En fin, cap 12 después de dos meses:
Capítulo 12 -¿Comenzamos de nuevo?
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—¡Buen día, Costa Laguna! A todos aquellos que tienen programada la alarma a las 6:00 am: ¡¡“beep beep beep”!! ¿Alguien más tiene la impresión de que hoy será un ex-ce-len-te día? El pronóstico nos dice que hoy lloverá, ¡pero eso no es razón para negarle un amistoooooso saludo al sol!
Sin levantarse de su cama, sin apartar su cabeza de la suave almohada, y sin deshacerse de las cobijas siquiera, Felix Flynn alargó su brazo intentando alcanzar aquel botón que apagaría el molesto radio despertador que le había apartado de su mundo de sueños.
Probó varias veces, pero, o había presionado repetidas veces el botón equivocado, o algo impedía que el mecanismo se activara. Irritado, tomó su lámpara de noche y la estrelló una y otra vez, como si fuese un martillo, contra el aparato hasta que se detuvo, seguramente roto ya.
A medio camino entre el sueño y la vigilia, se levantó de la cama y se dirigió hasta el baño, donde se mojó el rostro con agua fría para despertarse. Una vez podía mantener los ojos abiertos durante un tiempo decente, volvió a la litera donde había dormido, con la intención de despertar a Mike, su compañero de habitación.
—Mike. —llamó Felix, sacudiendo levemente al chico por el hombro. El joven, de sueño pesado en extremo, no mostró respuesta alguna. Felix siguió insistiendo, ahora con un poco más de fuerza. Mike continuó sin reaccionar, a pesar de los frecuentes intentos de su compañero.
Preparado para lo que venía, Felix movió a Mike lo más fuerte que pudo. La marca en la mano del último comenzó a brillar, dando aviso sobre lo que se avecinaba: como acto reflejo, Mike lanzó fuego por los puños y la boca, e incluso por la nariz y orejas.
Completamente consciente de lo que Mike solía hacer al despertar, Felix ya se había preparado con un largo disco de viento que apartó y apagó las llamas cercanas.
Mike bostezó a la par que se desperezaba, ignorante a lo que acababa de hacer. Mientras tanto, Felix se ocupaba de utilizar su Psique para apagar algunas llamas que habían brotado en la blanca sábana de su compañero.
—...días... —murmuró Mike, con los ojos entrecerrados. Felix se encargó de darle una buena colleja antes de volver a meterse al baño.
—¡Ve planchando la ropa, Mike! —gritó, con la puerta ya cerrada. Sintiendo los párpados un poco pesados una vez más, se apresuró a quitarse la pijama y meterse a la ducha con el agua fría.
Miércoles 6 de octubre de 2010, en la sección A de dormitorios de la Academia de la Laguna del Atlántico, Felix Flynn se preparaba para su primer día de escuela de desde aquel desafortunado día en el que Nebiros le había atacado y le había dejado completamente incapacitado. Por suerte, la herida que le había hecho aquel misterioso encapuchado no había sido muy grave, por lo que Felix no tardó en sanar. Y seguro no tardaría en hacerlo por completo.
Felix se dejó caer en la cama, sin muchas ganas de vestirse. Mike había terminado de planchar la ropa y se había metido a la ducha una vez su amigo ya había acabado. Giró su cabeza para mirar el despertador, cuando recordó que lo había aplastado hasta la muerte con su lámpara. Debido a esto, el chico se levantó, de mala gana, para recoger su teléfono móvil del escritorio.
—6:27 —leyó en voz alta, mientras se volvía a tirar sobre la cama. Le sobraba tiempo todavía. Tal vez podría cerrar los ojos unos minutos. Sí, serían sólo unos minutos...
Un gato de color negro se le subió al pecho.
—Chase... No ahora... —se quejó el chico, intentando quitarse al gato de encima. Éste último bajó por su propia cuenta y comenzó a frotarse contra uno de los brazos del muchacho mientras ronrroneaba.
Molesto por no ser capaz de dormir tan sólo unos minutos, Felix se levantó, dispuesto a vestirse ahora que no tenía remedio. Se puso el pantalón de color azul oscuro, casi negro; la reglamentaria camisa blanca, perfectamente limpia; el saco del mismo color del pantalón, que exhibía el escudo de la academia en el corazón; y la corbata, que tampoco cambiaba de color. Tras ponerse unos calcetines y los zapatos, y tomar su mochila, Felix decidió dejar la habitación.
Caminó por el pasillo, iluminado apenas por la luz matinal, mientras dejaba salir un bostezo. Bajó hasta la recepción, acompañado sólo por el repetitivo eco de sus pasos. Chase se había quedado en la habitación, seguramente muy cómodo sobre la cama del chico, por lo que el joven tenía la falsa impresión de que era el único en el dormitorio. Y por alguna extraña razón, le agradó la tranquilidad y el silencio que envolvían a la sección A.
El sillón individual pareció quejarse cuando el chico se hundió en él. El agradable silencio que tanto le había gustado a Felix fue interrumpido por el zumbido del aire acondicionado. Octubre y aún no llegaba el frío... por lo menos para él, claro. Para sus compañeros, por otro lado, que habían vivido toda su vida en ese clima, la frescura del océano en invierno les parecía un clima digno del Ártico mismo.
—Oh, hola, Felix. —saludó una voz que el chico reconoció como la de Vince. Al igual que él, iba vestido con el uniforme de la academia, sólo que llevaba puesta la misma gorra gris que el día anterior. Ahora que lo pensaba, Vince siempre llevaba puesto algo sobre la cabeza, ya fuese una bandana, una gorra, o algún sombrero casual. Jamás se alcanzaba a ver alguna parte de su cabello color negro que no fueran los mechones que se le escapaban de entre lo que llevara puesto.
—Hey, Vince... —respondió Felix, alzando la mano apenas unos milímetros a manera de saludo. Su compañero se sentó en el sofá de tres plazas y se dejó absorber por los suaves cojines.
—Mmm... —gimió, como quejándose—. Sofá cómodo, lo lamento, pero tengo que irme... no lo hagas tan difícil...
Felix soltó algunas risas, para luego imitar a Vince y recargarse en el mullido sillón.
—No te atrevas, Felix Flynn. —dijo alguien desde las escaleras, después de unos minutos—. Primero me apresuras, y luego te duermes en la recepción. ¡Eso es de lo más hipócrita!
—Oh, cállate, Mike. —cortó Felix, en broma.
—Cállate tú, perra. —respondió, fingiendo enfado. Acto seguido, bajó de un salto los escalones que restaban y se dirigió hacia Felix. Una vez estuvo a su lado, intentó levantarlo de un tirón.
—Aaaah... No quieeeroooo... —se quejó F, exhibiendo lo aprendido en el club de drama al actuar perfectamente un berrinche.
—¿Y a éste que le pasa? —preguntó Ethan, quien iba bajando por las escaleras, seguido por su hermana Samantha y por James.
—Nada, tío, nada. —respondió Felix, levantándose del sillón con una sonrisa.
—Vale, no importa. —cortó el rubio, mientras caminaba en dirección a la puerta.
—Oh, ¿ya te vas? —inquirió Mike, extrañado—. Bicho.
Ethan se colocó una mano en la frente; Felix no supo si lo hizo por la vergüenza ajena a causa de Mike o porque éste último le sacaba de quicio.
—Le gusta llegar temprano, así no tiene que correr. —explicó Samantha, encogiéndose de hombros.
—Ni sudar. —agregó Ethan.
