Prólogo:
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-Capítulo 1- Voz Primaria –
(Narrador Desconocido hasta el momento)
Aquel tipo corría de una manera desenfrenada, sus pies se movían rápidamente y de manera aleatoria por las calles de la ciudad, evadiendo gente, chochando contra ella. Se notaba mucho que huía de alguien, lo que no es lo mismo, se le notó desde que giró en la esquina de aquella larga calle. Era delgaducho, según recuerdo, y su cara predicaba su enorme estrés y angustia. Iba completamente de negro y con un maletín en mano. Un hombre de negocios. Al pasar a mi lado, me dio un pequeño empujón, notable; simplemente le seguí con la mirada. Se le veía con miedo. Yo, con la curiosidad en mi dominio, me aventuré a descubrir qué ocurría con aquél ser.
No conté los segundos, pero no a más de diez, una banda de… quizá jóvenes sin nada más que hacer que molestar, apareció de entre la multitud, armados con palos y quizá pequeños barrotes de hierro.
¿Por qué les seguí? Quizá por idiotez. Estuve detrás de ellos durante poco tiempo, aquél tipo no era ningún corredor profesional. El hombre se paró en seco, el cansado, decidió cruzar al callejón que había a su lado. Los matones le siguieron, le encontraron, ya todo estaba predicho. Había policía en los alrededores, se les podía ver con una sonrisa en la cara, y seguramente con un fajo de billetes en el bolsillo. Y de repente, ¡por fin alguien dijo algo!
-¿Sabes qué tío? Siempre te acordarás del día en que decidiste meterte dónde no te llamaba.- La boca por la cual salieron éstas palabras, se transformó en una enorme sonrisa. El hombre, estaba pedido.
Abandoné aquél sucio lugar de muerte. Si fuera creyente, hubiera rezado por aquél pobre hombre. No era más que alguien con ansía de justicia. Alguien con ganas de cambiar aquél hostil entorno en el que vivía. No es imposible cambiar el mundo, pero sí difícil. ¿Por qué siempre digo esta frase?
Explicaré, el por qué de lo sucedido. Ése hombre era un simple funcionario, llegaba del trabajo con una sonrisa en la cara, había sido un día duro, pero aguantable al fin y al cabo. Para él, lo importante era la cena en familia que le esperaba en
casa. Alzó la vista, varias patrullas de policía rodeaban su casa, estaba prohibido el paso a la dicha.
Aquél hombre, cambió su cara totalmente. En una pelea de bandas callejeras, un fugitivo se escondió en su casa, buscando refugio. Su mujer e hijos, asustados, y después de intentar echarle, llamaron a la policía. Antes de que la madre terminase de hablar, ya había muerto. Lo de siempre, lo que se ve en el ambiente. Disparos, sangre y muertos, una corrompida policía, un alcalde lleno de riquezas, y muchas bandas extorsionando gente.
Sí, el hombre estuvo destrozado tras varias semanas, puso una denuncia, e incluso hubo un juicio. Después de unas horas largas, aguantando cómo podía, el asesino de su familia, fue declarado inocente. Tras ver que la justicia estaba corrompida, intentó hacerse oír por sus propios medios. Se volvió loco, perdió la razón de ser, al perder su razón de vivir. Busco un arma ineficiente, se armo con lo poco que tenía, y se adentró en territorios hostiles.
Busco a aquél al que llaman líder, y se dispuso a retarle, a hacerle frente. ¿Cómo salió de aquella pelea? Gracias a una no corrupta patrulla cercana, con las piernas rotas y el corazón dañado.
Volvamos al presente, el hombre, estaba rodeado, y sin nada que pudiese hacer. Estaba a punto de ser atacado, y su vida enterrada. Hasta que apareció ese chico… De la nada, corriendo al compás que lo haría un gato por las terrazas de los edificios cercanos. Miró a todos los presentes y bajó de un enorme salto a sus pies, poniéndose en frente de nuestro perseguido. Alzó la cara. Tenía la piel algo morena y el pelo negro y medio largo, liso; y los ojos negros. Sonreía ampliamente. Era de una estatura media y llevaba una chaqueta larga, que le ondeaba a modo de capa. Lo primero que pensé nada más verle fue fugaz “¿Qué mierda de técnica kamikaze pretende hacer ese friki?”. Lo más gracioso, fue que iba armado con una jodida pistolita de mentiras. Empezó a hacer cómo que disparaba a todos aquellos que seguramente se convertirían en sus futuros asesinos. Todos tenían una cara de precio millonario, yo no me salvo.
