Eterna Oscura

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Eterna Oscura

Notapor Soul Artist » Jue Mar 10, 2011 11:00 pm

Guía de capítulos

· Prólogo
Eterna Oscura #01

· Capítulo Primero
Eterna Oscura #02
Eterna Oscura #03 & 04
Eterna Oscura #05

Personajes
Spoiler: Mostrar
· Diablo
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También conocido como: ---.
Oficio: Supervillano retirado.
Poderes: Desconocidos.
Biografía: Fue el archienemigo de la superheroína Eterna Oscura. Ha cometido toda clase de crímenes demoníacos, desde violaciones hasta canibalismo.
Primera aparición: Eterna Oscura #1
Relación con otros personajes.
Eterna Oscura -> Enemistad



Prólogo


La cárcel de Saint Patrick, en Washington, USA, nunca había sido un lugar agradable. Se decía que por allí habían pasado los criminales más crueles y extraños del último siglo en el país; los más perturbados, los menos arrepentidos, los que se hicieron llamar a sí mismos, en su día, “supervillanos”. Algunos tuvieron trajes y artefactos que les otorgaban poderes. Otros, simplemente, creían que tenían poderes.

Los denominados “supervillanos” habían ido desapareciendo en los últimos años. Algunos habían perecido, víctimas de su propia locura, en un momento en el que creían poder volar o hacían uso de peligrosos experimentos que les diera poderes reales. Otros, sencillamente, se habían habituado a la sociedad que les rodeaba y eran ahora gente de a pie como cualquier otra persona, comenzando una nueva vida.

El descenso del número de infames en aquel lugar, sin embargo, tenía un factor denominador en todos los casos.

La desaparición repentina de la Eterna Oscura.

En la cárcel de Saint Patrick este era uno de los temas favoritos de conversación entre los presos. Una simple mujer había llenado aquel lugar de criminales y maleantes, para, un día cualquiera, desaparecer de la faz de la tierra. Fuera de los muros de la prisión, la gente que vivió aquellos días, años antes, se engañó a sí misma pensando que sólo había sido un truco publicitario. Pero allí dentro, los presos sabían bien lo que habían vivido. No deseaban nada más que averiguar quién era aquella maldita mujer, para hacerle una visita a su salida y ajustar cuentas. Pero aquello parecía ser cada vez menos posible a cada momento que pasaba.

Ya no quedaban supervillanos. Paradójicamente, parecía que eran incapaces de existir sin un ente que les frustrara sus planes, que les sermoneara y los llevara nuevamente a la cárcel por intentar acabar con una figura importante o esclavizar la humanidad. ¿Habían sido reales aquellos años en los que en las calles de Saint Patrick una sola mujer había apresado las mentes criminales más importantes del momento? La gente lo había olvidado ya; incluso los reclusos fingían haber olvidado esos días.

Pero él no.

En lo más profundo de la prisión, alejado del resto de presos, marginado, se encontraba él. El último vestigio de la superheroína que se negaba a desaparecer. Encerrado en una celda especial, con barrotes electrificados y sin ventanas al exterior, un hombre que rondaba los cuarenta años cantaba una siniestra nana en solitario, sin nadie que le escuchase nunca. Los guardias siempre evitaban a aquel individuo, como si una maldición le rondara y fuera contagiosa para cualquiera que se acercara.

Su nombre real jamás se había averiguado. Antes de aparecer un buen día quemando un orfanato, parecía no haber existido nunca. Se hacía llamar a sí mismo “Diablo”, y las palmas de sus manos estaban cicatrizadas con dos estrellas circunscritas en dos círculos. Aseguraba poder invocar a los demonios a aquella realidad. Nunca se demostró.

Aseguraba ser el mayor enemigo de la Eterna Oscura. Afimaba conocer su identidad y sus mayores secretos. Cuando desapareció, los medios de comunicación se lanzaron, todos juntos, a interrogarle para ver qué le podían sonsacar. Finalmente, el alcaide de la cárcel prohibió las visitas al sujeto temporalmente. Igualmente, aparte de la prensa, nadie iba a visitarle. Había destruido familias, vidas. Y él no dejaba de cantar aquella siniestra nana.

Pero aquel día, el último recuerdo de la superheroína desaparecería con él. Aquel día sería ejecutado.

Fuera nevaba. No podía verlo, pero lo sabía. Con una sonrisa diabólica, recitaba en voz baja la nana, sin parar. Le gustaba cantarla siempre, le traía buenos recuerdos, recuerdos de días que jamás volverían ya, por mucho que lo deseara.

Duerme, bebé, duerme,
que yo te protegeré
de la malvada oscuridad.
Ella no se te acercará
pues yo soy la luz
de este mundo desigual.
No llores, no lo hagas,
tus lamentos atraen a los demonios
que tu alma se llevarán.
¿Qué haré si me quedo solo?
¿A quién cantaré entonces?
Duerme, bebé, duerme.