Algo en Mike pareció activarse, pues la cara del chico se iluminó de pronto. Entusiasmado, dijo:
—¡F, vámonos con ellos!
—¿Eh? —balbuceó Felix, incrédulo ante lo que Mike quería hacer.
—Me ha convecido. De ahora en adelante mi vida será guiada por la filosofía de “No sudar” de Ethan.
Todos se quedaron en silencio.
—¿Qué? —se quejó el chico—. Por más guapo que sea, las chicas no se me acercarán si huelo a cebolla.
—Que vivan las explicaciones de Mike. —rió Felix, alzando el puño como quien gana algo importante.
—¡Que vivan! —cantaron todos, para luego echarse a reír.
Por enésima vez desde que se había unido al PP, Felix comenzó a pensar en el futuro. Si se mudaba, se alejaría de ellos... y probablemente para siempre, pues no podían permitir que se llevara su secreto con él.
—Ah... Mejor esperamos a Michelle. —señaló Mike, sacando a Felix de sus pensamientos—. Sería algo maleducado dejarla irse sola.
—¿No os importa si os acompaño? —preguntó Vince, levantándose del sofá. Acto seguido, miró rápidamente su reloj de muñeca y dijo—: Pero considerad que soy capaz de abandonaros si Michelle no se apresura.
—Y deja a sus compañeros en el frente de batalla... —comentó Mike.
—Bueno... Nosotros nos iremos yendo. —intervino James—. Hasta luego.
—Nos vemos.
—Con cuidado.
—No vayáis a morir, ¿eh?
Finalmente, la puerta se cerró tras el trío, dejando así a Felix, Vince y Mike solos en la recepción. Éste último cruzó la puerta de la cocina y comenzó a buscar entre puertas y cajones.
—¿Qué buscas? —preguntó Vince.
—El desayuno... —respondió el otro desde la cocina—. Pan tostado bastará, creo. No creo que tengamos tiempo suficiente para cocinar algo, ¿no?
—Tenemos veinte minutos, no sé cómo lo veas, Felix. Tú eres el que cocina.
—Ay, mariquita. —cantó Mike, arrastrando las letras.
—Cuando vivas solo y tengas que subsistir a base de pizza, comida china y sopas instantáneas, ya veremos si me dices lo mismo. —se defendió Felix, yendo a la cocina.
—Sí, como seeaaa...
—Bueno... Creo que iré a llamar a Michelle. —apuntó Vince, para luego subir por las escaleras.
—Huevos con tocino, huevos con tocino, huevos con tociiino... —cantaba Mike, a la par que golpeaba la mesa con sus cubiertos. Estaba sentado en la barra-desayunador de la cocina, con un plato listo para recibir la comida. De manera infantil, llevaba puesta una servilleta en el cuello.
Vince ya había bajado, acompañado por Michelle. Los dos también estaban sentados en la barra, esperando ansiosos su desayuno.
—Ok, tenemos 10 minutos para comer. ¡Así que a atascarse! —exclamó Felix, sirviéndole su porción a cada uno.
—¿Revueltos...? ¿No hay huevo estrellado? ¿¡Y mi sunny side up!? —reclamó Mike, desilusionado.
—Perdón, pero es que después no me alcanzaba el tiempo. —aclaró Felix, sentándose para comer su plato.
Desayunaron animadamente, conversando de diversos temas. Ya fuese sobre el colegio, sobre el PP o sobre otras cosas, la plática siempre se desenvolvía bien. Además, Felix había mostrado que era en realidad un buen cocinero, y que sus clases optativas habían dado frutos.
—Venga, son sólo huevos con tocino. —le restó importancia al asunto cuando Vince había halagado su platillo.
—Para nada... Tienen un no sé qué que me provoca un... qué sé yo. —continuó el joven.
—Muy cierto, Vince. —concordó Mike—. Los sabores se mezclan perfectamente... Felix no pudo elegir una mejor calidad de carne. Y la consistencia del huevo... ¡Ñam!
—Usé sólo lo que pude encontrar... —apuntó el chico—. No es nada del otro mundo, de verdad.
—¡Ah! —exclamó Michelle de pronto, dejando su tenedor de golpe en la mesa —. ¡Se nos hace tarde!
Mike miró con preocupación su reloj de muñeca. Sus ojos se abrieron como platos, mientras se daba un golpe en la frente con la palma de su mano, como cuestionándose cómo había dejado pasar tal. Vince, por otro lado, se esforzaba por no escupir la comida a la par que dejaba salir una especie de gemidos.
—¡No me he cepillado los dientes! —exclamó Felix. Tras una reclamación por parte de sus compañeros, preguntándole por qué diablos no se los había cepillado antes, el chico subió lo más rápido que pudo hasta su habitación mientras sus tres amigos le esperaban en la puerta.
Entró al baño a toda velocidad. Tomó su cepillo con la mano derecha, mientras que con la izquierda se las arreglaba para abrir el tubo de dentífrico. Con las prisas, sin embargo, la cantidad que puso en el cepillo fue demasiada, y su boca quemó, como si estuviese manteniendo un gran trozo de hielo dentro de ella, mientras se limpiaba.
—Nos vemos, Chase. —se despidió el chico, a la par que le pasaba la mano por el lomo al gato negro, que lo había seguido hasta el baño. Acto seguido, bajó de nuevo a toda prisa hasta la recepción. Tomó su mochila, que descansaba junto al sillón, se metió sus llaves y billetera a los bolsillos, y salió por la puerta del dormitorio.
Apenas le vieron llegar, Michelle, Mike y Vince decidieron cruzar la calle que separaba a la sección A de la academia; o de una manera más precisa, del estacionamiento.
—No te olvides de activar la alarma. —le recordó Vince, sin siquiera girar la cabeza. Felix respondió con un despreocupado “Sí, sí”, mientras le ponía cerrojo con su llave a la puerta. Una vez hizo esto, dirigió su atención al delgado tablero númerico de color negro que descansaba encima de la enorme cerradura.
Apenas introdujo la combinación, Felix cruzó la calle y se apresuró a alcanzar a sus amigos, quienes ya iban caminando a medio estacionamiento.
—Joder... ¿Cuánto tiempo? —preguntó Felix, mientras sincronizaba su caminar con el de los compañeros. Vince miró su reloj de muñeco y, tras apresurar un poco el paso, respondió, con la voz casi en grito:
—¡5 minutos!
—¡Uuuuhmierda! —exclamó Mike—. No pensé que quedara tan poco.
—Aún tengo que ir al casillero... —señaló Michelle, con un tono de voz que expresaba una triste actitud de rendición.
—Será imposible llegar. —apuntó Felix, dándose también por vencido.
Mike refunfuñó. Después de hacer un gesto de desesperación, metió la mano en su mochila. Tras revolver un poco las cosas, su cara se iluminó.
—Tres... Cuatro... —murmuró, mientras continuaba moviendo la mano. Luego soltó una sonora carcajada de victoria—. ¡Eureka! —añadió, mientras sacaba cuatro brazaletes de color negro, aparentemente hechos de metal.
—¿Qué es...? —iba a preguntar Felix, pero se interrumpió al sentir cómo Mike le ponía el extraño aparato (porque eso era, un aparato) en la muñeca como si fuese una de las esposas que utilizaban los oficiales de policía. Con una velocidad inexplicable, hizo lo mismo con Michelle y Vince.
—Mike... Esto me suena de algún lado... —señaló este último.
—Claro... son la versión dos. —respondió Mike.
—¿Pero de qué estáis hablando? —inquirió Michelle, mirando a ambos muchachos con expectación.
