Presentamos “Sangre y Poder”, el segundo volumen de la Saga Daimon o Saga de las Diosas, situado después de “Players”. La historia pasa de centrarse en el Game a un conflicto de intereses entre asesinos reunidos en un mismo lugar por el destino, cada uno con sus motivos.
Hay que comentar que, a pesar de que sigue la historia de la saga después de Players, no es una secuela en sí misma. Ciertos personajes permaneces, y ciertos sucesos afectan aquí, pero ni hace falta haberlo leído para comprender la historia ni habrá spoilers en exceso. Además, la mayoría de las sorpresas se guardarán como otras sorpresas aquí, para quien no lo leyera.
Si de todos modos queréis leerlo, podéis esperar a una versión en novela mejorada y reescrita, o leerlo aquí.
Volviendo a S&P, la historia se divide en dos mitades. En ambas, hay cuatro protagonistas por los que elegir. La historia de cada uno sucede en el mismo lugar en el mismo marco temporal, aunque nunca se llegan a ver entre sí. Cada uno, además, tiene una serie de flashbacks que relatan su vida o la de otros personajes. El orden de los protagonistas se elige por votación; al acabar con cada uno, se vuelve a votar para elegir al siguiente. Así hasta terminar con los cuatro.
Para elegirlos, cada uno posee su propio Prólogo, con Flashback incluido.
Prólogos
Griet
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Veinte científicos a su cargo, moviéndose de allí para acá. Veinte cerebros trabajando duramente, investigando la fórmula de Despertar con los escasos recursos que les quedaban. Triple Siete dio un trago a su botella de agua y siguió observándolos. Veinte era un buen número. Se preguntó cómo Sponsor había logrado que Lord Investigations enviara a tanta gente.
Aquel lugar siempre le daba escalofríos. Desde hacía años odiaba visitarlo. Cinco plantas completas para investigaciones de todo tipo, dos superiores para las habitaciones y una octava para el aeropuerto. Eso, por no hablar de los yacimientos en los subterráneos; aquello sí que daba mala grima. Pero en esos momentos se encontraba lejos de cada, lejos de Goddess Island y Game City, por lo que daba igual.
Triple Siete suspiró, sentado en aquella silla de plástico y observando a la gente moviéndose todavía entre aquel pasillo de paredes de duro cemento color gris. No entraba ni el más mínimo rayo de luz natural; todo estaba iluminado por bombillas en el techo. Algún cristal dejaba entrever lo que hacían en el interior de ciertas habitaciones, pero no llegaba a más. Todo era gris y aburrido.
“Ya pueden darle una mano de pintura a este lugar”, se dijo a sí mismo. Volvió a beber de su botella.
Triple Siete no era más que su nombre de “oficio”. Llevaba ya bastantes años trabajando para Sponsor, aunque éste odiara que lo llamara “jefe”. Desde los dieciocho había comenzado a colaborar con él, hacía siete u ocho años. Había crecido, claro; ahora llevaba el pelo largo y negro, tapado por una visera negra. Su ropa se componía de una chaqueta de cuero lujosa y llamativa de color negro que llegaba hasta las rodillas, unos vaqueros azul oscuros con cadenas y un cinturón con constantes sietes, acabando en el centro con tres especialmente grandes y dorados. También había pensado en dejarse patillas, pero por ahora prefería no hacerlo.
La razón de que estuviese allí era asegurarse de los niveles de seguridad de los laboratorios. Se rumoreaba que había estado entrando gente no deseada, y aquello, claro, era un gran agujero de seguridad. Debía descubrir quién querría entrar y desde dónde.
Pero claro, no pasaba nada. Llevaba una semana allí y no encontró nadie sospechoso, ni ningún agujero en una pared. Todo era tremendamente aburrido… Y gris.
Observó a través de uno de los cristales a un científico observando una probeta fijamente. Se acordó inmediatamente de una película de terror que vio de pequeño, en la que investigaban en unos laboratorios un virus que volvía a la gente en estado zombi. De golpe, se sintió preocupado. No sabía bien lo que Sponsor había ordenado investigar por allí, pero, ¿y si se le caía la probeta y todos se volvían putrefactos y hambrientos de cerebros? Estaría él solo, sin ningún tipo de ayuda en kilómetros a la redonda.
Preocupado, agarró su hacha portátil, un pequeño invento de su hermano pequeño que aparentaba ser un palo; pero pulsando un simple botón, una hoja salía de ella y el palo se alargaba. Era una preciosidad, aunque tal vez un prototipo algo basto y que necesitaba un par de arreglos; la mayoría de veces que pulsaba el botón, se atascaba o no contestaba. Aun así, se trataba más del cariño al arma que del arma en sí; no podía cambiarla por nada en el mundo.
Triple Siete abrió los ojos como platos.
La probeta se había caído al suelo. El científico parecía adormilado, y en cuanto vio lo que había sucedido, se agachó para recogerlo. Por la mente del chico se pasó de nuevo la idea de los zombis.
“Vienen a por mí. Vienen a por mí.”
Triple Siete agarró con más fuerza el arma.
“Pero no dejaré que me atrapen, no, no lo haré…”
-¿Señor?
Triple Siete pegó un grito al ser sorprendido por aquella voz. Apuntó con su arma al científico que le había llamado y éste se asustó más. Al ver quién era, el muchacho suspiró y guardó el hacha portátil tras su chaqueta.
-¿Sí?
-Su helicóptero está listo –le anunció el hombre, recuperándose del susto-. Espero que haya tenido una feliz estancia.
-Muy feliz no ha sido. Estoy harto del color gris.
-Siempre puede convencer al señor Sponsor de que nos dé algo de presupuesto para pintar las paredes –bromeó el hombre, aunque Triple Siete estaba seguro de que hablaba en serio-. Y dígame, ¿son ciertos los rumores de que piensan cerrar el lugar?
-Eso pregúnteselo a Sponsor –contestó él-. Yo sólo soy uno de sus trabajadores.
-Todo el mundo sabe que usted es más que eso para Sponsor.
Triple Siete le lanzó una mirada asesina.
-Pues más vale que todo el mundo se esté calladito.
-Sí, señor –respondió el científico amedrentado.
Triple Siete suspiró y fue directo al ascensor, agobiado de tanto gris. Tocó el botón llamando a éste y no tardó en aparecer. Las puertas se abrieron de par en par y Triple Siete entró en él sin reparo. Una figura tapada por un manto gris desde los pies hasta la cabeza estaba ya en el interior.