Un guardia surgió entre las sombras. Llevaba una porra eléctrica y una pistola para evitar que el preso escapara de allí, como tantas veces había pasado años antes. Parecía serio y contento ante la cercana ejecución del hombre.

—Hora de hacer tu última visita a la silla, Diablo —le anunció.

Diablo interrumpió su nana, sin levantar la cabeza. Su cara estaba tapada por su pelo, descuidado, largo y sucio. Sus manos estaban juntas, en posición de oración.

—Creía que tendría un banquete final antes de mi ejecución —señaló sin levantar la cabeza. El guardia echó una carcajada.

—Los monstruos como tú no merecen comer. Merecéis pudriros en el infierno.

—¿Te has comido tú mi banquete?

—Era lo mínimo que podías darme después de todo lo que me quitaste.

Diablo se quedó callado unos segundos, inmóvil.

—No te sigo.

—¡Mataste a mi mujer, bastardo! —le acusó—. ¿No te acuerdas? ¡Octubre de 2004!

—He matado a muchas mujeres. Siento no acordarme; no sería importante.

El guardia apretó su puño con fuerza. Quería matarle él mismo, allí, en ese momento. Pero no, debía esperar sólo unos minutos. Él mismo estaría en la ejecución.

—Disfruta de estos últimos momentos de tu vida, hijo de puta —le aconsejó el guardia, abriendo la puerta de la celda.

El hombre se acercó a Diablo y éste levantó sus manos hacia él para que le pusiera las esposas.

—Qué extraño que no opongas resistencia —señaló el guardia con sarcasmo—. ¿Te has disculpado ya con Dios?

—Más bien creo que es él el que se debe disculpar conmigo.

El guardia le observó con ira. Le colocó las esposas y le obligó a levantarse, colocando su mano sobre su hombro y comenzando a caminar.

Comenzaron a desfilar por el llamado corredor de la muerte. Los reclusos en el camino se habían acercado a los barrotes para ver atentamente al mayor criminal que la ciudad había visto jamás. Más de una centena de muertos, decenas de violaciones, una docena de edificios destruidos se le adjudicaban. Y él había admitido todos y cada uno de esos crímenes, jactándose de ellos.

—¡Muerte al demonio enviado por Satanás! —gritó uno de los presos.

Todos comenzaron a gritar como locos, deseando la muerte del criminal. Hasta incluso en los hombres más malvados se le temía, como el puro mal encarnizado. Diablo hizo caso omiso a todos ellos, caminando simplemente hacia su destino final con una sonrisa. Los guardias de la prisión ni siquiera se molestaron en acallar a los reclusos; algunos, incluso, se unieron al vitoreo.

Finalmente llegó a la habitación de ejecución. El guardia que le acompañaba le sentó en la silla y le colocó la esponja humedecida en la cabeza. Mucha gente había ido a ver su ejecución, como si de un espectáculo se tratara. Su muerte iba a ser una primicia, y después de aquello, nadie recordaría aquellos años gloriosos de los supervillanos. Nadie.

—¿Unas últimas palabras? —preguntó alguien, en el que Diablo no reparó. El alcaide de la prisión estaba allí, observándole con ira.

—Sí —anunció Diablo—. El mundo no puede vivir sin mí.

El alcaide hizo una seña para comenzar la ejecución. Diablo sonrió con fuerza y observó al público. La gente que le veía sintió un escalofrío por la espalda al ver sus ojos marrones profundos.

—Adiós, Diablo.

La palanca que daba comienzo a la descarga fue bajada por un guardia.

Pero nada sucedió.

Diablo seguía observando al público, impasible. Y comenzó a recitar su nana habitual.

—¿Qué sucede? —preguntó el alcaide. El guardia se encogió de hombros y volvió a bajar la palanca, pero nuevamente nada sucedió.

Diablo continuaba recitando su nana, aparentemente feliz. El alcaide apartó al guardia y bajó la palanca varias veces, sin éxito en ninguna de ellas.

—¿Qué demonios está sucediendo?

Y entonces, el milagro que esperaba Diablo sucedió.

Un piso encima, una descomunal explosión acabó con la vida de varios presos y guardias. La explosión acabó también con varias columnas, y el piso comenzó a derrumbarse lentamente. Escombros de la cárcel cayeron al piso inferior, asustando al personal.

El público salió corriendo lo antes posible, al darse cuenta de que la prisión se les venía encima literalmente. Diablo se quedó sentado en su sitio, recitando su nana, pese a verse rodeado de polvo y escombros cayendo a su alrededor. Tocó con las palmas de sus manos la metálica silla donde se encontraba.

Entonces, los grietes que le mantenían atado a la silla se soltaron y Diablo se vio liberado. Con naturalidad y tranquilidad se levantó de su asiento, todavía recitando su siniestra canción.

Se acercó al guardia que le había acompañado y le observó. Éste se quedó encogido en el suelo al darse cuenta de que el preso se había liberado.

