La ciudad sin nombre
Sinopsis:
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La locura de los servicios científicos provoca unas secuelas desastrosas y la inminente pérdida del mundo tal y como se conoce. Pocos son los supervivientes, y muchos menos consiguen un refugio.
La intervención de Narrador, alguien ambicioso y fanático, logra salvar de la matanza a los que cumplen las características dadas. Los elegidos son aislados en un edificio con defensas anti-terrestres, bastante útiles contra los Zombies.
Mientras, ahí fuera, entre escombros y caóticos Zombies, despreciados por el resto de la humanidad, se encuentran los vestigios de una gran civilización, la humana.
La intervención de Narrador, alguien ambicioso y fanático, logra salvar de la matanza a los que cumplen las características dadas. Los elegidos son aislados en un edificio con defensas anti-terrestres, bastante útiles contra los Zombies.
Mientras, ahí fuera, entre escombros y caóticos Zombies, despreciados por el resto de la humanidad, se encuentran los vestigios de una gran civilización, la humana.
Notas del escritor para los lectores:
Más adelante van a aparecer muchos aspectos fantásticos, demasiado fuertes, recomiendo no probar en casa porque parecen reales.
Prólogo:
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El Proyect G.S. también conocido como Proyect Geminis Star fue concebido en la cuna de los científicos más prestigiosos del mundo. Un experimento parcialmente importante y destacado. En su totalidad era preciso y perfecto. Los investigadores promulgaban sus progresos a los cuatro vientos, la gente, incrédula e inculta, confiaba plenamente en ellos. En mi caso, estudiante joven y en formación, controlaba un poco los conceptos pero también creía en ellos y en sus leyes.
Proyect G.S. Consitía en crear un humano resistente a temperaturas altas, bajas. Otorgarle una fuerza inmensa, para levantar coches o destruir paredes. Dotarlo de una agilidad asombrosa, por lo menos el doble de rápido que una persona normal. Un pensamiento utópico.
Pero más que un pensamiento, aquello era un capricho. Ansia por mejorar, crear una nueva especie de humanos o, mejorarnos. La condición para participar en el programa era ser mayor de dieciocho años y no ser estéril. Incluso las mujeres tenían más oportunidades que los hombres. Para una sólida evolución de la nueva raza se necesitaban mujeres entre los dieciocho y los cuarenta y cinco años.
Cualquiera hubiera rechazado la oferta. Cualquiera... Millones de personas dejaron sus trabajos y acudieron a los centros de habilitación como voluntarios. El mundo decaía económicamente pero a nadie le importaba, al parecer, lo único significativo era el maldito Proyect G.S.
Prometía un mundo mejor.
Un experimento fallido, eso es lo que fue.
Habían desembocado todo lo contrario, una plaga de personas inconscientes y lentas. Hombres y mujeres —en un principio— que comían a los humanos para vivir. Resistían mucho mejor los golpes y aguantaban bastante tiempo sin alimentarse. Los llamaron Zombies.
La catástrofe sucumbió al mundo entero. Una característica de los Zombies era la capacidad de convertir o enfermar a personas sanas, un hedor pertrechante, fétido, nauseabundo y pestilente, si alguien lo huele, capta unos gérmenes propios de la enfermedad y se distribuyen infectando todo el espécimen humano. Te reconcome las células y desactiva la mayor parte de los procesos cerebrales. Nadie lo pudo prevenir y nos había pillado por sorpresa.
De un tiempo a esta parte, Narrador, agente cientifico, encontró múltiples errores en el Proyect G.S. Estaba hecho totalmente al revés. Para empezar, se necesitaban pruebas psicológicas para dotar a los sujetos de superpoderes. Respectivo a esto, el organismo adolescente es el mejor para producir cambios artificiales.
A continuación, era un proceso evolutivo, sólo debían sobrevivir los mejores. Al ser pruebas psicológicas, el que no pudiera superarlas moriría, y el que saliera exitoso de estas produciría una nueva propiedad. Un desarrollo interno un tanto disparatado pero impecable.
