The day that will never come

[Miké]

Capítulo 2: Ángel de Lucifer

Los aullidos de los perros nerviosos ante la presencia del asesino más brutal de todos los tiempos despertaron a los vecinos de Zaragoza.

Pero el tío se llevó el cadáver hasta un callejón.

No el mismo que el de su primer asesinato.

Metió su mano y gran parte de su brazo por el gran agujero del cuerpo de la joven y la sacó tirando de su intestino.

-¿Cuándo se dejarán de gilipolleces y limpiarán la mierda?-dijo mientras se llevaba lentamente el intestino a su boca.

Y se lo fue tragando como si fuese un puto chorizo y mientras miraba al cadáver sádicamente.

A la mañana siguiente, bien temprano, el Alcalde salió de su despacho pasando por las oficinas con su maletín negro de dinero corrupto en la mano y dos guardaespaldas a cada lado suyo.

La oficina tenía bastantes “mini-teles” colgadas del techo sin audio.

Se paró mirando una de esas “mini-teles” donde daban las noticias. Daban imágenes de la policía deteniendo al dueño de la central nuclear que sobornó al querido Alcalde.

Éste último nombrado apretó con fuerza el mago de su maletín y siguió con su camino, dispuesto a apartarse a cualquiera que se cruzase en su camino.

Pero las cosas cambian cuando más de cien personas se te cruzan en tu camino...

Más de cien personas, entre profesores y padres con hijos adolescentes, lo esperaban en la puerta.

Sólo mirarle la cara en ese momento valía la pena todo ese esfuerzo de reunir a todas esas personas.

Y de entre todo aquel barullo de personas aparecieron los tipos que empezaron todo esto, con sus capuchas negras.

Y el director se acercó al Alcalde mientras los demás se quedaron atrás.

Y los reporteros y cámaras también se acercaron, haciendo su trabajo.

-¿Qué hace toda esta gente aquí?-preguntó el hombre.

-Son profesores de otros institutos de Zaragoza y padres disgustados por la poca educación que se le da a sus hijos-le contestó el director.

-¿Cuántas veces os tendré que decir que no puedo hacer nada?-volvió a preguntar el Alcalde.

-¡Seguro que tienes algún contacto por el Gobierno!-volvió a contestar el Director.

-Os juro que...-quiso decir el Alcalde, hasta que el otro le interrumpió.

-¡No jures tanto! Si no, ¿de dónde proviene el dinero de ese maletín?-y el Alcalde se puso nervioso al escuchar aquellas palabras.

Y sin pensarlo dos veces, el Director de un simple instituto se atrevió a tirarle el maletín de la mano.

Al caer al suelo, todos los fajos de billetes saltaron por el suelo.

Y los guardaespaldas, sin pensárselo, se lanzaron a por el hombre, cogiéndolo cada uno de un brazo y tirándose al suelo, tirando al pobre hombre.

-Arg...-se quejaba de dolor el hombre, mientras se revolcaba por el suelo.

Y esas imágenes grabadas por las cámaras y comentadas por los reporteros en directo y presentadores de las noticias llevaron polémica.

Mucha polémica.

Y esa información llegó a manos del ejército.

-¡Grupo A, diríjase a la base! ¡Se informará allí de la misión!-dijeron por megáfono nada más conocer la información.

Y, tras dar las órdenes, el grupo A, encabezado por el capitán Iago, un joven de 15 años con unas aptitudes grandiosas, se dirigió hacia el ayuntamiento de Zaragoza.

Iago era de una estatura normal. Era moreno y su pelo era medianamente largo y un poco ondulado. Sus ojos eran de color miel. Se tenía que admitir, por obligación, que esos ojos eran bonitos.

Pasaron por la puerta principal, donde un guardia vigilaba su entrada.

Nada más pasar Iago, el vigilante se arrodilló mirando hacia el suelo. Después pasó su ejército, y el hombre se quedó mirándolos.

Ellos no obtenían el mismo respeto que Iago... pero... el guarda había visto algo en ellos.

