por Drazham » Vie Jul 28, 2017 9:10 pm
Al final sus argumentos sí que llegaron a convencerlos. Alanna apretó el puño con disimulo, satisfecha con su pequeña victoria. Lo que no se esperó fue que el mismísimo príncipe se ofreciese a protegerla con tantas florituras que se le sacó los colores de la cara. Avergonzada, le hizo un gesto con la mano y le dijo que no hacía falta. Lo más irónico es que hacía unos escasos momentos, no era ni capaz de levantarse por su propia cuenta.
—Vos intentad salir indemne. Ya me ocuparé yo de las protecciones. Gracias por tu ofrecimiento, muchacha. Es un gesto muy valiente. Con suerte y rapidez, quizás podremos evitar un desastre. ¿Temes a la magia o los animales, Alanna?
—¡E-en absoluto! He vivido tanto tiempo aquí que su presencia me resulta normal. —No exageró. Aprendió a respetar su entorno y ellos hicieron lo mismo con ella, así de sencillo—. Y sobre la magia… pues no sabría que responderos. Es la primera vez que la veo tan de…
Pero antes de dejarla terminar, Nanashi chasqueó los dedos y volvió a hacer de su magia. Literalmente, de nuevo. Esta vez, lo que dejó acongojada a Alanna fue la aparición de un ave con un plumaje que hacía juego con las prendas de su invocadora. Le dio un poco de impresión cuando el animal se posó en su hombro, tan cerca de ella. Sin embargo, Nanashi la calmó presentándosela como Garuda, su propia guardiana durante el trayecto.
—Es muy bonita… —musito, todavía embelesada. Su nueva “amiga” la saludó con un toquecito de su ala que la hizo reír. Asumió que harían buenas migas—. Encantada, Garuda, Yo me llamo Alanna.
Al darse cuenta de que Nanashi y Felipe seguían allí, carraspeó y adoptó un porte más firme. Después de que depositasen su confianza en ella no quería darles una mala impresión sin siquiera llegar a partir.
—Entonces, ¿estamos todos listos?
***
Las rutas convencionales estaban descartadas. Conllevaban dar más vueltas de las necesarias y en el pasado llegó a ver algún que otro orco patrullando por ellas. Se arriesgaban demasiado a que los emboscaran, por lo que tuvo que improvisar y aventurarse por la frondosidad del bosque. Para ella era como una “ruta” más después de tantos años jugando y explorándolo, más pedregosa e irregular, pero también más directa. Era tan simple como fijarse en dónde crecía el musgo, en las obvias marcas que dejaban los orcos a su paso, y en diferenciar las huellas de los lobos comunes y los huargos.
Tan embriagada estaba por el hecho de que sus conocimientos estuviesen siendo de utilidad que tardó en reparar que estaba guiando a otras dos personas. El príncipe no le preocupaba con lo enérgico que estaba después de que le sanasen, pero Nanashi… ¡Nanashi le impresionó con creces! Con el aspecto de damisela delicada que tenía y estaba siguiendo su ritmo sin complicaciones. Encima con un atuendo que sería todo lo elegante que quisiera, pero nada práctico en donde estaban.
«Con razón tumbó a tres de esos salvajes sin despeinarse».
Se sentía un poco estúpida por preocuparle que no pudiese seguirles el trote.
Entonces, al empezar a prestarle más atención a la mujer, se dio cuenta de que la susodicha estaba haciendo lo mismo con ella. No, en lo que se estaba fijando era en sus guantes. Alanna sintió una punzada de temor. Cielos, no sería capaz de saberlo, ¿verdad? ¿O es que podía averiguarlo con su magia?
—Si tienes una herida, puedo ocuparme de ella. —La voz de Nanashi le disparó el pulso al sorprenderla mientras le daba vueltas a sus tontas teorías. Apretó los puños de horror al darse cuenta de que se estaba refiriendo a sus manos y fue a encoger los brazos cuando Nanashi la detuvo—. No te forzaré a quitarte los guantes. Tranquila.
Eso, junto al dulce trino de Garuda, hizo que se relajase un poco. Le sonrió a Garuda y luego le dedicó una mirada inocente a Nanashi, para después decir:
—No es necesario que os preocupéis, por favor. Mis manos están en perfectas condiciones. —Se imaginaba que con decirle eso no bastaría e increparía aún más. Lo único que se le ocurrió susurrarle para disuadirla fue—: Lo que hay debajo de los guantes… Ya hace tiempo que no se puede curar.
Realmente, “curar” no era el término adecuado. ¿Cómo pretendías curar algo con lo que cargabas desde nacimiento, que formaba parte de tu ser por muchos conflictos que te estuviese dando? Agradeció que Nanashi respetase su derecho a guardárselo para sí misma, y por eso le dolió tener que ocultárselo. Tal vez, por saber de hechicería, llegase a entender lo que era en realidad, pero no podía arriesgarse. Con nadie en absoluto.
«Cobarde».
Durante el trayecto, el comportamiento de Felipe, deambulando de un lado para otro con esa espada en alto, la estaba poniendo de los nervios. No hacía más que dar la impresión de que en cualquier momento les pudiese saltar un huargo encima, y eso era justo lo que no necesitaba en su estado actual. Al menos Nanashi parecía compartir su opinión con el asomo de enervación en su rostro.
—Asumo que estabas sola en esa casa —le inquirió Nanashi.
—Asumís bien.
Pero no iba a quedar ahí el asunto. Ya se olía que a continuación vendrían…
—¿Cómo es que no vivías con el campamento? Estar alejada es peligroso.
Más preguntas incómodas. Alanna se mojó los labios para ganar tiempo y retorcer la historia de algún modo para sonar creíble.
—Es… un poco complicado de explicar. —Vaya si lo era. Tomó aire antes de mentalizarse y continuar—. Siempre he vivido con mi abuela en el linde del bosque, que fue quien me crió. Hasta hace cinco meses. Ella era de salud frágil y yo era la única familia que tenía. —Mentira podrida. Su abuela estaba tan sana como un roble… antes de que empeorase hace un tiempo. Se sentía despreciable por el mero hecho de utilizar la enfermedad de la mujer que tanto hizo por ella para su trola—. Por eso pasaba más tiempo en el bosque que en la aldea. No quiero decir con eso que me aislase del resto del mundo, conozco a muchos de los refugiados que han venido hace poco. Es solo que me sentiría como una intrusa allí, después de tantos años viviendo en esa casa.
«Encima de cobarde, mentirosa. Te mereces estar sola».
Ya que Nanashi se mostraba tan receptiva, probó a cambiar el foco de atención a ella. Tampoco es que se mereciese preguntarle nada después de mentirle, pero le picaba la curiosidad. Alguien como ella, maga y luchadora, debía de contar con un trasfondo que dejaría por los suelos muchas de las historias que leyó de pequeña.
—Por cierto, quería preguntaros en dónde aprendisteis magia y a luchar de semejante manera. No todos los días se ve a alguien capaz de derribar a tres soldados de esa bruja, y contando a sus monturas —señaló—. Además, conocéis a la familia real, aunque yo ni reconocí al príncipe cuando me lo encontré en el vano de mi casa… ¡Bueno! Lo que quiero decir es que tienen mucha suerte de contar con personas tan capaces como vos.