· 01 . . . . . . La caída de Vergel Radiante
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Vergel Radiante estaba tan rebosante como siempre. Aquel mundo siempre había brillado con luz propia, siendo el orgullo del Reino; todo gracias al gobierno de Ansem el Sabio, el cual siempre se encontraba en su enorme y gigantesco castillo en el centro de la ciudad, imponente.
Aquel mundo era conocido, como señalaba su nombre, por sus hermosos jardines de flores y distintas fuentes preciosas. Le daban un brillo especial, único; todos los viajeros que pasaran por allí quedaban atrapados por la belleza de aquel lugar único, irrepetible e imposible de ver en cualquier otro lugar. Por ello, muchas failias se habían asentado allí para criar a sus hijos en un ambiente de armonía y tranquilidad. Ya costaba distinguir entre los nativos del mundo y los que venían de fuera, por lo que era difícil mantener el secreto sobre la existencia de más mundos.
El gran castillo de Ansem llevaba mucho tiempo allí, más del que nadie podría recordar. Si se trataba de siglos, había que felicitar su mantenimiento; sus rosados ladrillos no se habían desgastado ni un ápice, manteniendo su hermosura original. Unos gigantescos engranajes cubrían la pared delantera, como curiosa decoración; y comparado con el resto de la ciudad, su tamaño era exageradamente grande.
El comercio de la plaza principal estaba especialmente lleno aquel día. Se estaba celebrando precisamente la feria del libro, lo que había atraído incluso a más visitantes al mundo buscando una lectura interesante.
Y precisamente, había llegado allí de visita un hombre que claramente no era alguien de aquel mundo. Una mujer rubia, de amplia sonrisa y que vestía una capa blanca que caía en forma de gabardina por su espalda; llevaba pantalones cortos y negros, medias alargadas de color claro y unos zapatos de tacón que le daban unos centímetros más de altura. Un gran pañuelo, sujeto por su cuello, caía por delante de su poco pecho, juntándose con el cuello de un pequeño ropaje negro que poco le cubría el cuerpo.
Con ella iba una joven que rondaría los quince años a lo sumo. Esta vestía con unos ropajes más orientales que su compañera; su cuerpo estaba cubierto de ropajes azul clarito, y su cinta sujetaba los ropajes con una larga banda azul oscura con un lazo rojo. Calzaba con zapatos grandes e infantiles, casi botas, a juego con sus ropajes; su pelo castaño sujetaba una mariposa de diadema del mismo color, con una X roja. Su tez, pálida, hacía juego con sus grandes ojos naranjas que recorrían toda la feria.
A la joven se le vía entusiasmada por estar allí, entre todos aquellos libros que podía o no podía comprar. Su acompañante le miraba sonriente, contenta de verla tan feliz; se merecía aquel descanso entre tantas misiones.
—¡Maestra, Maestra! —gritó la chica corriendo hacia uno de los puestos, donde exponían una buena serie de libros de investigación—. ¡Mire esto! ¡Es un ejemplar de Los Mundos Perdidos!Quería leerlo desde hacía tiempo, pero en la biblioteca de Tierra de Partida no está... ¡Y mire esto! ¡También tienen La leyenda de la Llave Espada! Pero el dinero solo me da para uno... ¿Qué hago, Maestra Yoshiya?
La mujer rubia sonrió a la chica, aparentemente feliz por la ilusión de la muchacha por encontrar tantos libros interesantes. No podía contenerse, estaba claro; cuando algo le apasionaba, se volvía hiperactiva. Un comportamiento algo infantil, pero humano.
—Coge ambos, Jikan. Los compraré yo para la colección de Tierra de Partida.
—¡Bien! —se ilusionó la joven aprendiz, acercándose al dependiente del puesto—. Quisiera comprar estos dos libros, por favor.
—Serán 520 platines, señorita.
—Por supuesto —afirmó la chica, sacando su bolsa de dinero—. Me devolverá el dinero una vez en casa, ¿no, Maestra Yoshiya?
Yoshiya apartó la mirada de su aprendiz, llamada por algo entre la gente. Sus ojos fueron a clavarse en la figura de un joven que caminaba entre la multitud, metido en sus propios pensamientos; un muchacho de pelo corto y color azul marino muy oscuro, casi negro. Llevaba unas gafas redondas y pequeñas que ocultaban ligeramente sus ojos, pero aquello no evitó que la Maestra se los viese; amarillos. Amarillos muy fuerte. Aquel joven estaba tocado por la oscuridad.
