Capítulo 10
Vidrio roto
Olía a casa. Una mezcla de madera, especias y polvo. A veces también le llegaba el humo de la comida, que le daba una hermosa bienvenida cuando llegaba tras demasiadas horas de trabajo. Phantea, Livana, Leander, el recuerdo de Ianthe, la preocupación por Anastasia, el espejo roto en...Hesper.
Aunque amaba al resto de sus hermanos con locura, Hesper siempre había tenido un significado especial para Stella. Y no solo por haber nacido como dos partes de un mismo ser y el misticismo que ello conllevaba, sino la asimetría, el claroscuro, la indiferencia que habían mantenido desde su infancia por un odio —si es que esa era la palabra correcta para denominar a su relación — irracional que las llevó a tomar caminos igual de opuestos: la ladrona y la camarera.
Así comenzaron las discusiones, y con ello la distancia. Y la culpaba, sí, con toda su alma. No era justo que abandonara a los suyos por una avaricia incontrolada ni una falsa justicia. Tampoco merecían halagos sus fechorías ni sus malas artes.
Hesper la decepcionaba.
Y seguramente lo haría por el resto de su vida. Tal y como un espejo no puede cambiar de forma sin romperse en mil pedazos, Stella no se moldearía a su otra mitad ni ésta se acercaría a su modo de vida.
"Tal y como nos separaron de nacimiento, el destino vuelve a hacerlo con el tiempo."
Esta vez olía a algo más húmedo y denso, alejándola del fantasioso recuerdo del hogar feliz que alguna vez había soñado y trayéndola a recuerdos más oscuros relacionados con guidarios asesinados, una corte tomándola como culpable, un hombre ayudándolos a escapar, y unas arenas movedizas que se los estaba tragando en ese mismo instante.
Una mujer que venía del sol.
Una mujer que venía de...
—¡Stella! —exclamó Tyler por última vez —. Despierta, por favor.
Abrió los ojos en un lento parpadeo, costándole un segundo cada uno de los cinco que realizó. Luego examinó el lugar donde habían caído sin siquiera reparar en su compañero de viaje, que esta vez había dejado la lanza a un lado para dar pequeñas bofetadas a sus mejillas con éxito. Ésta, como si no fuera consciente de la realidad, dejó al muchacho hacer durante el rato que tardó en ser consciente de dónde se encontraba. Luego apartó sus manos con un movimiento rápido.
—¿Dónde están los guidarios? —quiso saber Stella.
—Los dejamos atrás cuando quedamos atrapados en las arenas —respondió Tyler, quien cogió su lanza con cuidado y se levantó, extendiendo su mano libre hacia ella —. Creía que iba a morir ahí arriba.
—¿Acaso no estamos muertos ya? —se encogió de hombros y sonrió de lado, haciendo que una de sus mejillas se subiera lentamente, gesto característico de su hermana gemela. Esto hizo que cualquier muestra de alegría se perdiera rápidamente de su cara cuando cogió la mano ofrecida y se levantó.
Todos sus compañeros dormían sobre los escombros. A su izquierda Sho se mantenía recto y murmuraba cosas en sueños relacionadas con galletitas de té y criadas con minifaldas mientras que a su derecha los fuertes ronquidos del espatarrado Arthur creaban una especie de música rítmica con los gruñidos y maldiciones de Alexia, que se encontraba a su lado. Puso los ojos en blanco y lanzó un largo suspiro. Al menos, estaban vivos.
Stella saltó sobre varias de las enormes rocas sobre las que habían caído y examinó por tercera y última vez el paisaje. Las hileras repletas de libros solamente acababan en el vacío que representaba la carencia de un suelo visible, y que la única forma de llegar a las estanterías era por unos estrechos caminos de tierra y arena por el que no podrían pasar dos personas a la vez. Miró al techo con la esperanza de que el cielo azul le trajera cierta normalidad, pero solamente encontró un enorme remolino de arena que parecía moverse por arte de magia. Resopló y buscó algún apoyo en Tyler, que ya parecía haber realizado todos sus movimientos antes.
—Estamos atrapados —anunció con la mayor neutralidad que pudo —. Pero no hay monstruos, o no han aparecido aun. Estamos seguros.
—No lo entiendo.
—Quiero decir que mientras nos encontremos...