-¿Sube? –le preguntó a ella. La figura afirmó con la cabeza simplemente. Triple Siete entró y pulsó el botón de la octava planta. Las puertas del ascensor se cerraron y comenzó a elevarse.
-Levanta las manos.
El joven notó algo metálico haciéndole presión en el pelo, parecido a un tubo. “No es posible”, se dijo. “¿Cómo coño he podido picar?”
Triple Siete contestó levantando sus manos lentamente. La mujer de su espalda dejó caer el manto y se apresuró a pulsar un botón del ascensor, deteniendo su ascensión.
-¿Quién me amenaza?
-Cállate, bastardo –le soltó la voz-. La gente como tú me provocáis nauseas.
-Eh, que no soy como esos científicos. Yo me ducho todos los días.
-¡He dicho que te calles!
La atacante le golpeó en la cabeza con la culata de su arma y lo tiró al suelo. Triple Siete tuvo la oportunidad para ver que se trataba de una niña de unos catorce o quince años, bajita y prácticamente sin pecho. Sus ojos azul prusia, parecidos al gris, se clavaban en él, fijamente, mientras seguía apuntándole con la pistola con las manos temblorosas.
-Tú –susurró Triple Siete.
-¡Vosotros, cabrones! –la chica quitó el seguro al arma- ¡Vosotros fuisteis quienes arruinasteis su vida! ¡La despreciasteis, la expulsasteis de casa! ¡¡La matasteis, joder!!
-Oye, no sé qué te ha pasado, pero yo no he hecho nada.
-¡¡Matasteis a mi madre!!
Triple Siete no pudo evitar sentirse sorprendido. La chica tenía lágrimas en los ojos y parecía estar dispuesta a apretar el gatillo.
-Y lo pagaréis –apretó ligeramente éste- con vuestra vida.
La niña disparó el arma.
-Griet, cariño, lleva estos platos a la mesa siete.
La joven asintió con la cabeza y cogió los tres platos en una bandeja. Era la misma chica que hacía cuatro años, pero había crecido en aquel tiempo; su pelo negro con mechas color chocolate ahora era una media melena con dos flequillos a ambos lados de la cara por delante de las orejas y estaba recogido por una coleta por detrás que lo alzaba ligeramente, formando un pequeño torbellino. Llevaba unos pendientes rojos y redondos en las orejas, y en su cuello, muy blanco, un colgante gris. Sus pechos no se habían desarrollado mucho, teniéndolos pequeños y casi planos. Por lo menos su estatura sí que había aumentado, haciéndola bastante más alta. En su brazo derecho se había tatuado un corazón rojo con un nombre en él. Vestía con un delantal del restaurante, un lugar apartado de la civilización en plena carretera. Nadie querría vivir por allí. Nadie, menos ella.
Griet, tal y como la habían llamado, dejó los tres platos sobre la mesa. Tres hombres musculosos y con cara de cerdo esperaban impacientes, riéndose con algún chiste desagradable y, seguramente, borrachos. De ser así sería difícil de notar por el olor, porque apestaban, como si en semanas no se hubiesen acercado a kilómetros a una ducha.
Uno de ellos la silbó mientras colocaba la comida sobre la mesa.
-¡Pero mira qué bombón! –rió- ¡Eh, tía, ven con nosotros! Te lo haremos pasar bien.
-¿Desean algo más? –preguntó Griet, ignorando al hombre.
-¡No, pero seguro que tú quieres de nuestra leche!
-En caso de que no quieran nada más…
Griet se giró para volver a la cocina y ver si había algún pedido más, cuando uno de los hombres le dio una palmada en el trasero. El trío de cerdos echaron a reír, mientras la joven apretaba su puño con fuerza. Tenía tantas ganas de partirles la cara, de echarles a patadas… Pero si lo hacía una vez más, probablemente la despedirían, esta vez para siempre. Aguantando, soltó su puño y se alejó.
No había pedidos, pero en cambio, había alguien en una de las mesas. Cogió su pequeño bloc de notas y se acercó a ésta.
Allí había un hombre, probablemente un joven, mirando a la nada. Iba vestido con un traje de gala color negro, parecía bastante bajito y llevaba una máscara tapándole la cara, algo que le llamó bastante la atención a Griet. La máscara parecía ser negra por el centro y blanca por fuera, con triángulos blancos parecidos a colmillos acercándose al centro, como un abismo. Su pelo era castaño clarito, y a través de la máscara se podían ver dos ojos verdes y grandes. El joven parecía muy interesado en el menú. Griet intentó dejar de concentrarse en la máscara, preguntándose por qué la llevaba puesta.
-Bienvenido al Pub Grijs –murmuró con pesadez ella-. ¿Ya ha decidido qué va a tomar?
El hombre levantó el dedo índice de su mano derecha.
-Dígame, señorita, ¿cómo lleváis la sanidad en este lugar? –preguntó simplemente- ¿Cuándo fue la última inspección?
Griet adivinó a qué venía la máscara. La última vez que un inspector de sanidad se pasó por allí había sido machacado posteriormente por un matón contratado por el jefe hasta que tuvo que cambiar de opinión acerca de si tener cucarachas en la cocina era sano o no.
-Por favor, diga lo que simplemente desea –rogó Griet cansada.
Fue entonces cuando reparó en el “acompañante” del joven. Una larga espada, una katana, estaba apoyada junto a él en el sofá rojo. Estaba metida en una funda, y el mango del arma presentaba un emblema dorado de un corazón sobre una luna menguante boca arriba.
-Las armas están prohibidas en este local –señaló Griet.
El joven observó su katana.
-¿De veras?
-Voy a tener que pedirle que abandone el establecimiento.
El joven se cruzó de hombros y agarró su arma. Se levantó de su asiento y, sin decir nada más, se dirigió a la puerta. La abrió y echó un último vistazo a Griet, que se encontraba tensa y aguantaba la respiración expectante.
-Un placer, señorita.
El joven salió y cerró la puerta tras él. Griet suspiró y se dirigió a la cocina. Por unos instantes, pensó que el hombre iba a enfurecerse y sacar su arma para amenazar a todos los que estuvieran allí. No sería la primera vez que hubiese sucedido, ni tampoco la única en la que habría enviado al agresor al hospital con una bala en su cuerpo por defensa personal. La policía ya la tenía fichada.
-¿Estás bien, cariño?
Griet observó a la cocinera, una mujer rechoncha y muy amable. La joven afirmó con la cabeza.