Llegaron a la puerta del despacho del ya famoso, Alcalde.

Iago se colocó enfrente de la puerta y con los nudillos de su mano golpeó suavemente tres veces la puerta de madera, a primera vista, cara.

-Un momento...-se oyó una voz de hombre mayor al otro lade de la puerta.

-Vamos...-dijo Iago en bajo, impaciente.

Y pasaron cinco minutos, desesperantes, hasta que Iago perdió toda su paciencia.

-¡Abre!-gritó el adolescente mientras le pegaba un puñetazo a la puerta.

Y empezó a sangrar por los nudillos, dejando una marca de sangre en la madera.

Y el Alcalde abrió la puerta corriendo, mirando a Iago, que estaba cabizbajo. El pelo le tapaba los ojos,

-¿Estás bien?-preguntó el hombre, preocupado.

Iago soltó una sonrisa pícara, y contestó:

-Je... Juan Antonio... te conozco desde que entre al ejército hace tres años... y sé perfectamente cómo eres...

-¿Y eso te da derecho a llamarme por mi nombre de pila?-volvió a preguntar el viejo.

-No estoy para esas tonterías, Juan, esto es muy serio-contestó Iago, enfurecido.

Ahora le estaba mirando a los ojos al Alcalde.

-Pero... ¿qué problema hay?-volvió a preguntar Juan.

-La brutalidad de uno de uno de tus guardaespaldas contra un ciudadano normal pondrá en peligro la fama de Zaragoza. Los turistas no querrán venir y perderemos dinero.

-¿Y? Zaragoza hace mucho que pierde dinero. ¡Zaragoza está sin blanca desde hace mucho!-Juan, al pronunciar aquellas palabras, rodeó del brazo a Iago y siguió mientras lo llevaba hacia su mesa-Ese es un problema que perdurará durante muchos años más, y, sobretodo, en estos tiempos que corren.

-¿Qué quieres de mí?-preguntó Iago, nada confiado, mientras quitaba el brazo de Juan de su hombro.

Y el Alcalde se colocó enfrente de Iago, le miró a los ojos con una mirada desafiante y convincente, y contestó:

-Lo básico. Que te olvides de esta pequeña polémica, te laves las manos, y te vayas de esta habitación como si nada de esto hubiese ocurrido.

-Y una mierda-le susurró el jefe militar.

-Tú lo has querido...-le dijo el hombre mayor en tono desafiante.

Hasta que Iago le cogió del brazo izquierdo, le dio media vuelta y le subió el brazo hacia arriba, bloqueándolo.

Y Juan intentó librarse moviéndose a todos lados, pero, se acabo rindiendo, cada vez era peor, cada vez sufría más daño, y se apoyó con su otro brazo en su escritorio, para, por lo menos, no ser dominado por la llave del jefe militar.

Una gota de sudor cayó de la frente de Juan Antonio. No podía más.

-¡Ayuda!-gritó el hombre sufriendo.

-¡Mierda!-gritó Iago, al ver que venían sus guardaespaldas.

Y el ejército acompañante del adolescente, cubrió la puerta y apuntaron con los cañones de sus metralletas.

Seguidamente, se oyó una cadena de disparos que alertó a toda la Plaza del Pilar, plaza principal de la ciudad y donde se encontraba el Ayuntamiento, escenario de aquella escena.

-¡Dime! ¡Dónde coño está el dinero!-comenzó a gritar Iago, nervioso.

-¿Qué dinero?-contestó el Alcalde.

Y el adolescente golpeó la mesa con su puño libre, rompiéndola por la mitad.

-¿Y ahora qué dices?-volvió a preguntar.

-La locura no te hará llegar a tu objetivo-continuó Juan Antonio con una sonrisa desesperante-El dinero está en un lugar donde te negarán el acceso por tus pecados.

-¿Qué demonios dices?-volvió a preguntar Iago, ahora ya más cuerdo, pero un guardaespaldas le placó por la espalda al joven, lanzándole por encima de la mesa.