—Tengo hambre y te has comido mi comida.

El guardia se asustó. Creyó haber entendido una idea horrible, asquerosa, demoníaca.

—No —le suplicó—. Espera, ¡espera! Este lugar se está derrumbando. Tenemos que salir de aquí, ¡no me puedes…!

—Tengo mucha hambre —explicó Diablo, abriendo ampliamente los ojos—. Y tú —se agachó a él— te has comido mi comida.

El guardia gritó. Es lo único que podía hacer.

Cuando el equipo de búsqueda, horas más tarde, buscase los cadáveres que habían quedado en el derrumbe de la prisión, sólo encontrarían sus huesos.
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Comenzamos una nueva etapa. Una etapa oscura, pero a la vez esperanzadora. Una etapa aparentemente eterna, pero como todo, tiene su fin.

Eterna Oscura cuenta la historia de Soiartze Aran, una mujer que fue superheroína. Intentando olvidar el pasado, éste acabaría encontrándole a ella. Ahora es su decisión cómo actuar...

Del creador de Players: the Broken Dreams llega esta historia de superhéroes y supervillanos que se centra en la psicología de los personajes de modo profundo.

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Re: Eterna Oscura

Notapor Rinoa » Jue Mar 10, 2011 11:29 pm

Hacía tiempo que no me pasaba por Fan Place (ya que la mayoría de historias ya estaban comenzadas, no tenía tiempo o simplemente no me llamaban la atención).
Al ver que recién se ha publicado el prólogo de una, me ha entrado curiosidad y realmente me ha gustado; sobretodo el empezar la historia de esta manera, que no sabría como decirlo, pero como que te invita a entrar y te deja con ganas de saber más.
Esperaré al primer capítulo!!
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Imagen <- Gracias, muchísimas gracias Cloty <3
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"Tus ojos delatan a tu corazón"

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[ Leen~ T///T Me encanta <3 ¡¡Gracias Kaori!! ]


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Re: Eterna Oscura

Notapor Hitori » Jue Mar 10, 2011 11:58 pm

Venga, voy a ser menos cabrón que con Players y voy a comentar en el foro, aunque sepas más o menos mi opinión xD

Bien, desde el principio se nota un aura de oscuridad muy favorable para la obra. Mucho misterio desde el comienzo, dejando ansias de saber más sobre Diablo y sobre Eterna Oscura ya desde el Prólogo.
Las características de Diablo ya dejan entrever lo macabro y siniestro que puede llegar a ser, presentándolo como un villano despiadado. Me gusta.

Espero con ganas el primer capítulo~
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Vanitasmásde8000 y Death escribió:Vanitas: premio lol

Death: Yaaaaay
¿Qué he ganado?

Vanitas: un nada muy bonito .u.

Death: Bieeeeen
¡He ganado un Nada Bonito!
Descripción: No te permite hacer nada. No da ningún tipo de bonus.
Stats: Fuerza +0, Magia +0, Velocidad +0, Defensa +0, Suerte +0

Lee-kun y Death escribió:-Lee-kun:
http://chzmemeafterdark.files.wordpress.com/2012/02/naughty-memes-untitled7.jpg
-Death:
8<
*Your sanity is reaching lowest levels*
-Lee-kun:
Lol xD
Dotho y su miedo por las vaginas
-Death:
u.u
Las vaginas son más terroríficas que cualquier cosa de Amnesia
-Lee-kun:
No, son pestosas
Pero, saben muy bien (????)
-Death:
Y tienen tentáculos
Y echan babas espaciales que corroen cualquier material
Y además, dicen que si tocas una, absorbe tu alma
-Lee-kun:
Lol
http://youtu.be/5ZXreMV3HQY
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Re: Eterna Oscura

Notapor TERRBOX » Vie Mar 11, 2011 2:57 pm

Me encanta. Es simplemente bestial, no hay otra palabra para describirlo. Me encanta la trama que presentas hasta ahora, me encanta la situación y la escena, me encanta el personaje tan frío, tan torturado por si mismo que le hace decir y hacer esas cosas.

La narrativa tan excelente como siempre, y sin faltas de ortografía que en estos tiempos... En fin, parece que tu historia de superheroes va a ser como yo imaginaba...