-Vete a casa ya, cariño –la animó la cocinera-. Ya no hay mucho trabajo y llevas aquí unas cuantas horas extra. Yo me encargaré.
Griet susurró un “gracias” en voz baja y se dirigió a la cocina. Allí, tiró a mano izquierda, a una pequeña habitación con un par de taquillas. Metió una llave en una de ellas y la abrió. Allí estaba su ropa, su adorada ropa. La sacó y no tardó en quitarse la del restaurante, que ya olía a tabaco y grasa a kilómetros. No tardó mucho en vestirse.
Cuando salió de allí, parecía alguien distinta. Llevaba un pantalón vaquero azul clarito corto, cortado a pocos centímetros de la cintura y sujetos por unos tirantes negros con puntos blancos que llegaban hasta los hombros y un cinturón de cuero que poco la apretaba. Una camiseta negra cortada por la zona del ombligo y sin hombreras, dejando ver bastante. Llevaba unos guantes negros bien cuidados, y en la mano derecha una pulsera de plata. Llevaba unas botas negras y grandes, con muchos botones, y unas medias transparentes con corazones rojos, negros y grises tachados.
Al decidirse a salir, uno de los hombres la silbó.
-¡Vaya cambio, nena, pero sigo prefiriéndote sin ropa!
Griet aguantó la respiración y se mordió el labio inferior mientras soportaba a aquellos cerdos. Salió del local, ignorándolo, y se dirigió a su vieja motocicleta. Fuera, el cielo estaba oscuro, y la carretera apenas iluminada. Se subió sobre su moto, se colocó el casco y arrancó el motor.
Le encantaba sentir el viento en la cara cuando conducía su moto. Amaba aquella sensación. Entre las pocas cosas que le animarían a seguir viviendo, estaba aquello. No había muchas más cosas tan gratificantes.
Finalmente, llegó. Un pequeño bungaló apartado de la sociedad y la urbanización. Bajó de la moto, la aparcó y se quitó el casco. Lo llevó hasta la puerta de la casa, donde sacó la llave y se dispuso a abrir la puerta. Pero ésta ya estaba abierta.
Griet se alarmó y sacó instintivamente su pistola. Apuntó a la oscuridad y entró dentro de la casa, decidida a disparar a cualquier cosa que se moviera.
Dentro estaba hecho todo un caos. La nevera estaba abierta, con todo su contenido por el suelo; los armarios habían sido vaciados, y por el sofá estaba tirado el contenido de los cajones. Avanzó un par de pasos, esperando encontrar al intruso. La puerta se cerró de golpe.
-Hola, Griet.
La mujer se giró y se encontró con el joven enmascarado del restaurante entre la oscuridad. Quiso reaccionar disparándole, pero antes de apretar el gatillo, el hombre se abalanzó sobre ella con un pañuelo.
Griet se desmayó y el mundo se desvaneció ante sus ojos.
Red Line
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El coche era amplio, grande… Y vacío. Así se sentía el joven que iba en él, en el asiento trasero. Un pobre chico de quince años de edad con la mirada clavada en el paisaje de mansiones lujosas, símbolos del dinero y el poder. Delante conducía un hombre vestido de negro, alto y con una cicatriz desde el cuello hasta su ceja, al lado derecho de la cara. En el asiento de copiloto iba otra persona, con un ojo verde y otro morado, que no dejaba de darle miedo en parte. Es como si estuviera loco.
El muchacho suspiró. Los sucesos de la última hora habían sido demasiado complicados y traumatizantes para él. Se apartó de la frente su pelo pelirrojo, largo y con un peinado que le tapaba uno de sus ojos marrones. Era de pequeña estatura, sin alcanzar el metro setenta, y se notaba en los pantalones que llevaba, negros con rayas azul oscuras que le quedaban grandes. Su padre se los compró diciendo que “ya crecería”. De eso hacía ya un año.
Su cabeza y su pelo estaban cubiertos por un sombrero verde en forma de bolsa, redondo e hinchado. Iba vestido con una camiseta en la que ponía “I love Italia”. Estaba allí por el trabajo de su padre, llevaban algo más de medio año. Se había adaptado, pero…
Una hora antes, camino a casa desde el instituto, notó que un hombre le seguía. No sabía con certeza qué quería, pero hacía poco, su padre le había avisado: “Si ves a alguien sospechoso, evítalo a toda costa”. Y así lo hizo, intentó darle esquinazo por todos los medios posibles, sin éxito. Quien le seguía no se andaba con chiquilladas; estaba dispuesto a saber adónde se dirigía sí o sí.
Y de golpe, sin saber bien cómo, aquellos dos hombres le habían cogido y le habían metido al coche, asegurando ser amigos de su padre. En principio se le pasó por la cabeza que ellos fueran con el extraño hombre, aunque, cuando el del ojo morado cogió una pistola y le disparó… Le quedó bien claro.
El muchacho se había hecho el tonto con su padre, pero sabía bien en qué consistía su trabajo. No era instructor de esgrima, como le había contado, sino que trabajaba para la mafia. Concretamente, para una familia llamada Scarlion que controlaba su imperio delictivo allí, en Nápoles. Su padre, un gran maestro de la espada y, concretamente, del bushido. Durante mucho tiempo tenían que moverse por todas partes del mundo, contratados por unos y por otros.
Se sentía muy orgulloso de su padre. Tal vez lo que hacía en aquel momento fuera algo dudoso legalmente, pero él había enseñado a los mejores guerreros actuales con su propia katana. Aquel que realmente quisiera aprender aquel arte de matar, tenía garantizado que con él aprendería más de lo que esperaba. Y últimamente le estaba enseñando a él algo de todo aquello.
-Ya hemos llegado –anunció el piloto.
El muchacho observó bien adónde habían llegado. Se trataba de una gran mansión de color marrón, con dos plantas, un jardín bien cuidado y un aparcamiento a uno de los lados de la calle, para reuniones “laborales”. Al otro lado de la casa se podía ver una gran piscina privada y un jardín botánico. Se preguntó para qué querría alguien tanta mansión.
Los dos hombres de delante se bajaron del coche y abrieron la puerta al muchacho, que salió de él y tomó algo del aire. La entrada a la mansión estaba unos pocos escalones arriba, con unas grandes puertas de entrada. Delante de éstas se encontraba una chica, algo mayor que él, de pelo rosa y mirada preocupada. El hombre del ojo morado la observó.
-Hola, Samara –saludó-. ¿Cómo estás? ¿Han cesado ya tus vómitos?
La joven se preocupó algo por lo que dijo, pero saludó con la mano.