Seguidamente, el gorila se subió a la mesa, observó dos segundos a Iago retorciéndose de dolor en el suelo, bocabajo, y después se tiró, bloqueándolo.

Todo quedó con un silencio espeluznante.

Pequeñas salpicaduras de sangre en las paredes de militares caídos por la brutalidad de los hombres del Alcalde.

Personas con miedo a hablar por posibles represalias.

Minutos después, Iago salió esposado por la puerta principal, acompañado se un policía bastante robusto. Y atrás, Juan Antonio acompañado por sus dos gorilas.

Frente la puerta había un coche policía. En el asiento del co-piloto estaba Fernando.

Sí, Fernando Morantes.

Iago lo miró, lo conocía de antes.

Fernando le negó con la cabeza, a saber por qué, y Iago agachó la cabeza.

Y una reportera se le acercó rápidamente antes de entrar al coche.

-¿Se puede saber por qué se le detiene?-preguntó la chica.

-Por defenderos...-continuó el joven-pero, buscad el dinero negro. Se encuentra en un lugar donde no podría entrar por mis pecados.

Y, sin dejar un segundo más, lo metieron al coche a la fuerza.

La reportera se giró hacia la cámara, y comentó:

-Bueno, y esas son las conclusiones sacadas después de todo este alboroto. Ahora sólo falta que todos se pongan a pensar en donde está el dinero y vayan a por él.

Ese comentario resonó en varias televisiones de Aragón, pronto, de España entera.

Las carreteras se colapsaron, un gran cúmulo de personas en la puerta del Ayuntamiento.

Ese comentario llegó hasta a San Valero. En la televisión de la cafetería, donde se encontraban la mayoría de alumnos, incluidos Miguel y “Quique”.

-Está claro. Está en el Ayuntamiento, si no, ¿en qué otro lugar podría estar?-dijo uno en alto en medio de la cafetería.

-¿En la Iglesia del Pilar?-contestó en tono sarcástico Miguel, sin siquiera apartar la mirada del televisor.

-¿Por qué debería estar allí?-preguntó de nuevo el chico.

-Eres un poco corto, David-contestó “Quique”.

-Un lugar donde no puede entrar por sus pecados... Dios no deja entrar a los pecadores a un lugar sagrado...-contestó Miguel, mientras se volvió.

-Vale. Id allí ahora. A ver quién será el listo cuando no os encontréis nada allí-propuso David.

-Vale. Encantado-respondió al reto “Quique” mientras se bajaba de la silla para irse.

-¡Eh! Espera, ¿qué haces?-preguntó Miguel asustado.

-Tenemos razón, y vamos a demostrarlo. Vamos, será divertido-respondió su amigo, totalmente convencido.

Y, cuando Miguel se dio cuenta, estaba enfrente de la puerta del Pilar.

Había una gran puerta principal de unos dos metros, cerrada al público, y, a los lados, otra puerta, un poco más bajas, y con una abertura de un metro y medio.

Y un hombre vigilaba las puertas.

Y los dos chicos pasaron por la puerta de la derecha.

El interior de la Iglesia contenía un silencio espeluznante.

Miguel y Quique paseaban por la Iglesia lentamente, procurando no hacer ningún ruido.

El suelo contenía varios jarrones con pinta de caros a las esquinas. Miguel, torpemente, tropezó con uno, creando un ruido que retumbó en toda la Iglesia.

-Perdón...-susurró sus disculpas Miguel.

Aunque, Quique lo miró con una mirada mutiladora. Después, giró su cara y siguió su camino.

Y, en su camino, se cruzó la Virgen. La Virgen del Pilar. El objeto más sagrado de la ciudad.

Los dos se quedaron embobados con su majestuosidad, pero, de repente, la Virgen cayó.

Y hasta los pies de Quique rodó la cabeza de la figura, lo que le asustó, no solo a él, sino también a su acompañante.

-¡Dios mío!-gritó Miguel asustado.