Para finalizar, y como diferencia más importante, los individuos no deben conocerse. La raza perfecta no debe admitir emociones ni sentimientos.
Nosotros, jóvenes huérfanos tras la desgracia, fuimos reclutados para formar parte del Proyect Phoenix. Yo constituía parte de el grupo con las reducidas características dichas antes, también me convertí en sujeto.
La nueva formación. La nueva especie.
http://issuu.com/dejagow/docs/prologue
Proyect G.S. Consitía en crear un humano resistente a temperaturas altas, bajas. Otorgarle una fuerza inmensa, para levantar coches o destruir paredes. Dotarlo de una agilidad asombrosa, por lo menos el doble de rápido que una persona normal. Un pensamiento utópico.
Pero más que un pensamiento, aquello era un capricho. Ansia por mejorar, crear una nueva especie de humanos o, mejorarnos. La condición para participar en el programa era ser mayor de dieciocho años y no ser estéril. Incluso las mujeres tenían más oportunidades que los hombres. Para una sólida evolución de la nueva raza se necesitaban mujeres entre los dieciocho y los cuarenta y cinco años.
Cualquiera hubiera rechazado la oferta. Cualquiera... Millones de personas dejaron sus trabajos y acudieron a los centros de habilitación como voluntarios. El mundo decaía económicamente pero a nadie le importaba, al parecer, lo único significativo era el maldito Proyect G.S.
Prometía un mundo mejor.
Un experimento fallido, eso es lo que fue.
Habían desembocado todo lo contrario, una plaga de personas inconscientes y lentas. Hombres y mujeres —en un principio— que comían a los humanos para vivir. Resistían mucho mejor los golpes y aguantaban bastante tiempo sin alimentarse. Los llamaron Zombies.
La catástrofe sucumbió al mundo entero. Una característica de los Zombies era la capacidad de convertir o enfermar a personas sanas, un hedor pertrechante, fétido, nauseabundo y pestilente, si alguien lo huele, capta unos gérmenes propios de la enfermedad y se distribuyen infectando todo el espécimen humano. Te reconcome las células y desactiva la mayor parte de los procesos cerebrales. Nadie lo pudo prevenir y nos había pillado por sorpresa.
De un tiempo a esta parte, Narrador, agente cientifico, encontró múltiples errores en el Proyect G.S. Estaba hecho totalmente al revés. Para empezar, se necesitaban pruebas psicológicas para dotar a los sujetos de superpoderes. Respectivo a esto, el organismo adolescente es el mejor para producir cambios artificiales.
A continuación, era un proceso evolutivo, sólo debían sobrevivir los mejores. Al ser pruebas psicológicas, el que no pudiera superarlas moriría, y el que saliera exitoso de estas produciría una nueva propiedad. Un desarrollo interno un tanto disparatado pero impecable.
Para finalizar, y como diferencia más importante, los individuos no deben conocerse. La raza perfecta no debe admitir emociones ni sentimientos.
Nosotros, jóvenes huérfanos tras la desgracia, fuimos reclutados para formar parte del Proyect Phoenix. Yo constituía parte de el grupo con las reducidas características dichas antes, también me convertí en sujeto.
La nueva formación. La nueva especie.
http://issuu.com/dejagow/docs/prologue
Capítulo 1: Presentaciones
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Bienvenido al curso mental intensivo de Narrador. Por favor, acérquese a la sala central para recibir más información. Repito: Vaya a la sala central para recibir información. Es una orden.
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Sonó algo parecido a una grabación que me despertó. Acostumbraba a tener un sueño bastante ligero, cualquier sonido era capaz de alterarme. La voz radiofónica retumbó tres o cuatro veces en mis oídos.
Como si de un acto reflejo se tratase, aparté de un empujón las mantas y me incorporé hasta coger una buena postura. Yo era un joven de estatura media, lo suficiente como para pasar por debajo de las puertas sin golpearme con el marco. En cuanto a la constitución, tenía un peso medio de más o menos ochenta quilogramos gracias a la musculatura. Sin duda alguna, me encontraba en el cenit de la madurez.
