por Arte » Dom May 24, 2009 4:37 pm
Bueno, pues traigo ya el último capítulo más el epílogo.
No sé si será a gusto de todos xD, aún así espero que os guste y que no os decepcione.
Y bueno, nada, creo que es la primera vez que termino un fic aquí xD, así que me hace hasta un poquillo de ilusión xD
Y sólo eso xD
Nos vemos! ^^
Capítulo 9
Perdí el equilibrio durante un segundo y pude apreciar cómo mi cuerpo se tambaleaba. Estaba mareado.
Intenté ordenar mis ideas, con la consciencia ya un tanto lejos de mí. Me dediqué a pensar en dónde se encontraría la herida, buscando un punto de dolor en mi pecho. Nada.
Un instante después, mis dudas se esclarecieron y la coherencia chocó contra mi mente con una fuerza inmensa.
La sentí. Ida y sin vitalidad, la sentí sobre mis brazos, agarrada a mis hombros y con el rostro hundido en mi pecho. La sentí y habría ansiado no sentirla.
Caí sobre la acera junto a ella, ambos de rodillas, aunque su cuerpo no tardó en deslizarse hasta acabar tumbada sobre mis piernas malheridas.
Alcé la vista, aún trastocado e inconsciente de lo ocurrido. Al frente estaba el gánster, Charles, petrificado y con las pupilas empequeñecidas, aún con la pistola alzada. Dio dos pasos hacia atrás, con un pavor en su mirada como jamás antes había visto en ningún otro ser humano.
Entonces me di cuenta de que, en parte, la quería a su manera. Y cobró cierto sentido el pensar que hay amores que realmente matan.
Por un lado desee levantarme, tomar el arma que hacía apenas un minuto él había utilizado y acribillarlo hasta que mi odio menguara. Pero no, el deseo de estar con ella prevalecía por encima de todas las cosas.
No dijo nada, simplemente dio media vuelta y se marchó junto al otro hombre de dos metros, demasiado impactado, al parecer. Yo no sabía qué hacer, no sabía cómo reaccionar.
-Arte… -sujeté su cabeza con uno de mis brazos y, con el otro, acerqué un poco más su cuerpo al mío.
-Allen –en parte, me alivió escuchar su voz.
-¿Por qué? Maldita sea, ¿por qué lo has hecho?
-Cuando vi que te estaba apuntando, que iba a matarte… Creo que ni aquel hombretón se lo esperaba porque no me sujetó casi –comentó, casi de manera cómica.
Comencé a llorar.
-Tranquila. Escúchame, iremos a un hospital, todo saldrá bien –hice por incorporarme, pero ella me tiró del abrigo con una de sus manos.
-No. Quiero quedarme aquí, contigo.
-Bueno, yo… joder. ¡Socorro!, ¡Que alguien avise a un médico! –grité, eufórico de pronto, impotente ante lo que me estaba pasando. Ella sonrió.
-Desengáñate de una vez –la miré con un cúmulo de sentimientos en los ojos y vacío en el alma -. Sólo quiero que te quedes conmigo.
-Arte, mi vida… -le acaricié las mejillas, sin color a penas.
-Tengo frío. Abrázame fuerte, ¿vale? –y así lo hice.
-Tranquila, no tengas miedo de nada. Yo estoy aquí –susurraba mientras la acunaba con dulzura -. Te quiero, lo sabes, ¿verdad? –asintió levemente, pero aún con la sonrisa dibujada en los labios, oteando el firmamento con una evidente tristeza.
-¿Por qué será? –preguntó de pronto, con ese hilillo de voz aún tan suave, tan lleno de paz -. Que el cielo está allí, tan lejos, mientras el infierno yace bajo nosotros, bajo nuestros pies.
-Es mucho más fácil tumbarse que echar a volar –y me observó como si hubiera dicho una verdad absoluta, irrefutable, arqueando sus cejas en una mueca de abatimiento -. Pero no tienes que preocuparte –se me ocurrió decir tras unos segundos -: yo seré tus alas –sonrió, con esa sonrisa tan suya y tan especial.