—Ya verás... —sonrió Mike. Acto seguido, presionó un botón de color rojo en su brazalete.
Sin previo aviso, algo tiró violentamente del estómago de los chicos. Ciertamente, aquella horrible sensación no podía ser descrita, pero si se le pudiese comparar con algo, podría decirse que era parecido a tener un gancho tirando del ombligo desde adentro. Una mezcla de asco y terror envolvió al grupo.
Tan pronto como vino, la espantosa sensación se fue. Los muchachos respiraron aliviados al darse cuenta que seguían completos, después de haberse tocado por doquier para confirmarlo.
La atmósfera había cambiado. El aire se había enrarecido, viciado, y la gravedad había aumentado levemente, de manera casi imperceptible. La luz también había cambiado por completo, haciendo que el contraste entre los objetos fuese más notable.
—¿No es esta... la zona...? —preguntó Michelle, con las manos en el vientre, a la par que miraba de un lado a otro en un estado de alerta.
—Lo es... —asintió Felix, recordando cómo había experimentado la misma sensación en el estómago cuando él y Mike intentaban rescatar a Michelle de los efectos del Síndrome de la Laguna, justo cuando James les había arrastrado dentro de la zona de nuevo en busca de ayuda.
Con una mueca de enfado en el rostro, Vince se acercó amenazante a Mike, quien parecía, de alguna manera, orgulloso de ser el responsable de la súbita entrada a la zona. Sin dudar de sus acciones, tomó al chico por el cuello de la camisa y le alzó un poco hasta que estuvo a su altura.
—O-oye... T-tranquilo, Vince. —balbuceó Mike, intentando sostenerle la mirada al alto jugador de fútbol americano.
—Robaste tecnología en desarrollo. —soltó Vince, fulminándole con la mirada, casi como si quisiera hacerle dos hoyos en el rostro a Mike con sus pupilas.
—¿¡Tú qué!? —exclamaron Felix y Michelle al unísono, ésta última apenas dándose cuenta que había sido Mike quien les había obligado a entrar al limbro entre la dimensión de los humanos y la de los Corrompidos.
—¡Mentira! —se defendió el chico, mirando a los dos que le habían gritado—. ¡Si estaban en la bodega de armamento era por algo!
—¿Era por algo? —repitió Vince, para después sacudir a Mike violentamente. Éste no pudo hacer nada más sino cerrar los ojos con fuerza e intentar mantener a raya las ganas de vomitar; después de todo, la fuerza de Vince superaba por mucho a la de Mike—. ¡Esa zona del dormitorio está protegida con contraseña también “por algo”!
—¡Vince, relájate, tampoco es para que te comportes así! —intervino Michelle.
Vince respondió con gruñidos ininteligibles. Con una fuerza tremenda, alzó a Mike unos centímetros del suelo.
—¡Vince! —gritó Felix, aterrorizado ante la visión que se le ofrecía. Intentó acercarse para defender a su amigo, pero Michelle le jaló del brazo, obligándole a quedarse con ella. Silenciosamente, señaló uno de los pocos autos que se encontraban en el estacionamiento.
Felix miró justo a tiempo para ver una figura de color blanco desaparecer entre los coches de los profesores.
—De acuerdo, ya está bien. —soltó Felix, liberándose de los brazos de Michelle y acercándose a Vince para apartarlo de su amigo. Como si saliera de un trance, el joven soltó de inmediato a Mike y se frotó la cabeza, desorientado. Éste último, aterrado evidentemente, se alejó varios pasos
—Hay que salir de aquí lo más pronto posible. —señaló Michelle, en un tono de voz extrañamente maternal—. Si vais a usar la zona como... ¿túnel temporal, se dice...? —la chica dudó un segundo, pero luego continuó—: Si la vais a usar como túnel temporal para llegar a clase, hacedlo entonces. Pero que sea rápido. Hay algo distinto en este lugar.
El grupo entero asintió con la cabeza.
—Y no quiero volver a ver este tipo de discusiones. —añadió la chica, dirigiéndoles a todos una mirada autoritaria.
El grupo asintió de nuevo.
Tras un “Bien” por parte de Michelle, los cuatro chicos comenzaron a caminar de nuevo rumbo al edificio escolar, sin dejar la zona. Mike y Vince iban a los extremos, con la mirada baja y en silencio, mientras que Felix y Michelle iban caminando en el centro, impidiendo el contacto entre los otros dos y alternando sus vigilantes miradas entre ambos jóvenes.
Cruzaron la sección deportiva, la cafetería y el centro de computación, el túnel de árboles, la biblioteca, para terminar justo enfrente del edificio escolar... Todo en poco menos de diez minutos de incómodo silencio. Felix hubiese preferido a que los atacara una horda de Corrompidos, lo cual, desgraciadamente, no ocurrió.
En realidad... No los había atacado ni siquiera un sólo Corrompido. No había ninguno a la vista. Como bien solía decirse, “estaba tranquilo... demasiado tranquilo”.
—¿No os parece...? —iba a decir Felix, cuando quiso manifestar sus sospechas a sus compañeros. No obstante, Michelle le calló con la mirada, seguramente pensando que el chico quería entablar una conversación entre el grupo. Vince y Mike se quedaron en silencio. Cambiando de tema súbitamente, Felix añadió con nerviosismo—: ¿...que es tiempo de salir de la zona?
Michelle asintió con la cabeza, sin que la mueca de enfado desapareciera. Levantó un poco su brazo y señaló el brazalete de metal que Mike le había colocado en la muñeca. Vince y Mike movieron la cabeza, aunque Felix no supo si era un “Sí” o un “No”, todavía con la mirada baja.
De pronto, Felix sintió un tirón en el estómago. De inmediato supo que algo le arrastraba fuera de la zona, así que se esforzó para evitar la sensación al hacer fuerza en el estómago. Sin embargo, no había terminado de pensar esto siquiera cuando ya se encontraba en su propia dimensión al lado de sus tres amigos.
De pronto, descubrió para qué servían los brazaletes que Mike les había dado. ¡Por supuesto! ¿Cómo podía haber sido tan ingenuo?
Mike le había hablado, hacía tiempo ya, de un artilugio que usaba el PP en sus misiones. Dicho aparato detectaba cuando había un ligero cambio en el espacio-tiempo; es decir, cuando alguien entraba a la zona.
“Son la versión dos”, había dicho Mike. Era una versión más nueva de aquél aparato, que aún estaba bajo desarrollo. Seguramente tendría funciones nuevas o algo por el estilo. En dicho caso, ¿qué cambios tendría y qué faltaba por añadirse?
—Me iré yendo. —expresó Michelle, sacando de pronto a Felix de sus pensamientos. Acto seguido, se apresuró a entrar por las puertas del edificio sin despedirse de los demás. Vince y Mike la siguieron, aunque tomaron su distancia, sin mediar palabra alguna. Felix se quedó completamente solo.
El chico suspiró antes de acomodarse la mochila y dirigirse a su aula. No obstante, se interrumpió una décima de segundo para contemplar lo que podía ver del campus desde su posición, buscando con la mirada algo sospechoso o anormal.
Felix creyó ver la misma figura de color blanco que había aparecido durante su estadía en la zona ocultarse detrás de un basurero. Tal vez era su imaginación, pero prefirió investigar qué era lo que se había movido cuando había notado la mirada de Felix sobre él.
Con un poco de dificultad, se quitó el brazalete y lo metió en la mochila, aún sin separar la vista del basurero donde, presuntamente, se ocultaba el extraño ser. Rápidamente, entró a la zona de nuevo, para que la figura no pudiese escapar de él.