—No hablo de los monstruos —bufó Stella —. Hay luz por todas partes, pero no hay sitio del cual pueda surgir tal luz —señaló al cielo, o más bien a su carencia —. ¿No es extraño?
Tyler abrió los ojos, siguió su dedo y luego al foso abismal.
—Sí que lo es —respondió con una sonrisa bobalicona. No parecía realmente preocupado por eso.
Y no le extrañaba, después de Sunaly.
Por su piel aun quedaba el escozor de haber sido engañada por los enanos con el veneno falso, la enorme caminata hacia un faro donde encontraron a un encapuchado, y con ello...a la extraña faz de Tyler.
Debía de creer que no se había dado cuenta, pero una mujer que dedicó su cuerpo y su alma a acechar por su supervivencia era capaz de ver incluso con un pañuelo sobre su cara. Aun no podía llegar a entender las razones pero sí sabía que un miembro del grupo estaba ocultando un secreto y otro—Tyler — había empezado a callar sobre él. Algo bien gordo.
Los demás seguramente agobiarían al muchacho con mil y una preguntas que él se negaría a responder, cerrándose en banda a cualquier otra muestra sutil de búsqueda de información. Stella, que era mucho más lista que todo eso, tenía otra forma de hacerlo: ganar su confianza, y con ello, su respuesta.
—Deberíamos despertar a los demás —aconsejó la rubia al ver que él solamente se dedicaba a contemplar la inmensa cantidad de libros que había —. ¿Te gusta la lectura?
—No le hago feos —admitió, encogiéndose de hombros —, pero tampoco quiero estar mucho tiempo aquí. La última vez que acabamos en un lugar de fantasía fuimos envenenados para hacer trabajos forzados.
—Cierto, pero fue divertido —rió ella por lo bajo, llamando su atención —. Anda, vamos a despertarlos.
Tal y como ella dijo, ambos fueron a despertar al resto de sus compañeros. Unos se levantaban de mejor humor que otros, en especial Arthur, que veía en aquel confuso paisaje un vago recuerdo de las atracciones del circo en la que él participaba. De hecho hasta dio un par de saltos entre una distancia y otra.
—Ciertamente es un lugar confuso —dijo Sho, llevándose una mano a la barbilla —. Aunque algo siniestro, ¿qué opina la bella flor dorada?
Stella enarcó una ceja y dirigió su dedo hacia el único sendero que había.
—Yo digo que no descubriremos nada aquí sentados.
—Exacto —la siguió Arthur —. Además, los guidarios pueden caer como nosotros hemos caído.
—¿Entonces a qué esperamos? —preguntó Tyler —. ¡Vamos!
Comenzaron a caminar en lo que sería un descenso de unas pocas horas hacia el foso por el camino de tierra. Mientras que Arthur se acomodaba al suelo e iba, literalmente, brincando como un mono en su descenso. Alexia mantenía sus murmullos y quejas, llegando alguna vez a discutir un poco con Tyler, pero nada serio. Sho se mantenía florecido y atento a cualquier posible halago o muestra de su clase con una naturalidad pasmosa.
No sabía en qué momento habían empezado a acostumbrarse los unos a los otros...o a respetarse, si es que esa era la palabra. Por mucho que intentaba detestar la arrogancia o la inmadurez de alguno solo conseguía mantenerse indiferente, como una madre cuando veía las trastadas de su hijo.
¿Les habría cogido...cariño?
No.
No quería ni pensarlo.
—¡Albricias, Alfred! Coloca los libros en posición diagonal con respecto a esa curva del techo —exclamó alguien con un acento muy marcado —. A este paso levantarás tanto polvo que mi cataplasma acabará conmigo.
—No es mi causa que este mamotetro pese tanto —se quejó alguien.
—¡Respeto por la lectura o dejaré caer esta escalera!
—Pardiez, Stuart, espera a que baje.
Aunque el sonido de seres desconocidos los mantenía en desconfianza— y era algo normal, pues en Sunaly no es que les hubieran recibido del todo bien, precisamente — Stella guió a los demás para que avanzaran junto a las enormes estanterías, procurando hacer el mínimo ruído posible. De hecho, tuvieron que dejar a Alexia atrás por el horrible sonido que hacían sus enormes tacones de aguja.
—¿Cómo puedes aguantar con semejantes zapatos? —farfulló Tyler, que no se creía que hubiera andado tanto con esos clavos pegados.
