Adi. Como un poema, ¿no es cierto? Adi era el diminutivo de su nombre, y era como ella prefería que le llamasen. Yo no fui la excepción. Mi mente no paraba de repetirme "Adi, Adi, Adi...". Ella... ella tenía que ser mía.
Cuando la vi llegar, me hallé con los nervios controlándome. Durante un buen rato, fui incapaz de acercarme a semejante diosa. Recuerdo que mi cuerpo temblaba y me sudaban las manos con el simple hecho de verle a los ojos.
Ah, sus brillantes ojos color miel. No sé si era eso lo que me atraía a Adi, aunque bien pudo haber sido su radiante sonrisa, o sus cabellos de oro.
No, no eran sus ojos, o su sonrisa, o su cabello. Era ella completa. Su figura, sus rasgos, su personalidad... Era, simple y llanamente, la chica perfecta.
Todavía recuerdo, con una sonrisa, cómo pegué mi cuerpo hacia la pared del oscuro callejón cuando Adi se acercó a mí.
—¿Qué, me tienes miedo? —rió, quedando frente a mí, con nuestros rostros apunto de tocarse.
Con el simple hecho de escuchar su voz, mi mente se despejó: Las preguntas se esfumaron, los nervios me dejaron, y me di cuenta de una cosa... Quería estar con Adi.
Desde ese momento, Adi se apegó a mí; siempre iba abrazada a mi brazo. Nunca me dejaba, y yo nunca la dejaba a ella. Éramos una pareja inseparable.
Siempre me miraba con ternura, con las mejillas ligeramente sonrojadas, y con una dulce sonrisa recorriendo su blanco rostro. Era tan frágil y tan hermosa, como una delicada pieza de porcelana. Me era muy difícil disfrutar de su compañía sin que el miedo me abordara; no quería hacerle daño, temía romperla, corromper su perfecta belleza. Tal vez, pensé muchas veces, Adi era demasiado para mí. Era como un placer prohibido, como el mismísimo fruto del Edén.
Han pasado varios años ya. Adi y yo seguimos unidos, y más que antes, si cabe. Vivimos juntos, como la feliz pareja que somos. Dejé atrás a mis amigos y abandoné mis estudios cuando joven para dedicarme completamente a ella. Quiero decir, ¿por qué debería importarme el mundo si tengo a mi Adi?
—Buen día... —me murmura con un cariñoso tono de voz. Se encuentra a mi lado, recostada sobre su hombro para poder verme de frente. Su cuerpo apenas se ve cubierto por una delgada sábana blanca.
—Hola, preciosa. —le susurro, acariciándole el rostro con el dorso de mi mano. Adi se sonroja y desvía la vista, apenada. ¿Acaso se puede ser más adorable?
—¿Sabes que día es hoy? —pregunta, sentándose en la cama y ocupándose de que la sábana siga cubriéndola.
—¿Cómo olvidarlo...? —hago obvia la respuesta.
—Nuestro quinto aniversario. —decimos al unísono. Nos reimos un poco ante la casualidad, para después darnos un afectuoso abrazo.
Su olor me embriaga. La sensación de nuestros cuerpos estando tan cerca me impide alejarme. Adi me atrapa con un dulce y tierno beso.
—Siempre estaré contigo, no lo olvides. —me dice. Se levanta de la cama y hace ademán de salir de la habitación. La vista de su cuerpo me hace sentir un poco atontado, como si el simple hecho de verla me enloqueciera, llenando mi cuerpo con un dulce éxtasis.
—¿Ves algo que te guste? —pregunta Adi, pícara.
—¿No es tonto repetir algo obvio una y otra vez? —respondo simplemente, a la par que me coloco junto a ella y le rodeo la cintura con los brazos. A mi cuerpo le recorre una sensación apasionante, como un sensual choque eléctrico.
—Ya... —me detiene—. Tenemos que levantarnos.
Ambos estamos sentados juntos, acurrucados en el sofá. Como siempre, Adi me rodea el brazo y recarga su cabeza en él. Una sonrisa aparece en mi rostro al sentir su respiración contra mi piel. ¿Puedo ser, acaso, más feliz?
¿Puedo...? ¿De verdad puedo...? Ahora mismo algo me incomoda. Puedo estar con ella, pero hay algo que simplemente no me complace. Desde siempre, no he hecho nada más sino estar pegado a Adi. Nada, absolutamente nada. No estudio, no tengo trabajo o amigos, ningún hobbie... No hacemos nada.
