La primera vez que lo había visto recordaba que fuera en el Villain´s Vale, las torres en ruinas de aquel extraño valle en mitad de la nada, a varios kilómetros de la vieja Vergel Radiante. Recordaba que había intentado engañarle, pero que había sido él el que nos había engañado finalmente a nosotros llevándonos a una trampa. Aquel día tuve la oportunidad de haberlo matado, pues lo había visto en el suelo inconsciente mientras huíamos con un moribunto Ban.
—Es una pena que seamos enemigos, me encantaría poder entrenar contigo y no tener que matarte —dije mientras agarraba mi Llave Espada con firmeza.
—Es una lástima, sí—contestó mi enemigo, noté algo de tristeza en sus palabras.
En el fondo, entendía lo que él sentía. Éramos dos personas batiéndonos en un duelo a muerte y tanto él como yo habíamos demostrado ser diestros guerreros. Para ser un Villano Final, no podía decir que me pareciese realmente malvado, no como lo eran Mateus o Gárland al menos.
Rubicante abrió su capa, señal de que la cosa se ponía en serio. Hice avanzar mis tentáculos para sujetarle logrando inmovilizar una de sus extremidades. Me lancé directamente contra él en busca de su corazón; lo veía. Brillante y rojo, en mitad de su pecho. Mis ojos dorados resplandecieron con más intensidad de lo normal mientras me acercaba con la Estocada Oscura.
Al instante, me vi a pocos centímetros de mi enemigo, hundí mi Llave Espada en su pecho... Pero Rubicante tenía una velocidad de reacción enorme. Su palma, envuelta en las llamas más brillantes que había visto nunca me golpearon mientras mi espada seguía su camino hacia el corazón del villano.
Caí al suelo mientras notaba como mi carne ardía con intensidad grité mientras me llevaba mis manos al lugar donde me había golpeado. En mi pecho había una horrible quemadura con la forma de la palma de la mano de Rubicante, de algún modo supe que aquella cicatriz quedaría allí para siempre.
Mientras me retorcía de dolor intenté ver a mi enemigo, él también debía estar realmente jodido. Fue entonces cuando vi como Rubicante caía al suelo. La sangre que salía de su pecho a borbotones no era una buena señal. En un primer momento me sentí victorioso, había sido un combate muy complicado, pero había vencido. ¡Había acabado con uno de aquellos cabrones! Por un instante imaginé lo que aquel logro suponía, había hecho un gran trabajo para la Orden gracias a aquello, tal vez el Maestro Ryota me felicitase.
¿Pero realmente me sentía bien?
Recordé en ese momento a aquel chico de Coliseo del Olimpo que tanto rencor me guardaba incluso después de la muerte. Pero... ¿No era diferente aquella vez? Él era un civil, había estado en el momento equivocado en el lugar equivocado, eso era todo... ¿Pero por qué sentía tristeza por Rubicante?
Él era un enemigo de la Orden. Matarlos era mi deber. No tenía que sentir pena o remordimientos.
El villano se tumbó boca arriba, jadeaba con fuerza, mientras que yo, con el pecho carbonizado era casi incapaz de respirar correctamente. Hice un monstruoso esfuerzo para levantarme ayudándome con mis tentáculos y mi Llave Espada para no caer de bruces contra el suelo. Observé al moribundo Rubicante, no parecía guardarme rencor... Yo desde luego no era capaz de odiarlo a pesar de ser mi enemigo... Incluso si el que estuviese en el suelo, a punto de morir fuera yo.
—Siento… haberos fallado—susurró—. Pero ha sido un buen final…
Rubicante cerró los ojos y exhaló su último aliento.
Me quedé de pie, frente a su cadáver. No era capaz de dejarle allí abandonado, no de una forma tan poco digna para un guerrero como él. Materialicé la capa de mi armadura de portador y la arranqué de un tirón seco. Cubrí su cuerpo como buenamente pude ocultando su rostro y parte de su cuerpo.
—Siento que las cosas hayan salido así —admití con la voz rota. Tenía ganas de llorar, más de las que creía posibles por alguien que apenas conocía y que aún peor, era un enemigo.
Pero aquellas breves palabras que habíamos dirigido el uno al otro durante nuestro duelo me habían dicho mucho de él. No era un ser malvado, ninguna bestia sanguinaria habría dicho algo semejante, no me habría visto como a un rival. Me arrodillé junto a su cuerpo y deslicé la capa levemente hacia abajo para verle una vez más. Cogí de mi bolsillo una ultrapoción e intenté dársela... Pero sabía que ya no había nada que hacer.