Tardó pocos segundos en llegar al lugar corriendo. Se preparó con un orbe de viento en la mano, y dio el paso decisivo.
¿Nada? ¿No había nada detrás del basurero? ¿Pero cómo diablos había desaparecido? ¡Si le había visto esconderse allí mismo, con sus propios ojos!
Se dio una palmadita en la cara, como para despertarse. Sí... Tal vez, después de todo, sí se lo había imaginado. Tras estirar sus miembros, decidió guardarse el poco tiempo que le quedaba para permanecer en la zona, aunque eso significara llegar un poco tarde a clases.
Salió de la zona y pasó con rapidez a través de las puertas del edificio, sólo para escuchar el sonido de la campana desvaneciéndose. Como no tenía necesidad de tomar ningún libro de su casillero, corrió directamente al laboratorio.
Se arrepintió de abrir la puerta de un manotazo. Alrededor de 25 pares de ojos se clavaron en él, incluidos los de la Sra. Jones, su profesora de Química. Detrás de ella, estaban de pie dos alumnos que Felix no reconoció, un chico y una chica.
—Llega tarde, Sr. Flynn. —dijo la maestra, expresando un enfado impresionante con la sonrisa más hipócrita que Felix había visto jamás. Por un momento, imaginó que sus dientes eran afilados cómo los de un tiburón, y su sonrisa tan amplia como su cara. Fue aterrador.
—Lo siento mucho, se me hizo tarde. —se disculpó Felix, intentando parecer lo más sincero y sumiso posible. Una actitud retadora no sería la táctica más adecuada. El chico sonrió nerviosamente y junto sus manos, cómo rogando que no le regañara o le quitara puntos de su calificación. La Sra. Jones levantó una ceja—. Iré a sentarme inmediatamente. —añadió el chico, antes de correr a sentarse junto a Vanessa, en la última mesa del aula.
—Así me gusta. —dijo la profesora, casi como burlándose de la actitud de Felix. Acto seguido, se aclaró la garganta y comenzó de nuevo—:Muchachos... Hoy quiero presentaros a dos estudiantes nuevos.
Felix alzó la cabeza con curiosidad. Al frente, a los dos lados de la profesora, se encontraban los alumnos mencionados: el chico y la chica que Felix no había reconocido. Ambos contaban ya con el uniforme de la academia, y sus mochilas aparentaban llevar todos los libros dentro; seguramente aún no tenían un casillero asignado.
Inconscientemente, la mirada de Felix se dirigió primero hacia la chica. Su cabello lacio, que llevaba suelto por completo, era de un color negro profundo, y resaltaba con sus brillantes ojos de color esmeralda. Llevaba puesto un adorable moño de color verde a un lado derecho de la cabeza y . Felix no pudo evitar pensar que tenía un buen cuerpo; o, como diría Mike, “que estaba buenísima”.
Alejando esos pensamientos, se ocupó de contemplar al muchacho. Era pequeño, de manera relativa a los demás estudiantes del grado, tanto que parecía de algún año menor. Tenía un cabello de color negro que llevaba peinado hacia atrás (aunque algunos delgados mechones se negaban a quedarse quietos y le se levantaban varios centímetros), y ojos del mismo color. A Felix le sorprendió y le extrañó que el nuevo estudiante llevara una voluminosa bufanda en el cuello, tanto porque no hacía el frío suficiente para llevarla, como porque era demasiado llamativa para llevarla como accesorio junto al uniforme.
—Esta señorita de aquí —continuó la profesora— es Miranda Jacobs. Seguro muchos la conoceréis por...
Miranda interrumpió al aclararse la garganta. La maestra se detuvo, como cediéndole la palabra, pero la chica hizo como que no había pasado nada y se quedó en silencio.
—Eh...Ah, sí, como os decía... Éste —la profesora señaló al muchacho— es Leo Anderson.
—¿Hey, qué tal todos? —saludó efusivo, con una sonrisa de oreja a oreja, mientras agitaba la mano con aparente alegría.
—Un dato curioso es que estos dos chicos —la Sra. Green les señaló— nacieron aquí, en Costa Laguna, pero vienen como estudiantes de intercambio desde otros países... Si no me equivoco...
—Alemania. —aclaró Leo, orgulloso.
—Francia... —dijo Miranda, sin siquiera mirar a sus compañeros. Al parecer, la tabla periódica que descansaba sobre la pared era mucho más atractiva o tal vez también tenía interés en saber de dónde venía la chica.
—Con esto ya tenemos siete estudiantes de intercambio... ¡Tres en esta misma aula! —agregó la profesora con entusiasmo.
Felix saludó con la mano a los dos nuevos alumnos, que le habían dirigido la mirada al ver cómo todos los demás estudiantes lo hacían también.
—Este chico de aquí ha sido el modelo para vuestro horario. —aclaró la Sra. Green—. En otras palabras, coincidiréis con él en todas las clases. ¿No es eso genial?
Los tres muchachos se quedaron en silencio. Felix por vergüenza y los otros dos por Dios sabría qué cosa.
—Felix... ¿Por qué no les das la bienvenida? —sugirió la maestra, aunque con su tono de voz y mirada quedaba más que claro que lo que había dicho era una orden.
—Ah, sí, perdón. —se excusó Felix. Acto seguido, se puso de pie, dejando a Vanessa sola en la mesa de laboratorio, y caminó hasta la parte delantera del aula—. Eh... Hola, chicos, yo soy Felix Flynn. Podéis llamarme “F” si queréis, aunque sé que al final me arrepentiré. —Felix dejó salir una risa nerviosa que sólo Leo respondió al sonreír—. Esto... Ah, yo soy estudiante de intercambio como vosotros, y también nací aquí. Y os puedo decir que la Academia de la Laguna del Atlántico no es tan grande como colegios de Francia, Alemania u otros países, pero es... bastante buena, supongo. —Felix ya no sabía qué decir.
—¿Hay clubes? —intervino Leo, casi como para salvarle.
—¡Ah, pero claro! Tenemos bastantes cosas: club de drama, club de ajedrez, club de canto, club de fotografía, club de pintura, club de lectura... Y no sólo culturales. Los deportivos también nos sobran: soccer, baloncesto, tennis, voleyball, atletismo, esgrima, artes marciales, rappel, yoga, y varios tipos de danza... Eh... ¿No me dejo nada, Sra. Green?
—¡Club de laboratorio, Sr. Flynn!
—¡Ah, sí, también tenemos club de laboratorio!
—¡Y el PP! —añadió un alumno desde la parte trasera.
—¿El PP ¿Qué es eso? —preguntó Leo.
Felix sintió las miradas de todos los estudiantes posadas en él, esperando por su respuesta. Por alguna razón, la de Miranda le parecía más fría que las demás, e incluso estudiadora.
—Un club... —respondió el chico, con un hilo de voz.
—¡Noooo! —gritó alguien sarcásticamente desde el fondo del aula. Varios alumnos estallaron en risas.
—... al cual no puedes entrar si no te llaman. —terminó Felix, un poco irritado.
Hubo un incómodo silencio en el aula, apenas roto por la tos de alguien y por el tictac del reloj.
—Creo que eso es todo... —expresó la profesora—. Se nos acaba el tiempo, así que... Felix, tú con Miranda en una de las dos mesas vacías; Leo, tú irás con Vanessa.
—Bienvenidos a la academia. —dijo Felix. Dicho esto, le tendió la mano a Leo, quien respondió efusivo a su gesto. Luego lo repitió con Miranda, que lo hizo con mala gana. Una vez hecho esto, los muchachos fueron a sentarse a sus respectivas mesas.
