Aguantó. Aguantó durante muchos años el asedio al Intersticio pero, al final, el Caos llegó a la Necrópolis de las Llaves Espada.
El páramo casi no se veía afectado. Quizás fuera por la ausencia de Sincorazón. Quizás por pura suerte. El viento helado levantaba una nube de polvo, densa como una tormenta del desierto. El silencio reinaba en el lugar.
—No os confiéis —advirtió Nanashi al grupo. Su voz se perdió entre las filas de Llaves muertas, clavadas en su sitio—. Si nosotros hemos recibido la señal, es muy probable que Xihn también. Podría ser una trampa.
La señal, sí. Había empezado apenas hacía veinte minuto, el tiempo justo para que Nanashi reuniera a un pequeño grupo de entre los Caballeros disponibles y partieran hacia la Necrópolis. Era la primera vez que el mundo caía en alerta. Los Maestros estaban desconcertados. Nanashi mantenía una expresión pétrea y se negaba a dar explicaciones. Puede que fuera porque, por una vez, no tenía ninguna.
El Santuario de la Reminiscencia estaba a veinte metros de ellas. Nanashi cogió aire. El edificio —para las que ya lo conocieran— parecía igual que siempre, con la excepción del Caos que se arremolinaba a su alrededor. Rodeaba las columnas, la escalinata y la cornisa con volutas negras y grises. Parecían intentar atrapar a los Caballeros que decoraban los relieves de la fachada.
La única parte que permanecía más o menos intacta era la entrada. Las puertas estaban abiertas de par en par, y del interior del templo sólo se adivinaba oscuridad.
—O bien la prueba ha desaparecido o ya hay un Caballero dentro. —La Maestra apretó los dientes—. Sea como sea, nuestra misión es averiguarlo.
Garuda apareció ante la llamada de Nanashi. El ave batió las alas una vez y se posó en el brazo de Alanna, mirando a las chicas.
—Fátima, Maya, quedáis al mando. Internaos en el Santuario y averiguad qué está ocurriendo. Garuda os acompañará; así, si la situación se complica dentro, acudiré. Yo me quedaré fuera. Si Xihn aparece, va a tener que pasar por encima de mí para acceder a este lugar.
Algo en su voz les afirmaría que hablaba en serio. La mirada de Nanashi destilaba una profunda rabia.
—Además, alguien tiene que mantener a raya la corrupción. Este mundo no va a caer —prometió.
Nanashi no aceptó quejas y apenas se detendría a responder preguntas. El tiempo corría, y no precisamente a su favor. El Santuario de la Reminiscencia y lo que fuera que se escondiera dentro esperaban.
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La oscuridad se disipó en cuanto cruzaron las puertas. La Necrópolis desapareció a sus espaldas, y dejaron de ver y oír a Nanashi. Su aislamiento era tal que las ventanas se volvían opacas cuando intentaban mirar fuera.
Aunque la salida seguía abierta, la sensación de estar atrapadas era muy real. Garuda se revolvió, y una nota triste escapó de su pico.
Por dentro, el templo sí que se había visto afectado. No había vestigios de Caos visibles, pero la sala en la que se encontraban estaba deformada por completo. Restos del suelo sobresalían del techo, cuyo dibujo vidriado antaño había sido hermoso. Trozos de una antorcha aparecían esparcidos por todos lados... Una de las paredes se retorcía en una espiral y se perdía en el espacio.
Pero lo que más llamaba la atención era ese símbolo que brillaba en el suelo. Trazado con lo que parecía ser fuego, un círculo perfecto atraería sus miradas.
El fuego no quemaba, pero quizás no fuera buena idea acercarse demasiado a él. Pues pronto, titilante como un fantasma, un hombre apareció encima del símbolo.
Una figura, vestida con una armadura, giró la cabeza y miró directamente en su dirección.
Acto seguido, cayó sobre sus rodillas.
Sangraba. Una mancha se extendía por su pecho y costado, y empapaba de rojo el guantelete blanco. Bajo el casco, unos ojos azules, muy abiertos, se clavaban en las chicas casi con desesperación.
El caballero clavó la espada en el suelo e hizo ademán de levantarse. Parecía querer dirigirse hacia ellas.
Ahora bien, ¿para qué? Estaba herido y débil, pero seguía portando un arma. Y había emergido de la nada. ¿Sería un aliado de Xihn? ¿Una nueva manifestación del Caos? ¿Debían dejarle acercarse, atacarle o huir sin más? Sólo había un camino disponible —aparte de la salida, de vuelta con Nanashi—, y era hacia arriba, por unas escaleras de caracol.
Eran cinco contra uno... Aunque quizás era correr un riesgo demasiado grande.
Fecha límite: 9 de agosto