Su aura había despertado algo en Yoshiya. Como portadora de la Llave Espada que era, rechazaba toda oscuridad que pudiese haber en el mundo; era una guardiana de la luz, una protectora del bien. La oscuridad estaba directamente enlazada al mal, y aquel chico estaba muy enfrascado en ella.
—¡Maestra Yoshiya, le estoy hablando! —gritó Jikan intentando llamar su atención.
La mujer salió de sus pensamientos con aquella llamada. Se giró y sonrió ligeramente a su aprendiz, acercándose a ella.
—Sí, te lo pagaré todo una vez en casa —le contestó finalmente—. Vamos a seguir caminando.
Las dos echaron a caminar entre la multitud, camino a otro de los puestos en busca de más libros. Yoshiya se giró en cuanto Jikan abrió uno de los libros, aprovechando su distracción; pero el chico de aura oscura ya se había perdido entre la gente.
El aprendiz Kenji bostezó energéticamente, aburrido de la espera.
Les habían mandado a los tres allí, al castillo de Ansem, para vigilar la entrada. No debía entrar nadie, les había ordenado el Maestro. Tres aprendices completos esperando y vigilando mientras dos maestros y un aprendiz se reunían con el mandamás de aquel mundo, un tipo con barba rubia conocido como "Ansem el Sabio". Un nombre no muy bonito, para el gusto de los tres.
El grupillo estaba compuesto por dos varones y una mujer. Por una parte, Kenji era un muchacho de catorce años, el más joven, de tez morena, pelo gris y ojos color ámbar; había sido tocado por la oscuridad ya hacía tiempo, pero gracias a la Maestra Nanashi había aprendido a repelerla y vivir sin tener que utilizarla nunca.
A su lado se encontraba una chica, algo mayor que él. De mirada severa y seria, su pelo castaño estaba recogido en una coleta hacia la espalda; su ojo derecho tenía una cicatriz, habiendo sido atacada en el pasado por alguien. Eran verdes y grandes, y no terminaban de pegar con sus rosados ropajes y su pantalón blanco. Su nombre era Java.
Finalmente, el mayor de los tres, con diecinueve años, miraba con una sonrisa pícara las majestuosas paredes del castillo. Vestía con ropa completamente morada, con el dibujo de un corazón en el pecho, los bolsillos y sus zapatillas. Sus ojos también eran morenos, algo pequeños. Unas redes cubrían su ombligo y par de sus brazos, como una parte más de su indumentaria; su pelo era puntiagudo y marrón, el cual llegaba hasta su espalda por detrás.
—Pronto acabaremos esta misión y podremos volver a Tierra de Partida —anunció este último, de nombre Tenshi—. Y mejor así, porque debo descansar. Tíos, ¿os recuerdo que día es mañana?
—Ya lo sabemos, Tenshi —suspiró Kenji sabiendo exactamente lo que iba a decir su compañero. Pero este le ignoró y continuó hablando.
—¡El día de mi prueba de acceso como Maestro, tíos! Todavía no podré tomar aprendices, ¡pero podré hacer lo que quiera y como quiera! Va a molar demasiado. Ya me veréis, pim, pam, por los mundos viajaré y la galaxia protegeré, pam, pum...
—Primero tendrás que aprobar el examen, idiota —le reprochó Java con mirada severa. Kenji echó una carcajada al aire.
—¡Sí! Tenshi es fuerte, pero tan tonto que no sabe cómo invocar un piro sin quemarse su propia ropa. ¡Como el mes pasado, en el entrenamiento con Yami!
—¡Eso no fue culpa mía! —se intentó defender el joven—. Fue un accidente. ¡Y os derrotaría aquí a los dos juntos en un combate mágico sin pestañear!
—No queremos que te quemes las cejas —se burló Java, sonriendo ligeramente. Kenji volvió a reírse en alto.
—¡Esto es demasiado bueno! ¡Dios, me muero de la risa!
Pum. Un golpe seco sonó tras la puerta del castillo. Los tres chicos callaron inmediatamente, observando la puerta. Había sonado demasiado fuerte, como si algo enorme hubiese chocado con ella.
Pum. Otro nuevo golpe, todavía más fuerte. Tenshi invocó sus dos Llaves Espada, preparado para cualquier ataque que viniese por delante. Su compañera le imitó, colocándose en guardia.