-Allen, no sé qué habría hecho sin ti durante todo este tiempo –empezó a hablar de una manera que no me gustaba, de una forma desagradable; como si pretendiera despedirse -. Te he querido desde que te conocí, aunque no me permitiera saberlo realmente. Siempre pensaba en mi trabajo, tomaba decisiones movida por el miedo. Pero me he dado cuenta que gracias a ti, a lo que he aprendido de ti… cada decisión que he tomado ha sido diferente y mi vida ha cambiado por completo. He aprendido que si lo haces así vives al máximo, no importa si te quedan cinco minutos o cincuenta años –se detuvo por un momento, mirándome con todo el cariño del mundo, con una ternura infinita -. Allen, de no ser por ti, por todo este tiempo, jamás sabría lo que es el amor. Gracias por ser la persona que me ha enseñado a querer y ser querida.
-Arte, por favor, no lo hagas. No hables así porque no puedo soportarlo –y me acerqué hasta ella, y posé mi boca sobre la suya, hablando con sus labios pegados y sintiendo su leve respiración sobre mi rostro.
-Idiota, lo único que yo quiero es que seas feliz; tanto como me has hecho serlo a mí.
-No, cállate… vuelves a hacerlo –las lágrimas desalojaban mis ojos cada vez más rápido -. Ambos, los dos, seremos felices, ¿me oyes? No sé por qué, pero siempre te imaginé viviendo en una casa a orillas de la playa –la sentí reír -. ¿Te imaginas? Levantarnos cada día juntos, sin despegarme de ti ni un solo instante; y al llegar la noche te arrastraré hasta la cama y haremos el amor de ciento y una posturas, pero incluso así encontraré aún más para dormir abrazado a ti. Y con el tiempo nos casaremos, y tú estarás preciosa –pude apreciar cómo lloraba y me sentí muy incapaz de poder remediarlo -. Y tendremos tres hijos, dos serán niñas, claro. Seguro que debes ser de esas madres obsesionadas por los vestidos, y los peinados. Y los tres serán las cosas más bonitas que hayamos visto en nuestras vidas. Y así sucederán los días, a cada cual más feliz al anterior hasta que llegue un momento en el que no podamos desear haber sido más dichosos, sentados sobre nuestra magnífica terraza, viendo una puesta de sol, o el amanecer, o una lluvia de estrellas, y echar un ojo a nuestro pasado con la sensación de que lo hemos hecho lo mejor posible, y tú serás una ancianita adorable… Y ambos, juntos, moriremos de la mano mientras te susurro al oído cuánto te quiero. Porque ese es el único futuro que soy capaz de imaginarme, y esa es la única muerte que puedo desear, ¿me oyes? –nadie contestó -. Arte… ¿me oyes? –un dolor inmenso me aplastó y arrinconó contra una verdad dañina e inhumana. Todo atisbo de esperanza, de alegría o felicidad se reportó y el sentido de las cosas emigró hacia ninguna parte.
Lloré, lloré desconsolado hasta que las lágrimas me abrasaron como el fuego y, aún sabiendo que no conseguiría nada, comencé a moverla, ansiando obtener de ella un rastro de vida.
-¡Arte! No me hagas esto –la moví aún con más fuerza, pero no dio resultado -. No, no te vayas. No te vayas de mi lado –hundí mi rostro en su pecho mientras la tomaba con fuerza. De pronto desapareció el dolor físico, el cansancio del cuerpo, dando lugar a uno mayor.
Si sientes una herida en el cuerpo, la ves. Si la ves, puedes curarla, o intentarlo al menos. Existe la posibilidad de que el daño desaparezca, la posibilidad de sanarlo porque sabes de dónde radica el problema. ¿Pero qué haces contra un dolor interno? ¿Contra algo que te desgarra y te desquebraja las entrañas o contra las punzadas del corazón? ¿Qué puede hacerse contra un dolor invisible?
Os lo diré: nada. Y esa era la mayor de mis angustias.
Abandoné mi causa y, con cuidado, la tumbé al completo sobre el suelo. Yo me coloqué junto a ella.
