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Notapor ita » Lun Abr 05, 2010 3:00 am

-- Re-Subido a causa del hackeo que ha sufrido el Foro. No hay ninguna modificación. Lamento el formato del texto. --

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1. Mente-

El fresco viento otoñal hizo bailar su cabello oscuro.
Todo a su alrededor estaba teñido con tonalidades melancólicas y el aire traía consigo el dulce aroma de los castaños y avellanos que habitaban ese sórdido lugar. A lo lejos se podían ver las imponentes figuras verdes y oscuras de los cipreses que, como guardianes eternos, custodiaban la portalada del recinto en el que se hallaba y que, a la vez, desconocía completamente.
El lugar estaba repleto de la luz crepuscular. El sol se encontraba en el punto álgido de su muerte, pero la luna seguía oculta en el claro y brillante cielo. El silencio le hablaba en susurros y le transportaba la lejana melodía de hojarasca volando a su alrededor. Buscó con la mirada alguna cosa que le indicase dónde se encontraba, pero no fue capaz de ver nada. Trató de recordar qué hacía allí o cómo había llegado, pero en su mente sólo quedaban vagos fragmentos de su pasado, pequeños jirones de vida, pedacitos de cristales rotos. Volteó sobre sí misma y, entonces, lo vio.
A unos pocos metros de ella había un hombre armado con una pala y vestido con un mono de trabajo. Removía la tierra y cubría con ella alguna cosa. En sus adentros sintió que algo estaba mal, pero igualmente se acercó a él.
Avanzó despacio, temerosa de cualquier ruido que pudiese producir u oír. Sintió su propio cuerpo muy ligero y que cada paso que daba era como estar flotando.
Aquel hombre estaba cubriendo un hoyo grande. Al terminar esa tarea arrastró una gran losa blanca hasta colocarla en el justo lugar. Una vez allí se secó el sudor de la frente con la manga del mono azul, suspiró pesadamente y, lentamente, se marchó del recinto. Y no fue hasta ese momento, cuando los pasos del hombre ya no se oían en aquel silencio tan grave y denso, que no se atrevió a mirar el trabajo que allí se había realizado.
No tardó demasiado en darse cuanta de que se trataba de una tumba. En la losa había escrito un pequeño epitafio, sencillo y modesto. Su nombre.
Volvió a mirar a su alrededor y la única respuesta que encontró fueron las frías miradas de mármol de los ángeles que presidían algunos mausoleos. En ese momento, pero, no sintió miedo. No sentía nada, sólo el viento bailando entre sus cabellos largos y negros, el sonido de las hojas de castaño que correteaban a su alrededor, la tenue luz crepuscular, el olor húmedo del otoño y el sabor de su propia muerte.
No se arrepentía de haber dejado atrás la vida. Los pocos recuerdos que tenía ahora de su pasado le decían que su existencia había sido tétrica y deprimente, no había nada por lo que luchar o vivir. Simplemente se trataba de una vida carente de sentido, completamente vacía. No era capaz de rememorar la causa de su muerte pero, de todos modos, había varias posibilidades que encajaban con la vida que había llevado. Un suicidio, en una pelea, en un tiroteo. Eran las opciones más válidas. Pero seguía sin recordar.
Pero, ¿Por qué seguía ahí? Su cuerpo debería descansar a varios metros bajo tierra; ella misma había sido testigo de cómo enterraban su féretro y de cómo nadie lloraba su pérdida. Había visto cómo la tierra caía lentamente sobre su sepultura y cómo la losa había sido puesta sobre su cuerpo inerte. Tras la muerte no hay nada pero ¿Por qué ella estaba aún allí? No le quedaba nada por hacer en la Tierra, no había dejado atrás ningún ser querido.
No, ella no tenía ninguna atadura en este mundo, debería haber ido a otro lugar, o a ningún sitio. No sabía qué era la muerte, pero estaba convencida que aquello no lo era, sin duda.
Y, de repente, sintió una fuerza que la estiraba y la arrastraba a miles de kilómetros de allí. Como un huracán enfurecido, la ira de esa fuerza extraña la descolocó y la llevó a otro lugar, un destino determinado que ella desconocía por completo.