Pum.
—¿Qué es eso? —preguntó Java arqueando las cejas con fuerza e ira.
Pum. Kenji se acercó a la gigantesca puerta doble lentamente, con cuidado. Pegó su oído a ella e intentó escuchar lo que había al otro lado.
Y de golpe se abrió, o más correctamente, fue destruida. Kenji cayó de espaldas al suelo, sobresaltado, mientras la puerta se derrumbaba sobre él. Tenshi se abalanzó sobre él, intentando salvarle.
—¡¡Kenji!! —gritó, intentando mover los extractos de la puerta de metal que habían aterrizado donde su amigo había caído.
—¡Tenshi, cuidado! —intentó advertirle su compañera observando lo que había al otro lado de la puerta. Pero era tarde.
Demasiado tarde para los tres aprendices.
Yoshiya agarró entre sus brazos a Jikan, la cual casi cayó al suelo del pequeño temblor que se había producido. Mucha gente no pudo evitar su caída, algunos haciéndose daño con la piedra del suelo. Se escucharon algunos llantos de niños en la lejanía.
—¿Qué ha pasado? —preguntó la aprendiz de la Maestra. Esta abrazó con más fuerza a la chica.
Algo estaba sucediendo. Dirigió su mirada hacia el cielo, que parecía estar oscureciéndose por momentos, lentamente pero de forma muy notoria. Y una esfera morada parecía estar ascendiendo... Hacia los cielos.
—Dios santo —susurró Yoshiya. Reconocía aquella esfera perfectamente, sabía lo que estaba sucediendo.
—¡Mamá, mira, hormiguitas!
La mujer se giró y vio entre la gente cómo de la gran fuente del centro de la plaza surgía una sombra, la cual se levantaba del suelo y daba lugar a una especie humanoide con forma de niño, antenas en la cabeza y grandes ojos amarillos. Una niña se acercó a la criatura, engañada por su aparentemente inofensivo aspecto.
—¡No, niña, no te acerques! —intentó advertir Jikan. Pero era tarde.
El Sincorazón, llamada así la bestia, se lanzó contra la niña con su garra levantada. Una mancha de sangre salpicó al público, y su cuerpo desapareció en la oscuridad... Para que su corazón ascendiera hacia el cielo.
La gente entró en pánico de golpe. Todos comenzaron a correr de un lado a otro, desesperados, atrapados entre los cientos de Sincorazón que surgían del suelo y el aire. Muchas personas comenzaron a morir, como si de una gran masacre se tratara; Yoshiya no vio más opción que soltar a su compañera e invocar su Llave Espada, un arma blanca con un par de alas como mango y una estrella en la punta. Prometida, la llamaba ella.
—¡Jikan, tenemos que proteger a la gente de los Sincorazón hasta que lleguen a sus naves Gumi! —ordenó la Maestra, comenzando a atacar a los Sincorazón. Por suerte, eran todos de la clase Sombra, la más débil de todas; podía derrotarlos con rapidez, pero ellos eran muchos más y se estaban llevando por delante a mucha más gente.
La aprendiz aceptó las órdenes rápidamente y comenzó a atacar también a los Sincorazón sin piedad alguna. Unos pocos cayeron rápidamente sin esfuerzo; pero fue entonces cuando observó que nuevas sombras, más grandes que las anteriores, habían comenzado a aparecer en el suelo. Siguió con la vista a una de ellas, que se posó justo debajo de un chico que acababa de caer al suelo intentando huir, a la vez que su novia intentaba salvarlo. De golpe, algo salió de la sombra y agarró al chico, arrastrándolo hacia la oscuridad rápidamente; Jikan no pudo verlo, pero cuando la pareja del chico intentó huir al ver cómo se habían llevado a su novio, observó cómo otra de aquellas cosas aparecía del suelo y la abrazaba para arrastrarla rápidamente hacia la oscuridad y acabar con su vida.
Neosombas.
—¡Maestra, hay más! —gritó la aprendiz, atemorizada por aquellos monstruos. Se había enfrentado a algunos de ellos y eran muy fuertes para alguien como ella, y más en grupo. No tenía oportunidad contra ellos.
Yoshiya chasqueó la lengua y acabó con dos Sombras de un sablazo. Estaba resultándole difícil atacar a los monstruos con tanta gente huyendo; debía procurar no hacer daño a nadie. Se dio cuenta de que no todos tenían un lugar adonde ir, pues un pequeño porcentaje de la gente eran nativos de aquel mundo. No podía permitir que quedaran atrapados.