-¡Quítate del medio, jodido imbécil!- Dijo un hombre de color, fuerte, con semejanza a un armario.
Cuando vislumbre a éste último, en todo su esplendor, imaginé que podría servir cómo un montacargas. Aquél gigantesco personaje, levanto su enorme brazo. ¡Detengamos la imagen! Aquí fue cuando ya pensé que todo aquello, estaba sacado de algún absurdo cómic infantil. Antes de que ese pastilla-man pudiese tocar al suicida, éste sacó de la nada, una katana. Ésta, ya no era de mentira. Sin embargo, estaba guardada en su funda. Y… al patético grito de “¡Kyaah!”, el suicida paró aquél brazo descomunal.
Y con una abrumante agilidad, saltó por encima de su atacante. Este contestó con su otro brazo, que también paro, todo esto, en el aire. Antes de que el suicida tocase el suelo, su enemigo había recibido cerca de severas patadas.
Todos, se echaron contra él, cómo una enorme masa, encerrándolo sin escapatoria. Usó su katana con la maestría en la que se usaba en el periodo Edo, y con tal certeza, que dejaba K.O. a sus contrincantes. Al percatarse de que su protegido había huido, mediante saltos, subió nuevamente a la azotea del edificio. Miró al suelo, los llamados vándalos, estaban cansados y la mayoría inconscientes en el suelo. Se dio la vuelta y guardó su katana. Antes de irse, dijo con un aparente tono serio:
-Mi nombre, es Kaede Niimura.- Aquí se me encogió el corazón, estaba mirándome, sabía que me encontraba allí y que estuve espiando escondido, lo que se acontecía en ese callejón.
(Narrador Desconocido hasta el momento)
Aquel tipo corría de una manera desenfrenada, sus pies se movían rápidamente y de manera aleatoria por las calles de la ciudad, evadiendo gente, chochando contra ella. Se notaba mucho que huía de alguien, lo que no es lo mismo, se le notó desde que giró en la esquina de aquella larga calle. Era delgaducho, según recuerdo, y su cara predicaba su enorme estrés y angustia. Iba completamente de negro y con un maletín en mano. Un hombre de negocios. Al pasar a mi lado, me dio un pequeño empujón, notable; simplemente le seguí con la mirada. Se le veía con miedo. Yo, con la curiosidad en mi dominio, me aventuré a descubrir qué ocurría con aquél ser.
No conté los segundos, pero no a más de diez, una banda de… quizá jóvenes sin nada más que hacer que molestar, apareció de entre la multitud, armados con palos y quizá pequeños barrotes de hierro.
¿Por qué les seguí? Quizá por idiotez. Estuve detrás de ellos durante poco tiempo, aquél tipo no era ningún corredor profesional. El hombre se paró en seco, el cansado, decidió cruzar al callejón que había a su lado. Los matones le siguieron, le encontraron, ya todo estaba predicho. Había policía en los alrededores, se les podía ver con una sonrisa en la cara, y seguramente con un fajo de billetes en el bolsillo. Y de repente, ¡por fin alguien dijo algo!
-¿Sabes qué tío? Siempre te acordarás del día en que decidiste meterte dónde no te llamaba.- La boca por la cual salieron éstas palabras, se transformó en una enorme sonrisa. El hombre, estaba pedido.
Abandoné aquél sucio lugar de muerte. Si fuera creyente, hubiera rezado por aquél pobre hombre. No era más que alguien con ansía de justicia. Alguien con ganas de cambiar aquél hostil entorno en el que vivía. No es imposible cambiar el mundo, pero sí difícil. ¿Por qué siempre digo esta frase?
