He dividido el prólogo en dos partes, me parecía lo mas entendible y tal. De cualquier manera, no dificulta para nada la estructura. Por cierto Deja, podrías editar el primer post y eliminar toda la información que no hace falta, como el modelo de ficha predeterminada y tal. Así mismo, podrías realizar un recopilatorio de todos los capítulos y prólogos conforme los vayamos escribiendo, mas o menos como en tu otro fic tan molongo.
Ah! Intentaré incluir un tema musical para escuchar mientras se esta leyendo, a modo de Banda Sonora. No siempre acertaré con el tema que elija, pero quieras que no, da ambiente a la cosa...Espero que no os parezca demasiado largo...
PD: Ahora que lo veo, podrías haber sido un poquitín mas original y no hacer un edit del otro fic The Edge Of
PRÓLOGO ~ AMIR
~1º Parte
Spoiler: Mostrar
Suspire.
- Papa, te he dicho mil veces que no me va a ocurrir nada afuera. Se cuidarme. – hice un ademán de presencia. - No te preocupes ¿Vale?
Tras el asentimiento a regañadientes de mi padre, me dirigí hacia el carcomido portón.
- Pero no vuelvas tarde. – gruñó. – No quiero perderte… - añadió en apenas un murmullo ininteligible.
Era uno de esos días excesivamente calurosos. Captaba una extraña sensación de desgana, un hastío permanente. El roce de la piel contra los ropajes me hizo soltar un pronunciado bufido.
Dirigí una mirada de rigor cerciorándome de la posible existencia de algún peligro. En muchas ocasiones uno de esos malditos caníbales me había sorprendido, por lo que toda precaución era escasa. A lo lejos, acertaba a observar como se creaba una capa transparente de calor junto con pequeñas partículas de arenilla. Tras tranquilizarme, emprendí mi camino. Me dirigía hacía donde mis pies desearan llevarme.
Vagué durante unas horas por las ahogadas callejuelas del poblado. Todas las puertas y ventanas permanecían cerradas. Además, muchas casas habían sido derribadas junto con todos los efectos personales de los habitantes. Hacía donde quiera que mirara solo podía ver destrucción y sufrimiento. Era una angustia que casi se palpaba, un sufrimiento que llegaría a ser una maldición.
En aquel pueblo solo restaban unas 50 personas, incluso menos. No conocía a ninguno de los supervivientes, ni quería hacerlo. Solo los más fuertes habían conseguido conservar sus vidas en aquella maldecida isla. Yo…Yo no era nada fuerte, ni siquiera tenía algo de valor. Mi padre es el único que había velado por mi seguridad; el único que me comprendía; el único a quien quería…Solo me tenía a mi…y sinceramente, no sabía si resultaba ser de utilidad.
Enfrascado en una serie de pensamientos de orden pesimista llegué a la plazoleta principal. Una gran fuente hexagonal de mármol decoraba el centro. A su alrededor una suerte de desgastados bancos parecía acecharla. La decoración, en su día pomposa y colorida, ahora confería al lugar un sobrecogedor aspecto. Flores marchitas, una serie de árboles sin hojas, juguetes destrozados, polvo…
Tomé asiento en uno de aquellos destartalados bancos, bajo una sombra proyectada por una angosta vivienda.
Bostecé. Poco a poco y sin cerciorarme, aquel calor me estaba arrebatando los escasos segundos de entendimiento.
- Papa, te he dicho mil veces que no me va a ocurrir nada afuera. Se cuidarme. – hice un ademán de presencia. - No te preocupes ¿Vale?
Tras el asentimiento a regañadientes de mi padre, me dirigí hacia el carcomido portón.
- Pero no vuelvas tarde. – gruñó. – No quiero perderte… - añadió en apenas un murmullo ininteligible.
Era uno de esos días excesivamente calurosos. Captaba una extraña sensación de desgana, un hastío permanente. El roce de la piel contra los ropajes me hizo soltar un pronunciado bufido.
Dirigí una mirada de rigor cerciorándome de la posible existencia de algún peligro. En muchas ocasiones uno de esos malditos caníbales me había sorprendido, por lo que toda precaución era escasa. A lo lejos, acertaba a observar como se creaba una capa transparente de calor junto con pequeñas partículas de arenilla. Tras tranquilizarme, emprendí mi camino. Me dirigía hacía donde mis pies desearan llevarme.
Vagué durante unas horas por las ahogadas callejuelas del poblado. Todas las puertas y ventanas permanecían cerradas. Además, muchas casas habían sido derribadas junto con todos los efectos personales de los habitantes. Hacía donde quiera que mirara solo podía ver destrucción y sufrimiento. Era una angustia que casi se palpaba, un sufrimiento que llegaría a ser una maldición.
En aquel pueblo solo restaban unas 50 personas, incluso menos. No conocía a ninguno de los supervivientes, ni quería hacerlo. Solo los más fuertes habían conseguido conservar sus vidas en aquella maldecida isla. Yo…Yo no era nada fuerte, ni siquiera tenía algo de valor. Mi padre es el único que había velado por mi seguridad; el único que me comprendía; el único a quien quería…Solo me tenía a mi…y sinceramente, no sabía si resultaba ser de utilidad.