Sacudo mi cabeza, intentando espantar aquellos horrendos y repugnantes pensamientos. ¡Claro que hago algo! ¿Acaso amar no es un verbo? ¿Y un verbo no conlleva una acción?
¿De verdad es así...?
—Te ves decaído. —me dice Adi—. ¿Quieres salir a pasear? Un poco de aire fresco nunca está de más.
Contemplo con admiración su delicado rostro, su brillante sonrisa, sus hermosos ojos... ¿Cómo pude considerar dejarla?
—Sí, sí... Me haría bien. —respondo, levantándome del asiento, con Adi siguiéndome, y preparándome para salir de casa.
Indudablemente, salir a caminar fue una mala idea. Con Adi a mi lado, abrazada a mí, disfrutando del contacto y sin la más mínima intención de mantener una conversación, mi mente no hace más que divagar.
Poco a poco me doy cuenta de lo importante que Adi es para mí. Probablemente demasiado. Por momentos, pienso que soy capaz de arreglármelas sin ella, aunque sea sólo un poco. Pero ella es tan... alegre. Me lo pone tan difícil.
Probablemente sea tiempo de separarnos... ¡No, no, eso no es! Tal vez... tal vez sólo alejarnos un poco el uno del otro, pero sin dejar de lado nuestra relación. No estaría tan mal buscar un empleo, y siempre he querido hacer música. Adi también podría encontrar algo que hacer; siempre le ha gustado tejer, después de todo.
Me detengo en seco. Adi nota de inmediato que he dejado de caminar, y da media vuelta para mirarme.
—Umm... —balbucea, dudosa. Aunque probablemente sólo intente romper el hielo. Después de todo, en la atmósfera es palpable mi apatía.
Le tomo suavemente ambas manos y la acerco hacia mí. Ella en ningún momento aparta su vista, mientras yo no puedo decidir si debo contemplarla o desviar la mirada.
—Adi... ¿Tú crees que dependo mucho de ti? —pregunto, con un hilo de voz. La gente se nos queda viendo al pasar, aunque no soy capaz de definir el porqué.
—¿A qué... te refieres...? —tartamudea. Me parece ver algunas lágrimas asomarse através de sus pestañas—. Para... para eso estoy aquí, ¿no..?
—Sí. —respondo—. Eres mi amiga, mi pareja, mi todo.
Adi deja salir una risa nerviosa. Se ha ruborizado, como suele hacer cuando le hago cumplidos o le digo cuánto la quiero.
—Pero...
Tras eso, firmé mi sentencia de muerte. Ya no podría detenerme o evadir sus preguntas: tenía que confesarle a Adi lo que sentía.
—¿Estaría mal si hacemos más amigos...? —murmuro—. Siento que... soy muy apegado a ti.
—¡Pero claro que eres apegado a mí! —ríe—. Eres mi novio, ¿o no?
—Novio... ¿Realmente somos pareja...? ¿O un par de amigos que confunden sentimientos?
Adi no responde.
—Y si lo somos, eso no significa que tenga que estar contigo siempre. Y viceversa. Me gustaría, solo unas cuantas veces, salir con otros amigos.
Mi mundo se viene abajo al ver el rostro de Adi. Está cabizabaja, haciendo lo posible para no mirarme a los ojos. ¿Está llorando? Me lleno de terror, pero ya no hay vuelta atrás. Sólo puedo avanzar hasta el final.
—Amigos... ¿Como otros amigos, o en mi lugar...? —susurra, a la par que levanta la cabeza. Sus facciones se han vuelto un poco sombrías, como si la belleza que tanto admiro no fuese más que una ilusión, pese a que me mira con el mismo rostro de siempre. Puedo detectar en sus gestos una mezcla de pena, miedo y duda.
—¡Otros amigos, por supuesto! —exclamo, y noto cómo las miradas de los transeúntes se dirigen hacia mi persona—. ¡Yo no podría reemplazarte!
Súbitamente, Adi se lanza contra mí, rodeándome con los brazos y pegando su cabeza a mi pecho. Al principio no puedo responderle, debido a lo repentino del momento, pero muy pronto correspondo a su abrazo y le rodeo la cintura.
¿Realmente quieres que se quede a tu lado siempre? Necesitas avanzar...
Suelto a Adi de repente. Retrocedo varios pasos, negando con la cabeza.
