Dreamers [Fic grupal]

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Dreamers [Fic grupal]

Notapor Deja » Dom Mar 11, 2012 2:20 pm

¡Buenos días y bienvenidos a todos a mi nuevo proyecto: "Dreamers"!

Como en el nombre del tema indica esto es un fic grupal. Pero más que eso, yo y mis compañeros (los participantes) hemos contribuido entre todos para crear la trama. Una vez Zero me dijo: cinco mentes piensan mejor que una, y era cierto. Tal como digo, está lleno, no voy a admitir a más participantes.

Sinopsis:

El viento sopla con suaves brisas para llevarse los últimos restos de verano. Las universidades dan comienzo a las clases el viernes día 17 de septiembre, y muchos de los alumnos están preparando sus quehaceres y los útiles de estudio, así como despidiéndose de sus padres.

Entre muchas otras universidades gallegas hay una que está apartada de las demás, la llamada "Universidad Akashiko". Esta en concreto acoge únicamente a estudiantes de bachillerato y universitarios. Muchos de ellos llegan sin conocer si quiera las instalaciones, los de primero de bachiller en concreto, por lo que tendrán que arreglarselas para ganar confianza entre ellos y entre los profesores.

Y mientras todo esto ocurre en una ciudad contemporánea aunque pequeña, con apenas cinco o seis supermercados y pocos lugares de ocio rodeada de frondosos árboles y montes a los cuatro vientos.


Personajes::

Deja:

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Nombre: Susana Beat, alias "Susan", "Sue" y "Susi".

Edad: 16 años, nacida el 29 de julio de 1996.

Ocupación: Estudiante de primero de bachillerato.

Descripción física: Mujer de estatura media y delgada, sin llegar a un término excesivo. Mide 1,70 m y pesa 60Kg. Posee un cabello dorado, lacio y largo, que conjuntan con unos ojos extrañamente verdiamarillos. Poco acostumbrada al ejercicio físico, débil, aunque soporta esfuerzos por encima de sus capacidades, con un cuerpo y unos pechos bastante desarrollados para su edad. Le gusta llevar falda y camiseta corta con escote, no para provocar, si no para reírse de las desaveniencias de los hombres, pero puede darse el caso en el que sea romántica. Tiene la tez blanca, el color de piel un poco moreno, gracias al verano, pero en los hombros tiene unas pequeñas y leves marcas de eccema que le produce el sujetador, aunque no se nota a simple vista.

Descripción psicológica: Simpática con todo el mundo, que intenta no buscar relaciones demasiado estrechas con la gente o amigos. Una mujer sensata y con la cabeza "en su sitio", inteligente y muy perspicaz. Es curiosa y cotilla hasta un punto demasiado excesivo, por el contrario, no le gusta que los demás curioseen en sus cosas. Para ella, adolescente es sinónimo de cruel, todo el mundo dice "que crueles son los adolescentes" es su papel, por lo tanto, toma parte en él, con cierta travesura añadida. Es bastante asertiva, defiende sus ideas frente a las de los demás, y siempre busca el mejor argumento para dejar en blanco a la otra persona, pero sabe reconocer cuando se equivoca. Es humilde y generosa.

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Noche de tormenta



Jueves 16 de septiembre, 19:00. Piso de Sue y Max.

El motor rugía con un sonido tan duro y brutal que llegaba a dañar literalmente mis oídos. Mi padre pisaba el acelerador sin preocuparse de las consecuencias, superaba la velocidad máxima permitida por las carreteras urbanas pero no le importaba. Mi ma-dre, casi más estúpida que él, lo apremiaba para que siguiera y aumentara la velocidad. Estaban deseosos de llegar a mi nuevo apartamento o “piso” que pronto compartiría con un nuevo compañero de clase.
Ángela, mi madre, repetía continuamente frases de preocupación y suposiciones de qué iba a pasar si llegábamos tarde. Y mi padre igual, era un mandado, siempre seguía su rollo, o el mío. Era una de estas personas que les importa poco lo que opines y nunca da a conocer sus pensamientos, se deja llevar y sigue el curso de los demás. No tiene correspondencia propia.

—¡Apura! Que seguro que nos están esperando y vamos a dar mal ejemplo, Ro-berto ¡corre! —pugnó para que mi padre aumentara la velocidad.

