezan a parecerte todas iguales.Con una tosca carcajada posó su grasienta mano sobre mi hombro y continuó hablando.
—
Si la vida fuese fácil no sería divertido vivirla. Algún día hay que dar el paso y madurar. —me dio unos ligeros golpes mientras seguía—
Quizás es un paso demasiado grande para ti, pero te conozco bien. Apuesto una tonelada de filetes a que si no aprovechas la oportunidad, te arrepentirás para siempre.No pude evitar sonreír, el jefe demostraba año tras año que me conocía más que yo misma. Me froté la cara, esperando que mis ojos no estuviesen tan húmedos como los notaba y alcé la cabeza. Para encontrarme al jefe masticando otro pedazo de carne. ¿De dónde la había sacado? Tuve que reírme. Mi superior no tardó en unirse a las carcajadas.
* * *Los dos días pasaron más rápido de lo que imaginé. Por suerte tuve tiempo de “adquirir” algo de dinero y ropa para el viaje. Por mucho que el jefe me insistiera en llevarme comida de sobras, daba por hecho que el hombre misterioso usaría uno de sus portales de oscuridad para llevarme en un instante a donde fuese que me iba a llevar. Me dio un escalofrío solo de pensar que tendría que cruzar otro de esos. Me da que le había pillado un poco de trauma a la oscuridad.
—
Nunca imaginé que la más pequeña abandonaría el nido tan pronto.Cual madre sobreprotectora, el jefe había decidido acompañarme hacia el tejado de la guarida. Me giré para observar cómo me miraba con su amplia sonrisa característica. Le devolví la sonrisa con un ligero sonroje.
—
Os visitaré pronto. Doy mi palabra de…—
No no no. No te preocupes por nosotros. —Como de costumbre, el jefe manoteó para interrumpirme—
Estarás lejos, no tienes que molestarte en dar un viaje. Tú céntrate en pasarlo bien con esos defensores de pacotilla y quedarte muchas de sus cosas, ¿vale?—
Lo prometo. —le respondí al instante con una risita.
—
¡Nada de compromisos, pequeña! Eres libre para visitarnos cuando te apetezca si... Esta vez fui yo quien le cortó. Me abalancé sobre él y le di un fuerte abrazo, que no tardó en acompañar poniendo su mano sobre mi cabeza mientras le oía reírse. Permanecimos un largo minuto así, sin necesidad de decir nada más.
—
Venga venga, no te pongas emotiva ahora. No quiero que llegues tarde tu primer día. Alborotándome el pelo, se separó de mí. Asentí con la cabeza y me acerqué al borde del tejado, lista para saltar a otro cercano.
—
Para cuando vengas, acuérdate de traernos algún detallito. Nada del otro mundo, algunas joyas, una cabeza de los monstruos esos, algunos brebajes… —
¡Lo tendré en cuenta!Con un amplio suspiro, salté. Miles de veces había recorrido Saint Michel desde las alturas, pero por alguna razón, esta era la vez que más lo estaba disfrutando. Perdí un poco el tiempo haciendo algunas piruetas por los tejados mientras me reía yo sola, camino a las marismas de la entrada de Saint Michel.
La decisión estaba hecha.
Pequeño edit para corregir un fallo.