2. Cuerpo-

Unos ojos se abrieron de golpe. Lo único que vieron fue una luz, blanca, estéril, clínica que les molestaba y les impedía ver más allá. Poco a poco, pero, las pupilas se acostumbraron a la imperiosa luminosidad del lugar y empezaron a distinguir algunas figuras, borrosas y oscuras. Los detalles, en un principio imperfectos y difuminados, se volvieron más nítidos. Todo lo que la mirada podía abarcar se convirtió, lentamente, en realidad.
Olía a cloroformo y a lejía. Oía gotitas caer. Saboreaba un extraño gusto en el paladar, pegajoso y dulzón. Los sentidos del cuerpo estaban despiertos. Recibían los estímulos exteriores y los transmitían al resto del sistema.
Las personas que estaban alrededor parecían alteradas. Nerviosas y excitadas. Se oían sus pasos, que iban y venían, sus susurros incomprensibles. Sus respiraciones agitadas y las pulsaciones de sus corazones anormalmente rápidas. Algo estaba sucediendo. Algo había ido mal.

Pocas horas atrás, la piel de aquel mismo cuerpo estaba fría como el acero. Tenía los músculos relajados, los párpados cerrados y yacía sobre una camilla de blancas sábanas, envuelto en un batín de papel verde. El lugar estaba en completo silencio, ninguna persona, salvo el cuerpo, ocupaba la habitación. Solamente el ruido de un goteo constante y el pitido producido por unas máquinas conectadas en el pecho y brazos rompían la monotonía. Aunque la conciencia estaba apagada, los sentidos estaban en vigilia, esperando el momento de volver a despertar.
El ritmo cardíaco se aceleró alarmantemente. La musculatura se tensó repentinamente. Todo el cuerpo se convulsionó, produciendo espasmos cada vez más prolongados. Mucha gente entró de golpe, invadiendo la sala. Rápidamente inyectaron un sedante en el brazo y, despacio, todo recuperó la calma anterior. Pero algo ya no seguía igual. Alguna cosa había cambiado. Un pequeño y sutil acto, imprevisible e ínfimo, había sucedido. Y ya nada sería como siempre.

Ella despertó. Sus ojos ya estaban abiertos, esperando tal vez su regreso. Sus oídos captaban los más imperceptibles cambios que se producían a su alrededor: un goteo, un zumbido permanente y molesto, la melodía suave y envolvente del silencio. Sentía el suave y sedoso tacto de la ropa que cubría su cuerpo. Olía incluso las moléculas de su piel, fina y tersa. Notaba el sabor del aire, una mezcla dulzona de medicamentos y agentes esterilizantes. Sus sentidos estaban híper desarrollados en ese preciso instante. Nada escapaba a su percepción. Resultaba muy molesto.
Cerró los ojos. Trató de ubicarse pero no fue capaz. Intentó recordar, pero un dolor punzante invadió toda su cabeza. Se llevo las manos a la frente. Estaba ardiendo. Se revolvió en esa superficie en la que estaba tendida, pero el cuerpo no respondió. Lo intentó de nuevo. Nada. Sus manos se aferraron a sus rodillas sin que ella lo hubiese ordenado y sus ojos se abrieron de par en par haciendo que la luz volviese a penetrar en sus pupilas, dañándolas. Volvió a moverse sin quererlo ni pretenderlo. Su mano se deslizó lentamente desde las rodillas hacia el cuello y allí se detuvo, esperando.
Repentinamente sintió una fuerte opresión y que el oxígeno no le llegaba a los pulmones. Trató de boquear, pero sus labios, firmemente pegados, no se movieron. Notó, bajo la palma de su mano, los huesos y tendones de su garganta cada vez más apretados. Sus ojos se cerraron y exhaló un último suspiro.
Despacio, la presión ejercida por su mano fue aminorando, hasta que cayó inerte a un lado de su cuerpo. Había perdido el conocimiento nuevamente.