—Mamá, por un momento piensa en las cosas, son las siete de la tarde, no van a estar allí si habéis quedado a las ocho.
No me hacían ni caso, ni uno ni otro. Mi madre nunca me hacía caso, siempre decía lo que supuestamente era más importante para mí y lo que debía hacer siempre. Una pesada. Siempre que hacía algo mal o no lo hacía bien me respondía con frases que para ella eran filosóficas, como por ejemplo “que no lo hagas mal no quiere decir que lo hagas bien”. Y aparte, era una mujer antigua, de estas que cree que la mujer es inferior al hombre. Yo, por supuesto, no tenía las mismas opiniones que mi madre.

Mientras jugaba con mis dedos me preguntaba cómo sería ese tal niño-hombre, por así decirlo, que iba a compartir habitación conmigo. Si era un vago, entrometido y tonto ya podía cambiar de compañera por que estaba bien segura de que en nuestro apartamento iba a imponer una serie de reglas. Si era listo —como pensé en un primer momento—, y me entendiera así como me respetara podría hasta tener un lugar en mi corazón.

Poco conocía sobre él. El nombre y los apellidos, que le gusta que le llamen Max, un apodo, diminutivo de Maximillion. No había visto ni una mísera foto de él, pero mis padres prometían que valía la pena conocerlo. Y, en el fondo, nos teníamos que llevar bien por lo menos un año, durante toda el curso. Primero de Bachiller.

Un nuevo curso, y todo lo que contraía este; nuevos compañeros, nueva univer-sidad, no ver a mis padres en por lo menos medio año, hacer mi propia comida… A todo se aprende, sin duda, a todo se aprende alguna vez. Aunque mi mayor prioridad era vivir la vida, trabajar para vivir, no vivir para trabajar. Era una de las cosas que tuve claras desde que pude usar la conciencia y pensar racionalmente.

—Bienvenida a su nuevo hogar, señorita —comentó mi padre mientras aparcaba el coche pegando un frenazo. Bajó rápidamente y abrió la puerta izquierda de atrás, la que estaba a mi lado, para hacerla broma de ser un chófer— Con permiso.

—Gracias papá, en serio, eres el mejor. La verdad, no sé que voy a hacer sin vo-sotros tanto tiempo —lo abracé y casi me cae una lágrima—. ¡Os quiero!

—Yo también hija mía —interrumpió mi madre sujetando mi mano, a lo mejor tenía celos. Pero yo quería a ambos por igual—. Venga, corre, que se nos hace tarde.

Cogió unas llaves del bolso y abrió el portal. Era el 22-A, número que guardé en mi memoria. Era de vital importancia saber dónde iba a pasar el resto del año, y un poco más. Tras eso me entregó las llaves con mucho ahínco y me besó en la mejilla, susurró un “cuídate” que sonó muy particular y con mucha tristeza. Después me propinó un golpecillo en el culo para dar ánimo y hacer que subiera de primera las escaleras.

Lo primero que vi fue el pasamanos, luego observé una máquina que imaginé que sería para que transportara las personas discapacitadas con sillas de ruedas, un aparato que semejaba a una rampa movible. Después vi un ascensor y una amplia sonrisa se asomó en mi cara mientras andaba directa hacia él. Me alegró muchísimo que hubiera uno, ya que nunca los había usado. Pero sabía perfectamente cuál era su función.

—¡Mamá! ¡Hay ascensor! —dije ya presionando el botón para que llegara a nuestro piso— ¡Cómo mola! ¿Cuál es nuestro piso?

—Es tu piso, hija mía. Es el tercero derecha —respondió mientras entramos y ella misma tocó el botón que tenía un número tres encima, rompió mi ilusión de llamar y ver las consecuencias pero no le di mayor importancia al suceso—. ¡Ah! Y recuerda que es peligroso que utilices el ascensor sola. Puede pararse de golpe.

Pasé olímpicamente del último comentario de mi madre, no iba ser ella la que supiera si yo iba a ir sola o acompañada en el ascensor. Además, a veces llega a cansar preocupándose por mí. Tanto hasta el límite que una pequeña parte de mí quería que se fueran ya.