—Mucho aguante, chico —sonrió ella —. Y esperar siempre a poder clavárselo a alguien en el ojo.
El muchacho tragó saliva y siguió su camino hasta donde distinguieron a dos enormes figuras cerca de una de las miles de estanterías, gritándose lo que parecían insultos mientras ellos se acercaban.
Debajo se encontraba un enorme pájaro que iba a dos patas y vestido con una chaqueta que le recordaba a un aristócrata. Llevaba un monóculo en su ojo izquierdo y caminaba con las alas entrelazadas en la espalda.
—¡Baja aquí, peludo fantoche! —gritaba él —. ¡Por mi pico que no pararé hasta verte por los suelos!
Arriba, sujetando varios libros, una enorme y regordeta rata vestida de forma similar a excepción de que llevaba unos quevedos ajustados.
—¡Espérame ahí, rufián! —gritaba la rata —. ¡Esta es la última vez que me sacas de quicio!
La criatura bajó de las escaleras y se colocaron frente a frente. Ambas hincharon el pecho y comenzaron a golpearse con él hasta que sin querer una de ella le dio a los libros, alarmándolos demasiado como para volver a discutir. Fue entonces cuando Arthur decidió hacer acto de escena.
—¡Buenos días!
—¿Qué tienen de buenos? —exclamó el ave hasta que vio que no se trataba de su compañero —. ¡Por mis plumas, son saltimbanquis!
—¿Saltiqué?
—¿Acaso ese vago habrá vuelto a dormirse? —se quejó la rata.
—Seguramente. Ya le dijimos a Rithe que debía echar a ese bajo cuanto antes.
—Pero nadie está dispuesto a hacer su trabajo.
—¡Indignante!
—¡Humillante!
—¡Apabullante!
—¿Glorificante?
—No, más bien decepcionante.
—Emm, ¿perdón? —Sho buscó la forma de meterse en la conversación —. No somos unos simples saltimbanquis, caballeros. Nos hallamos en la noble misión de comunicar al señor Rithe un mensaje de sir Fervín, quien por sus ocupadas obligaciones no puede venir a ello. ¿Serían tan amables de indicarnos el camino hacia él?
—¡Por mis bigotes! —gritó la rata —. Va a ser verdad.
—Ahora que lo dices, sí —respondió el pájaro —. Mira qué porte, qué estilo al vestir...permítannos presentarnos, damas y caballeros. Mi nombre es Stuart della Nidela —se acercó y besó la mano de Stella —. Enchanté, mademoiselle.
—El mío es Alfred du Alcantaille —le siguió —, y somos estudiosos de este maravilloso lugar. ¿Con quiénes hablamos?
—Mi nombre, caballeros, es Sho Liechenstein —hizo una reverencia y luego caminó al lado de sus compañeros a modo de presentación —. El es Tyler Nielsen, él Arthur Lauper, le sigue la bellísima Stella Arellanes y por último Alexia De Tenebrae.
—Es nuestra mascota —siguió Tyler.
—¿¡Qué!? —gritó Alexia, y comenzaron a discutir.
—No se alarmen, caballeros, dedican sus días a alegrarnos con espectáculos líricos.
—Algo degradantes, en mi opinión —respondió Stuart —. ¿Y qué os trae por aquí, sir Liechenstein, además de trasmitir el mensaje de Fervín?
—Si he de serles sinceros buscamos refugio y consejo—admitió el rubio —. Cuando nos dirigíamos hacia aquí otros hombres han intentado atacarnos sin éxito alguno, por lo que...
—¿Llevaban armaduras, joven? —preguntó Alfred.
—Así es.
—¡Otra vez esos canallas...guidarios se llamaban! —bramó la rata, que enseguida volvió a sus insultos acompasados con su compañero —. No os preocupéis, aquí tenéis refugio siempre. Seguidme.
Las criaturas comenzaron a caminar camino abajo, y el resto del grupo los siguió, cada uno con una opinión distinta con respecto al lugar donde habían llegado mientras Alfred daba una explicación de dónde se encontraban.