-Hoy voy a ver al médico para que me recete algo –explicó Samara-. Gracias por preocuparte, Thomas.
-De nada –se giró al hombre de la cicatriz-. Julio, lleva a esta dama a la dirección que te indique.
El hombre de la cicatriz hizo una mueca, como si quisiera negarse.
-Vamos –Thomas se señaló con el dedo su ojo verde-, te lo ordena el ojito derecho del jefe.
Samara bajó las escaleras, ante la mirada del muchacho, y el hombre de la cicatriz se vio obligado a abrirle la puerta. Después de que ésta se metiera dentro, cerró de un portazo, enfadado, y se dirigió al asiento del conductor.
-Yo soy un asesino, no un maldito chófer de mierda…
El coche arrancó, comenzando a alejarse de la entrada a la increíble mansión. Thomas se acercó al joven y le observó.
-Bueno, el jefe quiere verte –señaló él-. Un chico como tú… De mayor podrías sernos muy útiles, ¿sabes? Quién sabe…
-¿Como mi padre? –preguntó el muchacho.
Thomas hizo una mueca.
-Esperemos que tengas sus mismas habilidades en la espada –se limitó a contestar.
-¿Dónde está ahora?
-Oh, en una misión. A saber cuándo volverá. Ahora, ¿podemos…?
-¡Thomas!
Tanto él como el muchacho se giraron y vieron a un hombre que el chico reconoció como el que le había estado siguiendo. Era alto, con una larga melena de color negro y una barba corta y bien cuidada. Iba vestido con un elegante traje negro, a la vez que en la espalda parecía llevar una funda de katana. Su piel revelaba su procedencia mulata, y sus ojos eran azules y profundos.
-¿Tú otra vez? –preguntó Thomas- ¡Guardias!
-Entrégame al muchacho, Thomas. Te dejaré ir.
-¿Dejarme ir? ¡Estás loco!
De la puerta surgieron tres hombres, los tres con pistolas. Apuntaron directamente al extraño hombre y clavaron sus miradas en él. Éste les ignoró, observando a Thomas únicamente.
-Ésta es tu última oportunidad –le advirtió-. El muchacho se viene conmigo.
-¡Acabad con él! –ordenó Thomas- ¡Viene a acabar con nuestro líder Scarlion!
Los guardias no dudaron en reaccionar. Tres disparos, uno por cada uno, directamente al hombre. Los tres fueron detenidos por una rápida masa que pasó por delante de él.
-¿Qué cojones…? –saltó uno de los guardias.
Otra figura había surgido de la nada, con ropas destrozadas y oscuras, como las de la muerte. Llevaba una máscara reflectora ocultándole la cara y una katana en la mano. Entre sus ropas tenía dos agujeros de bala, mientras que otra parecía haber sido detenida con la propia arma.
-Veo que Sponsor me ha enviado refuerzos –señaló el hombre con barba-. ¿Cómo se encuentra, Samurái?
-Viene en camino a hacer una pequeña visita a Scarlion –le contestó el de la máscara-. Vengo a limpiarle un poco la zona antes. Te he visto en problemas y me he metido.
-¿Problemas, yo? Debes estar de coña.
-Tenereos, tres tíos te apuntaban con pistola. Si según tú no es tener problemas, es que debes repasar bien el diccionario.
Thomas apretó con fuerza sus dientes. Dos desconocidos con katana a la vez en la mansión. No podía ser bueno.
-¡Acabad con ellos! –ordenó a los guardas. Tenereos y Samurái se colocaron en posición de ataque.
El muchacho nunca había visto una velocidad tan increíble. Samurái se movía como una pluma en el viento, directo a los guardas. Atravesó con su arma al primero y fue directo al segundo, con el que hizo lo mismo; esto antes de que pudieran dispararle de nuevo. El tercero, simplemente, se asustó y echó a correr al interior de la mansión, dejando su pistola atrás. Thomas lo maldijo y agarró la pistola. Cogió al muchacho y lo agarró firmemente por el cuello, mientras que le apuntaba con una pistola.
-¿Lo quieres vivo, Tenereos? –preguntó- ¡Pues largaos de aquí! ¡Ahora!
-Probablemente tampoco le dejéis vivir si me voy.
Samurái dio un paso hacia Thomas, pero éste le apuntó a él con la pistola en un acto reflejo. Tenereos se lanzó rápidamente contra él y liberó al chico soltando su brazo con una llave. Acto reflejo, colocó el filo de su arma en el cuello del mafioso ante la vista del chico.
-Tienes mala suerte; mi amigo atraviesa a sus víctimas. Yo las corto en trocitos –le avisó. Thomas estaba asustado.
-¡Espera! ¡Espera! –le suplicó- Sé que Venom quiere información de Scarlion, ¡la desea! Yo puedo dársela. Yo puedo darle…
-¡No tienes nada que no tengamos ya! –gritó Samurái.
-¡El hijo de la mujer! –gritó rápidamente Thomas- ¡Está embarazada! ¡Seguro que no lo sabíais!
Tenereos lanzó una rápida mirada a Samurái. Éste simplemente se juntó de hombros, sin saber qué hacer o decir.
-Te quedarás aquí hasta que llegue Sponsor –le ordenó Tenereos-. Pero una sola tontería, y me encargaré yo mismo de ti.
Tenereos le dio la espalda, dejándolo a cargo de Samurái. Se acercó al muchacho y le colocó la mano encima del hombro.
-Eh, tranquilo –le animó-. Ya ha pasado. Ven conmigo.
-Llevo todo el día de un lado a otro. ¿Quién eres?
-Puedes llamarme Tenereos –le contestó con una sonrisa-. Conocí a tu padre. Él me enseñó todo lo que sé.
-¿Y dónde está mi padre?
Tenereos apartó la vista bruscamente.
-Me temo que…
El muchacho abrió los ojos como platos. El hombre le miró y le sonrió.
-Eh, está bien. Sólo que… Ha tenido que irse urgentemente para ocultarse de los Scarlion. Me pidió que te cuidara, pero fuiste algo esquivo conmigo.
-¿Me enseñarás a manejar la katana tan bien como tú? –le preguntó. Tenereos le contestó con una sonrisa.
-Claro que sí, muchacho. Claro que sí.
El tren dio otro salto, y el muchacho se despertó de golpe. Miró rápidamente a su alrededor, y recordó dónde estaba. Estaba en unos túneles subterráneos que llevaban hasta el subsuelo de una montaña. Iba en un tren, creado por una compañía llamada “Lord Investigations”, y por lo que sabía en dicha montaña había unas instalaciones abandonadas de dicha empresa.