-No, Virgen-le contestó en tono vacilante a Miguel.

Y no pudo aguantarse de mirarle con una cara de odio.

Pero, sin dejar ni un respiro, una sombra pasó por delante de sus miradas que se cruzaban en ese mismo momento, y, no dudaron en seguirla.

A mitad de camino, un sacerdote tirado en el suelo y con un cuchillo clavado en su pecho les cortaba el paso.

-Ayudadme...-suplicó el hombre.

Y aquellos dos se quedaron parados sin saber qué hacer.

Menos mal que una espada le fue clavada en la tripa, caída del cielo. Después, un chico con cabellos medianamente largos calló al segundo que la espada, con su brazo agarró a los dos jóvenes, y corriendo sin rumbo.

-¿Qué cojones...?-se preguntó Miguel.

-Calla-contestó, breve, el chico.

Y, cuando se dieron dar cuenta, ya estaban fuera. Había una furgoneta militar rodeada de coches patrullas y un helicóptero sobrevolándolo.

El chico se paró frente a aquel espectáculo.

-¿Eres Iago?-preguntó Quique, que estaba al lado del joven, aunque, éste solamente le pegó un codazo que le dejó agachado.

Después sacó sus pistolas de su pantalón. Eran extrañas. Más largas de lo normal, con dos bocas y con decorados de calaveras.

-¿Os preocupáis de mí, o del ángel de Lucifer?-preguntó el chico, con una mirada despistante.

Y, al instante, un ángel con alas negras, pelo negro y liso por el flequillo y de punta por atrás.

-Por cierto, soy Iago-dijo, dirigiéndose a Quique.

Los policías salieron de sus coches con sus pistolas en mano y dispararon al ángel. Iago disparó a dos policías que estaban frente suyo.

Fernando Morante se le acercó por atrás y le hizo un placaje.

-¿Qué sabes del caso”Gula”?-preguntó Fernando, con su rodilla en la espalda de Iago.

-A ese que llamáis... “Gula”, no piensa luchar solo. Tiene un ejército preparado. Y será mejor que no te metas.

Seguido a esto, Iago se giró con su codo en alto y le pegó a Fernando, echándolo al suelo. Después, Iago se puso de cuclillas de espaldas a los coches y disparó sin pensar, acertando a tres policías sin fallar ni una. Se giró y, sin seguir fallando, acertó a los policías que quedaban.

Se guardó su pistola de la mano derecha y cogió de la muñeca a Quique, que éste último cogió a Miguel, dirigiéndose a la furgoneta. Se subieron a la parte trasera y la furgoneta arrancó inmediatamente.

Iago cogió un francotirador de la furgoneta y apuntó rápidamente al ángel que les seguía. No pasaron ni cinco segundos, que ya le había acertado.

Lucifer cayó directo al Ayuntamiento, que estaba a unos pasos de la Iglesia.

-¿Qué está pasando?-preguntó Miguel asustado.

-Ahora formáis parte del ejército-dijo, siguiendo con su brevedad en sus frases, Iago.
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No sé por qué, y no me quiero meter, pero, ¿hay menos lectores?
Me gusta que me comentéis y que me digáis en qué fallo para que me digáis en qué mejorar.
Pues eso, hasta la semana que viene.

[Sombra]

Mi personaje es como Chuck Norris :D

El capítulo no a estado mal...Pero tu forma de narrar no me acaba de convencer. Estoy esperando la proxima semana a la continuacion! Un saludo

[Roxas!!]

Guay, el capítulo ha estado muy bien (: Cada vez se pone más interesante, ¡sigue así!

Espero leer pronto el proximo capítulo. (:

[~Keydark~]

Esta cachy la historia, espero con mas ganas el siguiente cap :3

[Miké]

Capítulo 3: Pesadillas.

Y estaban en la furgoneta, mejor dicho, en la parte trasera de la furgoneta militar. Todo a su alrededor era de madera y estaba cubierto por fuera con una tela verde y con algunos rotos.

-¿Qué coño está pasando?-pregunto Quique, realmente asustado.