—Esta es la gran biblioteca de Lum, el desierto donde habitamos los Cambiantes, los cuales vinimos hace mucho tiempo de todas las criaturas sabias al descubrir el poder de la lectura. Bueno, no es la leyenda completa..pero ya podréis leerla cuando os instaléis. El caso es que os encontráis en una nave abismal que se caracteriza por su enorme biblioteca y sus múltiples actividades, aunque en su mayoría es lo primero. Aparte de nosotros existe otra raza de violentos seres llamados guidarios, los cuales nacieron de los humanos, aunque aún desconocemos bastante de sus costumbres y hábitat natural —inspiró y siguió —. No nos gusta el cielo, no nos gusta el agua y ante todo no nos gustan las galletitas saladas. Por aquí.
Cuando giró los llevó hacia una enorme puerta abierta cuyo interior albergaba una especie de enorme comedor de casa de ricos, solo que no se trataba de una sola mesa, sino de centenares. Miles.
—Es increíble —exclamó Arthur.
—Pronto traerán la comida, así que sentaos con nosotros por allí —señaló una zona cercana al centro, la cual parecía tener una pequeña plaza preparada para espectáculos —. Síganme.
Caminaron hasta esa zona y se sentaron. Fue cuestión de minutos que la gente comenzara a sentarse en el resto de puestos y la cena fuera servida por otros seres vestidos de cocineros. Se respiraba amabilidad, sabiduría, nobleza...por lo que Sho se integraba bastante bien entre ellos, en especial por su forma de hablar. Los demás procuraban no meterse a no ser que fuera necesario por si eran susceptibles.
—Desde que salimos de Marlenia vemos cada vez cosas más raras —se quejó Alexia.
—Pero tienes que reconocer que son interesantes —añadió Arthur, maravillado con los espectáculos que realizaban en la plaza —. ¡Ojalá pudiera hacer acrobacias junto a ellos!
—Podrías decirle a Sho que los intente convencer —sugirió Tyler.
—Mejor no —respondió rápidamente Stella, que se había mantenido un largo rato ausente —. Sho está haciendo su trabajo, que es camelárselos y encontrar una salida que nos lleve bien lejos de los guidarios.
—No vamos a estar huyendo toda la vida de los guidarios —respondió el vagabundo.
—¿Entonces qué crees que firmaste cuando mi hermano nos sacó de la cárcel?
Un silencio ensombreció la conversación y a los que participaban en ella, saliendo de nuevo a la superficie la gran rivalidad entre la estudiante aspirante y el vástago ilegítimo del antiguo rebelde.
—Sé consciente, por amor a...¡a lo que sea que creas! —tomó un poco de la bebida que le habían servido, algo cuyo sabor le recordaba a una salsa de relleno —. Aunque el piltrafilla de armadura dorada nos haya ayudado a salir de ahí no puede creer que estaremos eternamente vagando por un mundo que desconocemos. A lo mejor quería que buscáramos el lugar correcto y nos instaláramos.
—Cuida tu lengua, basura.
—No vamos a volver a tener la misma discusión de siempre —sentenció Arthur, serio como nunca le habían visto —. Alexia, tienes que dejar de ser tan inflexible con respecto a todo. Y Tyler... —su mirada se dirigió a él como un puñal, haciéndole entender que no estaba para réplicas —. Tienes que aprender a controlar tu opinión con respecto a todo. Aunque eres respetuoso, te falta sangre fría y eso a la hora de la verdad puede ser nuestra condena, ¿entiendes?
—No, no lo entiendo —gruñó el muchacho —. Y no quiero entenderlo, la verdad.
—No estás siendo muy maduro en este momento —replicó el acróbata, intentando no subir el tono en ningún momento.
—Lo sé —suspiró —...lo sé. Perdona. Es simplemente que no puedo soportar la idea de huir hacia la nada constantemente. No tenemos ningún objetivo, y la verdad es que me deprime un poco.
—En eso estamos todos de acuerdo —admitió Alexia —. Deberíamos marcarnos una ruta, o encontrar una forma de llegar a casa... —suspiró—...o algo.
—Creo que es la primera vez que os veo de acuerdo —rió Arthur, feliz de que la cosa no hubiera ido a más. Por último su mirada se dirigió a la rubia ausente —. ¿Tú qué opinas, Stella?
—¿Qué?
—Otra vez con la cabeza en Marlenia —gruñó la otra fémina.
—Perdonad —suspiró —. Tiene razón Tyler, sea lo que sea —se levantó de su asiento, dejando atónita tanto a la estudiante como al vagabundo —. Voy a dar una vuelta, que necesito un rato a solas. Hablamos luego.