Se metió la mano en uno de sus bolsillos interiores y lanzó a su aprendiz unas llaves.
—¡Coge mi nave Gumi y salva a todas las personas que puedas, Jikan! —ordenó, volviendo al ataque. Jikan pudo coger las llaves al vuelo.
—¡Maestra, no puedo dejarla aquí!
—¡Podré irme en la Llave Espada! ¡Haz lo que te digo!
Crack.
La esfera morada había alcanzado completamente los cielos, ahora oscuros y cubiertos de enormes nubarrones. El viento había comenzado a soplar con muchísima fuerza, como un gran tifón; los tejados de algunas casas comenzaban a volar hacia la nada, las piedras del suelo se levantaban. El mundo estaba siendo destruído.
—¡Vete! —ordenó Yoshiya, desesperada ante lo que estaba sucediendo.
Jikan dudó, pero finalmente decidió obedecer a su Maestra. Se dio media vuelta y se dirigió hacia la salida del mundo, como la mayoría; de camino encontraría a gente sin nave Gumi y podría llevarlos. Pero rezaba para que Yoshiya volviese con ella. Rezaba de veras.
La mujer continuó atacando a los Sincorazón, que cuanto más vacía estaba la plaza más numerosos eran. Se comenzaba a sentir atrapada entre aquella multitud de monstruos, y nuevas clases comenzaban a surgir; Bolas Oscuras, Soldados, Brujos... Estaba empezando a sentirse asfixiada allí. Pudo observar cómo el chico de pelo azul oscuro que había visto antes huía en dirección contraria hacia una de las casas, perseguido de un trío de Sombras que debían sentirse atraídos por la oscuridad que emanaba.
Muchas naves Gumi comenzaron a despegar hacia el cielo, como pudo comprobar Yoshiya. Pero entre ellas, no estaba la suya... Y cada vez se sentía más débil. Ella era poderosa, pero no lo suficiente para el ejército entero que había surgido de la nada.
¿Dónde estaban los otros dos Maestros que con ella habían ido a aquel mundo?
¿Por qué los Sincorazón habían podido tomar aquel mundo tan libremente, el mundo más brillante que tenían?
¿Quién había invocado aquella esfera de oscuridad para destruír el mundo?
Yoshiya notaba cómo sus fuerzas no daban para más. Muchísima gente había muerto... Ahora convertidos en Sincorazón...
Estaba débil...
No podría luchar por mucho más tiempo.
Y allí mismo se derrumbó, cayendo al suelo y perdiendo el conocimiento antes de poder ver cómo los Sincorazón se abalanzaban sobre ella...
... Y sin que su nave Gumi apareciese en el cielo.
Qué cojones es esto.
Bueno, la idea me surgió mientras intentaba dormir. Como sabéis, ahora hay un rol aquí en el foro; muchos participan, muchos juegan. Sin embargo, resulta difícil seguir una trama general, pues cada uno va por su lado y no podemos leer todos los prólogos; es muy bestia. Algunos Moderadores Generales meten personajes de la trama de un jugador en los prólogos y temas de otros (por ejemplo, en "Enséñame, por favor" podemos ver a los padrastros de Fyk y al padre de Ivan Kit). Así que, ¿por qué no una historia que unifique lo más importante del rol? Sí, con vuestros personajes.
Eso es lo que me propongo aquí: seguir una trama metiendo a los personajes, sobre todo con momentos que no hayan aparecido en el rol en sí. Versionaré algunos prólogos en mi opinión importantes; el resto, serán cosas como esta, y a la hora de usar personajes consultaré previamente a quienes piense utilizar en el capítulo si quiere que lo haga.
Igualmente, como no estoy informado de la trama completa de la historia por Nell, debo decir que este Fic no es canónico ni oficial, y mucho menos este prólogo. Esto, pues, puede llegar a considerarse un FanFiction; aunque mi idea es que algunos de los personajes que nazcan aquí sigan apareciendo en el rol como NPCs.
Cuando se publique un nuevo capítulo, el icono [!] aparecerá antes del título. Informo de ello porque no voy a llevar una periodidad en ningún momento.
Que aproveche la lectura.
Vergel Radiante
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Maestra Yoshiya
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Aprendiz Jikan
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Aprendiz Kenji
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Aprendiz Java
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Aprendiz Tenshi
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