Tienes un lector mas. Ansío el primer capítulo.
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Re: Eterna Oscura

Notapor Sombra » Sab Mar 12, 2011 12:11 pm

Bueno, yo leí este capítulo por la revista No lo leas pero también seguiré por aquí los capítulos. Un saludo ^^
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Re: Eterna Oscura

Notapor Pavitsu » Lun Mar 14, 2011 12:31 am

¡Al fin! ¡Has vuelto! ¡Despues de darle el coñaso a Habi! Esperemos que por mas tiempo que con sangre y poder, aunque supongo que el ritmo semanal de No lo leas ya te tendra más "ajustado" XDD
Por ahora lo leido me encanta, pero comentemos el prologo, de momento. Diablo tiene carisma. Oscuro, pero carisma, deja lo suficientemente interesado al lector sobre cuales van a ser sus futuros pasos.
Te sigo la pista
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Re: Eterna Oscura

Notapor Ichl » Mar Mar 15, 2011 2:29 am

Brutal, de lo mejor que he leído por aqui en cuanto a narración. Amén de que ese toque gore que tiene me encanta. Tienes un lector asegurado, asi que te animo a que lo continues! :wink:
¡He encontrado por internet algunas de mis viejas firmas y avatares! ¡wiii!
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Re: Eterna Oscura

Notapor Gambit Van Cooper » Jue Mar 17, 2011 6:56 pm

Opino por aquí, ¿contento? xD

Simplemente diré que nos volveremos a ver hoy a las 9. Sublime.
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Re: Eterna Oscura

Notapor Soul Artist » Jue Mar 17, 2011 11:00 pm

#02
Capítulo Primero
Eterno Retorno
Primera Parte


—¿Otra vez te has peleado?

Para Max aquello era el inicio de una disputa de madre e hijo. El chico de quince años chasqueó la lengua y pasó del pequeño hall tras tirar su mochila al suelo al salón comedor, más amplio e iluminado. El muchacho presentaba el pelo sucio y con barro. Tenía enrojecida la cara del enfado acumulado y del par de puñetazos que momentos antes había recibido, a la entrada de su instituto. Se había hecho un par de heridas en la cara que todavía sangraban, una en la ceja y la otra en su mejilla izquierda. Su baja estatura siempre había sido objeto de burla por parte de los matones, y él tenía poca paciencia ante situaciones así.

—Comenzaron ellos —se excusó, esquivando sus ojos color café del sofá, donde podía intuir la delgada figura de su madre acomodada. El sonido de un teclado le hacía adivinar que estaría trabajando en algún caso con su portátil, como de costumbre.

—Ajá.

—Yo no hice nada —se apresuró a explicar el muchacho, quitándose el chándal sucio debido al calor que le estaba provocando. Fuera hacía bastante frío, como era habitual por finales de Noviembre, pero nada más poner un pie en el apartamento se había comenzado a sentir como una patata recién asada—. Sólo me defendí.

—Y “defender” era devolver los golpes —dejó caer la voz de su madre.

—¿Se te ocurre algún otro modo de defensa? —soltó sin pensárselo seriamente el joven. Estaba demasiado enfadado como para medir sus palabras ante su madre.

Escuchó entonces cómo cerraba el portátil y se levantaba de su asiento. No tardó en notar su presencia a su lado, la de una mujer de treintaidós años, alta e imponente.

—Déjame ver esas heridas —ordenó, cogiéndole de la cara dulcemente. Max quiso resistirse a dirigirle la mirada, pero finalmente se rindió y la miró a la cara. Su pelo era largo y liso, cayendo por su espalda. Sus ojos se combinaban con su pelo, como dos pozos oscuros y profundos que llegaban hasta su alma. Su piel, sin embargo, era pálida: muy pálida. Su rostro se podía considerar bello y único, y nadie, viendo su figura, diría a primera vista que era madre.

—No son nada —rechistó él en bajo.

—No digas tonterías. Estás sangrando —se apartó de su hijo y se dirigió al baño—. Voy a por el botiquín.

Max resopló y se tiró en el sofá. Quería mucho a su madre, pero sabía que, en cuanto le atendiera las heridas, se lanzaría sobre él con un descomunal sermón sobre las peleas. Tenía muy poca paciencia con los gilipollas que le acosaban en el instituto. Desde que se mudaron a España seis años antes, siempre surgía uno cuando estaba de menor humor. Tenía pocos amigos, y mucha gente aseguraba que se trataba de alguien muy introvertido.

No tardó en aparecer su madre, con desinfectante y un par de tiritas. Ella era su única familia. No tenía más hermanos, y Max jamás había conocido a su padre. Cuando preguntaba por él, ella siempre le contestaba, rotundamente, que no le hablaría de él. En parte hubiese deseado que evitara sus preguntas, porque sólo le ayudaba a frustrarse más de lo que normalmente estaba. Se sentía, en ocasiones, solo. Ella siempre le intentaba prestar toda la atención posible, pero entre sus faltas por su trabajo como fiscal y las comidas con superiores, se sentía un poco apartado.

—Esto no te va a doler —aseguró ella, acercando un poco de algodón con desinfectante a su ceja. No, no dolía. Escocía terriblemente.

Max observó su alrededor mientras su madre le desinfectaba la herida. No podía quejarse de su tren de vida: vivían en el centro de la ciudad, en un buen piso con dos habitaciones, un despacho, dos baños individuales, el salón, la cocina y el hall. El salón estaba amueblado con un amplio sofá en el ventanal al fondo, con unas cortinas doradas preciosas; una estantería llena de libros, la mayoría de derecho, guardados tras unas vidrieras; un televisor de plasma con un buen número de pulgadas; una mesa negra para comidas con invitados… Económicamente, era una pequeña familia que no podía quejarse.