Subimos y mi padre se ofreció para arrodillarse y permitirme abrir la puerta del tercero derecha con mis nuevas llaves. Supe a primera vista que se sentía orgulloso de que su hija diera el paso para entrar en la adolescencia y madurar.
Después, por orden, mis padres se despidieron afectuosamente de mí. Mi madre me regaló un collar que guardaba desde pequeña, poco después descubriría que dicho objeto pertenecía a la abuela de mi madre, es decir, lo habían fabricado cuatro genera-ciones atrás. Estaba hecho con una simple cuerda y una pequeña piedrecita llamada la-pislázuli dentro de una cavidad hecha de cobre. Aunque para mi madre fuera un collar, yo decidí bautizarlo con el nombre de Amuleto Azul y desde aquel día siempre lo llevo colgando en el cuello.

Una vez más sentí el asco que me producía el eccema que habitaba en mi hombro derecho. Hace no mucho tiempo visité a un dermatólogo y el muy pervertido me había instigado para que me quitase el sujetador en su consulta, había justificado su petición con un simple, “es para comprobarlo”. Me negué en redondo ante aquello y únicamente separé la parte derecha para que observase la zona infectada. Entre otras cosas, por culpa de esto odio a cualquier tipo de enfermero.

A decir verdad, la mancha no ocupaba demasiado espacio, quizás tres centíme-tros a lo largo y uno a lo ancho a lo sumo. Pero muchas veces, a parte de sufrir picores, tendía a manosearlo en público, me había llevado a una necesidad.
Mi madre tan adorable (algo que admiraba de ella y que se me había pegado un poco) como siempre, también me entregó un reloj digital de última generación que traía consigo múltiples funciones a parte de la hora. Un pequeño calendario en el que podía consultar santos y los ansiados festivos, días sin clase que todo el mundo añora y desea. Mi madre trabajaba en una empresa de relojes, por lo que el que me acababa de poner aún no estaba a la venta.

Mi padre, por su parte, era el componente principal de una empresa de videojue-gos en la flor de su negocio. Transis, así se llamaba el juego que habían puesto en venta, contra todo pronóstico, dicho juego había batido record en ventas y había producido unas ganancias notables en la economía familiar. El juego se llamaba Transis —como la compañía, por que era su debut como primer venta— y mi padre me regaló uno el día de la despedida.

“Venga, para que juegues cuando no tengas exámenes —dijo— es muy simple y divertido” A primera vista no lo parecía. En la portada se mostraba a dos combatientes —hombre y mujer respectivamente— cruzando un hacha y un estoque. En la contrapor-tada aparecía en letras grandes “Crea tu propio personaje y desafía a tus rivales”, apto para participar en línea con otros jugadores. No me ilusioné mucho con el regalo pero no mostré mi poco satisfecha reacción a mi padre. En cambio, lo que sí hice fue preguntarle por el dinero que me tendrían que enviar para comer y pagar el piso.

—Oye papá, en la cartera sólo llevo cien euros, más los quinientos que me habéis dado ahora suman seiscientos —obtuve una postura de lógica brutal— Con esto no me llega para pasar aquí todo el año.

—Ya hija, la sorpresa viene ahora —metió la mano en su bolso y sacó una tarje-ta— ¡Tu tarjeta de crédito hija mía! Es un gran paso, esperamos que sepas utilizarla.

—¡Jo! Muchas gracias mamá.

Para ser sincera, yo nunca lloro, o lo hago muy pocas veces. Pero en aquel ins-tante, se me escurrió la lágrima fácil y comenzaron a brotarme de los ojos. Mis padres estaban en frente de mí, mi madre entregándome la tarjeta de crédito con la mano abier-ta y esperando una respuesta como sería “tranquila, mamá, la voy a cuidar y no la perde-ré nunca”. Mi padre poseía una cara que expresaba un “no decepciones a tu madre y coge la tarjeta ya”. Y yo, soltando pequeñas lagrimitas.

—Trae aquí esa tarjeta, pero que sepas que os voy a dejar sin un duro —intenté sonar graciosa y lo conseguí con mi padre. Mi madre dejó de lado mi último comentario y me dio un beso en la mejilla para despedirse.
—Nos vamos, te vendremos a visitar pronto, Sue.

—¡Eso es, hija! See you, baby —tanto yo como mi padre controlábamos muy bien el inglés y el gallego a parte del castellano, solíamos hablar en gallego aunque usá-bamos el inglés con frases como aquella. En el fondo, mi padre tenía cierta actitud gra-ciosa y simpática, pero muy en el fondo.

Tras despedirme cerré la puerta, me duché y me vestí con mi pijama favorito (una camisa rosa un poco ajustada y un pantalón muy corto), además de ser mi favorito, era con el que más cómoda dormía. Después me acosté en cama y dormí con la música puesta, pero creo recordar que se apagó porque había acabado la lista de reproducción poco después de que yo cerrase los ojos.