Estuvo inconciente una semana más. De vez en cuando volvía a ver sombras borrosas y oír palabras, pero no entendía su significado. Todo su cuerpo pesaba y, aunque trataba de no hundirse de nuevo en aquel estado de desconocimiento e incerteza, su mente, más densa y turbia de lo normal, la arrastraba hasta las profundidades del océano. Y allí se quedaba hasta que una extraña fuerza la hacía reflotar nuevamente por la delgada superficie de la conciencia.

3. Vida-

Dio un paso. Las piernas estaban débiles y temblaban al caminar.
Dio otro paso. Todo su cuerpo se tambaleó y cayó al negro suelo de mármol. Apoyó las manos en el piso para impulsarse. Volvió a ponerse de pie e intentar andar de nuevo. No lo logró.
Su conciencia había vuelto, estaba despierta, volvía a sentir, a pensar. Pero algo era diferente. Notaba que estaba en posesión de algo ajeno, injustamente arrebatado, pero desconocía de qué se trataba. Solamente era una extraña sensación que le presionaba las sienes y le producía una agonía asfixiante.
La mujer entró en la habitación donde ella volvía a estar estirada, reposando después de su recuperación, lenta y dificultosa. Le besó la frente con ternura y se sentó en un sillón de cuero blanco. Su voz, harmónica y dulce, amable y cariñosa, la arropaba y la llenaba de emoción. Pero, aún así, le era totalmente desconocida. Había tratado de responder a su conversación, preguntarle quién era, pero sus palabras morían entre sus labios sellados, como débiles expiraciones.
¿Dónde estaba? Ya lo había descubierto. ¿Qué hacía allí? No lo sabía. ¿Cómo había llegado allí? Lo desconocía. Lo último que recordaba era su nombre inscrito en una losa blanca, el olor del otoño y el viento acariciándole la piel.
¿Había sido real o soñado? Todos sus recuerdos eran difuminados, fragmentarios e inconexos. Como niebla ante sus ojos, no podía ver.
Aquella mujer le estaba hablando. Sus palabras, pero, carecían de sentido y sólo eran hermosos sonidos para ella.
Pocos días después se la llevaron de allí.
Desde el deportivo rojo veía las calles pasar como veloces flashes. Las casas adosadas dejaron paso a pequeñas mansiones de estilo colonial. Y éstas a elegantes torres con coloridos jardines. El coche, pero, pasó de largo todo aquello, alejándose cada vez más de la ciudad y sus edificios. Atravesaron una larga calle en pendiente, compitiendo en velocidad con el tranvía. No se fijó en nada. Sus ojos no alcanzaban a ver más allá de la piel grisácea de los asientos delanteros, sus oídos estaban atrapados por la rápida melodía que el aire producía al friccionar los cristales. Olía a hierba cortada y agua. Sus labios degustaban ese frío otoñal que le era más cálido y agradable.
No tardaron mucho más en aparcar el coche en lugar sombrío y solitario. Una torre de aspecto melancólico rodeada por un césped descuidado se iba esbozando a mesura que ambas se acercaban por el camino que recorría el jardín. Por las paredes de ladrillos se agarraban hojas de hiedra, que competían entre ellas por ser la más alta. Las luces jugaban a proyectar sombras entre la arboleda que rodeaba el perímetro de la propiedad. El sol, en la cúspide del cielo, resplandecía hermosamente, tiñendo el lugar de preciosos matices cromáticos.
La elegante puerta de moldura blanca se abrió para dejar al descubierto el interior de la finca. Un recibidor ancho y acogedor en cuyo centro reposaba una elegante escalera de estilo victoriano, de mármol rojo y cristal. Subieron despacio los peldaños. Cada escalón subido le imprimía la sensación de vértigo y mareo. No entendía por qué, pero sentía que no debía estar allí. Una extraña opresión empezó a arroparle el corazón. No se detuvieron hasta alcanzar una puerta en especial.
Avanzó a trompicones por aquel desconocido lugar. Se sentó y trató de recuperar las fuerzas. Se sentía débil y frágil. Miró a su alrededor. Nada de lo que allí había parecía irreal. Una fantasía, un sueño, un macabro cuento de hadas. Era una habitación de princesa despechada, negra, rosa y plateada. Los objetos estaban distribuidos a lo largo de aquel inmenso espacio. Cortinas de seda, suelo de madera, lámparas de araña de cristal, doseles y velas. Todo aquello era una pesadilla, estaba convencida.
Se acercó lenta y confusamente a un espejo que colgaba despreocupado de una pared.
Sus rodillas cedieron al peso de su cuerpo y cayó al suelo. Sus manos se aferraron fuertemente a sus piernas, apretándolas y clavando las uñas en la piel. Sus ojos, húmedos y borrosos, se deshicieron en suicidas lágrimas. La cabeza le dolía, como si cuchillas heladas la atravesasen, sentía como le latían las sienes, como punzantes y escarchadas agujas la atravesaban por dentro, en lo más profundo de su ser. Se sentía vacía, angustiada, aterrorizada. Empezó a temblar descontroladamente mientras el pánico se apoderaba de ella. Y todo a su alrededor empezó a moverse. No veía nada, todo a su alrededor estaba borroso, desencajado. Se sentía pesada
Sus ojos, antaño profundos y misteriosos, de un negro hechizante, eran ahora un mero reflejo vulgar y azul. Su largo cabello oscuro se había teñido de amarillo chillón, ondulado y encrespado. Su cuerpo, pequeño y regordete se había estilizado hasta proporciones desmedidas y descontroladas. Su pecho había aumentado en contorno y firmeza, sus caderas ceñían ahora la ropa mientras que sus piernas, largas y delgadas, parecían no tener fin.
Su corazón latía arrítmicamente, rompiendo el silencio reinante en la habitación. Los sollozos de aquellos labios que no eran suyos expresaban la desesperación de su mente. Las manos, fuertemente aferradas ahora en las sienes, le dañaban.
Ella no era ella. El cuerpo reflejado en la fría superficie de cristal no era el mismo que la mente concebía.