Felix se metió la mano en el bolsillo de inmediato: su mano estaba brillando. Había tocado a un poseedor.
Y no sabía a quién.
Sin levantarse de su cama, sin apartar su cabeza de la suave almohada, y sin deshacerse de las cobijas siquiera, Felix Flynn alargó su brazo intentando alcanzar aquel botón que apagaría el molesto radio despertador que le había apartado de su mundo de sueños.
Probó varias veces, pero, o había presionado repetidas veces el botón equivocado, o algo impedía que el mecanismo se activara. Irritado, tomó su lámpara de noche y la estrelló una y otra vez, como si fuese un martillo, contra el aparato hasta que se detuvo, seguramente roto ya.
A medio camino entre el sueño y la vigilia, se levantó de la cama y se dirigió hasta el baño, donde se mojó el rostro con agua fría para despertarse. Una vez podía mantener los ojos abiertos durante un tiempo decente, volvió a la litera donde había dormido, con la intención de despertar a Mike, su compañero de habitación.
—Mike. —llamó Felix, sacudiendo levemente al chico por el hombro. El joven, de sueño pesado en extremo, no mostró respuesta alguna. Felix siguió insistiendo, ahora con un poco más de fuerza. Mike continuó sin reaccionar, a pesar de los frecuentes intentos de su compañero.
Preparado para lo que venía, Felix movió a Mike lo más fuerte que pudo. La marca en la mano del último comenzó a brillar, dando aviso sobre lo que se avecinaba: como acto reflejo, Mike lanzó fuego por los puños y la boca, e incluso por la nariz y orejas.
Completamente consciente de lo que Mike solía hacer al despertar, Felix ya se había preparado con un largo disco de viento que apartó y apagó las llamas cercanas.
Mike bostezó a la par que se desperezaba, ignorante a lo que acababa de hacer. Mientras tanto, Felix se ocupaba de utilizar su Psique para apagar algunas llamas que habían brotado en la blanca sábana de su compañero.
—...días... —murmuró Mike, con los ojos entrecerrados. Felix se encargó de darle una buena colleja antes de volver a meterse al baño.
—¡Ve planchando la ropa, Mike! —gritó, con la puerta ya cerrada. Sintiendo los párpados un poco pesados una vez más, se apresuró a quitarse la pijama y meterse a la ducha con el agua fría.
Miércoles 6 de octubre de 2010, en la sección A de dormitorios de la Academia de la Laguna del Atlántico, Felix Flynn se preparaba para su primer día de escuela de desde aquel desafortunado día en el que Nebiros le había atacado y le había dejado completamente incapacitado. Por suerte, la herida que le había hecho aquel misterioso encapuchado no había sido muy grave, por lo que Felix no tardó en sanar. Y seguro no tardaría en hacerlo por completo.
Felix se dejó caer en la cama, sin muchas ganas de vestirse. Mike había terminado de planchar la ropa y se había metido a la ducha una vez su amigo ya había acabado. Giró su cabeza para mirar el despertador, cuando recordó que lo había aplastado hasta la muerte con su lámpara. Debido a esto, el chico se levantó, de mala gana, para recoger su teléfono móvil del escritorio.
—6:27 —leyó en voz alta, mientras se volvía a tirar sobre la cama. Le sobraba tiempo todavía. Tal vez podría cerrar los ojos unos minutos. Sí, serían sólo unos minutos...
Un gato de color negro se le subió al pecho.
—Chase... No ahora... —se quejó el chico, intentando quitarse al gato de encima. Éste último bajó por su propia cuenta y comenzó a frotarse contra uno de los brazos del muchacho mientras ronrroneaba.
Molesto por no ser capaz de dormir tan sólo unos minutos, Felix se levantó, dispuesto a vestirse ahora que no tenía remedio. Se puso el pantalón de color azul oscuro, casi negro; la reglamentaria camisa blanca, perfectamente limpia; el saco del mismo color del pantalón, que exhibía el escudo de la academia en el corazón; y la corbata, que tampoco cambiaba de color. Tras ponerse unos calcetines y los zapatos, y tomar su mochila, Felix decidió dejar la habitación.
Caminó por el pasillo, iluminado apenas por la luz matinal, mientras dejaba salir un bostezo. Bajó hasta la recepción, acompañado sólo por el repetitivo eco de sus pasos. Chase se había quedado en la habitación, seguramente muy cómodo sobre la cama del chico, por lo que el joven tenía la falsa impresión de que era el único en el dormitorio. Y por alguna extraña razón, le agradó la tranquilidad y el silencio que envolvían a la sección A.
El sillón individual pareció quejarse cuando el chico se hundió en él. El agradable silencio que tanto le había gustado a Felix fue interrumpido por el zumbido del aire acondicionado. Octubre y aún no llegaba el frío... por lo menos para él, claro. Para sus compañeros, por otro lado, que habían vivido toda su vida en ese clima, la frescura del océano en invierno les parecía un clima digno del Ártico mismo.
—Oh, hola, Felix. —saludó una voz que el chico reconoció como la de Vince. Al igual que él, iba vestido con el uniforme de la academia, sólo que llevaba puesta la misma gorra gris que el día anterior. Ahora que lo pensaba, Vince siempre llevaba puesto algo sobre la cabeza, ya fuese una bandana, una gorra, o algún sombrero casual. Jamás se alcanzaba a ver alguna parte de su cabello color negro que no fueran los mechones que se le escapaban de entre lo que llevara puesto.
—Hey, Vince... —respondió Felix, alzando la mano apenas unos milímetros a manera de saludo. Su compañero se sentó en el sofá de tres plazas y se dejó absorber por los suaves cojines.
—Mmm... —gimió, como quejándose—. Sofá cómodo, lo lamento, pero tengo que irme... no lo hagas tan difícil...
Felix soltó algunas risas, para luego imitar a Vince y recargarse en el mullido sillón.
—No te atrevas, Felix Flynn. —dijo alguien desde las escaleras, después de unos minutos—. Primero me apresuras, y luego te duermes en la recepción. ¡Eso es de lo más hipócrita!
—Oh, cállate, Mike. —cortó Felix, en broma.
—Cállate tú, perra. —respondió, fingiendo enfado. Acto seguido, bajó de un salto los escalones que restaban y se dirigió hacia Felix. Una vez estuvo a su lado, intentó levantarlo de un tirón.
—Aaaah... No quieeeroooo... —se quejó F, exhibiendo lo aprendido en el club de drama al actuar perfectamente un berrinche.
—¿Y a éste que le pasa? —preguntó Ethan, quien iba bajando por las escaleras, seguido por su hermana Samantha y por James.
—Nada, tío, nada. —respondió Felix, levantándose del sillón con una sonrisa.
—Vale, no importa. —cortó el rubio, mientras caminaba en dirección a la puerta.
—Oh, ¿ya te vas? —inquirió Mike, extrañado—. Bicho.
Ethan se colocó una mano en la frente; Felix no supo si lo hizo por la vergüenza ajena a causa de Mike o porque éste último le sacaba de quicio.
—Le gusta llegar temprano, así no tiene que correr. —explicó Samantha, encogiéndose de hombros.
—Ni sudar. —agregó Ethan.
Algo en Mike pareció activarse, pues la cara del chico se iluminó de pronto. Entusiasmado, dijo:
—¡F, vámonos con ellos!
—¿Eh? —balbuceó Felix, incrédulo ante lo que Mike quería hacer.
—Me ha convecido. De ahora en adelante mi vida será guiada por la filosofía de “No sudar” de Ethan.