—¡Bien, si tanto necesitas estar solo, me voy a casa! —grita, furiosa. Emprende rumbo al lugar mencionado, ocupándose de golpearme con el hombo al pasar. Está que echa chispas; y sin embargo, no hago nada para detenerla.
Puedes ser cruel... pero la verdad duele.
¿Tomé la decisión correcta?
—Necesitamos hablar. —digo, cerrando la puerta tras de mí. Adi se encuentra sentada en el sillón, justo frente a la entrada, como si hubiese estado esperándome.
—Esa frase nunca es buena. —responde, poniéndose repentinamente de pie y acercándose a mí.
—Tienes que irte.
Adi suelta una carcajada. Me dirige una mirada retadora y, sólo un poco, tentadora.
—¿Crees que puedes arreglártelas sin mí?
—Sí.
—¡Sin mí no eres más que una concha vacía, como todos los demás! —vocifera. Me da un varios golpes en el pecho, pero son tan débiles que apenas los siento. Pude haber sido yo, pero estoy seguro que lo hizo intencionalmente. No quiere hacerme daño.
Y de pronto, Adi se derrumba. Queda en el frío suelo de madera, apoyada sobre sus rodillas. Y, por segunda vez en el día, me pregunto si está por echarse a llorar.
Pero no retrocederé.
—Tú me ayudaste, durante un tiempo, sí... —susurro, agachándome junto a ella.
—Sí... Yo te hice verte a ti mismo y aceptarte.
Sin previo aviso, me abraza.
—Puedo ayudarte a ser feliz, no te dejaré solo... si tú me dejas.
Tal vez es cierto. Puedo dejarle que haga lo que desee. No seremos felices, tal vez, pero tampoco estaremos tristes. Puedo estar satisfecho con una vida tan cómoda; no necesito preguntas ni respuestas... Podemos quedarnos así para siempre.
No.
—Sólo olvídalo. —digo, poniéndome de pie y jalándole de la muñeca para que me imite. Debo elegir... ¿Adi o mi conciencia...? Generalmente sería más sensato obedecer a ésta última, pero Adi... Adi es mi corazón...
No.
¿No?
—No puedo ignorarte. Sólo dime... y déjame estar a tu lado. —me responde.
No.
No... ¿No...?
No. Ciertamente.
—No... No estoy feliz con las cosas como están ahora. Quiero que te vayas.
Adi desvía la mirada.
—Me niego... —murmura.
—¿Qué?
—Me niego. Está claro que me necesitas. ¿¡Realmente quieres estar solo y ser infeliz!?
Tiene razón... Estoy tan indefenso. Siempre lo he estado, desde que la conocí. Tal vez no necesito un cambio, ni para mal ni para bien, sólo necesito estar bien, disfrutando lo que tengo ahora.
¿Realmente es así...? Sigue pensando.
—¿Crees que puedes estar sin mí? —pregunta.
—Sí. —le corto. Adi se queda callada y retrocede un poco incoscientemente, ante semejante respuesta.
—Sabes... Puedo regresar... Cada vez que me necesites...
—Adi...
Discutimos. Y mucho. Adi se quejó muchas veces... pero no le di la oportunidad de avanzar. Después de todo es mi vida, no de Adi y mía.
Y por primera vez en mucho tiempo, todo se aclaró. No simplemente esperé que fuese la respuesta correcta, sino que estuve seguro que lo era.
Adi dejó mi vida por completo después de un mes. Debo admitir que durante los primeros días la depresión me abordaba al verme solo, y le pedía que regresara, a lo cual ella obedecía llena de alegría. Pero mi mente cada vez se aclaraba más y más, y fui forjando mi libertad.
He ganado mi independencia. Soy tremendamente feliz con mi nueva vida. Puede que, como cuando era un adolescente, posea un incierto futuro, repleto de preguntas que responder y caminos que recorrer. Pero me emociona que sea así... Soy completamente libre.
Espero que jamás llegue el día en el que quiera ver a Adicción otra vez.
Varios se preguntaron (Kiba, Gambit, Demyx y Atama >>O) por qué decía que estaba enamorado de una tal Adi... Pues aquí está la respuesta.
"Dependiente" es un relato que le da forma física a una adicción, que bien puede ser a las drogas, el ordenador, el sexo, la masturbación, incluso Kingdom Hearts, y expresa cómo un joven de 21 años intenta liberarse.
Fui inspirado por una pequeña novela visual llamada Air Pressure, que habla sobre la heroína de una manera parecida a la de este relato.
Espero que llegue el día que
Un saludo, lectores