Miguel también lo estaba, y su cara lo mostraba, pero, su boca no.

No había dicho nada en los cinco minutos de viaje.

-Bien. Voy a explicároslo todo. Hace unos veinte años, varios científicos de todo el mundo trabajaron con diferentes embriones cogidos de varias mujeres muertas embarazadas de pocas semanas-empezó Iago, hasta que lo interrumpió Quique.

-Y ahora me dirás que yo soy uno de esos embriones.

-Exacto. Tú, yo, y el mudo-siguió, señalando a Miguel.

-Por lo menos continúa la historia, pero, no me quieras implicar. Yo no tengo nada que ver contigo.

-¿En serio? ¿Eso piensas?-continuó el militar-Al verte, solamente, con echarte mi primera mirada y verte, me vino a la cabeza que serías un tipo inteligente y, que sabías cuando hablar. Pero, parece que me lo has contrastado. Esos embriones los partían, naciendo clones, pero, con algunos productos químicos, esos clones cambiaron parte de sus rasgos físicos y psíquicos. Hay muchas posibilidades de que tú y yo seamos hermanos.

-¿Y no se pueden ir a esos laboratorios y confirmarlo?-preguntó Quique.

-No, para nada. Hace como diez años que se prohibieron esos experimentos, y, están localizando aún esos laboratorios, pero, los que quedan están impresionantemente escondidos. Están trabajando en la localización de uno bajo la lava de un volcán.

-Tú... tú estás loco. Y cualquiera que se crea eso lo está-comenzó Quique-no tengo absolutamente nada en común contigo. Así que, si te importa, para la furgoneta y bájame. Iré andando a mi casa.

Iago se sacó su pistola con su mano derecha y apuntó a Quique.

-¿Vas a apuntarme?-preguntó Quique en todo desafiante.

-Ya lo he hecho, y, tengo cojones a dispararte-contestó Iago.

En aquella escena se respiraba una tensión impresionante.

Y, tras unos de esos segundos de tensión, Quique comenzó a correr hacia Iago, pero éste ni se inmutó. Siguió apuntando hacia el mismo sitio.

El chico llegó hasta Iago y le fue a dar un puñetazo en el estómago, pero, un segundo antes, Iago respondió encajándole una bala entre ceja y ceja mientras decía casi sin voz:
-Por fin.

El cuerpo del joven cayó al suelo de la furgoneta, chocándose con la pared.

-¡No!-gritó Miguel, apurado, mientras se dirigía a ayudar al cuerpo.

-Ya es tarde-dijo Iago, ahora apuntando al otro.

Miguel se quedó petrificado a medio camino de ayudar a su amigo.

-¿No se supone que nos ibas a ayudar?-preguntó Miguel, sin, siquiera, mirar al jefe del ejército.

-Buenas noches, y disfruta de tu pesadilla-dijo éste, y, un milisegundo después, disparó, encajándole la bala en la sien.

Y el cuerpo del otro adolescente cayó en el charco de sangre del cadáver de su amigo.

En ese mismo momento, Fernando Morante salió de la comisaría en secreto por la puerta de atrás.

Y, tras media hora de andar, llegó a su casa, donde, se cambió el uniforme por una camiseta azul con letras chinas, unos vaqueros y una chaqueta blanca y ancha con capucha. De zapatos, unas deportivas negras.

Eran las ocho y estaba oscureciendo.

Salió de su casa con la capucha puesta.

Iba a un paso ligero.

Llegó a la parada del Bus, a una de las más lejanas desde su casa. No quería que nadie conocido le viese, y pensaba tomar todas las precauciones posibles.

Y llego a su destino, el cementerio. Eran las ocho y media.

Estaba todo bastante oscuro, pero no era la noche extrema.

Se colocó enfrente de la tumba de Clara Fernández, la primera víctima de “Gula”.

-Por fin...-murmuró Fernando, segundos antes de ponerse a excavar con sus propias manos.