Todos se quedaron en silencio.
—¿Qué? —se quejó el chico—. Por más guapo que sea, las chicas no se me acercarán si huelo a cebolla.
—Que vivan las explicaciones de Mike. —rió Felix, alzando el puño como quien gana algo importante.
—¡Que vivan! —cantaron todos, para luego echarse a reír.
Por enésima vez desde que se había unido al PP, Felix comenzó a pensar en el futuro. Si se mudaba, se alejaría de ellos... y probablemente para siempre, pues no podían permitir que se llevara su secreto con él.
—Ah... Mejor esperamos a Michelle. —señaló Mike, sacando a Felix de sus pensamientos—. Sería algo maleducado dejarla irse sola.
—¿No os importa si os acompaño? —preguntó Vince, levantándose del sofá. Acto seguido, miró rápidamente su reloj de muñeca y dijo—: Pero considerad que soy capaz de abandonaros si Michelle no se apresura.
—Y deja a sus compañeros en el frente de batalla... —comentó Mike.
—Bueno... Nosotros nos iremos yendo. —intervino James—. Hasta luego.
—Nos vemos.
—Con cuidado.
—No vayáis a morir, ¿eh?
Finalmente, la puerta se cerró tras el trío, dejando así a Felix, Vince y Mike solos en la recepción. Éste último cruzó la puerta de la cocina y comenzó a buscar entre puertas y cajones.
—¿Qué buscas? —preguntó Vince.
—El desayuno... —respondió el otro desde la cocina—. Pan tostado bastará, creo. No creo que tengamos tiempo suficiente para cocinar algo, ¿no?
—Tenemos veinte minutos, no sé cómo lo veas, Felix. Tú eres el que cocina.
—Ay, mariquita. —cantó Mike, arrastrando las letras.
—Cuando vivas solo y tengas que subsistir a base de pizza, comida china y sopas instantáneas, ya veremos si me dices lo mismo. —se defendió Felix, yendo a la cocina.
—Sí, como seeaaa...
—Bueno... Creo que iré a llamar a Michelle. —apuntó Vince, para luego subir por las escaleras.
—Huevos con tocino, huevos con tocino, huevos con tociiino... —cantaba Mike, a la par que golpeaba la mesa con sus cubiertos. Estaba sentado en la barra-desayunador de la cocina, con un plato listo para recibir la comida. De manera infantil, llevaba puesta una servilleta en el cuello.
Vince ya había bajado, acompañado por Michelle. Los dos también estaban sentados en la barra, esperando ansiosos su desayuno.
—Ok, tenemos 10 minutos para comer. ¡Así que a atascarse! —exclamó Felix, sirviéndole su porción a cada uno.
—¿Revueltos...? ¿No hay huevo estrellado? ¿¡Y mi sunny side up!? —reclamó Mike, desilusionado.
—Perdón, pero es que después no me alcanzaba el tiempo. —aclaró Felix, sentándose para comer su plato.
Desayunaron animadamente, conversando de diversos temas. Ya fuese sobre el colegio, sobre el PP o sobre otras cosas, la plática siempre se desenvolvía bien. Además, Felix había mostrado que era en realidad un buen cocinero, y que sus clases optativas habían dado frutos.
—Venga, son sólo huevos con tocino. —le restó importancia al asunto cuando Vince había halagado su platillo.
—Para nada... Tienen un no sé qué que me provoca un... qué sé yo. —continuó el joven.
—Muy cierto, Vince. —concordó Mike—. Los sabores se mezclan perfectamente... Felix no pudo elegir una mejor calidad de carne. Y la consistencia del huevo... ¡Ñam!
—Usé sólo lo que pude encontrar... —apuntó el chico—. No es nada del otro mundo, de verdad.
—¡Ah! —exclamó Michelle de pronto, dejando su tenedor de golpe en la mesa —. ¡Se nos hace tarde!
Mike miró con preocupación su reloj de muñeca. Sus ojos se abrieron como platos, mientras se daba un golpe en la frente con la palma de su mano, como cuestionándose cómo había dejado pasar tal. Vince, por otro lado, se esforzaba por no escupir la comida a la par que dejaba salir una especie de gemidos.
—¡No me he cepillado los dientes! —exclamó Felix. Tras una reclamación por parte de sus compañeros, preguntándole por qué diablos no se los había cepillado antes, el chico subió lo más rápido que pudo hasta su habitación mientras sus tres amigos le esperaban en la puerta.
Entró al baño a toda velocidad. Tomó su cepillo con la mano derecha, mientras que con la izquierda se las arreglaba para abrir el tubo de dentífrico. Con las prisas, sin embargo, la cantidad que puso en el cepillo fue demasiada, y su boca quemó, como si estuviese manteniendo un gran trozo de hielo dentro de ella, mientras se limpiaba.
—Nos vemos, Chase. —se despidió el chico, a la par que le pasaba la mano por el lomo al gato negro, que lo había seguido hasta el baño. Acto seguido, bajó de nuevo a toda prisa hasta la recepción. Tomó su mochila, que descansaba junto al sillón, se metió sus llaves y billetera a los bolsillos, y salió por la puerta del dormitorio.
Apenas le vieron llegar, Michelle, Mike y Vince decidieron cruzar la calle que separaba a la sección A de la academia; o de una manera más precisa, del estacionamiento.
—No te olvides de activar la alarma. —le recordó Vince, sin siquiera girar la cabeza. Felix respondió con un despreocupado “Sí, sí”, mientras le ponía cerrojo con su llave a la puerta. Una vez hizo esto, dirigió su atención al delgado tablero númerico de color negro que descansaba encima de la enorme cerradura.
Apenas introdujo la combinación, Felix cruzó la calle y se apresuró a alcanzar a sus amigos, quienes ya iban caminando a medio estacionamiento.
—Joder... ¿Cuánto tiempo? —preguntó Felix, mientras sincronizaba su caminar con el de los compañeros. Vince miró su reloj de muñeco y, tras apresurar un poco el paso, respondió, con la voz casi en grito:
—¡5 minutos!
—¡Uuuuhmierda! —exclamó Mike—. No pensé que quedara tan poco.
—Aún tengo que ir al casillero... —señaló Michelle, con un tono de voz que expresaba una triste actitud de rendición.
—Será imposible llegar. —apuntó Felix, dándose también por vencido.
Mike refunfuñó. Después de hacer un gesto de desesperación, metió la mano en su mochila. Tras revolver un poco las cosas, su cara se iluminó.
—Tres... Cuatro... —murmuró, mientras continuaba moviendo la mano. Luego soltó una sonora carcajada de victoria—. ¡Eureka! —añadió, mientras sacaba cuatro brazaletes de color negro, aparentemente hechos de metal.
—¿Qué es...? —iba a preguntar Felix, pero se interrumpió al sentir cómo Mike le ponía el extraño aparato (porque eso era, un aparato) en la muñeca como si fuese una de las esposas que utilizaban los oficiales de policía. Con una velocidad inexplicable, hizo lo mismo con Michelle y Vince.
—Mike... Esto me suena de algún lado... —señaló este último.
—Claro... son la versión dos. —respondió Mike.
—¿Pero de qué estáis hablando? —inquirió Michelle, mirando a ambos muchachos con expectación.
—Ya verás... —sonrió Mike. Acto seguido, presionó un botón de color rojo en su brazalete.
Sin previo aviso, algo tiró violentamente del estómago de los chicos. Ciertamente, aquella horrible sensación no podía ser descrita, pero si se le pudiese comparar con algo, podría decirse que era parecido a tener un gancho tirando del ombligo desde adentro. Una mezcla de asco y terror envolvió al grupo.
