Bueno, pues esto es una pequeña historieta para dormir; trata sobre Roxas y Namine... en mi imaginación se conocieron de esta manera, y un gran sentimiento surgió entre ellos: amor.
La cabaña de madera descansaba en uno de los llanos del bosque. La tenue luz de la luna iluminaba fugazmente la explanada, frente a la que se encontraba un gran lago, cuya agua brillaba intensamente. Roxas ataba rutinario su bote al amarradero, como cada anochecer, se sacudía las manos, contemplaba un instante el lago y se dirigía cansado a su humilde casa de madera.
Un ruido atrajo su atención. En la otra parte del lago había alguien. Alguien deambulaba como un perro entre los matorrales mal cortados del bosque. Él escuchaba el ruido con atención y seguía el movimiento de aquella sombra con la mirada. De pronto, aquel espectro salió de entre la maleza. Namine caminaba descalza entre las rocas y las viejas ramas de los árboles. Caminaba despacio, observando su camino; él podía apreciar cansancio en su forma de andar, dejadez, resignación. Podía sentir cómo la chica temblaba sin saber el por qué. Se quedó allí, parado, mirando el trayecto que la chica seguía. Se dirigía hacia él.
A medida que la joven se acercaba, él lograba observar sus facciones, sus rasgos; era realmente hermosa. Una larga cabellera ondulada y dorada le caía sobre los hombros, dejando ver su rostro pálido y blanquecino. En ese momento la chica se paró a unos metros de él. Sus profundos ojos azules captaron su atención; sentía que, con solo mirarlos, sabía todo de ella.
-Hola- dijo el chico.
-Hola- respondió ella.
Él se percató del temblor de la chica, y comenzó a sentir frío también. La invitó a pasar. Ella asintió con la cabeza.
La chica se acomodó en una silla de mimbre, junto a la mesa, que adornaba el salón y observaba discretamente la cabaña. Era humilde, toda de madera; una chimenea antigua y una alfombra oscura presidían el salón.
Él apareció con dos jarras de chocolate y colocó una de ellas frente a la chica. Ella sonrió y la cogió con delicadeza.
Sin cruzar palabra, se miraban. Tan solo se escuchaban sus respiraciones, que trataban de captar el dulce y aromático olor del chocolate caliente.
En un instante, la chica se levantó y rodeó la mesa sin mediar siquiera una vana palabra. Se acercó a él y se paró frente a su anatomía. Era fuerte, con espaldas anchas que inspiraban protección. Observó su pecho, su rostro. Tenía ojos felinos, verdes amarronados; eran pequeños y profundos.
Él se levantó de la silla y se colocó a la altura de la muchacha, que seguía paseando sus preciosos ojos por su cuerpo de aprendiz de carpintero. Era realmente entrañable. Era perfecta.
Ella podía sentir su respiración. Levantó su mano y la guió hasta su rostro, temblorosa. Tenía los pómulos ásperos y el vello de la barba raspaba la palma de su mano. Era increíblemente hermoso.
Suspiro tras suspiro, ella acercó sus labios a los suyos y él la acompañó. Aquella situación se volvió mágica, imposible. Se besaban intensamente, como si nada más existiera, tan solo ellos dos y ese instante. Él acariciaba el rostro de la preciosa joven con suavidad, estudiando cada facción que adornaba su estructura; sus manos se perdían entre su cabellera dorada. Necesitaban sentirse.
De pronto, aquel carpintero cogió en brazos a la muchacha, que sonrió pícaramente. La posó sobre la alfombra que se encontraba frente a la chimenea y la volvió a besar con intensidad.
Ella se estremecía y se dejaba llevar por el calor que desprendía la hoguera. Se deshizo de sus vestidos, mientras que él se quitaba los harapos rotos y viejos que cubrían su cuerpo con dejadez. Se acercó a su oído lentamente y, mientras que hacía suyo el cuerpo de la muchacha, le susurraba tímidamente al oído: “te quiero”.
Estaban enamorados. Siempre lo habían estado, pero no lo sabían. Eran lo que cada uno de ellos necesitaba. Podían sentirlo, en cada uno de sus movimientos, en cada una de sus caricias, de sus besos…
Estaban hechos el uno para el otro. ¿Por qué? Se preguntaron. Porque a dos personas que se aman nunca se les acaba la conversación, ni siquiera cuando están en silencio.
Y, desde el lago, mientras que la luna era testigo de la fugacidad de la noche, tras un suspiro apasionado, se oyó débilmente: “Te amo”…
Espero que os haya gustado =)