Tras varios minutos, quizás pudo llegar al cuarto de hora, Fernando tocó fondo.

Sacó el ataúd con sus manos llenas de tierra hasta en las uñas, y lo abrió con todas sus fuerzas.

Al abrirlo, una nube de humo le cegó, y, cuando ésta se disipó, pudo ver que no había nada. Ni cadáver, ni siquiera sacos de cemento para simular el peso de un muerto.

Y cuando el chico levantó la cabeza, tenía un Manurhin MR73 apuntándole directamente en la cabeza.

-¿Por qué haces esto?-preguntó Fernando.

-Un policía se acostó a la fuerza con mi madre en su cuarto. Me pilló en su armario, metido dentro jugando. Abrí una rendija y lo vi todo...-contestó el amenazante.

-¿Todo?-preguntó Fer para asegurarse.

-¿Tienes complejo de eco? ¡Sí, todo! ¡Absolutamente todo! ¡Y juré vengarme de todos los policías...porque... sólo sois escoria.

-No todos-siguió el chico policía-Hay personas que se unen al cuerpo para ayudar a las personas y deshacerse de las personas como el violador de tu madre... a los verdaderos gilipollas del mundo.

El amenazador giró su cabeza y cerró los ojos.

-Lo... siento...-dijo, mientras se dejaba un último resoplido de voz, antes de Apretar el gatillo.

Fernando cerró los ojos.

En menos de un segundo se le pasaron por mente todos sus seres queridos... Su madre, su hermano, su primera novia...

-Esto no es verdad-pensó-¡esto es una puta pesadilla!

Y el disparo resonó en todo el cementerio...
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Siento el retraso de dos semanas y un día, pero, esperé una semana para colgarlo y, ayer no pude colgarlo, pero, no quise dejar otra semana así que decidí que, si algún domingo no puedo actualizar, si se podrá en los siguientes días.

[Sombra]

Haces la acción demasiado rapida para mi gusto. Aunque admito a que deja con intriga el capítulo. No tardes en continuar ^^

[Roxas!!]

Wtf, 3 muertos D: Cuanta sangre (?) Pobre fernando, con lo buenazo que era el poli. xDD

Me ha gustado, deja con ganas de más. A ver cuando cuelgas el próximo ^^

[Miké]

Capítulo 4: Injusticia

Lo más extraño de todo, es que Fernando oyó el sonido del disparo. Con la velocidad que lleva una bala y la distancia entre la pistola y su cabeza, no debería haberse dado cuenta.

Y abrió los ojos.

Se encontró con el chico en el suelo, medio muerto, y con pocos segundos de vida por delante.

Fer se acercó al cuerpo del joven y se puso de rodillas al lado.

Se fijó en la bala que tenía en la frente.

Buscó el revólver, que se encontraba cerca del cuerpo.

Todo indicaba a un suicidio.

-¿Por qué?-preguntó el policía.

-El peso de todos mis pecados cae sobre mi espalda, y pesa demasiado-contestó el suicidado.

-Dios nos puede perdonar todos los pecados del mundo.

-Dios nos odia por todo el mal que le hemos causado. Hemos destruido su creación... y yo he ayudado. Si no me suicido yo, me matará él... y no pienso dejar que me gane-dijo el joven segundos antes de cerrar los ojos.

Fernando se quedó mirando el cuerpo un tiempo más.

-Adiós, Charly, jefe de Apocalypsis. Descansa en paz-dijo el policía, mientras, con toda la tranquilidad del mundo, le cerró los ojos al cadáver.

Entonces, Fernando cerró los ojos, sin moverse ni un centímetro, y se libró de todo su pensamiento.

Tenía su mente completamente en blanco.

Hasta que un ruido le desconcentró: la sirena de policía.

El joven abrió los ojos sorprendido. E inmediatamente se giró.

Y vio claramente como un coche patrulla aparco justo delante de la puerta del cementerio, con las luces encendidas.

-¿Qué demonios?-se preguntó, susurrándose a sí mismo.