Tan pronto como vino, la espantosa sensación se fue. Los muchachos respiraron aliviados al darse cuenta que seguían completos, después de haberse tocado por doquier para confirmarlo.
La atmósfera había cambiado. El aire se había enrarecido, viciado, y la gravedad había aumentado levemente, de manera casi imperceptible. La luz también había cambiado por completo, haciendo que el contraste entre los objetos fuese más notable.
—¿No es esta... la zona...? —preguntó Michelle, con las manos en el vientre, a la par que miraba de un lado a otro en un estado de alerta.
—Lo es... —asintió Felix, recordando cómo había experimentado la misma sensación en el estómago cuando él y Mike intentaban rescatar a Michelle de los efectos del Síndrome de la Laguna, justo cuando James les había arrastrado dentro de la zona de nuevo en busca de ayuda.
Con una mueca de enfado en el rostro, Vince se acercó amenazante a Mike, quien parecía, de alguna manera, orgulloso de ser el responsable de la súbita entrada a la zona. Sin dudar de sus acciones, tomó al chico por el cuello de la camisa y le alzó un poco hasta que estuvo a su altura.
—O-oye... T-tranquilo, Vince. —balbuceó Mike, intentando sostenerle la mirada al alto jugador de fútbol americano.
—Robaste tecnología en desarrollo. —soltó Vince, fulminándole con la mirada, casi como si quisiera hacerle dos hoyos en el rostro a Mike con sus pupilas.
—¿¡Tú qué!? —exclamaron Felix y Michelle al unísono, ésta última apenas dándose cuenta que había sido Mike quien les había obligado a entrar al limbro entre la dimensión de los humanos y la de los Corrompidos.
—¡Mentira! —se defendió el chico, mirando a los dos que le habían gritado—. ¡Si estaban en la bodega de armamento era por algo!
—¿Era por algo? —repitió Vince, para después sacudir a Mike violentamente. Éste no pudo hacer nada más sino cerrar los ojos con fuerza e intentar mantener a raya las ganas de vomitar; después de todo, la fuerza de Vince superaba por mucho a la de Mike—. ¡Esa zona del dormitorio está protegida con contraseña también “por algo”!
—¡Vince, relájate, tampoco es para que te comportes así! —intervino Michelle.
Vince respondió con gruñidos ininteligibles. Con una fuerza tremenda, alzó a Mike unos centímetros del suelo.
—¡Vince! —gritó Felix, aterrorizado ante la visión que se le ofrecía. Intentó acercarse para defender a su amigo, pero Michelle le jaló del brazo, obligándole a quedarse con ella. Silenciosamente, señaló uno de los pocos autos que se encontraban en el estacionamiento.
Felix miró justo a tiempo para ver una figura de color blanco desaparecer entre los coches de los profesores.
—De acuerdo, ya está bien. —soltó Felix, liberándose de los brazos de Michelle y acercándose a Vince para apartarlo de su amigo. Como si saliera de un trance, el joven soltó de inmediato a Mike y se frotó la cabeza, desorientado. Éste último, aterrado evidentemente, se alejó varios pasos
—Hay que salir de aquí lo más pronto posible. —señaló Michelle, en un tono de voz extrañamente maternal—. Si vais a usar la zona como... ¿túnel temporal, se dice...? —la chica dudó un segundo, pero luego continuó—: Si la vais a usar como túnel temporal para llegar a clase, hacedlo entonces. Pero que sea rápido. Hay algo distinto en este lugar.
El grupo entero asintió con la cabeza.
—Y no quiero volver a ver este tipo de discusiones. —añadió la chica, dirigiéndoles a todos una mirada autoritaria.
El grupo asintió de nuevo.
Tras un “Bien” por parte de Michelle, los cuatro chicos comenzaron a caminar de nuevo rumbo al edificio escolar, sin dejar la zona. Mike y Vince iban a los extremos, con la mirada baja y en silencio, mientras que Felix y Michelle iban caminando en el centro, impidiendo el contacto entre los otros dos y alternando sus vigilantes miradas entre ambos jóvenes.
Cruzaron la sección deportiva, la cafetería y el centro de computación, el túnel de árboles, la biblioteca, para terminar justo enfrente del edificio escolar... Todo en poco menos de diez minutos de incómodo silencio. Felix hubiese preferido a que los atacara una horda de Corrompidos, lo cual, desgraciadamente, no ocurrió.
En realidad... No los había atacado ni siquiera un sólo Corrompido. No había ninguno a la vista. Como bien solía decirse, “estaba tranquilo... demasiado tranquilo”.
—¿No os parece...? —iba a decir Felix, cuando quiso manifestar sus sospechas a sus compañeros. No obstante, Michelle le calló con la mirada, seguramente pensando que el chico quería entablar una conversación entre el grupo. Vince y Mike se quedaron en silencio. Cambiando de tema súbitamente, Felix añadió con nerviosismo—: ¿...que es tiempo de salir de la zona?
Michelle asintió con la cabeza, sin que la mueca de enfado desapareciera. Levantó un poco su brazo y señaló el brazalete de metal que Mike le había colocado en la muñeca. Vince y Mike movieron la cabeza, aunque Felix no supo si era un “Sí” o un “No”, todavía con la mirada baja.
De pronto, Felix sintió un tirón en el estómago. De inmediato supo que algo le arrastraba fuera de la zona, así que se esforzó para evitar la sensación al hacer fuerza en el estómago. Sin embargo, no había terminado de pensar esto siquiera cuando ya se encontraba en su propia dimensión al lado de sus tres amigos.
De pronto, descubrió para qué servían los brazaletes que Mike les había dado. ¡Por supuesto! ¿Cómo podía haber sido tan ingenuo?
Mike le había hablado, hacía tiempo ya, de un artilugio que usaba el PP en sus misiones. Dicho aparato detectaba cuando había un ligero cambio en el espacio-tiempo; es decir, cuando alguien entraba a la zona.
“Son la versión dos”, había dicho Mike. Era una versión más nueva de aquél aparato, que aún estaba bajo desarrollo. Seguramente tendría funciones nuevas o algo por el estilo. En dicho caso, ¿qué cambios tendría y qué faltaba por añadirse?
—Me iré yendo. —expresó Michelle, sacando de pronto a Felix de sus pensamientos. Acto seguido, se apresuró a entrar por las puertas del edificio sin despedirse de los demás. Vince y Mike la siguieron, aunque tomaron su distancia, sin mediar palabra alguna. Felix se quedó completamente solo.
El chico suspiró antes de acomodarse la mochila y dirigirse a su aula. No obstante, se interrumpió una décima de segundo para contemplar lo que podía ver del campus desde su posición, buscando con la mirada algo sospechoso o anormal.
Felix creyó ver la misma figura de color blanco que había aparecido durante su estadía en la zona ocultarse detrás de un basurero. Tal vez era su imaginación, pero prefirió investigar qué era lo que se había movido cuando había notado la mirada de Felix sobre él.
Con un poco de dificultad, se quitó el brazalete y lo metió en la mochila, aún sin separar la vista del basurero donde, presuntamente, se ocultaba el extraño ser. Rápidamente, entró a la zona de nuevo, para que la figura no pudiese escapar de él.
Tardó pocos segundos en llegar al lugar corriendo. Se preparó con un orbe de viento en la mano, y dio el paso decisivo.
¿Nada? ¿No había nada detrás del basurero? ¿Pero cómo diablos había desaparecido? ¡Si le había visto esconderse allí mismo, con sus propios ojos!