Bebí lo que quedaba de la Ultrapoción y otro Éter más. No estaba orgulloso por mi victoria. Había pensado que al acabar con uno de los Villanos Finales me sentiría de una forma muy distinta pero... ¿Era normal sentirse como una mierda? Incluso la reacción de Barbariccia cuando había visto a Scarmiogle herido... Incluso aquello, que me había hecho sentir victorioso ahora me sabía tan amargo como las pócimas mágicas que estaba bebiendo... Sin embargo, aunque mis heridas sanaron la quemadura de mi pecho no desapareció. Aquella cicatriz quedaría como un recuerdo de que no todo era blanco y negro, de que había toda una gama de grises por explorar. Rubicante me había enseñado algo muy importante incluso si aquello no era su intención, algo que jamás creía posible aprender de un enemigo contra el que pelearía a muerte.
Sequé las lágrimas que se me resbalaban por mis mejillas y cubrí nuevamente el rostro de mi enemigo con la capa.
—Gracias por la lección que me has dado. Que tu corazón encuentre la luz incluso en la más profunda oscuridad.
Le dediqué unos segundos de silencio pero sabía que no podía quedar a lamentarme allí por la vida que había segado, mis compañeros aún estaban en peligro. Kairi luchaba junto a Nithael contra Zande y Barbariccia, tenía que ayudarles.
Las lamentaciones debía guardarlas para más tarde... Por el bien de todos.
Salí del edificio con aire sombrío, pero lo que me encontré fue digno de una comedia: Kairi agitaba su Llave Espada como si tratase de matar algún abejorro o algo así, tal vez por suerte alcanzó a Barbariccia, que también parecía ser víctima de algún tipo de maldición (¿qué otra cosa podía explicar el comportamiento de ambas?) La villana invocó un tornado que golpeó a Kairi y a Nithael, éste último creó una barrera de luz que de súbito se expandió a un ritmo vertiginoso y que derribó a todos los presentes. Yo fui más afortunado, puesto que estaba lejos aún y aquella barrera no llegó a alcanzarme.
Nithael también debía estar siendo víctima de la misma maldición que sufrían Kairi y Barbariccia, salvo que el ángel era mucho más peligrosos que todos los presentes juntos, había portado los dos fragmenos de la Llave Espada que salvaron Tierra de Partida él solo, había derrotado al coloso... Y además, había entrenado con Light y conmigo en varias ocasiones y sabía de antemano que la velocidad de Nithael superaba la de Akio, su magia superaba a Kazuki, su resistencia a Ronin, su fuerza a Lyn... Pero estando así, tal vez tuviese una oportunidad de pillarle por sorpresa, de inmovilizarle.
No podía pensar en Rubicante, tenía que centrarme pese a que sentía como mi pecho se retorcía de arrepentimiento. Tomé aire un par de veces intentando mantener la calma, pero era casi imposible. ¿Cómo podía actuar normal tras matar a alguien? Tres años atrás no comprendía lo que implicaba arrebatar una vida, pero en aquel momento apenas era humano aunque irónicamente ahora utilizase más que nunca mis poderes sincorazón... Pero había vivido sin contacto con el resto de la humanidad, era tosco y no mostraba nunca mis sentimientos. Pero había cambiado, ahora era dentro de mi propia excentricidad una persona normal, me dolían las cosas. Sentía arrepentimiento, el peso que suponía era una carga prácticamente insoportable. ¿Acaso era capaz de volver a hacerlo? ¿Podía llegado el momento asesinar una vez más? ¿Aunque fuesen villanos?
Todavía tenía activado mi Estilo, por lo que debía aprovecharlo. Hana y Malik parecían cuerdos aún al contrario de la villana, Kairi y Nithael. Alguno debería centrarse en Zande puesto que no serviría de mucho retener a Nithael si el villano intentaba matarnos a su vez.
Así pues, teniendo en cuenta el estado de Nithael no podía atacarlo directamente sin arriesgarme a matarlo y... Bastante había hecho ya.
Corrí hacia el ángel cuando vi sus intenciones y traté de sujetarlo con mis tentáculos para evitar que dañase a cualquier otro y también con mis brazos. Confiaba en mi fuerza bruta como para poder mantenerlo lo suficiente como para gritarle.
―¡Despierta Nithael! ¡Te necesitamos!
No dudaría en abofetearlo (¡Abofetear a un Maestro! El sueño de cualquier aprendiz) con la esperanza de "despertarlo" y detener su ataque.
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