No vi a mi inexistente compañero de piso aquella noche.

Sombra:

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Nombre:
Maximillion “Max” Palacios Blanco

Edad:
16 (14 de Marzo de 1996)

Ocupación:
Estudiante/ Primero de Bachiller

Descripción Física:

Su cabello negro tiene flequillo hasta el punto de taparle uno de sus ojos color azul. Lo lleva revuelto haciendo que un mechón se suba como si fuese una antena de una manera llamativa y bastante peculiar, algo cómica, incluso. Es delgado y fibroso, suele vestir con camisas (negras) que tiende a llevar medio-desabrochadas mostrando parte de su abdomen al descubierto y vaqueros, los rasgos de su cara son suaves y delgados. Tiene un diminuto lunar sobre la parte derecha de su labio. Mide 1,76.
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Descripción Psicológica:

La mejor forma de definir a Max es llamándole “tirado de la vida” pues es alguien bastante vago que no le gusta esforzarse para hacer nada. Es mal hablado y cuando se queja (lo hace casi siempre) de algo tiende a soltar palabrotas una detrás de otra. Es bastante pervertido y es raro que no añada un “¿Está buena?” después de escuchar hablar de alguna chica que no conoce. Siempre lleva consigo una videoconsola o un comic puesto que es lo que se denomina Otaku. A pesar de su personalidad se trata de alguien inteligente que aprende las cosas con facilidad, por lo que no necesita estudiar para ir aprobando las materias que le den (aunque sea por los pelos) Tiene la manía de apodar a la gente con sobrenombres estúpidos en la mayoría de ocasiones. Dice las cosas antes de pensarlas en casi todas las ocasiones, lo que le mete constantemente en problemas con la gente de su edad, por ello aprendió varias artes marciales que domina bastante bien. Sabe que es atractivo, por lo que suele aprovecharse esa facultad para ligar con las mujeres. Las prefiere con pechos grandes.

Mickaelo:

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Nombre: Ian Ferreiro

Edad: 17 años, nacido el 25 de diciembre de 1994

Ocupación: Reponedor en un supermercado local. Tiene estudios hasta segundo de bac incluído.

Descripción física: Delgado y alto, alredor de 1,88 m y 70 kg. De complexión débil, aunque es capaz de cargar bastante peso en el lugar donde trabaja, lo que le provoca dolores de espalda. Posee un cabello rubio y largo, con flequillo que le cae sobre los ojos y algo de melena, y unos bonitos ojos verdes, aunque no cree que pueda ser atractivo . Gusta de vestir informalmente, con pantalones vaqueros, camisetas de manga corta y, si hace frío, sudaderas, menos cuando está trabajando, que lleva su característico mandil.
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Descripción psicológica: Tímido en el trato, aunque se suelta según gana confianza con la gente. Más maduro que el resto de la gente de su edad, con poca estima, su dedicación a los estudios en los últimos años en busca de su sueño frustrado le ha hecho distanciarse más de la sociedad, por lo que desconoce muchas cosas que para el resto de los jóvenes son comunes. Inteligente y curioso, es amante de lo ficticio, pues la realidad le resulta demasiado aburrida y cruel. Es tenaz y persistente; un soñador que lo dará todo por conseguir hacer realidad sus sueños.

EspeYuna:

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Nombre: Stefan W. Black

Edad: 17 (28 de Junio de 1995)

Ocupación: Estudiante/Segundo de bachiller

Descripción física:
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Chico delgado, aunque posee unos brazos fuertes. Mide 1.75 y pesa 72 kg. Su piel es blanca sin llegar a ser excesivamente pálida. Posee un cabello suave y sedoso, de color castaño oscuro, con un largo flequillo que tapa por completo su frente. Lo que más destaca es su mirada, penetrante, con unos ojos marrón chocolate. No destaca en deporte como otros muchos chicos de su edad, pero tiene una gran destreza en la pintura, por lo que tiene unas manos hábiles. Le gusta vestir con ropa cómoda, allá donde va siempre se le ve con sudadera y vaqueros, y unas Nike. No puede salir de casa sin su mochila, con un cuaderno de dibujo y pinturas para dibujar en cualquier parte, ya sea un parque o en una cafetería.
Tiene un piercing diminuto en su oreja derecha.
Detalle a destacar: posee una enorme y misteriosa cicatriz en la espalda. Nadie sabe cómo llegó a hacérsela, y parece que tampoco él lo recuerda.