Durante los días sucesivos trató de adaptarse a su nuevo físico. Indagó quien era la joven de quien había tomado el cuerpo. Intentó parecerse a ella, pero no lo logró. La gente de su nuevo alrededor era completamente diferente. Eran puro glamour, hipocresía y vanidad. No le gustaba. No lo soportaba.
Se alejó bruscamente de todas esas chillonas chicas que decían ser sus amigas. Rehusó la compañía de chicos que sólo la buscaban por su cuerpo. Dedicó todos sus esfuerzos en centrarse y estudiar. No quería nada más. Era lo único que compartía con esa otra persona que ahora ella era. Y lo único real que tenía.

4. Nacimiento-

Ahora todo estaba tranquilo.
Oía el mar bañado por diminutos copos blancos que se desvanecían tan rápido como frágiles cristales. Como papel surcando las olas, flotaban algunos, resistiéndose a desaparecer. Olía el aire cargado de salitre y humedad y notaba, bajo sus pies descalzos, el frío y húmedo tacto de la arena. Y, a lo lejos, veía las luces de la casa, como un faro guardián, vigilándola y esperando su regreso.
Ella estaba en calma. Todo lo estaba. Cerró suavemente los ojos y dejó que el viento le acariciase y le esparciese el cabello. Suspiró. El viento jugó a hacer volar su cabello y acariciar su cuerpo desnudo, blanco y maduro. Estaba preparada.
Caminó lentamente, pero con decisión, hacía la orilla donde morían las olas dejando tras de sí su último aliento blanco. El agua estaba cálida. Una agradable sensación se apoderó de ella. Algo amable y cariñoso, un sentimiento vago y lejano, pero conocido a la vez. Allí y en ese momento estaba siendo feliz por vez primera. Se sintió más ligera. Y, poco a poco, se adentró en el océano sin pensar en nada.
El oleaje impactaba contra el peñasco de su cuerpo. Algunos peces nadaban a su alrededor, acompañándola en su camino. Cada vez se hacía más profundo, cada vez más oscuro. Y, finalmente, se hundió.
Cerró los ojos nuevamente y recordó con fuerza la última imagen que había vivido. Oía el estallido de las olas sobre ella en la superficie. La mar le abrigaba el cuerpo y lo protegía. Se sentía arropada, meciéndose en las ondas aguas de aquel mar en calma. El sabor propio del océano de adhería a sus labios, sellándolos para siempre. Olía el embriagador perfume de la muerte.
Mientras su cuerpo caía en aquel profundo abismo, su mente volaba. No había recuerdos, no había dolor. Se sentía en paz.
Instantes más tarde ardía por dentro. Los pulmones, vacíos de oxígeno, trataban de respirar bajo el agua. Su cuerpo sufría espasmos mientras trataba de reflotar. Notaba como se le contraían los músculos. Dolía. El líquido se había filtrado por las vías respiratorias, provocándole una punzante asfixia. Su mente se desvanecía. Sus sentidos se apagaban. Cayó sumida en un profundo sueño mientras el cuerpo era acunado por las olas.
Oyó un molesto ruido. ¿Por qué estaba despierta? Bajo su cuerpo húmedo notaba la blandura de una cama. Su cuerpo estaba cubierto por una gruesa manta gris. Todo estaba oscuro. No veía nada. No olía nada. Lo único que sentía era un extraño y molesto ruido. Nada más. Cerró los ojos y cayó de nuevo en un letargo.