—Ya está —anunció su madre, poniéndole una tirita en la mejilla. Max odiaba las tiritas, e hizo un ademán de arrancársela—. Si vas a quitártela, espera a mañana temprano. Ahora mismo deja que sangre.

—Gracias —susurró, bajando la cabeza

—Y ahora, volvamos al tema anterior. ¿Qué dijimos sobre las peleas?

—Mamá, estaban insultándome —se excusó él—. Yo les contesté y ellos se lanzaron a por mí. Tuve que defenderme.

—Qué curioso que siempre sean ellos los que empiezan.

—¡Mamá!

—Está bien, lo retiro —se disculpó ella, seria—. Pero lo que debes hacer es evitarles. Ignorarles. Si entras en sus peleas, estarás a su mismo nivel.

—No se pueden ignorar las peleas eternamente. Eso te convierte en un cobarde.

—No, te convierte en alguien sabio. No quiero que te veas envuelto en más peleas.

—¿Y tú qué? ¿También te peleabas porque empezaban ellos?

Ya está. Lo había dicho. Max se mordió la lengua, arrepentido ante aquellas palabras. Le había echado en cara algo que llevaba día rondándole por la cabeza, cuando debería habérselo callado y no decir absolutamente nada. Ahora, su madre parecía estar terriblemente callada y con la cabeza baja.

—De eso hace años —concluyó ella.

—Perdona, mamá —se disculpó él—. Sé que eran situaciones distintas. No pensaba en lo que decía.

—Vete a tu habitación.

Max se apresuró a obedecer a su madre. La había enfadado, y con suficientes motivos. La dejó allí, sentada en el sofá, callada, ensombrecida. Incluso notó, al salir de allí, que el ambiente del salón era mucho más apagado; las bombillas parecían haber bajado su potencia, dando un aspecto más sombrío al lugar.

Cerró la puerta con calma tras de sí y se tiró en la cama. Se despreocupó completamente por los ejercicios enviados del instituto: eran una lata y se sentía mal. Había mencionado el antiguo “trabajo” de su madre, un tabú en el interior de su casa.

Ella fue la Eterna Oscura. Un ídolo para muchos, incluso para él. Nunca se había dado cuenta, mientras era un niño, del peligro que suponía aquello. Lo había dejado todo para, según suponía, poder vivir una vida normal con él.

Recordar aquellos días pasados era muy doloroso para ella, por algún motivo. Se sentía mal por haberlos mencionado. Las normas de la casa estipulaban, claramente, que nunca se debía hablar de ello. Las había roto.

Max cogió un cómic de Man-Spider y comenzó a leerlo, intentando olvidar lo que acababa de hacer.
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Siento tener que decirlo, pero acostumbraos a los capítulos cortos. La publicación en la revista da un límite de páginas a la semana, por lo que rara será la ocasión en la que veréis un capítulo de extensión normal, y menos largo. Pese a todo, uniré capítulos y añadiré episodios exclusivos para alargar la vida de la historia.

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[+] Nueva sección: Personajes.
[+] Diablo añadido a la sección Personajes.
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Re: Eterna Oscura

Notapor TERRBOX » Jue Mar 17, 2011 11:20 pm

Pues es cierto, se me ha hecho poco, es bastante corto. Aun así he de decir que sigues escribiendo igual de bien que siempre, este capítulo nos desvela hechos "importantes" de la vida de Eterna Oscura, son necesarios, pero no me gustan especialmente. Quiero decir, el prólogo me gustó mucho mas, será por la situación.

De todas maneras, es genial.
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Re: Eterna Oscura

Notapor Nell » Vie Mar 18, 2011 12:14 am

Sé que sonará repetitivo, pero muy buen capítulo (tanto prólogo como la primera parte del primero) ^^ Nada que criticar. Lo cierto es que aborrezco, por alguna extraña razón, a Marvel y todo a lo que superhéroes de su estilo se refiere, pero Eterna Oscura me está gustando, es la superheroína idealizada (luchando contra el crimen incluso en su vida cotidiana) y al menos, no hace chistes malos que me dan ganas de darme contra la pared más cercana xD
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Re: Eterna Oscura

Notapor Rinoa » Vie Mar 18, 2011 5:05 pm

Vaya... pues sí que se ma he hecho corto, sí. Pero he vivido la escena madre e hijo como si estuviera metida llenamente en la historia, realmente relatas bien.
Eterna Oscura parece una mujer muy dócil, cosa que me choca con el carácter retorcido de Diablo, me gusta.
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"Tus ojos delatan a tu corazón"

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[ Leen~ T///T Me encanta <3 ¡¡Gracias Kaori!! ]


