por Danketsu » Dom Jul 26, 2009 5:41 pm
Capítulo 1: Sombras en el callejón
El viejo Paul sacaba, como cada día, la basura alrededor de medianoche. Ya era rutina en verano. El calor asfixiante invitaba a quedarse en casa todo el día, viendo películas western en la televisión, con el aire acondicionado puesto, y con el periódico de la mañana en el regazo del sillón. Sí, esos eran los veranos de un jubilado de 70 años a los que la vida le había empezado a dar la espalda. La cantidad de pastillas que tomaba cada jornada al amanecer solo era equiparable al dolor de huesos que sufría si no lo hacía. Sí, definitivamente, estaba de vuelta.
Paul alcanzó la esquina de la calle Doherty, donde se encontraban en el callejón los contenedores más cercanos. Sí, el callejón siempre le recordaba el de aquellas películas donde huía el protagonista, antes de acabar asesinado por individuos vestidos de negro del que solo se veían sus ojos, y que luego desaparecían como por arte de magia. Definitivamente, era un lugar siniestro. Y aunque toda su vida habia trabajado como transportista, viajando de noche, de día, lloviendo, nevando,....no, la oscuridad siempre le había infringido respeto. Y mucho. De hecho, no pudo evitar un temblor.
Vamos Paul, eres mayor ya. Déjate de cuentos extraños, y tira la basura. Las sardinas que tomaste ayer ya están empezando a dar ese olorcillo tan desagradable...
La Calle Doherty hacía esquina con la Calle Thompson. Y ambas callen pertenecían a la manzana más al suroeste del Distrito de Carrington, la zona humilde de la ciudad. En todo caso, con la pensión que recibía, a poco más podía aspirar el viejo Paul. Y de todas formas, siempre le había gustado vivir allí, desde que se instaló haría unos 14 años. En todo caso, había cambiado poco. Y no, no eran momentos para cambios. Siempre, no obstante, había sentido que Carrington era....especial. Sí, era la mejor forma de explicarlo. Especial. Y no porque sucediesen grandes fenómenos paranormales, ni cosas parecidas. Pero pasaban cosas. Siempre se acordaba del ejemplo de la panadera de la Calle Louis.
Nunca había sabido su nombre, porque no se había dado esa ocasión. Paul era un hombre de pocas palabras, más desde que su mujer muriese haría unos siete u ocho años de una complicación renática. Era taciturno y poco dado a conversaciones, aunque si alguien le preguntaba, no tenía inconveniente en responder amablemente. Sin embargo, con la panadera todo fue diferente. El primer día que entró para comprar el pan, lo recordaría siempre. Y es que juró que, al lado de la misma, una figura de negro la observaba. Una figura borrosa. Sin embargo, al parpadear, todo había desaparecido. Por ello, pensó que serían imaginaciones. Sí, lo típico. Pero es que, desde ese día, cuando entraba, la veía siempre allí, al lado suya. Hubo épocas en que estuvo a punto de preguntarle, otras en las que simplemente aceptó esa figura como otra persona, y finalmente....sí, hasta a esas cosas te acostumbras. Y luego, nunca se atevió a preguntarle a nadie más; no quería que todos pensasen en la manzana que se encontraba loco. Y por otro lado...por otro lado, no era de su incumbencia. Nadie parecía reparar en esa figura, o directamente, no la veían. El caso es que, finalmente, se había acostumbrado a ella. Además, la panadera también era mujer de pocas palabras; llegabas, pedías lo que fuese, y sin una palabra, te decía el precio y un "Gracias" seco y formal. En definitiva, muy raro. Pero allí todos parecían acostumbrados.
Hasta que un día, hacía unos cinco años, fue como cada mañana y se encontró la panadería cerrada. Y eso, era raro. Se asomó un momento, y cuál fue su sorpresa cuando todo parecía abandonado de hacía años y años. Definitivamente, la cabeza le fallaba a Paul, o eso se imaginaba. En todo caso, para preocupaciones estaba con su edad. Lo único que pensaba era que tendría que ir hasta la calle Sunday a comprar el pan, y eso eran diez minutos más de camino.
En eso pensaba Paul, cuando comenzó a avanzar hacia los contenedores. Esto si que era de chiste, no se habían cambiado en 14 años. Siempre eran los mismos. Y siempre se recogía a la misma hora. Y siempre eran los mismos tipos. Como si no envejeciesen. Demasiadas preguntas...pero...
¿Pero que más podía decir Paul? Bienvenidos a Carrington.
Sonriendo cansado, se acercó al contenedor y lo abrió. O la tapa estaba cada día más dura, o sus fuerzas eran las que flaqueaban. Seguramente lo segundo. Agarró con fuerza la bolsa y la arrojó en un esfuerzo que, cada día, precisaba de más fuerza. Una vez dentro, se asomó para comprobar que todo iba bien. Y cuál sería su sorpresa cuando...
Espero que os haya gustado =)