Enfrascado en una serie de pensamientos de orden pesimista llegué a la plazoleta principal. Una gran fuente hexagonal de mármol decoraba el centro. A su alrededor una suerte de desgastados bancos parecía acecharla. La decoración, en su día pomposa y colorida, ahora confería al lugar un sobrecogedor aspecto. Flores marchitas, una serie de árboles sin hojas, juguetes destrozados, polvo…
Tomé asiento en uno de aquellos destartalados bancos, bajo una sombra proyectada por una angosta vivienda.
Bostecé. Poco a poco y sin cerciorarme, aquel calor me estaba arrebatando los escasos segundos de entendimiento.
B.S.O
Spoiler: Mostrar
~2ª Parte
Spoiler: Mostrar
– ¡AMIR, coño! Levanta de una vez… – logré escuchar mientras despertaba. Era una voz que no pude reconocer. Se me antojo lejana.
Me incorporé en el ahora gélido banco. La oscuridad bañaba cada rincón de las tétricas callejuelas que surgían de la plaza. Un silencio magistral parecía gobernar la situación. Dirigí una mirada rápida hacía el balcón de donde la voz me había alertado aunque apenas vislumbré una figura encogida. Procedí a levantarme.
Tras bostezar logre captar un ruido acelerado de pasos y dirigiendo una rápida pero concisa mirada, puede ver como una oscura figura se acercaba hacia mi con paso ligero. El miedo comenzó a helarme la sangre. No podía moverme. Mi respiración se hacía cada vez mas y mas fuerte. Iba a morir.
– ¡Subnormal, corre! Es un puto caníbal. Ven aquí. – bramó la voz de antes escondida tras el ventanal.
Eché a correr de forma casi automática, despertado por aquella misteriosa voz. Me acerque hacia el portón de la entrada de aquel viejo caserón de donde la voz parecía nacer. Afortunadamente, conseguí bloquear la puerta antes de que aquel caníbal pudiera siquiera rozarme.
Ascendí lentamente aquella enorme escalinata que parecía desembocar en la oscuridad. Una figura amparada por la tenue luz de la luna que se filtraba por los rincones de un ventanal me observaba desde el final de aquellas escaleras. A unos escasos metros, la silueta entró tras una puerta tras de él. Parecía indicarme que le acompañara.
Atravesé la entrada y caí en la cuenta de donde me encontraba. A mi izquierda un anticuado sofá parecía descansar el peso de los años. Recorriendo las paredes, una serie de estanterías repletas de libros parecían dotar la habitación de un aire refinado. Una pequeña mesa decoraba el centro de la habitación. A los extremos, una puerta cerrada evidenciaba la existencia de más salas. La estancia solo estaba iluminada por una pequeña bombilla. Había símbolos evidentes del paso de los años, materializados en enormes manchas de humedad.
Y en uno de las ventanas estaba él, con una sonrisa inquietante, esperando ver mi reacción.
– Hijo de… - exclamé acercándome con largas zancadas hacia el chico.
– Recuerda que te he salvado la vida. – se limitó a decir sin apartar esa risa burlona.
Cerré mi puño y di un golpe seco en la mesa. Estaba furioso y a la vez alegre de volver a ver a aquel chico del que me había enamorado. Suspire y rehuí la mirada de aquel joven. No sabía lo que realmente quería de mi, ni porque me había alertado de aquel peligro. Lo que si me quedaba realmente claro era que no lo había echo con la idea de ayudarme.
– Hagamos una cosa. – dijo dirigiéndose hacia mi con paso tranquilo y de vez en cuando ladeando su cabeza. Intentaba restar importancia a la situación. – Tú me perdonas y yo te acompaño de vuelta a tu casa…Ten en cuenta que eso estará plagado de..ehm…ca-ni-ba-les - comentó con su característica sonrisa maliciosa y dejándome decidir por mi mismo.
Me lo tenía que haber imaginado. Solo intentaba ganar mi amistad de nuevo, quizás para aumentar sus posibilidades de supervivencia o simplemente para aprovecharse de mi ignorancia. El chico buscaba mi mirada para dotar la conversación de mayor dramatismo.
Súbitamente dio un paso al frente y se colocó prácticamente enfrente de mí. La oscuridad parecía rodearle. Me cogió por un brazo y con el otro consiguió alzar mi cara. Susurraba palabras ininteligibles, que casi me asustaban. En un impulso posó sus palmas en mi nuca y me acercó sus labios.
Nos besamos.
Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo en apenas unos segundos. Eran unos labios fríos e inertes que me hicieron revivir mis antiguas pasiones. Me sentía impotente. Me sentía como un objeto despreciado. Un torrente de imágenes se dejó arrastrar por mi mente.
Me separé unos milímetros de él. Me veía reflejado en aquellas dilatadas pupilas. Cerré los ojos intentando olvidar todo lo que había ocurrido y para mi desgracia, sentí una lágrima recorrer mi sonrojada mejilla.
– Eres un cabrón. – murmuré.