La miré durante largo rato, imaginando que estaba dormida y que despertaría en cualquier momento, aún sabiendo que no sería así.
Empecé a sentir todo el abatimiento que se había disipado instantes antes, el cansancio y el sueño. Debí haber perdido mucha sangre.
-Ahora que lo pienso –hablé, esperando que aún ella pudiera escucharme; casi seguro de que aún se encontraba allí, conmigo -. Nunca te he dicho algo que siempre quise decirte, aquello que sentí con más fuerza desde que te conozco. Nunca he llegado a pronunciarlo, no de esa manera, y ahora creo que me arrepiento. Pero deseo que aún puedas oírme, y que lo sepas, porque será lo más cierto que diré en toda mi vida.
De fondo se iba apreciando un jaleo molesto. Algunas personas debían estar acercándose hasta allí, pero aún estaban lejos.
La abracé, ambos en horizontal sobre la acera, y acerqué mi boca hasta su oído para susurrarlo:
-Te amo.
Epílogo
Podría intentar explicarlo; expresarlo de alguna manera con palabras, pero la percepción nunca llegaría a ser igual al sentimiento mismo, al que se vive y el que sólo se conoce por aquel que lo guarda entre sí.
¿Cómo se expresa la muerte en vida? Sinceramente, no lo sé.
Desde aquel fatídico suceso aprendí a valorar lo importante y a olvidarme de ese tipo de cosas que a veces parecen primordiales, pero que realmente no lo son.
Aquella noche quedé inconsciente, pero llegaron a tiempo para salvarme. Aún querría que aquellos minutos que se invirtieron en mí hubieran sido para ella. Pero el destino no entiende de suplicas, ni de favores. El destino es cruelmente sordo y no acepta ruegos.
Con el paso de las semanas, de los meses, me recuperé. Cristian y yo lo hicimos, aunque yo abría deseado quedarme atascado en medio del camino y no poder continuar, que mi salud me lo impidiera. Pero es curioso, porque la muerte no llega hasta quien la exige pero se presenta ante quien la evita.
Mi vida, a partir de entonces, ha quedado tan vacía y tan llena de significado en otros aspectos que la mezcla se me antoja extraña.
Día tras día he ido apreciando cada vez con más cuidados todo lo que extraje de ella, todo lo que me enseñó sin que pudiera captarlo en primera instancia.
Aprendí que el amar, el querer, son algo más que simples quimeras, algo más que aquello que lees en un libro o escuchas, o ves por las calles personificado en parejas. Es el dolor más extremo y la felicidad más maravillosa unidos en un abrazo eterno, como dos lenguas de fuego que se aproximan, y se besan, y forman una llama única; como dos olas que vienen juntas para expirar a orillas de la misma playa.
Es la sensación que más paz y desamparo te causa, es un soñado bien y un mal presente, una soledad entre la gente. Un descanso muy cansado.
Arte fue, sin lugar a dudas, la mayor de mis inspiraciones; la musa que todos ansían y que, sin embargo, sólo había llegado hasta mí. Y pienso que ya no la tengo, siento que la he perdido y cada segundo se hace inmenso, lleno de una nada que me arranca la piel a tiras, y poco a poco. Constantemente mi mirada la busca, mi corazón la busca, pero ella no está conmigo. Y el dolor es a cada paso más inhumano e insufrible.
Pero, ¿qué decir? Pienso que he aprendido a sobrellevarlo; a saber compensar, a darme cuenta de que el castigo por haber disfrutado de su presencia era la posibilidad de perderla. Y lo mejor de todo eso es que, aún así, sigue mereciendo la pena.
Porque gracias a ella sé que un beso, a veces, puede ser más que un beso; que una mirada puede ser más que una mirada, dependiendo de quién provenga. Que un te quiero puede darte la vida al escucharlo o arrancártela si no aparece.
Gracias a ella lo absurdo cobró cierta razón de ser y, por ello, no me arrepiento de nada. Gracias a ella pude conocer las maravillas del mundo, de la vida, por un instante.
Y desde el silencio del olvido, aún puedo intuirla, sentirla a mi lado.
Desde el misterio del silencio, aún su voz llega hasta mí.