Sin saber cómo, seguía en aquel lugar que conocía bastante bien: la Necrópolis de las Llave Espada. Donde todos los portadores encontraban paz y reposo eternos. El millar de armas se extendía ante mí, abarcaba desde las más oxidadas a las más nuevas. El silencio que reinaba era todavía más desalentador de lo que lo recordaba minutos antes del funeral del Maestro Kazuki, y había sido como si en un parpadeo todo el mundo se hubiese esfumado. Pero a pesar de todo eché andar, confundido ante aquella extraña situación y sin saber tampoco adónde me dirigía.
Tras unos minutos, me percaté de que no avanzaba; era como si cada vez que tratase de salir de aquel lugar, volviese al mismo punto de partida. No lo entendía, al igual que tampoco entendía qué hacía allí.
—¿Pensábais que escaparíais tan fácilmente de mí?
Al girarme comprobé con horror quién se hallaba frente a mí: lo había reconocido aquel día en Tierra de Partida, a pesar de la mella que el tiempo había hecho en él jamás olvidaría aquella sonrisa. Los dorados ojos de ese hombre denotaban la venganza que buscaba. Pensaba en la posibilidad de que todavía siguiese vivo como una descabellada idea a la que apenas daba crédito. Pero verlo ahí... era como si la reencarnación del mismísimo diablo hubiese hecho acto de presencia.
Avanzó un paso con aquella siniestra sonrisa y no pude evitar retroceder. Pareció divertirse ante aquel instinto mío de supervivencia.
—Lo que hicisteis aquel día en el Castillo del Olvido no fue nada. Me derrotasteis como unos cobardes, utilizando incluso armas y poderes que escapaban a vuestra comprensión. A ver si podéis volver a hacerlo.
Fingió mirar a los lados y esperar un ataque en grupo que jamás llegaría. Rompió a reír. Su risa era peor que la de su Reminiscencia.
>>Mejor dicho, a ver si tú eres capaz. Venga.
Parecía desear que de verdad lo hiciese; pero a pesar de mis ganas, las piernas me temblaban. No era capaz de intentar atravesarle el pecho porque no podía ni llegar hasta él. Caí de rodillas al suelo, a la par que el abismo entre nosotros se agrandaba por momentos. Parecía fastidiado, como un niño al que no le han dado lo que quiere.
—Sabía que pasaría esto, pero bueno. Ya he tenido mi rato de diversión antes de venir aquí.
Aaron arrojó entonces con desprecio algo que no alcancé a ver en primera instancia, ya que la luz del Sol me cegó al levantar la vista. Rodó hasta quedar frente a mí. Entonces pude ver bien el rostro de ella, contraído en una terrible expresión.
Empecé a chillar y a llorar mientras me llevaba las manos a la cabeza. El olor a sangre y la desternillante risa de Aaron de fondo lo inundaron todo con el aroma de la muerte.
Y desperté.
Empapado en sudor y lágrimas, no tuve más remedio que arrastrarme hasta el baño. Mi habitación estaba hecha un completo desastre.
Con el agua caliente cayendo por la ducha, me senté y me abracé a mis rodillas. Quería intentar discernir lo que había sido verdad de lo que no, mientras lloraba de nuevo. No era capaz de pensar con claridad en aquel estado. Necesitaba aire fresco.
Una vez aseado respiré hondo mientras cogía la ropa que había dejado tendida hacía ya algunos días. Lo bueno de las noches en el Bastión era que aquel fiero viento se encontraba presente casi siempre.
Cogí la guadaña y el resto de mis cosas para luego cerrar tras de mí la puerta de mi habitación, aunque temía ser atacado en cualquier momento por un invisible enemigo que seguía mis pasos.
No había pensado en hacerlo, pero aquella pesadilla me hizo dirigirme allí involuntariamente. Me podía más el querer corroborarlo que el anhelo de respirar el aire fresco de fuera del Castillo. Y es que si lo que acababa de vivir no era real, quizás...
Llamé a la puerta con los nudillos. No hubo respuesta. Con una mano temblorosa agarré el pomo a la par que lo giraba con cuidado de que la puerta no crujiese en medio del silencio. Una vez abierta me asomé para comprobar lo peor: ella no estaba. Aquello había sido real.
Se había ido.
Había llegado al mirador de Bastión Hueco, donde por fin pude gritar a pleno pulmón bajo la noche estrellada.
—¡HIJO DE LA GRAN PUTA!
>>¡¡DEBIERON HABERTE ATRAVESADO EL CORAZÓN ANTES DE DARTE POR MUERTO, BASTARDO!!
Ya no me importaba si me oían o no. Tenía que sacármelo de dentro, no había podido hacerlo todavía. Todo se había precipitado desde aquel día en el Castillo del Olvido... los días parecían horas, y antes de poder darme cuenta habían pasado ya cuatro días desde el funeral de Kazuki.
Aaron estaba ahí fuera, esperando su venganza. Él nos había estado llevando por donde había querido todo el tiempo: el Reaper's Game, el apuñalamiento de Ryota... todo orquestado desde las sombras. Y quién sabía cuántas cosas más había hecho a nuestras espaldas. Y, lo peor de todo, tanto él como aquella asquerosa Tierra de Partida tenían la culpa de que ella se hubiese marchado.
Jamás estaría en paz con ellos, al igual que nunca lo estaría con Aaron o sus secuaces.
—¡¡TE ENCONTRARÉ Y ME ENCARGARÉ DE MATARTE DE NUEVO AUNQUE SEA LO ÚLTIMO QUE HAGA!!
Me tapé la cara con las manos, el frío me golpeaba con suavidad. Me notaba mejor al expresar parte de lo que me había guardado aquel tiempo... pero entonces, ¿por qué seguía sintiéndome tan vacío por dentro?