¿Quién me lo iba a decir? Cuándo me quité la camiseta y los pantalones para vestirme me di cuenta de que ya tenía la ropa puesta. Había dormido sin pijama. Con todo el caos que había fuera, era normal que no me preocupase de la ropa que podía o no usar, quizás no la volviese a cambiar en mi vida. Me la volví a poner y fui hasta la puerta marrón, el pomo era de oro, nótese que no escatimaron en gastos.
Abrí la puerta mientras resonaba la grabación, tan parecida que llegaba a ser repetitiva. ¿Enserio creían que no nos habíamos despertado? En la parte posterior de la puerta había un número blanco, supuse que era el número de mi habitación así que lo memoricé mordiendo la lengua. El número sesenta y nueve. La habitación no era muy espaciosa, tenía una ventana más ancha que alta, una cama, una taquilla y un escritorio. Pintada de un verde amarillento, color pistacho.
El pasillo estaba iluminado con un par de lámparas a cada cinco metros, entre dormitorio y dormitorio había grandes cuadros decorativos, no me fijé mucho en ellos, tenía prisa. También pintado de verde y bastante amplio. La habitación número setenta era la última de mi zona, por lógica tuve que ir por la izquierda, por la derecha había una pared. Como no vi a nadie a lo largo del pasillo, aceleré el paso hasta correr. La grabación había parado, por culpa de ella me sentí un poco nervioso, como habían dicho, "era una orden".
Supuse que la sala central estaría al fondo, después de las habitaciones uno y dos. Llegué algo cansado pero contento. A la derecha había una gran sala llena de gente, personas jóvenes como yo, chicos y chicas esperando a que apareciera alguien o les encomendaran dicha información. El suelo estaba cubierto por una gran alfombra roja con bordes amarillos, contenía pequeños dibujos parecidos a los que tallaban los hombres en el paleolítico, aunque en este caso, eran de lana.
—Perdón por llegar tarde —me intenté disculpar, pero tenía tanta vergüenza que lo dije en un tono muy bajo—. Es que mi habitación es la última, la número sesenta y nueve.
Observé a toda la gente detenidamente, había adolescentes de todo tipo, hombres, mujeres, altos, bajos, gordos... Creo que nadie me había oído, todos seguían a lo suyo, aunque nadie hablaba. La sala era muy grande, en nuestro lugar, habría unas quinientas personas, o más, y en frente de nosotros había unas escaleras bastante amplias que conducían a una pequeña parte de la habitación. Con más altura que las demás. No había nadie allí, y tenía una puerta por la parte de atrás. Seguramente aparecería por allí Narrador.
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Bienvenidos a la sala central, aquí será donde os encontraréis conmigo próximamente. Quiero presentarme pero la situación no apremia. Ahí fuera sigue todo infectado por los Zombies, pero tranquilos, aquí no nos puede afectar su hedor. Repito: Aquí dentro estamos a salvo. Mañana comenzaremos con las clases prácticas, en concreto con la prueba espiritual de fuego. Aunque esté en contra de las normas, os dejo el día libre para hablar entre vosotros o descansar.
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Otra vez la misma grabación, los mismos receptores, pero diferente mensaje. Tal y como dijo, y sin más mediación, la mayoría de la gente salió por las cuatro entradas. Yo no me había fijado, pero en cada pasillo había unas letras —A, B, C, D— para dividir las habitaciones. La mía era la sesenta y nueve A.
Todo el mundo iba callado y con la cabeza gacha. Yo no había hablado con nadie desde mi llegada así que elegí al que más extrovertido me pareció para conversar un poco. Allí parado, no sabía si irse o quedarse, lo interrumpí.
—Hola, ¿molesto? —hablé con él, algo que estaba contra las reglas. Pensé que no pasaría nada por una simple conversación.
—Buenas. Claro que no —rio—. Vaya sitio en el que nos han metido, ¿no?
—Ya ves, aunque prefiero estar aquí internado que ahí fuera —señalé a una ventana, me refería a estar con los Zombies y todo el caos—. No entiendo por qué no nos podemos relacionar, vaya regla.
