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Sol, agua y arena
Érase una vez, en una isla paradisíaca, una playa de blancas arenas y playas cristalinas. Se cuenta que siempre estaba abarrotada de gente, hechizada por su belleza y esplendor. Se solían poner bajo las palmeras, que hacían a su vez de enormes parasoles vegetales. Pero esta vez, la playa estaba inmaculada, completamente vacía.
Una muchacha de unos diez años paseaba libremente por la orilla, mojando sus pies en el agua fresca. La brisa marina ondeaba su rubio cabello. De repente, se detuvo en seco, observando con detenimiento una concha que estaba depositada al ras del agua. La cogió con ambas manos y sonrió. Se reflejaba en el nácar de su interior y se dio cuenta de que estaba hermosa. Sonrió de nuevo.
Alejándose del agua, se sentó cerca de una roca que estaba cercana a la vegetación. Miró al cielo despejado y cerró los ojos, disfrutando del calor solar. Hubo una pequeña ondulación en el aire y abrió los ojos.
Vio que la concha estaba llena de un agua turquesa. Se extrañó. ¿Cómo se habría llenado así, de repente?
Una voz la llamó desde algún rincón de su mente, diciendo: "Bebe, hazlo..."
Sacudió la cabeza y se restregó los ojos. Pero la voz se lo repitió, esta vez con algo nuevo.
"Bebe, hazlo... a cambio, tus deseos se harán realidad..."
La muchacha pensó que debería ser del calor, la estaba afectando. Decidió entonces beber.
"Eso es, niña... saboréala... deja que baje lentamente por tu garganta..."
La chica le hizo caso de nuevo.
"Ahora, serás sometida a tres pruebas, si las consigues... tus deseos se harán realidad..."
La muchacha abrió los ojos y contempló horrorizada aquella escena.
Algo había en el mar que se movía en círculos, cada vez más rápido. Un torbellino se fue tragando misteriosamente toda el agua marina. La niña fue incapaz de moverse, ya que también era incapaz de dar crédito a lo que estaba viendo. Sobrecogida, giró la cabeza hacia la derecha y vio que todos los árboles, matorrales y arbustos de hundían en la tierra, como si de arenas movedizas se tratara. Sin embargo, su roca permanecía allí, intacta.
La voz volvió a resonar en su interior.
"Esta es la prueba del sol... deberás resistir cinco minutos a la intemperie, sin ninguna sombra a tu alcance, al abrasador astro del cielo..."
Al acabar esas palabras, la arena blanca de la playa se fue solidificando hasta convertirse en un suelo plano y pulido.
La muchacha aguantó a duras penas, casi deshidratada, el sofocante calor que irradiaba el sol. Además, parecía que la voz había incrementado el calor del sol.
Una vez los cinco minutos pasados, el suelo se ablandó, convirtiéndose otra vez en la arena blanca y mullida de antes. Las plantas emergieron a la vez del suelo y todo volvió a la normalidad.
La chica, agonizante, corrió rápidamente a la sombra y fue entonces, cuando se dio cuenta de que el mar no había vuelto.
"¿Tienes sed?" preguntó la voz.
La muchacha se horrorizó y solo le dio tiempo a decir: "Oh, no..."
De la nada surgió una pared de agua de unos veinte metros. El tsunami se dirigía hacia ella a una velocidad de vértigo.
"Esta es la prueba del agua" Eso fue lo que oyó la niña antes de ser arrollada por esa enorme ola.
Sintió su cuerpo despegarse del suelo y le pareció dar varias volteretas. Finalmente, cayó con gran estrépito al suelo, rodando y rodando como si fuera una rueda. Perdió el sentido.
Abrió los ojos con esfuerzo y vio que el agua había desaparecido. Con el cuerpo amoratado y un brazo fracturado, se levantó a duras penas.
"Bien... perfecto... Ahora, si consigues pasar la prueba de la arena, todos tus deseos se concederán..."
La chica reprimió su ira mordiéndose los labios. La arena en la que estaba apoyada se tambaleó.
De repente, fue como si estuviera en un mar de arena, ondulante y continuo. Se hundía y volvía a salir. No comprendía por qué había hecho caso a esa voz, de no ser por ella, nada hubiera pasado.
Después del jaleo, la arena se fue juntando alrededor de la muchacha y la oprimió de la cintura. Sólo tenía medio cuerpo en la superficie.
"Habrá acabado", pensó, pesarosa.
Una nube parda apareció ante ella. La tormenta de arena iba embalada hacia su objetivo, queriendo sepultarla para el resto de sus días.
Todo sucedió muy rápido, la arena la enterró y la muchacha, sin oxígeno que llenar sus pulmones, murió ahogada entre la tierra, pasando a formar parte de los cimientos de la isla.
Todo se regeneró, el mar, la vegetación, incluso la roca en la que había estado sentada. Pero, desde algún lugar de la orilla, aquella concha permanecía al acecho, esperando a su próxima presa que torturar.
Esta leyenda se fue transmitiendo de generación en generación. Y, se cuenta, que en algún lugar del caribe, se escuchan voces queriendo salir, desesperadamente.
Pero... por suerte... solo es una leyenda...