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Es Preciosa~ ¡Te lo agradezco Kairi y Sora!
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Re: Eterna Oscura

Notapor Sombra » Vie Mar 18, 2011 10:39 pm

¡Malditos niñatos canis! Me cae bien Eterna, es maja y tierna con su hijo :3

Y sí, el capítulo fue corto.
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Sombra
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Re: Eterna Oscura

Notapor Ichl » Mié Mar 23, 2011 9:02 pm

Perdon por no postear antes, pero acabo de leer el segundo capitulo :P

Al igual que el primero, me ha encantado la narración. En serio, ya quisiera yo que se me diese así de bien. Se podría decir que el capitulo es algo mas soso que el anterior, pero es totalmente comprensible y perdonable, ya que tenías que presentar al personaje de Eterna Oscura, y lo has hecho de una forma magnífica. Estoy ya deseando ver el siguiente. :wink:
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Re: Eterna Oscura

Notapor Soul Artist » Jue Mar 24, 2011 11:01 pm

Capítulo Primero
Segunda & Tercera Parte


Guillermo de la Rosa volvió a echar un vistazo a su reloj de muñequera. Las cuatro de la tarde.

Sentado en la parte trasera de una limusina negra, esperaba a una mujer que jamás había visto antes. Junto a él se encontraba un hombre al que había recogido en el aeropuerto apenas una hora antes, un varón robusto, de estatura media y con cara de pocos amigos. No sabía mucho acerca de él, excepto que su origen debía ser oriental por sus ojos achinados y azules oscuros, y que el tipo era más frío que un témpano. Apenas le había dirigido un “buenas tardes” al entrar en el automóvil; el resto del tiempo se había dedicado a abrazar su maletín de cuero, negro y de aspecto lujoso. Rondaría los cincuenta años, a juzgar de su calva, y el poco pelo que le quedaba estaba débil y caído. Pese a ello, se resistía a las arrugas, que apenas habían aparecido por su cuerpo.

El desconocido vestía bien, con un traje italiano negro y corbata marrón oscura. No como él, que se había presentado para la ocasión con lo primero que había encontrado en su armario: unos pantalones blancos, su gabardina grisácea y una gorra de lana. No era el conjunto perfecto, pero a su edad poco le importaba: diecinueve años apenas cumplidos.

A Guillermo le gustaba su estilo. No, se gustaba a sí mismo, siendo directo. Era un joven muy atractivo, moreno, de pelo castaño clarito y ojos grises, casi blancos. Su pelo era corto, revoltoso, pero al ocultarlo bajo su gorra apenas se preocupaba por peinárselo. En su cuello portaba una cadena dorada que brillaba con la poca luz del sol que entraba por la ventanilla del coche, por donde observaba si la mujer salía del edificio.

La calle estaba bastante abarrotada de gente, siendo una de las principales de la ciudad: el Edificio de Justicia. Sólo con oír su nombre al muchacho le entraban escalofríos. No era un lugar muy alto, sólo tres pisos, y con un estilo barroco que lo embellecía notablemente. Estaba situado cerca del centro, y era considerado uno de los lugares emblemáticos de la ciudad, construido por un arquitecto famoso que había realizado obras que poco interesaban a Guillermo. Cualquier cosa relacionada con cultura, para él, era puro aburrimiento.

Y finalmente apareció la susodicha mujer.

Una mujer esbelta, pálida, de pelo negro y largo. El joven sacó de su bolsillo la foto que le habían dado y la observó: era ella, sin lugar a dudas. “Soiartze Aran”, ponía debajo de la imagen. Guillermo la guardó y abrió más la ventanilla para sacar la cabeza.

—Eh. Psst —intentaba llamar su atención, pero ella le ignoraba—. Guapa. Aquí.

Soiartze continuó caminando por la calle. Quizás no había sido del todo educado.

—¡La de negro! ¡Ven, tengo algo que contarte!

La mujer se alejaba con paso seguro. Guillermo volvió a meter la cabeza en la limusina e indicó al chófer que se acercara más a ella. Antes de volver a mirar el exterior, los ojos del joven se fijaron en los del hombre: le miraba con desaprobación, seriedad. Que se metiese en sus asuntos, llamaría la atención de la mujer a su propio modo.

—¡Guapa, escúchame! —pidió sacando la cabeza— Verás, vengo en nombre de…

—Piérdete. —contestó tajantemente ella. A Guillermo le costó recuperarse del impacto provocado por aquellas palabras, pero cuando lo hizo ya se estaba alejando. Indicó de nuevo al chófer que se acercara. En cuanto lo hizo, salió disparado del automóvil.

—¡No, en serio, escúchame! Sé quién eres, y tía, soy un gran admirador tuyo.

—¿Hacerme la pelota te hace feliz? —preguntó Soiartze enfadada cruzándose de brazos.

—¡Tronca, no te hago la pelota! Venga, métete en la limusina y vamos a ver a mi jefazo, ¿quieres?