Y del choche bajó un policía con su uniforme bien puesto, impecable, y, con su gorra puesta. Era bastante ancho y tenía pinta de ser muy fuerte.

Aquel fortachón se le acercó a Fernando, lo cogió de su brazo derecho y lo levantó de golpe.

Y, sin ningún problema, el gran policía pudo esposarle al joven.

Tenía su uniforme manchado de barro por las rodillas.

-Queda detenido por el asesinato de Charley Gómez-dijo el fuerte.

-Un gran camino hasta la muerte... hasta que alguien sube a su propio tren...-susurró Fer, mirando el cadáver.

No se pensaba defender.

-¡Calla!-le gritó el fortachón, mientras, con su mano derecha le cogió de la cabeza a la vez que con la izquierda le sujetaba las esposas, y, lo tiró al suelo casi sin inmutarse, haciéndole manchar su cara de barro- cualquier cosa que digas podrá ser utilizado en tu contra.

Y seguía sin pensar en defenderse.

Veía todo oscuro.

Le faltaba la respiración.

Notaba que flotaba en agua.

No podía ver, pero sí podía oír.

-El proceso puede ser muy peligroso, rozar la muerte, y, causa bastante dolor al paciente-dijo una voz más bien grave y... vieja.

-¡Hazlo!-ese grito era de una persona más joven y... le resultaba familiar.

Y notó unos pinchazos en varias zonas de su cuerpo.

Unos segundos después, un gran dolor recorrió su cuerpo.

El dolor era tan intenso que no pudo aguantarlo, e intentó levantarse.

Al levantarse, una gran placa de metal que se encontraba bloqueando su camino, salió volando.

Era miguel.

Su cuerpo estaba mojado, y tenía una brecha en la cabeza.

Su mirada daba una impresión de furia y fuerza impresionante.

Miró a Iago y a un hombre mayor.

-Vosotros dos... moriréis...-dijo, faltándole la voz, y señalando al adolescente y al hombre mayor.

-¡Tranquilo! ¡Relájate!-le gritó Iago, en un vano esfuerzo.

-¡Que se relaje tu padre!-gritó mientras comenzaba a sangras por el antebrazo.

Y de allí, de su antebrazo, comenzaron a salir unas cuchillas en forma de rombo, y, tras aquellas cuchillas, cadenas.

Miguel aguantaba el dolor.

Iago se sorprendió.

-Éxito-susurró, antes de sacar su pistola derecha y apuntar hacia Miguel.

Y el chico lanzó sus cadenas, que comenzaron a salir de su antebrazo, interminablemente, y, consiguió atrapar a Iago rodeándolo con esas cadenas.

-Es tu fin...-le dijo a Iago.

-Déjate de palabrerías-le contestó el militar, mientras le seguía apuntando.

Y el joven se dejó llevar por esas cadenas, aproximándose a Iago a una velocidad impresionante.

Y Miguel comenzó a respirar.

Abrió los ojos. Todo era muy blanco y muy bien iluminado. Hasta hacía daño en los ojos.

Miguel se incorporó y comenzó a mirar por todas partes.

Estaba sentado en una camilla con sábanas blancas. A su izquierda, una ventana que no daba al exterior, si no a otra sala llena de máquinas. A su derecha, una máquina que le medía el pulso.

Y, de repente, una enfermera, de pelo moreno y largo, ondulado. Lo llevaba suelto, no se lo recogía en ninguna coleta, bastante guapa, con un cuerpo de deseo. Tendría unos 15 años. Llevaba una camisa larga y blanca, que le llegaba por más debajo de las rodillas, aunque los dos primeros y últimos botones de la camisa los llevaba desatados. Rodeando su cuello llevaba un fonendoscopio.

La enfermera se acercó a Miguel a paso ligero y, colocó su mano izquierda en el hombro derecho del chico, muy dulcemente, queriendo decirle que no se moviese.

-Quítese la camisa-le dijo la enfermera, mientras le quitaba su mano del hombro de Miguel.