Descripción psicológica: chico de pocas palabras, aunque es maduro y sabe tener una conversación en condiciones con la gente que quiere y aprecia. Es inteligente y parece saber mucho acerca de arte e historia, dos de las posibles opciones que tiene pensadas para la universidad. Es humilde y sincero, dice las verdades sin tapujos, pero intenta hacerlo sin provocar daño, sino ayudando a mejorar a las personas que se encuentran a su alrededor. Siente cierta debilidad por los gatos y por la lasaña. Su hobby consiste en dibujar a cualquier persona, animal o cosa que le despierte curiosidad, ya sea en su hogar o en la calle.

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Heridas del pasado

Jueves 16 de Septiembre, 16:05. Piso de Stefan.


—Sorata, ahora no puedo sacarte. Esto no es como casa.

Me acerqué a mi pequeño amiguito de pelaje negro y ojos amarillos, y acaricié con delicadeza su barbilla, sintiendo unos pequeños lamidos de sumo afecto y cariño. El gatito no había tardado en descubrir la manera de subirse al viejo sofá que había en la salita, para acercarse a la ventana que se encontraba justo encima, arañándola con sus diminutas zarpas.

Ahora me daba cuenta que traerlo había sido un error por mi parte. Esta pequeña ciudad no era lo adecuada para mi mascota, quien estaba acostumbrada a pasear por el pequeño pueblo gallego en el que había nacido junto con mi hermana pequeña de quince años, hogar de mis padres, de mis abuelos… y posiblemente de más antepasados míos. A pesar de que tenía poco para considerarse una gran ciudad, puesto que existían frondosos bosques que rodeaban la localidad, apenas unos cinco centros comerciales y apenas lugares de ocio. Pero no quitaba el hecho de que había más coches, más ruido… más peligros para Sorata.

Sin embargo, me daba miedo dejarlo con mis padres. Ellos darían lo que fuera por deshacerse de más responsabilidades, incluidos yo y la pequeña Catherine. Por lo que habíamos pasado nosotros… a saber lo que podrían hacer con Sorata. Me tumbé en el sofá, mirando hacia el techo tras haber desempaquetado las últimas cajas de mi mudanza al piso que heredamos Catherine y yo de mi difunto abuelo.

Había sido admitido en una universidad de la que poco sabía. Según me había informado, se encontraba apartada de todas las demás cercanas. Poco más encontré en Internet. Lo más raro de todo es que admitía a gente sin pedir calificaciones ni examen de acceso previo. ¿Acaso me habrían equivocado con algún William Black superdotado? No me extrañaría que me echasen para atrás si todo era una confusión por parte de la administración del centro.

Recordé la reacción de mis padres ante la curiosa admisión. Estábamos cenando en silencio, como siempre.

—Papá, mamá… me ha llegado una carta de una universidad… una tal Universidad Akashiko. He sido admitido el año que viene.

—No digas gilipolleces, niño. ¿A ti te van a admitir? No vales para entrar en ese tipo de sitios—dijo mi padre, sin mostrar reparo en decir lo primero que se le pasó por la cabeza. Yo ya estaba acostumbrado a que me infravalorase, pero Catherine no. Yo ya le había advertido a mi hermana que no me defendiese, porque al final siempre acababa mal parada. No quería volver a ver una bofetada en su rostro lleno de lágrimas.

Sin decir nada más, le dejé en la mesa la carta. Mi padre llamó a mi madre y empezaron a discutir como locos. Le dije a Catherine que se fuese a su cuarto, que ya me las arreglaría. Aunque bien sabía que ella se escondería en el pasillo de arriba, al pie de las escaleras, para escuchar lo que ocurriese.

Tras la predecible discusión de mis “queridos padres”, mi madre soltó una sonora carcajada. ¿Dónde había quedado la dulce risa de mi mamá? ¡Ah! Sí… desapareció cuando cayó en depresión por el comportamiento de mi padre, quien se pasaba todo el día fuera jugando a las máquinas o apostando nuestro dinero, bajo los efectos del alcohol. Ahora sólo podía compararla con un cuervo histérico, el cual gritaba de puro placer por hombres a los que traía cuando papá no estaba en casa. Nos había amenazado varias veces a mí y a Catherine por contarle algo a mi padre.