Observó enfrente suyo. Iba completamente solo en el tren, a excepción de su maestro, que descansaba tumbado en los asientos delanteros. Estaba claro que aquel tren, que conectaba las instalaciones con la ciudad más cercana, se utilizaba para sus trabajadores. Tenía piloto automático y el tiempo estimado del viaje era de menos de una hora. Allí entrarían de unas veinte a treinta personas a la vez. No estaba mal.
Tenereos dio un ronquido. El muchacho sonrió y observó a su derecha, donde vio la funda de su katana, la que su maestro llamó la “Red Line”. Él, gustándole el nombre, adoptó el mismo mote también. Muchas cosas habían cambiado desde aquel día, pero él se mantenía igual físicamente, como su maestro.
Red Line se metió una mano en el bolsillo izquierdo y sacó un papel. La razón por la que iban a aquellas instalaciones, lejos de su casa en Italia. Volvió a leer el extraño mensaje, que nada más llegar por correo a casa su maestro había preparado las maletas.
“Código negro.
Todo ha sido perdido. Las luces se han apagado. El Game de 2010 acabó. Reúnete conmigo en Ataque Gris. Firmado,
Isaac Box
PD: Lance está conmigo.”
Red no comprendía bien el mensaje. Pero lo único que le importaba era que…
-En cinco minutos llegaremos al destino –anunció una voz femenina y robótica desde los altavoces. Tenereos se desperezó y se levantó de los asientos.
-Parece que estamos llegando –señaló-. ¿Preparado, Red?
El muchacho asintió. Volvió a echar un último vistazo a la carta. No sabía quién era Isaac Box, pero Lance…
… Lance era el nombre de su padre.
Danielle
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La joven echó una mirada hacia atrás.
Iba vestida completamente de blanco, con un largo traje parecido al de una boda. En la cabeza llevaba unas flores adornando su pelo, largo y suelto, castaño clarito. Su mirada se clavó en su testigo, desde una primera persona. Me miraba a mí. Aquellos ojos orientales, verdes… Su hermosa cara, su blanca piel… Todo su cuerpo hacía que el mío se estremeciera. Claro… La amaba.
Quise acercarme a ella, decirle que lo sentía. Pero ella dio un paso hacia atrás, rechazándome. Dio media vuelta y huyó, directa hacia una oscuridad nada clara. No podía permitirlo. La perseguí.
No sé si fueron segundos, minutos, horas o días; volví a alcanzarla. Se encontraba de espaldas a mí, mirando directamente el vacío. Se encontraba al pie de lo que me pareció un barranco. Era peligroso; si caía, su supervivencia era imposible.
Quise advertirla, salvarla. Di un paso hacia ella, pero su cabeza se giró hacia mí. Me asusté. Y en su tímida sonrisa lo vi.
Se arrojó al vacío.
Y jamás volví a saber de ella…
Danielle despertó de un salto.
Se llevó la mano a la cabeza, confusa. Le costó unos segundos darse cuenta de que se encontraba en su camerino, donde había ido antes de una sesión fotográfica para cambiarse la ropa. Era un lugar lujoso y con glamour, con pósters de ella misma en las paredes, espejos con bombillas alrededor y mesas llenas de kits de maquillaje.
Se levantó del suelo, una fina moqueta roja, con la mano sobre la cabeza. Se encontraba algo mareada, pero tenía prisa. No sabía cuánto llevaba desmayada. ¿Unos segundos? ¿Minutos? Era improbable que fuera demasiado tiempo, o alguien hubiese ido a comprobar si le había sucedido algo.
Se dejó caer sobre la mesa de maquillaje, observándose en el espejo. No tenía ninguna herida; quizá algún moratón por la caída al suelo, pero nada de lo que preocuparse. Observó su pálida y fina piel, perfecta según muchos artistas. Sus ojos eran de un peculiar color rojo, achinados, y su pelo blanco y corto, aunque la parte superior de la cabeza se lo había teñido de negro. Llevaba dos coletas a ambos lados de la cabeza, dándole un aire más infantil, y todavía no se había terminado de vestir.
Alguien llamó a la puerta.
-¿Danielle? –preguntó alguien desde fuera- ¿Te encuentras bien?
-Perfectamente, Gustavo. He tenido un… Accidente.
-Pues date prisa, llegas más de diez minutos tarde. Esos fotógrafos no son baratos, ¿sabes?
La joven siguió observándose en el espejo y reflexionó acerca del sueño que acababa de tener. No era la primera vez que aquellos desmayos le llevaban a otro sitio, otro lugar, a los ojos de otra persona completamente distinta. Llegó a pensar que eran reales de algún modo, y que esa persona existía realmente. Pero con el tiempo, desechó aquellas fantasías y se centró más en descubrir quién era ella.
Dos años atrás… Despertó en la cama de un hospital, en la oscuridad de la noche, sola. No recordaba nada de lo que había pasado, ni de sus amigos, ni de ella misma. Sufría amnesia, aparentemente sin capacidad de recuperación. Y un hombre vino a visitarla.
Nunca le dio su nombre. Más bien, a nadie se lo había dado nunca. Durante aquellos dos años había trabajado para él, en secreto, en asuntos turbios. Si alguien comenzaba a amenazar su pozo financiero, eliminado. Si alguien metía demasiado las narices donde no debía, eliminado. Si alguien le intentaba chantajear… Eliminado. Aquel era su trabajo después de modelo; asesina.
La joven se despejó aquello de la cabeza, dándose cuenta de que no tenía tiempo. Pero mirándose en el espejo, no podía evitar acordarse de la mujer del sueño. Aquellos ojos achinados, como los suyos… ¿Podía ser un recuerdo de su pasado? ¿Algún familiar o una amiga?
-¡Danielle, date prisa!
Danielle ignoró al hombre tras la puerta y miró su vestido en el suelo. Inmediatamente lo recogió y se lo puso. Antes de salir de nuevo, observó su conjunto habitual, puesto cuidadosamente sobre la silla; un traje con aspecto gótico negro, con una falsa corta por delante que se alargaba por la espalda hasta casi los pies, y unas botas negras de montaña. Su “uniforme” de asesina.
Cerró la puerta con un portazo.
-Eso es, Danielle –le animó uno de los fotógrafos-. Pon esa mirada que sólo tú sabes.
La joven obedeció y colocó una cara atrevida y desafiante. Los fotógrafos se cebaron a flashes, mientras ella cambiaba lentamente de posición.