—A ver... ¿Tú conocías a alguien de los presentes, y los que se acaban de ir, antes de llegar?
—La verdad es que no he visto ninguna cara conocida. Creo que somos pocos, y si van a seguir diezmando el lugar...
—La regla dice textualmente que "los individuos no deben conocerse", supongo que eso es antes de llegar, así que no hay problema. En cuanto a la cantidad, es normal, tendrían que haber escogido a los mejores o más fáciles de traer. Mis padres se sacrificaron por mí, ahora están vagando por ahí fuera con los demás Zombies.
—Entiendo, mi madre también es Zombie. Según tengo oído, el hedor hace efecto a las veinticuatro horas, más o menos. Hay gente a la que no le afecta o tarda mucho más de lo normal, creo que es el grupo sanguíneo cero negativo.
—No tengo ni idea, enserio. ¿Vamos hasta mi habitación? Número setenta, sección A.
Propuso sonriéndome. Yo, con cara de incredulidad y tardando un poco en reaccionar, acepté la propuesta.
—Creo que somos compañeros, yo estoy en la sesenta y nueve. Perfecto.
—¡Ja, ja! —rio a carcajadas como si yo hubiera dicho una broma—. El sesenta y nueve es el número de la suerte chico. Me caes bien, ¿cuántos años tienes?
—Quince veranos han visto estos ojos compañero, es decir, quince —hice un gesto enrredando las manos—. ¿Vamos yendo mientras hablamos?
Comenzamos a caminar por la zona A, aún nos quedaba un buen trecho para llegar a las habitaciones. Decidí hablar pero me interrumpió y quedé con la boca abierta.
—Sí, sí. Yo tengo dieciocho años, me aceptaron por los pelos—pausó y me tendió la mano—. Soy Nathan, encantado de conocerte.
—Igualmente, soy Jefferson. Puedes llamarme Jeff. Jeff Arden, para servirle.
Reí haciendo una burla. Aquel hombre me había caído bien y era agradable y amable, nos entendíamos bastante bien. Ya por sus gestos manuales para acompañar sus frases, ya porque hacía mucho tiempo que no sonreía, unas cuántas bromas relajaron bastante el ambiente.
—¡Mira esa rubia! —habitación número sesenta y seis, una chica con el cabello largo y dorado acababa de entrar—. ¡Ja, ja! Sin duda la mujer del demonio, ¿viste su número? Apúntalo Jeff, es nuestra vecina.
—Hombre, nunca está de más tener vecinas así, ¿no crees?
Reímos un rato y contamos bromas en las puertas de nuestras habitaciones. Seguramente estábamos molestando a los inquilinos vecinos, incluida la chica, pero no nos importaba. Nos sentíamos algo así como libres, contando nuestros chistes y batallitas.
—Bueno tío, estoy encantado de conocerte —dije en tono burlón, ya era casi tarde, y tenía algo de sueño.
—Igualmente, chavalín. Una cosa, prométeme que no caerás en las pruebas, no sé si son fáciles o difíciles, pero mañana por la noche te quiero ver vivito y coleando en tu habitación.
—Habrá que ponerse las pilas. Prometido. ¿Cómo crees que serán? ¿Saldremos por grupos o algo? Quizás sea individual...
—Ni idea chaval, pero más nos vale salir juntos o por lo menos con otras personas. Individual estaría muy crudo. Pero bueno, mañana nos vemos por la noche, la contraseña es "pelotas".
—¿Contraseña? —solté una carcajada, vaya venidas y desavenidas tenía el hombre—. Bueno vale, para que sepamos que somos nosotros ¿no? Tocamos la puerta y el de dentro dice "¿contraseña?" y el otro contesta "pelotas".
—Correcto, eres rápido.
Reímos un rato hasta que sonó la grabación con la misma voz. Mientras la escuchábamos, nos mirábamos a los ojos haciendo gestos estúpidos, por ejemplo, el puso la mano en el cuello imitando un cuchillo, para finalizar el día.