—¡Entonces que se vayan los dos! ¡Estaremos mejor sin ellos!

—Muy lista, señora. ¿Y a dónde coño los mandamos? ¿Sabes lo que vale un piso o una residencia para el mocoso?

—Por mí que se pudran debajo de un puente, me da lo mismo.
Esa última frase pudo haberme hecho perder el control, aunque había aprendido a contenerme. Oía los sollozos cristalinos de mi hermana. Una punzada de dolor en mi costado…

—También… los servicios sociales pueden hacerse cargo de nosotros, ¿no? Somos menores…—dije casi en un pequeño susurro. Tenía que tener cuidado con mi tono, porque ya había visto volar platos hacia mi cabeza.

Mi madre me miró con incredulidad. Pero se encendió una sonrisa cínica que expresaba… ¿felicidad?

Tras eso me mandaron a mi cuarto, siendo empujado a las escaleras por mi padre.

Encontré a Catherine en mi habitación, quien se me abrazó entre lágrimas. La abracé con fuerza, susurrándole que todo estaba bien, que pronto nos iríamos de allí, pero que debía irse a su habitación. Ella quería quedarse a dormir conmigo. Yo gustoso le dejé, pero fue un completo error.

A las tres de la mañana mi madre entró en mi cuarto —seguramente para robarme el dinero que había ganado en mi trabajo, el que ahorraba para poder largarme de allí con Catherine—y nos descubrió a los dos abrazados bajo las sábanas. Sacó a Catherine tirándole del pelo y se la llevó fuera. Yo la seguí corriendo, suplicándole que parase, pero no me hacía caso.

—¡Sois hermanos! ¡¡Esto es incesto!! ¡Sois repulsivos! ¡Repugnantes! —gritaba mi madre, dándole una fuerte bofetada a Catherine. Fui en su ayuda cuando mi padre apareció por las escaleras. ¡No, no! —¡Los he descubierto durmiendo juntos! ¡Seguro que se han estado revolcando, los muy asquerosos!

Mi padre me propinó un fuerte puñetazo en el estómago, que me dejó medio inconsciente. En mi cabeza retumbaban los gritos y sollozos de mi hermana. Sentí como alguien me levantaba del suelo. Y agua caer debajo de mí, mientras que mi madre hacía intentos por ahogarme en la bañera, empujando mi cabeza con severidad. El agua fría me estaba espabilando del fuerte dolor de estómago. Me entraron arcadas pero pude contener las ganas de vomitar: porque unos gritos me sacaron de mi debilidad. ¡Catherine!

—¡No, papá por favor! ¡Para! ¡No!

—¡Eres una puta como tu madre! —aquel ruido sacó de mí las pocas fuerzas que me quedaban para propinarle un codazo al estómago de mi madre. No. Aquella ya no era mi mamá. La dejé tirada en el baño tras perder el conocimiento y me apresuré hacia el socorro de mi hermana.

El sonido de un cinturón propinado con fuerza sobre la piel. Lo conocía, yo lo había sentido en mis carnes. ¡No, no, Catherine!

Los gritos provenían de la habitación de mis padres. Giré el picaporte. ¡Maldición! Se había encerrado con ella dentro. Usé mi cuerpo para intentar derribar la puerta, pero me faltaba fuerza física… o quizás peso en mi delgadez. Salí corriendo hacia mi habitación y cogí la vieja silla del escritorio, dispuesto a derribar la puerta. Cuando llegué, oí más sollozos. Mi padre había dejado de azotar a Catherine.

—¡No, papá! ¿Qué…qué haces? ¡No! ¡Déjame! ¡No!

—Si eres una puta como tu madre, seguro que eres muy buena. ¡Tu hermano no va a ser el único que disfrute de ti! ¡Vamos a ver lo que tenemos aquí!

—¡No, no! ¡Stefan! ¡Stefan!

Aquello último fue suficiente para que mis brazos alzasen con decisión la silla y golpease con todas mis fuerzas la puerta. La madera cedió y entré de lleno en la habitación, a punto de caerme al suelo.

Mi padre ni se percató de mi brusca entrada. Mis ojos parecieron salirse de sus órbitas cuando presencié aquella escena: mi hermana tendida en la cama de matrimonio, medio desnuda, con marcas de latigazos en sus brazos y piernas. Mi padre encima de ella, obligándole a tocar su intimidad.