La mujer le contestó con el gesto obsceno de levantarle el dedo central.

—Dile a tu jefe que no acepto sobornos. Ni amenazas.

Soiartze dirigió sus pasos hacia el paso de cebra cercano, pero Guillermo le cortó el paso.

—¡Joder, no te dirijas así a mí, que no te he hecho nada! —se enfadó el joven—. Que no tiene nada que ver con eso de que seas fiscal, en serio.

—Apártate o llamo a la policía.
—¡Pero que no he hecho nada! ¡Que sólo quiero que vengas conmigo! ¡Que no quiero nada más!

El joven cogió del brazo a Soiartze, impaciente. Ésta reaccionó rápidamente soltándose y agarrándole por el mismo brazo para hacerle una rápida llave que le levantó del suelo y le dejó tirado en él boca abajo, mientras que se apoyaba sobre sus brazos para retenerle.

—¡Te dije que me dejaras tranquila! —gritó ella.

Guillermo se quejó por lo bajo, humillado. Los transeúntes se habían reunido a su alrededor, viendo cómo le había dejado tirado en el suelo de ese modo.

—Yo no he hecho nada…

—¿Puede avisar a un policía, por favor? —pidió amablemente Soiartze a una mujer del público—. Este sujeto puede ser peligroso suelto.

—Puedes soltarle, Aran.

La mujer soltó a Guillermo al oír la voz. Éste, en cuanto pudo recuperarse, se despegó del suelo y dirigió la vista al otro lado de la limusina. El hombre que le acompañaba había salido de ésta y miraba atentamente a Soiartze.

—Gracias, tronco —le susurró casi inaudiblemente—. ¿Os conocíais?

El hombre simplemente afirmó con la cabeza, silencioso.

—Hacía tiempo que no te veía, Aran.

—Mucho, me temo… Desde el entierro de mi padre —contestó la mujer apartando la vista y llevándose una mano al cuello—. Y desde aquello han pasado ya once años…

—Veo que tu carácter no ha cambiado mucho —comentó el hombre, entre un reproche y una observación—. ¿Cómo se encuentra Max?

—Ha crecido. Ahora va al instituto.

—¿Podemos entrar en la limusina? —preguntó Guillermo, avergonzado—. La gente nos observa. Es incómodo.

El hombre lanzó una mirada al joven que le hizo sentir escalofríos.

—Aran, he venido porque hay un asunto por el cual he sido convocado un viejo amigo mío y de tu padre, y parece que te incumbe ligeramente. ¿Puedes acompañarnos, por favor?

—Que sea rápido, por favor —contestó ella, entrando la primera en la limusina. Guillermo se dispuso a entrar, pero el hombre le señaló con el dedo antes.

—En la próxima ocasión sea amable con la gente, joven —le recomendó—. Con esos modales no llegará muy lejos.

El individuo entró en el automóvil. Guillermo, frustrado, imitó su comentario con voz infantil y gestos tontos.

—“Con esos modales no llagará muy lejos, bla, bla, bla…” Idiota.

El muchacho entró en la limusina y cerró la puerta con fuerza, a la vez que el vehículo comenzaba a circular por la calle.

Kwan Eoleum observó a Aran una vez dentro del vehículo. Habían pasado once años y no en balde. Ella había cambiado completamente, pasando de ser aquella joven tímida, inexperta y sonriente a aquella mujer hecha y derecha, decidida y seria. Parecía más sombría, más distante y fría que antes. ¿Podrían haber influenciado sus oscuros poderes en ella? ¿O quizá tener que cuidar de Max en aquel mundo violento y desagradable?

Dejó de reflexionar sobre aquello en cuanto De la Rosa entró en la limusina, poniéndose ésta en marcha. Eoleum juntó los dedos de sus manos y clavó sus fríos ojos en la mujer, que se había sentado en el coche con los brazos cruzados.

—¿Y a quién vamos a ver? —preguntó ella—. ¿A Goya? ¿A Hitori, tal vez?

—No le conoces —aclaró Eoleum—. No pudo ir al entierro de tu padre.

—Si no acudió a su funeral, entonces no debían ser amigos —dedujo ella, apartando la cara hacia la ventanilla.

—No pudo, Aran —volvió a explicar Eoleum—. Tiene ciertos problemas legales con Estados Unidos. Es… Difícil de contar.

La mujer siguió observando la ventanilla, ignorándole. Entendía que siguiera algo enfadada con él tras el velatorio de su padre, tras lo cual habían cortado toda la comunicación posible. Pero si había vuelto era por ella, y antes o después tendría que darse cuenta.

—¿Y qué pinta éste —Aran dirigió una mirada rápida a De la Rosa— en todo esto?

—¡Un respeto, tía, que tengo nombre! Soy Guillermo de la Rosa.

—Es uno de los nuestros —comentó Eoleum. La mujer le dirigió una mirada llena de dudas.