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Se hace tarde, es altamente recomendable que se vayan todos a sus respectivas habitaciones para disponer las últimas horas del día a dormir. Mañana comenzaremos con las pruebas, descansen mucho, les hará falta. Repito: Cada uno en su habitación ya. Buenas noches.
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—Bueno, nos echan. ¡Hasta mañana! —dije en tono jovial.
—A descansar mucho, compañero.
Al entrar en la habitación, noté algo extraño, la cama estaba hecha. No recordé si la había hecho yo o no, pero no le di mayor importancia y me metí dentro, tal y como estaba.
Aquella noche soñé con mi madre, vagando por ahí fuera sin recursos, entre todos esos Zombies. Quizás mi padre la había matado para que no sufriera la enfermedad, o para que descansase. Lloré por ella mucho tiempo, pero aquella noche decidí no volver a pensar en ello y centrarme en el futuro. Nathan, me había forjado un buen compañero. Quizás no muy musculoso, ni alto, pero sí un buen hombre con el que pasar el rato se convierte en toda una fiesta.
Mi padre pertenecía al grupo sanguíneo cero negativo. Dicho grupo, fue el centro del experimento Proyect G.S. En contraste, a las personas que pertenecían a ese grupo no sufrían cambios por culpa de los hedores, únicamente por mordiscos o fisuras en la piel. Mi padre se había negado a participar en el proyecto y gracias a eso había salvado su pellejo. Le valió la pena negarse al reclutamiento, ahora está por ahí matando Zombies divirtiéndose robando o destrozando cosas. Dave Arden, por ese nombre conocían a mi padre.
Bienvenido al curso mental intensivo de Narrador. Por favor, acérquese a la sala central para recibir más información. Repito: Vaya a la sala central para recibir información. Es una orden.
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Sonó algo parecido a una grabación que me despertó. Acostumbraba a tener un sueño bastante ligero, cualquier sonido era capaz de alterarme. La voz radiofónica retumbó tres o cuatro veces en mis oídos.
Como si de un acto reflejo se tratase, aparté de un empujón las mantas y me incorporé hasta coger una buena postura. Yo era un joven de estatura media, lo suficiente como para pasar por debajo de las puertas sin golpearme con el marco. En cuanto a la constitución, tenía un peso medio de más o menos ochenta quilogramos gracias a la musculatura. Sin duda alguna, me encontraba en el cenit de la madurez.
¿Quién me lo iba a decir? Cuándo me quité la camiseta y los pantalones para vestirme me di cuenta de que ya tenía la ropa puesta. Había dormido sin pijama. Con todo el caos que había fuera, era normal que no me preocupase de la ropa que podía o no usar, quizás no la volviese a cambiar en mi vida. Me la volví a poner y fui hasta la puerta marrón, el pomo era de oro, nótese que no escatimaron en gastos.
Abrí la puerta mientras resonaba la grabación, tan parecida que llegaba a ser repetitiva. ¿Enserio creían que no nos habíamos despertado? En la parte posterior de la puerta había un número blanco, supuse que era el número de mi habitación así que lo memoricé mordiendo la lengua. El número sesenta y nueve. La habitación no era muy espaciosa, tenía una ventana más ancha que alta, una cama, una taquilla y un escritorio. Pintada de un verde amarillento, color pistacho.
El pasillo estaba iluminado con un par de lámparas a cada cinco metros, entre dormitorio y dormitorio había grandes cuadros decorativos, no me fijé mucho en ellos, tenía prisa. También pintado de verde y bastante amplio. La habitación número setenta era la última de mi zona, por lógica tuve que ir por la izquierda, por la derecha había una pared. Como no vi a nadie a lo largo del pasillo, aceleré el paso hasta correr. La grabación había parado, por culpa de ella me sentí un poco nervioso, como habían dicho, "era una orden".
Supuse que la sala central estaría al fondo, después de las habitaciones uno y dos. Llegué algo cansado pero contento. A la derecha había una gran sala llena de gente, personas jóvenes como yo, chicos y chicas esperando a que apareciera alguien o les encomendaran dicha información. El suelo estaba cubierto por una gran alfombra roja con bordes amarillos, contenía pequeños dibujos parecidos a los que tallaban los hombres en el paleolítico, aunque en este caso, eran de lana.