-Eso es, eso es –susurró otro de ellos-. Vamos, nena.
-Muy bien, muchachos –anunció un hombre-, se acabó la sesión. Nuestra modelo tiene un asunto pendiente.
Danielle se quedó extrañada ante aquel anuncio del hombre. Los fotógrafos comenzaron a recoger sus equipos para despejar el lugar rápidamente, sin querer tardar un segundo. Uno se le acercó rápidamente, tímido, y le dio una tarjeta.
-Oye, si quieres continuar con esta sesión… -comenzó, tragando saliva- Aquí tienes mi número. Mi nombre es Vincent Shepard, no lo olvides.
Danielle le observó con indiferencia. El fotógrafo se sonrojó y dio media vuelta, alejándose de ella. No es que estuviese siendo grosera; es que le costaba mostrar sus sentimientos y comprender los de los demás. Su inteligencia emocional era bastante baja. Miró la tarjeta del fotógrafo y la rompió en pedacitos, tirando estos al suelo. No necesitaba seguir con aquella sesión, tenían las fotos suficientes.
-Me encanta tu modo de decir que no.
Danielle se giró hacia atrás y vio a un hombre de mediana edad con una larga gabardina verde oscura y las manos en los bolsillos. Llevaba entre los brazos un periódico. Era alto, con pelo blanco y calvo por la coronilla, aunque no se viese por su sombrero verde. Llevaba unas gafas de sol de incógnito para pasar desapercibido, aunque hacía de todo menos aquello.
-Buenas tardes, Nicholas –saludó ella, reconociendo al hombre. Éste la sonrió.
-No paso desapercibido, ¿verdad?
-¿Cuál es el encargo de hoy?
El hombre señaló con la cabeza hacia su derecha.
-Salgamos antes a tomar un café.
No tardaron mucho en encontrar una cafetería. Estaban en pleno Febrero, con el frío y la nieve inundando las calles, por lo que se refugiaron en el interior y se sentaron en una mesa con buenas vistas a la ciudad. San Patrick era una preciosa ciudad estadounidense, en el estado de Washington, con más de dos millones de habitantes en él y la principal atracción de la ciudad, a lo lejos; el edificio principal de Lord Investigations. A las afueras de la ciudad, al norte, se encontraba un laboratorio de investigaciones donde trabajaba gran parte de los ciudadanos, pero el edificio principal no dejaba de ser una muestra de poder y fortuna de su principal administrador.
-Buenos días y bienvenidos a Romanhi’s Café.
Danielle observó a la camarera, una joven menor que ella de pelo negro y largo, ojos azules y larga sonrisa. Llevaba una placa donde ponía “my name is Angelica”, por lo que dedujo inmediatamente su identidad.
-¿Qué tomarán? –preguntó, sacando inmediatamente su bloc de notas y un bolígrafo para apuntar.
-Hola, Angelica –saludó Nicholas-. ¿El negocio va bien?
-Perfectamente, Nicho –contestó ella con una dedicada sonrisa-. El señor Lord fue muy amable al financiarme parte del local. Por favor, no dejes de darle las gracias cuando le veas.
-Te repito que no es nada, vas a hacer que me sonroje ante mi amiga –Nicholas señaló a Danielle-. Ya nos devolverás el favor. Ahora, si no te importa, yo quiero un café y dos de esas fantásticas tortitas que hacéis aquí.
-Por supuesto –la chica parecía feliz atendiendo a aquel hombre. Su mirada fue a parar directamente a Danielle-. ¿Y usted qué desea?
-Nada, gracias.
-No seas tan grosera, Danielle –le animó Nicholas-. Discúlpala, Angelica, pero es que es así de borde la chica. Tráele un chocolate caliente, le vendrá bien con este frío.
-¡Marchando! –la muchacha se apresuró a la cocina, contenta por sus clientes.
El pedido no se hizo esperar. En menos de lo que cantaba un gallo, Nicholas tenía su café solo y sus tortitas con sirope de fresa sobre la mesa, como a él le gustaba. Danielle recibió una taza con espeso chocolate caliente, que cuando probó saboreó un finísimo y exquisito sabor que dejó más que satisfecho su paladar.
-Así que Lord ha pagado este local –señaló por encima Danielle. Nicholas la miró de reojo mientras se metía un trozo de tortita en la boca.
-Sé lo que estás pensando –dijo con la boca llena. Tragó saliva y señaló a Danielle con el tenedor-. Pero no hay malas intenciones detrás. De veras.
-Que lo asegures tú lo hace todavía menos creíble, Nicholas.
-Cree lo que quieras. Estoy demasiado ocupado con mis propios asuntos. ¿Ves a esa mujer sentada unas mesas a nuestra izquierda? La que va de negro y que un crío la acompaña.
Danielle observó sin disimular lo más mínimo. A unas mesas de distancias había una mujer con un café y papeles sobre la mesa a los que ignoraba para mirar directamente a un muchacho de unos trece años, que le contaba aparentemente una interesante historia.
-La veo –contestó Danielle, sin apartar la mirada. Nicholas rió.
-Pues a ver cuánto tiempo duras viéndola, porque no le echo más de dos semanas con vida si sigue en la línea actual –aseguró el hombre, cortando otra tortita-. Su nombre es Soiartze Aran, es fiscal, y está metiendo demasiado las narices en un asunto donde nadie le llama. Unas investigaciones de Lord acerca de no sé qué “proyecto eterno”. He avisado a Lord, pero por ahora dice que esperemos.
-¿Y me has llamado para matarla?
-Oh, creo que a ésta simplemente habrá que darle un toque o amenazar con cortar el cuello a su hijo. No, no es por ella por lo que Lord me ha mandado hasta aquí.
Nicholas se llevó una mano al interior de la gabardina y sacó un pequeño sobre. Lo dejó caer sobre la mesa y Danielle lo recogió. Observó su interior y vio un billete de avión, una dirección y una fotografía. Sacó esta última y la observó; en ella se podía ver a una seria mujer morena, con ojos azules grandes y redondos. Era pelirroja, con el pelo ondulado, y con una bata científica. Giró la foto y vio detrás escrito “Asia”.
-¿Mi objetivo? –preguntó. Nicholas afirmó con la cabeza mientras se metía otro trozo de tortita en la boca.