Me hervía la sangre. Aproveché que estaba de espaldas para agarrar la silla de nuevo. Le propiné un gran golpe en la cabeza. Rompí la promesa que le había hecho a mi hermana: que jamás haría daño a nuestros padres. Pero… ¿qué padres? Los nuestros ya estaban muertos.

Catherine se me abrazó, temblando y completamente desquiciada. La tapé con la sábana que yacía en nuestro cuarto y, tras comprobar que aquellos dos monstruos seguían inconscientes, llamé a la policía desde una cabina de teléfono de la calle. Los vecinos ya no me aportaban confianza alguna. Nunca dieron la cara por nosotros. Cobardes.

El sonido del móvil me sacó de mis más terribles pesadillas. Me encontraba en la ducha, bajo el agua caliente que se deslizaba por mi espalda. Había estado tan sumido en mis recuerdos que apenas me di cuenta del paso de las horas, ni siquiera de mis actividades cotidianas. Podría haber parecido un zombie a la vista de otros.

Salí de la ducha y cogí el teléfono, que se encontraba posado en la ropa limpia.

—¿Sí?

—Hola, Stefan. ¿Qué tal? ¿Cómo estáis?

Era Miranda, la mujer de los servicios sociales que atendió nuestro caso. Últimamente llamaba mucho, puede que demasiado, para saber qué tal nos iba con la mudanza. Sin embargo, yo le estaba enormemente agradecido por haber podido mover hilos y conseguir el piso de mi difunto abuelo, puesto que en un principio debía ser para mis padres. Y por no tener que vivir en un centro de menores durante esos meses hasta que llegó mi dieciocho cumpleaños.

Ya hacía medio año de aquella terrorífica noche. Se me formaba un nudo en la garganta cada vez que lo recordaba, pero intenté sonar bien hablando con Miranda.

Mientras que hablaba con ella, no pude evitar fijarme en mi reflejo frente al espejo. Mi cuerpo había recuperado algo de masa corporal, pero seguía delgado. Y, como siempre —y venía siendo costumbre desde hace muchos años—, me fijé en la enorme cicatriz que recorría mi espalda. Nunca supe cómo me la hice. ¿Algún accidente? ¿En la niñez? ¿O me la habrían hecho mis padres? Con los golpes que recibí, puede que se me olvidase el origen de la herida. A veces la comparaba con una enorme mariposa que me abrazaba. Y me acordaba de Catherine.

Miranda por fin hizo todas sus preguntas y me dijo que vendría a la semana siguiente. Ella me ayudó con el papeleo de mi nueva universidad y a Catherine con el suyo para su nuevo instituto, tan sólo unas calles más abajo de nuestro nuevo hogar.

Tras colgar, sonó el timbre y me coloqué bien la toalla, evitando un posible accidente de acabar desnudo delante de mi hermana. Abrí la puerta tras saber que era ella, puesto que siseaba para llamar la atención de Sorata, que yacía acurrucado en un cojín del sofá.

Le dediqué una sonrisa, la que hasta ahora sólo ella conocía.

—Hola, mi princesa.

Ella empezó a reír y me pegó con una de las bolsas del centro comercial.

—¿Qué haces con sólo una toalla? ¡Pervertido!

La pequeña Catherine recuperó la sonrisa unos tres meses más tarde del incidente con nuestros padres. Me dolía recordar las visitas a una psicóloga amiga de Miranda (¿Carlota se llamaba?). Mañana ambos empezábamos una rutina algo más separada el uno del otro, por lo que esta noche teníamos preparada una mini fiesta personal. Yo, Catherine… y Sorata.

Mientras ella se fue a duchar, yo me dispuse a sacar la compra y meterla en su sitio. Comprobé que las bebidas que había dejado por la mañana estaban frías. ¡Perfecto! La nevera funcionaba a las mil maravillas.

Tal fue mi sorpresa cuando saqué de las bolsas lasaña pre-cocinada.

—Cathy, ¡te quiero! —ella me mandó un “de nada” desde el cuarto de baño, secándose el pelo y entre risas. No podía evitar poner la misma cara de Sorata cuando le dejaba comer pescado.

Aquella noche los dos nos sentamos en el sofá, disfrutando de la deliciosa lasaña mientras veíamos la tele. Cuando acabó uno de nuestros programas favoritos, ella se levantó y fue a lavar los platos.