πJr.
Érase una vez, en una isla paradisíaca, una playa de blancas arenas y playas cristalinas. Se cuenta que siempre estaba abarrotada de gente, hechizada por su belleza y esplendor. Se solían poner bajo las palmeras, que hacían a su vez de enormes parasoles vegetales. Pero esta vez, la playa estaba inmaculada, completamente vacía.
Una muchacha de unos diez años paseaba libremente por la orilla, mojando sus pies en el agua fresca. La brisa marina ondeaba su rubio cabello. De repente, se detuvo en seco, observando con detenimiento una concha que estaba depositada al ras del agua. La cogió con ambas manos y sonrió. Se reflejaba en el nácar de su interior y se dio cuenta de que estaba hermosa. Sonrió de nuevo.
Alejándose del agua, se sentó cerca de una roca que estaba cercana a la vegetación. Miró al cielo despejado y cerró los ojos, disfrutando del calor solar. Hubo una pequeña ondulación en el aire y abrió los ojos.
Vio que la concha estaba llena de un agua turquesa. Se extrañó. ¿Cómo se habría llenado así, de repente?
Una voz la llamó desde algún rincón de su mente, diciendo: "Bebe, hazlo..."
Sacudió la cabeza y se restregó los ojos. Pero la voz se lo repitió, esta vez con algo nuevo.
"Bebe, hazlo... a cambio, tus deseos se harán realidad..."
La muchacha pensó que debería ser del calor, la estaba afectando. Decidió entonces beber.
"Eso es, niña... saboréala... deja que baje lentamente por tu garganta..."
La chica le hizo caso de nuevo.
"Ahora, serás sometida a tres pruebas, si las consigues... tus deseos se harán realidad..."
La muchacha abrió los ojos y contempló horrorizada aquella escena.
Algo había en el mar que se movía en círculos, cada vez más rápido. Un torbellino se fue tragando misteriosamente toda el agua marina. La niña fue incapaz de moverse, ya que también era incapaz de dar crédito a lo que estaba viendo. Sobrecogida, giró la cabeza hacia la derecha y vio que todos los árboles, matorrales y arbustos de hundían en la tierra, como si de arenas movedizas se tratara. Sin embargo, su roca permanecía allí, intacta.
La voz volvió a resonar en su interior.
"Esta es la prueba del sol... deberás resistir cinco minutos a la intemperie, sin ninguna sombra a tu alcance, al abrasador astro del cielo..."
Al acabar esas palabras, la arena blanca de la playa se fue solidificando hasta convertirse en un suelo plano y pulido.
La muchacha aguantó a duras penas, casi deshidratada, el sofocante calor que irradiaba el sol. Además, parecía que la voz había incrementado el calor del sol.
Una vez los cinco minutos pasados, el suelo se ablandó, convirtiéndose otra vez en la arena blanca y mullida de antes. Las plantas emergieron a la vez del suelo y todo volvió a la normalidad.
La chica, agonizante, corrió rápidamente a la sombra y fue entonces, cuando se dio cuenta de que el mar no había vuelto.
"¿Tienes sed?" preguntó la voz.
La muchacha se horrorizó y solo le dio tiempo a decir: "Oh, no..."
De la nada surgió una pared de agua de unos veinte metros. El tsunami se dirigía hacia ella a una velocidad de vértigo.
"Esta es la prueba del agua" Eso fue lo que oyó la niña antes de ser arrollada por esa enorme ola.
Sintió su cuerpo despegarse del suelo y le pareció dar varias volteretas. Finalmente, cayó con gran estrépito al suelo, rodando y rodando como si fuera una rueda. Perdió el sentido.
Abrió los ojos con esfuerzo y vio que el agua había desaparecido. Con el cuerpo amoratado y un brazo fracturado, se levantó a duras penas.
"Bien... perfecto... Ahora, si consigues pasar la prueba de la arena, todos tus deseos se concederán..."
La chica reprimió su ira mordiéndose los labios. La arena en la que estaba apoyada se tambaleó.
De repente, fue como si estuviera en un mar de arena, ondulante y continuo. Se hundía y volvía a salir. No comprendía por qué había hecho caso a esa voz, de no ser por ella, nada hubiera pasado.
Después del jaleo, la arena se fue juntando alrededor de la muchacha y la oprimió de la cintura. Sólo tenía medio cuerpo en la superficie.
"Habrá acabado", pensó, pesarosa.
Una nube parda apareció ante ella. La tormenta de arena iba embalada hacia su objetivo, queriendo sepultarla para el resto de sus días.
Todo sucedió muy rápido, la arena la enterró y la muchacha, sin oxígeno que llenar sus pulmones, murió ahogada entre la tierra, pasando a formar parte de los cimientos de la isla.
Todo se regeneró, el mar, la vegetación, incluso la roca en la que había estado sentada. Pero, desde algún lugar de la orilla, aquella concha permanecía al acecho, esperando a su próxima presa que torturar.
Esta leyenda se fue transmitiendo de generación en generación. Y, se cuenta, que en algún lugar del caribe, se escuchan voces queriendo salir, desesperadamente.
Pero... por suerte... solo es una leyenda...
πJr.