—¿Un Eterno?

—Sí.

—¿Qué poder?

—Luz.

—Ya me parecía que era demasiado tonto.

—¡Eh! —se quejó Guillermo—. ¿De qué habláis? ¿De mis poderes?

—Igual explicártelo ahora te haría comprender más lo que has heredado, muchacho —comenzó Eoleum, colocándose mejor en el asiento y dirigiéndose hacia De la Rosa—. Bien, por lo que sé hace poco que descubriste tu título de Eterno.

—Hace poco es decir nada, viejo —señaló el muchacho—. Tres días. Desde que el loquero ése vino a hablarme de tonterías no he parado. ¿Hay cosas que explicar?

—¿Loquero? —preguntó Aran.

—Quien vamos a visitar es psicólogo —le reveló Eoleum, sin detenerse en más explicaciones—. Bien, tres días. ¿Pero desde cuándo puedes controlar esa luz?

—Yo diría que desde hace dos meses. Estaba trabajando en la plaza de Madrid cuando… Sin querer… Deslumbré a unos turistas y su dinero cayó en mi bolsillo. Accidentalmente.

—¡Tú eres el ladrón que estaba acosando tanto a la ciudad! —le acusó la mujer, histérica. Se levantó de su asiento dirigiéndose hacia el joven con su puño en alto, pero éste se apresuró a corregirse.

—¡Bueno, bueno, al principio no era mi intención robar! Yo sólo necesitaba dinero y… En fin… ¿Sabes cómo ayuda dejar temporalmente ciegos a tus víctimas para que nadie pueda acusarte? ¡Sólo aproveché mi don sin hacer daño a nadie!

—¿Que no haces daño a nadie? ¡Has dejado a gente en el hospital con ceguera temporal por una semana, idiota!

—¡Tranquilízate, Aran! —ordenó Eoleum.

La mujer ignoró al hombre. Enfurecida, cargó su puño con fuerza y lo dirigió hacia el ladronzuelo, sacudiendo su mejilla con fuerza. Preparó un segundo golpe, pero algo frío le tocó el hombro y la empujó hacia atrás. Algo muy frío.

Eoleum la observaba con seriedad mientras la sentaba de nuevo en su silla. Apartó su brillante mano, descolorida en ese momento, y se volvió a colocar en su sitio. Tanto frío debía dejar tranquila a la joven unos minutos.

—Gracias, tronco —suspiró De la Rosa, viéndose salvado de la mujer.

—Maldita sea —Aran chaqueó la lengua, debilitada—. Odio el frío.

—Este es mi poder, joven —explicó al muchacho—. El hielo. Por ello se me conoce como el Eterno Gélido.

—Entonces hay más poderes como los míos —recapituló el joven—. Y sus poseedores somos conocidos como “Eternos”.

—Pero no fueron creados para idiotas como tú —remarcó Aran—. Deberían ayudar a la justicia.

—No le hagas caso —señaló Eoleum—. Está obsesionada con el concepto de la “justicia”. Fue superheroína y ahora es fiscal, desperdiciando sus poderes.

—Seguro que los utilizo mejor que tú, Eoleum.

—Joven, voy a darte un consejo —dijo el hombre al muchacho—. Son tus poderes. Es tu vida. Tú decides qué hacer con ellos, cómo utilizarlos. Aquel que te los legara lo haría con una razón: y es tu decisión atender a dicha razón o ignorarla.

—¿Alguien me los legó?

—Los poderes Eternos pasan de generación en generación. A la muerte del anterior poseedor, la persona elegida por él los recibe. ¿No sabes quién pudo entregar los tuyos?
De la Rosa apartó la mirada, pensativo y triste.

—No sé quién habrá sido el idiota que me los habrá legado. ¿Seguro que me eligieron?
—Si no se elige un heredero, los poderes se desvanecen para siempre. Aunque se haga inconscientemente, hay que elegir a alguien.

—No, a mí nadie pudo elegirme. ¿A vosotros os eligieron?

Eoleum apartó la mirada. De la Rosa dirigió un vistazo a Aran, la cual le miró a los ojos fijamente.

—Mi padre me eligió a mí —contestó ella.

—¿Y a ti, vie…? —comenzó a preguntar el joven, pero la limusina se detuvo en ese momento, lo que le dio a Eoleum la ocasión perfecta para evitar la pregunta.

—Hemos llegado —señaló, bajándose del automóvil. Guillermo hizo lo mismo y ofreció una mano a Soiartze para ayudarla con su congelación parcial, la cual no rechazó.

—Esto no significa que haya olvidado tus fechorías, criminal —le dijo. El joven tragó saliva—. En cuanto tenga ocasión, te entregaré a la policía y me aseguro personalmente de que te caigan al menos diez años de prisión.

Guillermo se quedó quieto en su sitio mientras la mujer se alejaba lentamente de él. Lo poco que llevaba con ella no estaba siendo nada agradable.
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