Eterna Oscura [center]Prólogo
El mal del bien[/center]
2001, 13 de Octubre. New York.
Bill Hunt, 39 años. Periodista profesional de New York Times, con una larga carrera y llena de hazañas. Alto, rubio, con canas que comenzaban a aparecer tras las orejas y de ojos verdes. Tenía una mano herida y llena de cicatrices, de uno de sus antiguos trabajos para lograr una exclusiva. A pesar de que a veces le dolía horrores, sabía bien que había merecido la pena; en su trabajo, cualquier exclusiva merecía la pena, incluso si la pagabas con tu vida. Se llevó una mano a la barbilla, perfectamente afeitada, con un gran bigote bajo su enorme nariz.
Aquel día se había vestido con ropas no muy llamativas. Llevaba una cazadora verde oscura y pantalones de lana. No, no debía llamar la atención de ningún modo; estaba a punto de lograr el premio de su carrera, la exclusiva definitiva: la identidad de la superheroína Eterna Oscura.
Hacía tres años, una mujer apareció en aquella ciudad de crimen e injusticia intentando poner orden. La criminalidad descendió considerablemente, y los “supervillanos” surgieron como árboles en un bosque. Aquella “justiciera” parecía haber salido de un cómic de Marvel, venciendo enemigos como si nada y repartiendo el bien… Con el poder de la oscuridad.
Bill rió para sí mismo. La oscuridad haciendo el bien, qué irónico. No era capaz de comprender algo así. Es más, no era capaz de comprender cómo es que aquella mujer ayudaba a la gente, cuando con aquel poder podría hacer lo que quisiera: robar bancos, dominar las mafias… Incluso, si se lo propusiera, podría dominar New York. No, mejor dicho, podría dominar el mundo entero, y nadie podría pararla.
Si él tuviese ese poder…
Pero no lo tenía. Y por eso se encontraba en aquel Café, tomando una magdalena con un café con leche cremosa. Ante él, unas mesas más lejos, se encontraba una mujer hablando por teléfono.
Soiartze Aran, 22 años. Universitaria, estudiando Derecho. Un año más y habría terminado sus estudios, comenzando su vida como fiscal. Huérfana, de padres desconocidos, vivió con una pareja de ancianos en Munich, Alemania, hasta que murieron cuando ella tenía 15 años. Al no tener familia alguna, la chica fue a un orfanato. Pero no duró mucho allí, porque alguien, desconocido para el periodista, la adoptó y la llevó a New York. Cuando ella cumplió los 18, su padre adoptivo desapareció, dejándole una fortuna digna de un rey. A esto se le sumó el testamento de los ancianos, que apareció también de golpe, que parecían también ser millonarios, dejándola a ella con una fortuna mayor de la que conseguiría él en toda su vida.
La chica era de pelo negro, alta y de ojos negros. Tenía las uñas pintadas de negro, y su ropa también era negra. “Sólo le falta la piel oscura para ser completamente negra”, se dijo Bill. La chica tenía una cara preciosa, que junto con su atractivo pelo largo y su buen cuerpo, era una de las mujeres más solicitadas en su Universidad. Pero ella nunca se había interesado en los chicos, prefería concentrarse en su futura carrera.
Bill estaba seguro. Ella tenía que ser Eterna Oscura. Siempre que un atraco estaba cerca de ella, no tardaba en aparecer. Y si le pillaba lejos a ella, tardaba un rato en llegar. Aparte de que desaparecía sin dejar rastro, claro. Llevaba tras ella desde hacía dos meses gracias a un contacto. Aparentemente, uno de sus enemigos, Sagitario Maléfico, había descubierto su identidad y había intentado revelarla al mundo, pero el Gobierno le silenció como pudo. La noticia se filtró a su amigo y allí estaba él, a punto de demostrarlo. Sólo le faltaba descubrir una cosa: ¿cómo se cambiaba?
Era increíble la de veces que aquella chica le había dado esquinazo; una milésima de segundo en la que no la veía, y pumba, adiós Soiartze, hola Eterna. Con una foto cambiándose podría demostrar que se trataba de ella, pero… No era tan fácil. Pero aquel día, al fin, lo lograría.
Soiartze levantó la cabeza hacia el televisor del Café. Aparentemente, había un atraco no muy lejos de allí, y los atracadores tenían varios rehenes. Se tomó su leche sola rápido y salió de allí. Bill la siguió lo más rápido posible. Sí, en aquella ocasión la iba a pillar. Una vez en la calle, ella tomó una velocidad algo más rápida y se hizo camino entre la gente; quizá, después de todo, sabía que la seguían.
“Maldita zorrilla”, pensó Bill. “No me vas a dar esquinazo tan fácilmente.”
Soiartze se metió en un callejón. Bill comenzó a correr, golpeando a la gente sin ningún problema; le pareció tirar a una ancianita al suelo, pero le daba igual. En aquella ocasión la iba a pillar, la iba a cazar…
Llegó al callejón y comenzó a mirar a todos los lados. Derecha, izquierda… Pero ya no estaba.
“¡Mierda!”.
Le pareció oír un ruido y levantó la vista. Alguien acababa de escalar el edificio, y de las pocas cosas que pudo apreciar, fue un cabello largo y negro… Era ella, sin duda.
Gruñó y se apoyó en una pared. Otra vez, otra vez le había dado esquinazo. Había estado tan cerca…
Pero no podía rendirse. Aún podía conseguir algo. ¿Dónde decían en la televisión que era el atraco…? No muy lejos de allí, a unas manzanas. Podría llegar, colarse y sacar un artículo del atraco más detallado que la competencia. Ya tendría tiempo para demostrar la identidad oculta de Soiartze Aran.
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Vuelvo a la escritura con este primer relato, protagonizado por una mujer. La historia en principio trata de superhéroes, pero antes o después la cosa cambiará.
Se aceptan críticas de todo tipo. Señalad los errores, leñe.