Me di la vuelta y corrí hacia la salida de aquella sala. Bajaba las escaleras a paso ligero, intentando no mirar hacía atrás y recordar lo que había hecho. Unas finas lágrimas quedaban suspendidas en el aire a mi paso.
Alcancé la plaza, ahora completamente desierta y seguí corriendo. Solo me limité a dirigir una última mirada cuando me interné por un callejón. Creí observar como aquella figura me miraba fijamente desde el balcón, mostrando una sonrisa de victoria.
Me incorporé en el ahora gélido banco. La oscuridad bañaba cada rincón de las tétricas callejuelas que surgían de la plaza. Un silencio magistral parecía gobernar la situación. Dirigí una mirada rápida hacía el balcón de donde la voz me había alertado aunque apenas vislumbré una figura encogida. Procedí a levantarme.
Tras bostezar logre captar un ruido acelerado de pasos y dirigiendo una rápida pero concisa mirada, puede ver como una oscura figura se acercaba hacia mi con paso ligero. El miedo comenzó a helarme la sangre. No podía moverme. Mi respiración se hacía cada vez mas y mas fuerte. Iba a morir.
– ¡Subnormal, corre! Es un puto caníbal. Ven aquí. – bramó la voz de antes escondida tras el ventanal.
Eché a correr de forma casi automática, despertado por aquella misteriosa voz. Me acerque hacia el portón de la entrada de aquel viejo caserón de donde la voz parecía nacer. Afortunadamente, conseguí bloquear la puerta antes de que aquel caníbal pudiera siquiera rozarme.
Ascendí lentamente aquella enorme escalinata que parecía desembocar en la oscuridad. Una figura amparada por la tenue luz de la luna que se filtraba por los rincones de un ventanal me observaba desde el final de aquellas escaleras. A unos escasos metros, la silueta entró tras una puerta tras de él. Parecía indicarme que le acompañara.
Atravesé la entrada y caí en la cuenta de donde me encontraba. A mi izquierda un anticuado sofá parecía descansar el peso de los años. Recorriendo las paredes, una serie de estanterías repletas de libros parecían dotar la habitación de un aire refinado. Una pequeña mesa decoraba el centro de la habitación. A los extremos, una puerta cerrada evidenciaba la existencia de más salas. La estancia solo estaba iluminada por una pequeña bombilla. Había símbolos evidentes del paso de los años, materializados en enormes manchas de humedad.
Y en uno de las ventanas estaba él, con una sonrisa inquietante, esperando ver mi reacción.
– Hijo de… - exclamé acercándome con largas zancadas hacia el chico.
– Recuerda que te he salvado la vida. – se limitó a decir sin apartar esa risa burlona.
Cerré mi puño y di un golpe seco en la mesa. Estaba furioso y a la vez alegre de volver a ver a aquel chico del que me había enamorado. Suspire y rehuí la mirada de aquel joven. No sabía lo que realmente quería de mi, ni porque me había alertado de aquel peligro. Lo que si me quedaba realmente claro era que no lo había echo con la idea de ayudarme.
– Hagamos una cosa. – dijo dirigiéndose hacia mi con paso tranquilo y de vez en cuando ladeando su cabeza. Intentaba restar importancia a la situación. – Tú me perdonas y yo te acompaño de vuelta a tu casa…Ten en cuenta que eso estará plagado de..ehm…ca-ni-ba-les - comentó con su característica sonrisa maliciosa y dejándome decidir por mi mismo.
Me lo tenía que haber imaginado. Solo intentaba ganar mi amistad de nuevo, quizás para aumentar sus posibilidades de supervivencia o simplemente para aprovecharse de mi ignorancia. El chico buscaba mi mirada para dotar la conversación de mayor dramatismo.
Súbitamente dio un paso al frente y se colocó prácticamente enfrente de mí. La oscuridad parecía rodearle. Me cogió por un brazo y con el otro consiguió alzar mi cara. Susurraba palabras ininteligibles, que casi me asustaban. En un impulso posó sus palmas en mi nuca y me acercó sus labios.
Nos besamos.
Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo en apenas unos segundos. Eran unos labios fríos e inertes que me hicieron revivir mis antiguas pasiones. Me sentía impotente. Me sentía como un objeto despreciado. Un torrente de imágenes se dejó arrastrar por mi mente.
Me separé unos milímetros de él. Me veía reflejado en aquellas dilatadas pupilas. Cerré los ojos intentando olvidar todo lo que había ocurrido y para mi desgracia, sentí una lágrima recorrer mi sonrojada mejilla.
– Eres un cabrón. – murmuré.
Me di la vuelta y corrí hacia la salida de aquella sala. Bajaba las escaleras a paso ligero, intentando no mirar hacía atrás y recordar lo que había hecho. Unas finas lágrimas quedaban suspendidas en el aire a mi paso.
Alcancé la plaza, ahora completamente desierta y seguí corriendo. Solo me limité a dirigir una última mirada cuando me interné por un callejón. Creí observar como aquella figura me miraba fijamente desde el balcón, mostrando una sonrisa de victoria.
B.S.O
Spoiler: Mostrar