—Perdón por llegar tarde —me intenté disculpar, pero tenía tanta vergüenza que lo dije en un tono muy bajo—. Es que mi habitación es la última, la número sesenta y nueve.
Observé a toda la gente detenidamente, había adolescentes de todo tipo, hombres, mujeres, altos, bajos, gordos... Creo que nadie me había oído, todos seguían a lo suyo, aunque nadie hablaba. La sala era muy grande, en nuestro lugar, habría unas quinientas personas, o más, y en frente de nosotros había unas escaleras bastante amplias que conducían a una pequeña parte de la habitación. Con más altura que las demás. No había nadie allí, y tenía una puerta por la parte de atrás. Seguramente aparecería por allí Narrador.
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Bienvenidos a la sala central, aquí será donde os encontraréis conmigo próximamente. Quiero presentarme pero la situación no apremia. Ahí fuera sigue todo infectado por los Zombies, pero tranquilos, aquí no nos puede afectar su hedor. Repito: Aquí dentro estamos a salvo. Mañana comenzaremos con las clases prácticas, en concreto con la prueba espiritual de fuego. Aunque esté en contra de las normas, os dejo el día libre para hablar entre vosotros o descansar.
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Otra vez la misma grabación, los mismos receptores, pero diferente mensaje. Tal y como dijo, y sin más mediación, la mayoría de la gente salió por las cuatro entradas. Yo no me había fijado, pero en cada pasillo había unas letras —A, B, C, D— para dividir las habitaciones. La mía era la sesenta y nueve A.
Todo el mundo iba callado y con la cabeza gacha. Yo no había hablado con nadie desde mi llegada así que elegí al que más extrovertido me pareció para conversar un poco. Allí parado, no sabía si irse o quedarse, lo interrumpí.
—Hola, ¿molesto? —hablé con él, algo que estaba contra las reglas. Pensé que no pasaría nada por una simple conversación.
—Buenas. Claro que no —rio—. Vaya sitio en el que nos han metido, ¿no?
—Ya ves, aunque prefiero estar aquí internado que ahí fuera —señalé a una ventana, me refería a estar con los Zombies y todo el caos—. No entiendo por qué no nos podemos relacionar, vaya regla.
—A ver... ¿Tú conocías a alguien de los presentes, y los que se acaban de ir, antes de llegar?
—La verdad es que no he visto ninguna cara conocida. Creo que somos pocos, y si van a seguir diezmando el lugar...
—La regla dice textualmente que "los individuos no deben conocerse", supongo que eso es antes de llegar, así que no hay problema. En cuanto a la cantidad, es normal, tendrían que haber escogido a los mejores o más fáciles de traer. Mis padres se sacrificaron por mí, ahora están vagando por ahí fuera con los demás Zombies.
—Entiendo, mi madre también es Zombie. Según tengo oído, el hedor hace efecto a las veinticuatro horas, más o menos. Hay gente a la que no le afecta o tarda mucho más de lo normal, creo que es el grupo sanguíneo cero negativo.
—No tengo ni idea, enserio. ¿Vamos hasta mi habitación? Número setenta, sección A.
Propuso sonriéndome. Yo, con cara de incredulidad y tardando un poco en reaccionar, acepté la propuesta.
—Creo que somos compañeros, yo estoy en la sesenta y nueve. Perfecto.
—¡Ja, ja! —rio a carcajadas como si yo hubiera dicho una broma—. El sesenta y nueve es el número de la suerte chico. Me caes bien, ¿cuántos años tienes?
—Quince veranos han visto estos ojos compañero, es decir, quince —hice un gesto enrredando las manos—. ¿Vamos yendo mientras hablamos?
Comenzamos a caminar por la zona A, aún nos quedaba un buen trecho para llegar a las habitaciones. Decidí hablar pero me interrumpió y quedé con la boca abierta.