Se dio una palmadita en la cara, como para despertarse. Sí... Tal vez, después de todo, sí se lo había imaginado. Tras estirar sus miembros, decidió guardarse el poco tiempo que le quedaba para permanecer en la zona, aunque eso significara llegar un poco tarde a clases.
Salió de la zona y pasó con rapidez a través de las puertas del edificio, sólo para escuchar el sonido de la campana desvaneciéndose. Como no tenía necesidad de tomar ningún libro de su casillero, corrió directamente al laboratorio.
Se arrepintió de abrir la puerta de un manotazo. Alrededor de 25 pares de ojos se clavaron en él, incluidos los de la Sra. Jones, su profesora de Química. Detrás de ella, estaban de pie dos alumnos que Felix no reconoció, un chico y una chica.
—Llega tarde, Sr. Flynn. —dijo la maestra, expresando un enfado impresionante con la sonrisa más hipócrita que Felix había visto jamás. Por un momento, imaginó que sus dientes eran afilados cómo los de un tiburón, y su sonrisa tan amplia como su cara. Fue aterrador.
—Lo siento mucho, se me hizo tarde. —se disculpó Felix, intentando parecer lo más sincero y sumiso posible. Una actitud retadora no sería la táctica más adecuada. El chico sonrió nerviosamente y junto sus manos, cómo rogando que no le regañara o le quitara puntos de su calificación. La Sra. Jones levantó una ceja—. Iré a sentarme inmediatamente. —añadió el chico, antes de correr a sentarse junto a Vanessa, en la última mesa del aula.
—Así me gusta. —dijo la profesora, casi como burlándose de la actitud de Felix. Acto seguido, se aclaró la garganta y comenzó de nuevo—:Muchachos... Hoy quiero presentaros a dos estudiantes nuevos.
Felix alzó la cabeza con curiosidad. Al frente, a los dos lados de la profesora, se encontraban los alumnos mencionados: el chico y la chica que Felix no había reconocido. Ambos contaban ya con el uniforme de la academia, y sus mochilas aparentaban llevar todos los libros dentro; seguramente aún no tenían un casillero asignado.
Inconscientemente, la mirada de Felix se dirigió primero hacia la chica. Su cabello lacio, que llevaba suelto por completo, era de un color negro profundo, y resaltaba con sus brillantes ojos de color esmeralda. Llevaba puesto un adorable moño de color verde a un lado derecho de la cabeza y . Felix no pudo evitar pensar que tenía un buen cuerpo; o, como diría Mike, “que estaba buenísima”.
Alejando esos pensamientos, se ocupó de contemplar al muchacho. Era pequeño, de manera relativa a los demás estudiantes del grado, tanto que parecía de algún año menor. Tenía un cabello de color negro que llevaba peinado hacia atrás (aunque algunos delgados mechones se negaban a quedarse quietos y le se levantaban varios centímetros), y ojos del mismo color. A Felix le sorprendió y le extrañó que el nuevo estudiante llevara una voluminosa bufanda en el cuello, tanto porque no hacía el frío suficiente para llevarla, como porque era demasiado llamativa para llevarla como accesorio junto al uniforme.
—Esta señorita de aquí —continuó la profesora— es Miranda Jacobs. Seguro muchos la conoceréis por...
Miranda interrumpió al aclararse la garganta. La maestra se detuvo, como cediéndole la palabra, pero la chica hizo como que no había pasado nada y se quedó en silencio.
—Eh...Ah, sí, como os decía... Éste —la profesora señaló al muchacho— es Leo Anderson.
—¿Hey, qué tal todos? —saludó efusivo, con una sonrisa de oreja a oreja, mientras agitaba la mano con aparente alegría.
—Un dato curioso es que estos dos chicos —la Sra. Green les señaló— nacieron aquí, en Costa Laguna, pero vienen como estudiantes de intercambio desde otros países... Si no me equivoco...
—Alemania. —aclaró Leo, orgulloso.
—Francia... —dijo Miranda, sin siquiera mirar a sus compañeros. Al parecer, la tabla periódica que descansaba sobre la pared era mucho más atractiva o tal vez también tenía interés en saber de dónde venía la chica.
—Con esto ya tenemos siete estudiantes de intercambio... ¡Tres en esta misma aula! —agregó la profesora con entusiasmo.
Felix saludó con la mano a los dos nuevos alumnos, que le habían dirigido la mirada al ver cómo todos los demás estudiantes lo hacían también.
—Este chico de aquí ha sido el modelo para vuestro horario. —aclaró la Sra. Green—. En otras palabras, coincidiréis con él en todas las clases. ¿No es eso genial?
Los tres muchachos se quedaron en silencio. Felix por vergüenza y los otros dos por Dios sabría qué cosa.
—Felix... ¿Por qué no les das la bienvenida? —sugirió la maestra, aunque con su tono de voz y mirada quedaba más que claro que lo que había dicho era una orden.
—Ah, sí, perdón. —se excusó Felix. Acto seguido, se puso de pie, dejando a Vanessa sola en la mesa de laboratorio, y caminó hasta la parte delantera del aula—. Eh... Hola, chicos, yo soy Felix Flynn. Podéis llamarme “F” si queréis, aunque sé que al final me arrepentiré. —Felix dejó salir una risa nerviosa que sólo Leo respondió al sonreír—. Esto... Ah, yo soy estudiante de intercambio como vosotros, y también nací aquí. Y os puedo decir que la Academia de la Laguna del Atlántico no es tan grande como colegios de Francia, Alemania u otros países, pero es... bastante buena, supongo. —Felix ya no sabía qué decir.
—¿Hay clubes? —intervino Leo, casi como para salvarle.
—¡Ah, pero claro! Tenemos bastantes cosas: club de drama, club de ajedrez, club de canto, club de fotografía, club de pintura, club de lectura... Y no sólo culturales. Los deportivos también nos sobran: soccer, baloncesto, tennis, voleyball, atletismo, esgrima, artes marciales, rappel, yoga, y varios tipos de danza... Eh... ¿No me dejo nada, Sra. Green?
—¡Club de laboratorio, Sr. Flynn!
—¡Ah, sí, también tenemos club de laboratorio!
—¡Y el PP! —añadió un alumno desde la parte trasera.
—¿El PP ¿Qué es eso? —preguntó Leo.
Felix sintió las miradas de todos los estudiantes posadas en él, esperando por su respuesta. Por alguna razón, la de Miranda le parecía más fría que las demás, e incluso estudiadora.
—Un club... —respondió el chico, con un hilo de voz.
—¡Noooo! —gritó alguien sarcásticamente desde el fondo del aula. Varios alumnos estallaron en risas.
—... al cual no puedes entrar si no te llaman. —terminó Felix, un poco irritado.
Hubo un incómodo silencio en el aula, apenas roto por la tos de alguien y por el tictac del reloj.
—Creo que eso es todo... —expresó la profesora—. Se nos acaba el tiempo, así que... Felix, tú con Miranda en una de las dos mesas vacías; Leo, tú irás con Vanessa.
—Bienvenidos a la academia. —dijo Felix. Dicho esto, le tendió la mano a Leo, quien respondió efusivo a su gesto. Luego lo repitió con Miranda, que lo hizo con mala gana. Una vez hecho esto, los muchachos fueron a sentarse a sus respectivas mesas.
Felix se metió la mano en el bolsillo de inmediato: su mano estaba brillando. Había tocado a un poseedor.
Y no sabía a quién.
Y para aquellos que creen que una historia sin ArtWork no es historia:
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