La luz empezó a filtrarse por las rendijas de la habitación. Cuando despertó todo cuando la rodeaba se estaba tiñendo en miles de tonalidades, bañado por la pálida luz del sol naciente, blanquecina y vibrante. Se levantó con cuidado y salió de aquel lugar. No había nadie. Caminó por un largo pasillo de madera que desembocaba en la puerta principal. ¿Dónde estaba? ¿Qué hacía allí? No recordaba nada. La melodía de las olas inundaba sus oídos, como un lejano y vago recuerdo, pero ¿Había sido un sueño? Todo era borroso en su memoria, fragmentario, piezas desencajadas.
Colgando de una pared del desierto pasillo encontró un espejo desgastado y polvoriento. Se acercó y, con las manos, limpió la superficie reflejante. Retrocedió unos pasos y contempló la imagen que el espejo le devolvía. El rostro que le mostró seguía siendo de una desconocida. Los ojos la miraban, perplejos y desconcentrados. Desdibujados. Sus labios estaban contraídos, insatisfechos. Observó con detenimiento aquel cuerpo. Algo en él era diferente. Algo estaba cambiando. Sus caderas, delgadas y estrechas se habían ensanchado. Sus pechos, ya grandes, habían aumentado su tamaño. Su vientre, firme y llano, se estaba abultando.
Y ya no necesitó ver más.
Acarició suavemente su abdomen y sintió algo maravilloso. Una sensación indescriptible se apoderó de ella. Todo a su alrededor cambiaba, se tornaba cálido y agradable. Algo que no era suyo, que no le pertenecía, algo ajeno a ella pero que, ahora que lo había descubierto, la estaba modificando. Algo increíble. Algo por lo que valía la pena vivir.
No era nada suyo pero sentía que ahora le pertenecía. Algo insignificante pero, a la vez, tan importante estaba floreciendo en su interior, en el cuerpo de esa chica que ahora era suyo. Y no dudó.
En un instante aquello se había convertido en su vida. Le resultaba tan valioso y maravilloso a la vez que estaba dispuesta a protegerlo. Porque, aunque no fuese suya, aquella pequeña vida que crecía en el interior del cuerpo la necesitaba, las necesitaba a las dos. Cuerpo y mente.
Y cuando naciese ella volvería a estar viva.

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Espero que les haya gustado, de lo contrario, lamento las molestias. Cualquier crítica u comentario es bien recibido. Agradecer especialmente a todas aquellas personas que leyeron y comentaron el relato en su momento, muchas gracias y lamento mucho haber perdido sus comentarios. Perdón por las molestias.
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Re: [Life]

Notapor soravalor » Dom May 30, 2010 10:09 pm

Ita no me canso de leer tus historias (a pesar de que sean tan largas; espero que no me de cáncer de ojos XD)
sigue así tu nunca me decepcionas
"Las personas dan a conocer su verdadero ser cuando creen que nadie los ve"
"Porque una derrota, no es una derrota,cuando haz hecho todo lo posible por alcanzar la victoria"

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-----------------------El destino se labra con las manos------------------------
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“…¿Preferiría un médico que le coja la mano mientras se muere o uno que le
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