—Sí, sí. Yo tengo dieciocho años, me aceptaron por los pelos—pausó y me tendió la mano—. Soy Nathan, encantado de conocerte.
—Igualmente, soy Jefferson. Puedes llamarme Jeff. Jeff Arden, para servirle.
Reí haciendo una burla. Aquel hombre me había caído bien y era agradable y amable, nos entendíamos bastante bien. Ya por sus gestos manuales para acompañar sus frases, ya porque hacía mucho tiempo que no sonreía, unas cuántas bromas relajaron bastante el ambiente.
—¡Mira esa rubia! —habitación número sesenta y seis, una chica con el cabello largo y dorado acababa de entrar—. ¡Ja, ja! Sin duda la mujer del demonio, ¿viste su número? Apúntalo Jeff, es nuestra vecina.
—Hombre, nunca está de más tener vecinas así, ¿no crees?
Reímos un rato y contamos bromas en las puertas de nuestras habitaciones. Seguramente estábamos molestando a los inquilinos vecinos, incluida la chica, pero no nos importaba. Nos sentíamos algo así como libres, contando nuestros chistes y batallitas.
—Bueno tío, estoy encantado de conocerte —dije en tono burlón, ya era casi tarde, y tenía algo de sueño.
—Igualmente, chavalín. Una cosa, prométeme que no caerás en las pruebas, no sé si son fáciles o difíciles, pero mañana por la noche te quiero ver vivito y coleando en tu habitación.
—Habrá que ponerse las pilas. Prometido. ¿Cómo crees que serán? ¿Saldremos por grupos o algo? Quizás sea individual...
—Ni idea chaval, pero más nos vale salir juntos o por lo menos con otras personas. Individual estaría muy crudo. Pero bueno, mañana nos vemos por la noche, la contraseña es "pelotas".
—¿Contraseña? —solté una carcajada, vaya venidas y desavenidas tenía el hombre—. Bueno vale, para que sepamos que somos nosotros ¿no? Tocamos la puerta y el de dentro dice "¿contraseña?" y el otro contesta "pelotas".
—Correcto, eres rápido.
Reímos un rato hasta que sonó la grabación con la misma voz. Mientras la escuchábamos, nos mirábamos a los ojos haciendo gestos estúpidos, por ejemplo, el puso la mano en el cuello imitando un cuchillo, para finalizar el día.
Pin pin ping
Se hace tarde, es altamente recomendable que se vayan todos a sus respectivas habitaciones para disponer las últimas horas del día a dormir. Mañana comenzaremos con las pruebas, descansen mucho, les hará falta. Repito: Cada uno en su habitación ya. Buenas noches.
Pin pin ping
—Bueno, nos echan. ¡Hasta mañana! —dije en tono jovial.
—A descansar mucho, compañero.
Al entrar en la habitación, noté algo extraño, la cama estaba hecha. No recordé si la había hecho yo o no, pero no le di mayor importancia y me metí dentro, tal y como estaba.
Aquella noche soñé con mi madre, vagando por ahí fuera sin recursos, entre todos esos Zombies. Quizás mi padre la había matado para que no sufriera la enfermedad, o para que descansase. Lloré por ella mucho tiempo, pero aquella noche decidí no volver a pensar en ello y centrarme en el futuro. Nathan, me había forjado un buen compañero. Quizás no muy musculoso, ni alto, pero sí un buen hombre con el que pasar el rato se convierte en toda una fiesta.
Mi padre pertenecía al grupo sanguíneo cero negativo. Dicho grupo, fue el centro del experimento Proyect G.S. En contraste, a las personas que pertenecían a ese grupo no sufrían cambios por culpa de los hedores, únicamente por mordiscos o fisuras en la piel. Mi padre se había negado a participar en el proyecto y gracias a eso había salvado su pellejo. Le valió la pena negarse al reclutamiento, ahora está por ahí matando Zombies divirtiéndose robando o destrozando cosas. Dave Arden, por ese nombre conocían a mi padre.
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Espero críticas, es más, lo he subido para que hagáis críticas. Colgaré un capítulo a la semana.
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