-Lord lleva meses bastante encabronado con este sujeto –aseguró-. Un “amigo”, uno de los propietarios del tercio de la empresa, robó a esta científica, al parecer una de las mejores. Incluso mandó su asesinato a dos agentes que iban a eliminar a aquel “amigo”, aunque parece que las cosas se torcieron bastante. El caso es que hace dos días la vieron en un pueblecillo casi abandonado, al parecer cerca de unas instalaciones supuestamente abandonadas. Tu misión será ir, eliminar el sujeto y si puedes, descubrir si puedes el paradero de Amadeus Box Junior, dicho “amigo” de Lord, y destruir las instalaciones.
-Voy a tener que irme lejos y me estás pidiendo muchas cosas –el viaje señalaba que tendría que viajar hasta Mongolia. Danielle miró a los ojos a Nicholas-. ¿Qué tiene Lord para mí?
-No estás siendo nada justo con él.
Los ojos de Danielle formaron un marco, mostrando un poco de enfado; lo cual en ella, recordando su escasa inteligencia emocional, podía ser peligroso. Nicholas se apresuró a meter la mano en la gabardina y soltarle unas fotos.
-Eso es lo que ganas.
Danielle cogió las fotos. En ellas se podía ver a una mujer de ojos orientales y verdes, bajita, con el pelo castaño clarito y recogido en un moño. Caminaba por la calle con ropa oscura y ajustada, y llevaba un extraño símbolo de un corazón sobre una luna menguante boca arriba en el pecho. Otra de las fotos era un primer plano de aquel símbolo, mientras que en otra se podía ver a ésta junto a un individuo con una extraña máscara que jugaba con los colores negro y blanco, que llevaba una funda para lo que parecía una katana.
-¿Quién es? –preguntó Danielle. Nicholas se juntó de hombros.
-Son de hace unas horas. No tenemos ninguna pista.
-Mientes –Danielle señaló la foto del símbolo-. Sabéis qué es esto.
-Claro que lo sabemos.
Nicholas sacó otra foto y la dejó sobre la mesa con cuidado. Danielle la miró y se disgustó. Era ella en el hospital, dos años antes, apenas consciente. Pero se fijó en su hombro izquierdo; llevaba un tatuaje negro con el mismo símbolo. Se miró su propio hombro y se remangó. Seguía allí.
-Sí, es el mismo extraño símbolo –confirmó Nicholas-. Extraña coincidencia, ¿eh? Seguramente tiene respuestas que nosotros no.
-¿Dónde se encuentra?
-En el mismo pueblo que tu objetivo. Curiosa coincidencia, ¿verdad?
Danielle clavó su mirada en la extraña mujer. No podía apartarla por algún motivo.
Se levantó y se dirigió a la salida.
-¿Te vas? –preguntó Nicholas. Danielle no se giró.
-Tengo una misión que cumplir.
La joven salió del local al inmediatamente decirlo. Nicholas sonrió mientras clavaba su mirada en su café y se lo acercaba a la boca para beberlo.
-Así me gusta –susurró antes de dar un trago.
Kràn
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Las calles de Roma estaban vacías y oscuras, inundadas en una noche especialmente fría y poco acogedora. Un hombre salió de un restaurante tras haber saciado su apetito con un buen plato de pasta. Mediana estatura, algo regordete y calvo, vestía con una gabardina negra y guantes del mismo color. Sus zapatos de piel de cocodrilo le sentaban bien, junto con el pantalón de seda hecho a medida.
El hombre eructó y se aventuró a recorrer las calles de la oscura ciudad en busca de su piso. Se abrigó bien con su gabardina, levantó los cuellos de ésta y caminó rápidamente. En el cielo se veía avecinarse una tormenta, que tal vez con mala suerte sería de nieve.
Cruzó varios callejones, despreocupado, antes de oír un extraño ruido.
Su primera reacción fue ponerse alerta, pensando que lo habían localizado. Se protegió pegándose en una pared y rezó por su vida. Unos segundos más tarde se dio cuenta de que se trataba de dos personas en otro callejón. Asomó la cabeza para ver a un joven ladronzuelo que amenazaba a una mujer indefensa con un cuchillo.
-¡Dame el bolso, guarra! –le gritó. La mujer obedeció inmediatamente, dándoselo.
-Por favor, no me haga daño…
-Guarra, me gusta tu cara –rió el joven, insatisfecho con el bolso-. Ven aquí, voy a presentarte al señor Rayo…
-No… -la mujer intentó huir, pero su atacante le agarró por la muñeca- ¡Por favor! ¡Que alguien me salve!
El hombre siguió observando la escena. Se apartó, sabiendo que claramente aquel no era su lugar. Pasó de largo del callejón, ignorando a los dos.
-¡Señor, por favor! –le llamó la mujer entre lágrimas- ¡Se lo suplico, ayúdeme!
-Ven, guarra. Nadie te va a ayudar.
La mujer no se rindió. Golpeó a su atacante con la mano y corrió, huyendo lejos de él. Éste gruñó y salió en su búsqueda, tardando poco en volver a alcanzarla.
-Está bien, guarra –sacó el cuchillo de nuevo-. Si no quieres por las buenas, será por las malas.
La mujer intentó librarse de nuevo, pero el opresor le colocó el cuchillo en el cuello y le tapó la boca. Con una sonrisa, se desabrochó el cinturón con la mano libre que tenía.
-Vas a ver cómo te va a gustar.
-Créeme –dijo una voz a su espalda, colocándole rápidamente un cuchillo en el cuello-, no va a ser ni la mitad de lo que a mí me gusta librarme de escoria como tú.
El extraño le cortó el cuello con un rápido movimiento. El violador cayó al suelo de inmediato, sin resistencia.
La mujer observó asustada a su rescatador. Se trataba de un joven musculoso y grande, aunque no exageradamente. Su pelo era corto y marrón, como su piel, algo morena. Sus ojos, marrones de nuevo, pasaron de ella para seguir caminando. Llevaba un traje negro, sin corbata, unos lujosos zapatos negros y guantes de seda. En la mano llevaba el cuchillo con el que había acabado con el violador, con un dibujo de una calavera en el filo y un cuidado diseño en el mango de distintas calaveras.
-Gracias –musitó la mujer, sin estar del todo segura.
-No me las des. No las merezco.
El joven se detuvo un momento.
-¿Me podría decir por dónde fue el hombre que vio antes, por favor?
La mujer señaló con la mano el sentido contrario adonde se dirigía el joven.
-Gracias.