Así, se marchó rápidamente, y cuando Alexia iba a levantarse a darle una voz Tyler tapó su boca rápidamente.
—¿Cómo has salido de la ciudad?
—¿Cómo has salido tú de la ciudad?
Odiaba que le repitiera las preguntas, pues se sentía como un espejo. Un enfermizo reflejo que hacía ver todas sus acciones como actos miserables.
—Seguro que lo sabes mejor que yo —Stella mantenía los dientes apretados y no sonreía, al contrario que su hermana, que siempre parecía tener en su cara una desvergonzada sonrisa —. De lo contrario no estarías pisándome los talones tras años. Dime, ¿cuántas veces has pisado la cárcel desde entonces? ¿Quince? ¿Veinte?
—Treinta y cinco, para ser exactas. No sabes la de veces que me fugué.
—¿Qué demonios quieres, Hesper? —la voz se ahogaba en su garganta, pues aunque quería reprocharle tantas cosas y gritar hasta quedarse sin voz que se encontraran en un ambiente desconocido y que no quisiera que los demás se dieran cuenta de su...desagradable parentesco con la joven la controlaron —. Te marchaste. Fuiste una ladrona. Hiciste lo que te dio la santa gana, ¿no es cierto?
—No del todo —sonrió —. Aun me quedaba una cosa por hacer.
—¿Qué...?
—Ahora lo verás, o más bien, lo verán.
—Stella se está retrasando —gruñó Alexia, que veía a Sho despedirse con una tranquilidad pasmosa —. ¿Qué has estado hablando con ellos?
—Estuve recolectando información, damisela, y tengo algo muy interesante sobre lo acontecido en la ciudad de los enanos.
—¿Qué tienes, Sho?
—Permítanme —se acomodó en una silla cercana y miró a su alrededor, agradecido porque la fiesta hubiera acabado y las distintas criaturas se marcharan a sus habitaciones. Se volvió hacia ellos y sonrió ampliamente —. En mis indagaciones he descubierto que en este vasto mundo, antes de que todas las criaturas existieran, vinieron del sol unos seres maravillosos cuyo aspecto recordaba al de un humano, con largos cabellos, sabiduría, prudencia y ya os podéis imaginar el resto. El caso es que, en su arrogancia idearon una máquina enorme cuyo objetivo se desconoce, pero que dedica su existencia a vagar y a tomar el alma de todo el humano al que encuentran. No me preguntéis los detalles, solo sé que si encuentra algo parecido a nosotros lo desintegra.
—Entonces si vemos la sombra de esa cosa tenemos que alejarnos —Arthur se sorprendió de lo bien que se lo estaba tomando, como si ya estuviera acostumbrado a lo más estrambótico del mundo conocido y sin conocer.
—Exacto —respondió Sho.
—¿Y qué sabemos de la mujer de blanco? —quiso saber Tyler.
—Nada.
—¿De nada?
—Ni una palabrita sobre sus mechones albinos, caballero.
—Vaya chasco —gruñó Alexia, que se cruzó de brazos y se escondió entre sus hombros.
—No te preocupes —el acróbata acarició su cabeza como a la de un niño pequeño —. Ha descubierto algo, y eso es lo importante. Ahora debemos ir a por Stella y contárselo.
—Es verdad. Aun no ha vuelto —Tyler se levantó, lanza en mano, y la buscó por la sala sin éxito alguno. Los demás hicieron lo mismo con el mismo resultado —. Maldita sea.
Aunque nadie había dicho nada todos echaron a correr en la misma dirección, buscando a sus compañeras por todas las habitaciones, todos los pasillos, en cada estantería. Y el resultado fue el mismo nada que cuando habían comenzado.
A excepción de Sho y Tyler, que pudieron ver en la distancia un hermoso cabello dorado brillar sobre una especie de mastodonte parecido a una máquina. Se bajó del mismo, realizó un gesto de despedida con la mano en la frente y se desvaneció.
—¡Rápido, albricias! —exclamó Alfred, que mantenía una puerta abierta —. ¡Mañana será un gran día, y debéis dormir!
El grupo se miraba indeciso, pero acabó cediendo a la hospitalidad de la criatura para evitar más problemas.
—Stella, ¿qué estás haciendo? —se preguntó Tyler entre susurros, justo antes de entrar a la habitación.