Explicaré, el por qué de lo sucedido. Ése hombre era un simple funcionario, llegaba del trabajo con una sonrisa en la cara, había sido un día duro, pero aguantable al fin y al cabo. Para él, lo importante era la cena en familia que le esperaba en
casa. Alzó la vista, varias patrullas de policía rodeaban su casa, estaba prohibido el paso a la dicha.
Aquél hombre, cambió su cara totalmente. En una pelea de bandas callejeras, un fugitivo se escondió en su casa, buscando refugio. Su mujer e hijos, asustados, y después de intentar echarle, llamaron a la policía. Antes de que la madre terminase de hablar, ya había muerto. Lo de siempre, lo que se ve en el ambiente. Disparos, sangre y muertos, una corrompida policía, un alcalde lleno de riquezas, y muchas bandas extorsionando gente.
Sí, el hombre estuvo destrozado tras varias semanas, puso una denuncia, e incluso hubo un juicio. Después de unas horas largas, aguantando cómo podía, el asesino de su familia, fue declarado inocente. Tras ver que la justicia estaba corrompida, intentó hacerse oír por sus propios medios. Se volvió loco, perdió la razón de ser, al perder su razón de vivir. Busco un arma ineficiente, se armo con lo poco que tenía, y se adentró en territorios hostiles.
Busco a aquél al que llaman líder, y se dispuso a retarle, a hacerle frente. ¿Cómo salió de aquella pelea? Gracias a una no corrupta patrulla cercana, con las piernas rotas y el corazón dañado.
Volvamos al presente, el hombre, estaba rodeado, y sin nada que pudiese hacer. Estaba a punto de ser atacado, y su vida enterrada. Hasta que apareció ese chico… De la nada, corriendo al compás que lo haría un gato por las terrazas de los edificios cercanos. Miró a todos los presentes y bajó de un enorme salto a sus pies, poniéndose en frente de nuestro perseguido. Alzó la cara. Tenía la piel algo morena y el pelo negro y medio largo, liso; y los ojos negros. Sonreía ampliamente. Era de una estatura media y llevaba una chaqueta larga, que le ondeaba a modo de capa. Lo primero que pensé nada más verle fue fugaz “¿Qué mierda de técnica kamikaze pretende hacer ese friki?”. Lo más gracioso, fue que iba armado con una jodida pistolita de mentiras. Empezó a hacer cómo que disparaba a todos aquellos que seguramente se convertirían en sus futuros asesinos. Todos tenían una cara de precio millonario, yo no me salvo.
-¡Quítate del medio, jodido imbécil!- Dijo un hombre de color, fuerte, con semejanza a un armario.
Cuando vislumbre a éste último, en todo su esplendor, imaginé que podría servir cómo un montacargas. Aquél gigantesco personaje, levanto su enorme brazo. ¡Detengamos la imagen! Aquí fue cuando ya pensé que todo aquello, estaba sacado de algún absurdo cómic infantil. Antes de que ese pastilla-man pudiese tocar al suicida, éste sacó de la nada, una katana. Ésta, ya no era de mentira. Sin embargo, estaba guardada en su funda. Y… al patético grito de “¡Kyaah!”, el suicida paró aquél brazo descomunal.
Y con una abrumante agilidad, saltó por encima de su atacante. Este contestó con su otro brazo, que también paro, todo esto, en el aire. Antes de que el suicida tocase el suelo, su enemigo había recibido cerca de severas patadas.
Todos, se echaron contra él, cómo una enorme masa, encerrándolo sin escapatoria. Usó su katana con la maestría en la que se usaba en el periodo Edo, y con tal certeza, que dejaba K.O. a sus contrincantes. Al percatarse de que su protegido había huido, mediante saltos, subió nuevamente a la azotea del edificio. Miró al suelo, los llamados vándalos, estaban cansados y la mayoría inconscientes en el suelo. Se dio la vuelta y guardó su katana. Antes de irse, dijo con un aparente tono serio:
-Mi nombre, es Kaede Niimura.- Aquí se me encogió el corazón, estaba mirándome, sabía que me encontraba allí y que estuve espiando escondido, lo que se acontecía en ese callejón.