-¿Qué pasa?-preguntó algo preocupado el chico.

-Nada. Es sólo un test corriente. Ahora, por favor, quítate la camiseta-volvió a ordenarle la chica.

Y Miguel afirmó con la cabeza, aunque no estaba muy convencido, y, se quitó la camiseta mientras ponía los pies en el suelo, sin levantarse de la camilla.

Y la adolescente cogió su fonendoscopio de su cuello y se lo puso en sus oídos.

A continuación, comenzó a tomarle el pulso.

-Inspira, espira, inspira, espira...-decía la enfermera dando un segundo por cada palabra.

Y Miguel obedecía sin rechistar ni refunfuñar.

Fernando calló al sucio suelo de los calabozos, empujado por el policía grandullón.

No le habían ni dejado cambiarse. Aún llevaba sus vaqueros llenos de mierda.

Y cerraron la verja.

Fer se quedó tumbado bocabajo en aquel suelo lleno de agua de lluvia por las goteras, barro del que se pega en los zapatos, y, seguramente, cagadas de rata.

Tras unos segundos tumbado, colocó sus manos en el suelo y se impulsó para colocar sus rodillas en el suelo. Después consiguió ponerse de pie.

-Vaya, mira quién está aquí-oyó una voz Fernando.

Y, desde una esquina, donde se encontraba la oscuridad más profundida, apareció un hombre. Llevaba varias heridas en la cara, y, seguramente, su ropa sucia y mojada tapaba otras muchas cicatrices.

-Pensé que nunca te volvería a ver-dijo Fernando, mirando fijamente al preso-¿aún no se ha celebrado tu juicio?

-Me temo que no-siguió el hombre mientras se acercaba lentamente a Fer-me seguiré pudriendo en esta celda, y todo por tu culpa.

Y, el hombre ya estaba justo enfrente del policía.

-¡No saques ese tema ahora! ¡Hacía mi trabajo!-gritó Fer, intentando plantarle cara al hombre.

Y éste le cogió el cuello de la camiseta al joven y lo estampó contra las rejas.

-¡Por culpa de tu trabajo me tengo que pudrir en esta celda por mucho más tiempo!

-Vale... vale... relájate, ¿quieres?-intentó tranquilizar las cosas Fernando.

-¡No!-gritó furioso el preso, un instante antes de pegarle un puñetazo al policía y dejarlo caer al suelo. Después se agachó mirándolo-Haré de tu estancia aquí un infierno.

Fer comenzó a sangrar por la boca.

Estaba comenzando a oscurecer.

Miguel seguí sentado en la camilla, y, la chica, sentada enfrente de él.

-Yo también soy uno de esos experimentos-dijo la chica.

-¿En serio?-preguntó de inmediato el adolescente.

-En realidad, casi todo el ejército consta ahora de estos experimentos-siguió la enfermera.

Los siguientes diez segundos constaron de un silencio espeluznante, hasta que Miguel, sin poder mirar a la cara a la chica, rompió aquel silencio:

-Raquel...

Pero ésta le cortó, lanzándose a él, besándolo, mientras los dos se dejaban caer en la camilla.

[Roxas!!]

Muy bueno el capítulo ^^ Solo tengo una duda, ¿como se llama el poli que arrestó a Fernando? Me he quedado con la duda xDD

Espero leer con ganas el proximo (:

[Sombra]

Sigo liandome un poco con tu forma de narrar..Pero la historia mola (aunque como ya digo tu forma de narrar me hace perderme algunas veces) Espero la proxima semana como siempre. Un saludo

[Miké]

AVISO IMPORTANTE: Cancelo el fic por motivos personales, quizás para siempre, o quizás temporalmente.
Estoy trabajando en otro proyecto, pero, me llevará un tiempo.
Si algún Mod y/o Admin lee esto, por favor, ciérralo.

[DahmuzaK]

-_- llegas a KHworld sin avisarme, cancelas tu fic y aún no me das de cenar.
*Te echo mi mirada de estas muerto para mí* :D