Se apresuró en dar alcance al hombre, sin llegar a correr. No debería haberse detenido a matar a aquel violador, pero parte de él le obligaba a hacerlo. No por la mujer, sino por el… Honor. Por gente como él, el crimen organizado se hacía cada vez menos atractivo. Era un sector en crisis en ese sentido; sólo aparecían gilipollas sin principios, sin honor, sólo con ganas de alcanzar la fortuna y las mujeres para acabar siendo tiroteado por un policía.
Ignoró sus pensamientos por unos momentos; había llegado a su objetivo.
Acababa de entrar en el portal de un edificio. Se apresuró a alcanzar la puerta antes de que se cerrase y entró. El hombre había entrado en el ascensor, por lo que el joven se apresuró por las escaleras. Vio que se detenía en el tercer piso. Se dio más prisa y llegó en el momento en el que la puerta C del piso se cerraba. Se acercó a ella, esperó unos segundos y llamó con dos toques.
Cuando supo que él estaba en la puerta mirando por la mirilla, dio una fuerte patada y la tiró abajo.
Ésta aterrizó con él debajo todavía, por lo que el asesino se apresuró a entrar. Agarró al hombre del cuello y lo arrastró hasta el salón, sin la más mínima consideración. Lo lanzó contra el sofá y le apuntó con el cuchillo.
-¡Kràn! –saltó el hombre con una falsa sonrisa- ¡Qué alegría verte!
-Déjate de rollos, Sergei. Es muy curioso que desaparezcas sin decir nada y que nos falten varios millones en nuestros ingresos.
-¡Mi querido Kràn, querido amigo! –Sergei cada vez estaba más nervioso- No sé de qué me hablas, muchacho. No sospecharás de mí, ¿verdad? Ambos sabemos que soy inocente, que yo jamás…
El cuchillo de Kràn se acercó más al cuello de Sergei, apretándolo ligeramente.
-También es muy curioso que prepares un pequeño ejército para asaltar la mansión de los Scarlion –señaló-. ¿Qué sucede? ¿No te gusta el mandato de Lovepain? ¿Crees que podrías hacerlo mejor?
-¿Cómo sabes eso? –preguntó asustado Sergei.
-Hoy les hice una pequeña visita. Uno a uno. Siento decirte que con esos palurdos no hubieses ni llegado a los jardines.
Sergei encontraba dificultoso respirar.
-¿Sabes lo que me había costado reclutarlos? No tienes ni idea de lo que cuesta encontrar a gente que tenga el valor suficiente para enfrentarse a la familia Scarlion. Incluso ahora, en su mayor momento de degeneración.
-¿Degeneración? –aquella palabra ofendió a Kràn- ¡Es nuestro momento de gloria! ¡Con Lovepain es inminente la llegada de una era dorada!
-Te equivocas –aseguró Sergei-. Cuando los Scarlion dominaban la mafia… Eso sí que era gloria. Sin embargo, ahora, después de su muerte… Tenemos a ese patán que asegura que fue elegido por la propia Samara Scarlion como el sucesor. Y elegido también por tu hermano.
-No te atrevas a mencionar a Christian.
-Abre los ojos, Kràn. Lovepain te está engañando. La muerte de Christian fue en vano.
El joven no lo soportó más. Clavó el cuchillo en el cuello de Sergei y éste cayó al suelo, sin respiración y chorreando sangre. Kràn arrancó su arma de él y se dirigió a la salida del piso.
-La muerte de Chris no fue en vano –aseguró-, y lo demostraré cuando lleguemos a nuestro esplendor.
Kràn observó las nubes. Estaba dentro de un avión privado de los Scarlion dirección a Mongolia. No había mucha gente ocupándolo; el piloto, el copiloto, tres azafatas, dos desconocidos a los que prácticamente no veía, Lovepain y él mismo. El jefe de la organización se encontraba en una zona privada con los otros dos desconocidos, en una reunión. En realidad, tampoco podía estar seguro de que estuviese en el avión; en el escaso tiempo que llevaba liderando la familia sólo le había visto una vez. Le recordaba como un hombre grande, mucho más musculoso que él, de ojos verdes y pelo marrón. Llevaba una máscara metálica para taparse la cara, que según algunos rumores estaba deforme.
Únicamente una vez le vio. Y jamás podría quitárselo de la cabeza.
-¿Señor?
Kràn apartó la mirada de las nubes y observó a una azafata sonriente que tenía los ojos clavados en él. Le entregó una bandeja con un sobre, el cual recogió y lo abrió.
-Gracias –dijo simplemente él. La azafata se alejó.
Aquella debía la razón por la que estaba en el avión. Lo abrió y sacó un dibujo y una carta con la caligrafía de Lovepain, como otras muchas veces ya había hecho. Observó la carta.
“Kràn:
Siento no poder ir a verte ni que tú puedas subir, pero tengo asuntos pendientes sobre la organización que llevar acabo y no tengo tiempo para nada. Sé que te parece algo muy irresponsable llamarte, decirte que te montes en un avión en el que yo también estoy y no poder sacar ni un segundo para verte, a pesar de ser el más fiel miembro de esta orgullosa familia. Te lo recompensaré de algún modo.
Necesito que vengas a Mongolia por el artefacto que ves en el dibujo que te adjunto aquí. Esto se trata de un boceto y puede ser inexacto, pero el parecido debe ser mínimo por lo que sé. Lo necesitamos entero; tengo un comprador que nos pagará mucho por él.
Como habrás adivinado, esto no es en absoluto una misión normal.
Otro grupo desconocido anda también detrás del artefacto. Son peligrosos y no dudarán en disparar al que esté cerca. Por supuesto, esta operación es dudosamente legal; y supe que, si alguien podía hacerse con él, eras tú. Por lo tanto, debes evitar que este objeto caiga en otras manos y apropiarte absolutamente de él, para traerlo a mis manos y poder llevárselo a nuestro comprador.
Sé que puedo confiar en ti. Atentamente,
Lovepain”
Kràn observó el boceto. Quien lo hubiera dibujado, lo había improvisado rápidamente con un bolígrafo azul; tenía una base redonda y una especie de pilar con distintos contornos y recortes irregulares. Había varias anotaciones, como sus medidas aproximadas, 15x25x15, y un nombre; “Llave de la Tierra”. Kràn lo ignoró y se guardó el boceto en el bolsillo.
Lo que hizo el resto del viaje fue observar las nubes.
La fecha del primer capítulo con el primer protagonista es el 29 de Agosto. Las votaciones son válidas hasta el día antes, 28 de Agosto. Cada personaje tiene cinco capítulos, y la publicación es semanal; al igual que Players, los domingos a las 16.00 (hora española peninsular).
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