A lo largo de esos cuatro años, aquel espacio entre los mundos había cambiado. Los restos de los mundos destrozados estaban creando una amalgama que extendía el Reino de Oscuridad. Podían ver casas sueltas yendo a la deriva, grandes castillos, pedazos de océanos detenidos en el aire, y mucho más. Pero un suelo, como una orilla oscura que cada vez cobraba más consistencia, se extendía y lo cubría todo.
Y estaba lleno de Sincorazón e Incorpóreos, por lo que no les quedó otro remedio que volar.
Un Ryota muy joven los esperaba, sentado en corro junto a la Maestra Fátima —que no solo parecía joven, sino una niña—, Celeste y Daian, un muchacho albino con una varita y… ¿Una niña con un hablar muy similar a Dos, además de un gato rojo y un hombre con el cabello rosa?
¿Quiénes eran esas personas?
Ryota se incorporó para recibirlos. Se habían arremolinado a la sombra de una cenicienta tierra abandonada y, al fondo, rayos de luz sesgaban la oscuridad y hacían que el mundo se tornara blanco por momentos. No hacían el más mínimo ruido, pero solo tenían que mirar con atención para percibir su potencia. Algo feo pasaba allí, donde se arremolinaban las luces, y no era muy difícil imaginar que se trataba de su destino.
—¿Nadie más os ha acompañado? De acuerdo, tendrá que bastar.—Levantó un objeto resplandeciente y dorado—. Esto es una manzana de las Hespérides, donada por la diosa Hera. No me andaré con rodeos; los mundos de Atlántica y Coliseo del Olimpo están a punto de colapsar. Sus Corazones han entrado en contacto por culpa del Caos y se devorarán el uno al otro si no hacemos algo. Esta manzana, una vez pulverizada y con la ayuda del hada Miki —señaló al chico albino, que saludó con una inclinación de cabeza— podría ayudar a evitar el desastre. Para eso vamos a necesitar todas las Llave Espadas posibles, porque habrá que sellar desde aquí mismo las Cerraduras.
»No hay tiempo que perder. No os separéis, no hagáis tonterías.
Dicho esto, giró sobre sí mismo y echó a andar, con la larga melena ondeando a su paso.
Bella, todavía apoyada en Alanna, miró a su alrededor. Estaba pálida y temblorosa, y tenía los ojos, abiertos como platos, fijos en la dirección hacia la que Ryota avanzaba.
—Eso es... no es natural —murmuró. Tenía la frente perlada de sudor—. Hay algo terrible al final del camino. Algo oscuro y... malvado.
El avance de la Oscuridad era algo que todos notaban cada vez que salían de Tierra de Partida. Los mundos desprotegidos sin Princesas del Corazón eran los más afectados, pero nada podía compararse con el Intersticio. ¿Era eso a lo que Bella se refería?
La chica tenía una mano cerrada sobre su pecho y respiraba con ahogo. Nadie, ni siquiera su Maestra, la había nunca tan afectada.
Ryota avanzaba deprisa, y la presencia de Sincorazón e Incorpóreos hacía que charlar resultara complicado. Apenas tendrían tiempo para ponerse al día con la situación de Reino Encantado, Agrabah o Atlántica. Bella intercambiaría una mirada con Alanna si el nombre de Aurora o el de Maléfica surgían en la conversación, pero el simple recuerdo bastaba para que sus fuerzas flaquearan. Había gastado una gran cantidad de poder en muy poco tiempo, y sólo la naturaleza de su misión bastaba para agotar a cualquiera.
Pareció que caminaban durante horas, pero que sólo avanzaban unos centímetros. Ante el menor sentimiento de desesperación, de impotencia o incluso de tristeza, aparecían nuevos Sincorazón. Sus ojos amarillos les seguían, brillantes como faros. A su vez, las luces blancas eran cada vez más y más frecuentes.
En un momento dado, Ryota se detuvo de pronto. La Llave Espada apareció en su mano y, casi al instante, Bella soltó un grito desde la retaguardia. Muy despacio, Ryota alzó el arma y apuntó con ella al joven que había aparecido delante de ellos. Un chico andrógino, bajo y delgado, con el pelo tan claro que parecía blanco.
—Ni un movimiento —ordenó sin alterarse—. Identifícate. Ahora.
—Ryota... Ese niño... No es...
Bella no logró terminar la frase. Los ojos del chico la localizaron entre los Caballeros y, durante un instante, adquirieron un brillo dorado. La Princesa contuvo el aliento. Notarían que se ponía en tensión, pero en ningún momento hizo ademán de invocar sus armas.
No fue la única que sintió algo distinto. Ragun, por su parte, se vería obligado a retroceder cuando le barrió con la mirada. Aquel niño… Aquel niño tan pequeño ¿le daba miedo? ¿Era posible? ¿Cómo era capaz de hacerle sentir tan minúsculo? Y, más importante todavía, ¿por qué nadie más parecía sentir lo mismo que él?
Si el niño se dio cuenta, no lo demostró. Enseñó las palmas de las manos en ¿señal de rendición?, y se dirigió al líder con la misma calma.
—No soy vuestro enemigo. Eso es lo único que os puedo decir ahora, por vuestro bien y por el nuestro.
Tenía una voz suave, sin género. Hablaba en tono neutro, y parecía encontrarse incómodo por ello. Había una nota petulante en sus palabras, sobre todo en ese «nuestro».
—Imagino que no sois idiotas. Esa chica ya ha adivinado quién soy, ¿no? —preguntó, señalando a Bella con el mentón—. No lo pronuncies en voz alta, por favor. El Reino de la Oscuridad está a solo un paso de regresar, y nuestro enemigo ha ganado más poder del que creéis. Tiene ojos y oídos por todas partes, y ya es bastante difícil pasar desapercibidos como para que además nos localice.
El rostro oscuro del chico desapareció bajo su pelo cuando suspiró.
—Ryota, ¿verdad? Mira, no tienes ningún motivo para confiar en mí ni para creerme, pero puedo guiaros hasta los Corazones para que los selléis. ¿No es eso a lo que habéis venido? Pero no sabéis moveros por aquí. Y el tiempo apremia.
—En eso tienes razón. No tengo ningún motivo para confiar en ti ni para creerte.
—Podría darte uno muy bueno, pero quien me envía me ha prohibido explícitamente que diga su nombre por... En realidad no sé por qué, pero yo sólo quería que se callara.
Ryota enarcó una ceja, poco impresionado. El joven resopló y se cruzó de brazos en un intento de recuperar la compostura. Con una mirada afilada puesta en el Maestro, empezó a dar golpecitos al suelo con el pie.
—Tenía que enviarme a mí, claro que tenía que enviarme a mí... —murmuró entre dientes—. A ver, si queréis seguir dando vueltas sin rumbo, adelante. Yo lo he intentado. Ahora haced lo que os dé la gana.
Y, sin mediar palabra, se marchó pisando fuerte.
Se hizo un silencio un tanto incómodo. Sin bajar la guardia, Ryota se giró hacia Bella, que seguía al chiquillo con la mirada.
—Si es quien yo creo... Sí, sabe moverse por el Reino de la Oscuridad.
—Manteneos alerta.
Fecha límite: martes 6 de marzo