Yo no quería irme a dormir aún, a pesar de ser ya las once. Observé a mi hermana coser una parte de su nuevo uniforme y no pude evitarlo. Fui a mi nueva habitación, cogí mi vieja libreta, mis pinceles… volví al sofá y comencé a dibujar su bello rostro, el que había iluminado mi vida hasta ese momento.

No os equivoquéis: no estoy enamorado de mi hermana. Ni ella de mí. Es amor fraternal, familiar. Jamás he sentido deseos hacia ella.

—¿Otra vez? ¿No te cansas de dibujar lo mismo?

—¡No, no te muevas! —grité, mientras que el pincel bailaba con agilidad sobre el papel.

—Ese es el problema, Stefan, tengo que terminar esto. ¿Por qué no te vas a dormir?

—Porque luego tú me despiertas. Y se me espabila el sueño, tonta—le dije con una sonrisa.

Sí. Desde hace un par de semanas, Catherine tenía la manía de meterse en mi cama sin mi permiso y dormir a mi lado. ¿No era capaz de acostumbrarse a su nueva cama? ¿Tenía pesadillas? ¿Soñaba con papá y mamá?

Yo no era capaz de negarle el sitio. Porque su calidez también me aliviaba a mí. Yo también necesitaba de su ternura para conciliar el sueño.

Y, cómo no, Sorata aprovechaba para acurrucarse entre nosotros dos.

—Buenas noches, Stefan—la oí decir, alzando su brazo para acariciar la cola de Sorata.

—Buenas noches, Cathy.
Última edición por Deja el Dom Abr 22, 2012 7:05 pm, editado 6 veces en total
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Re: Dreamers [Fic grupal]

Notapor EspeYuna » Dom Mar 11, 2012 2:47 pm

¡Chan chan chan~~!
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¡Aquí llega Deja con el primer Fic grupal en el que participaré en este foro! (¿se nota que estoy emocionada? ¿¡NO!? ¿¡EN SERIO?! XD)

¡Gracias por invitarme! ¡Aquí te dejo mi ficha! (ya corregí lo de "hobby" xDD)

Ficha EspeYuna:
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Nombre: Stefan W. Black

Edad: 17 (28 de Junio de 1997)

Ocupación: Estudiante/Segundo de bachiller

Descripción física:
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Chico delgado, aunque posee unos brazos fuertes. Mide 1.75 y pesa 72 kg. Su piel es blanca sin llegar a ser excesivamente pálida. Posee un cabello suave y sedoso, de color castaño oscuro, con un largo flequillo que tapa por completo su frente. Lo que más destaca es su mirada, penetrante, con unos ojos marrón chocolate. No destaca en deporte como otros muchos chicos de su edad, pero tiene una gran destreza en la pintura, por lo que tiene unas manos hábiles. Le gusta vestir con ropa cómoda, allá donde va siempre se le ve con sudadera y vaqueros, y unas Nike. No puede salir de casa sin su mochila, con un cuaderno de dibujo y pinturas para dibujar en cualquier parte, ya sea un parque o en una cafetería.
Tiene un piercing diminuto en su oreja derecha.
Detalle a destacar: posee una enorme y misteriosa cicatriz en la espalda. Nadie sabe cómo llegó a hacérsela, y parece que tampoco él lo recuerda.

Descripción psicológica: chico de pocas palabras, aunque es maduro y sabe tener una conversación en condiciones con la gente que quiere y aprecia. Es inteligente y parece saber mucho acerca de arte e historia, dos de las posibles opciones que tiene pensadas para la universidad. Es humilde y sincero, dice las verdades sin tapujos, pero intenta hacerlo sin provocar daño, sino ayudando a mejorar a las personas que se encuentran a su alrededor. Siente cierta debilidad por los gatos y por la lasaña. Su hobby consiste en dibujar a cualquier persona, animal o cosa que le despierte curiosidad, ya sea en su hogar o en la calle.
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Re: Dreamers [Fic grupal]

Notapor Deja » Dom Mar 11, 2012 2:53 pm

¡SIIIIIIIIII! En serio, ¡es Dreamers!
Apuntada~~ ¿o debería decir apuntado? :B
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Re: Dreamers [Fic grupal]

Notapor EspeYuna » Dom Mar 11, 2012 4:13 pm

jajajaja desearía conservar mi sexualidad a pesar de que mi personaje sea tío XDDDDDD

Que luego hay confusiones por el foro (?)
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Re: Dreamers [Fic grupal]

Notapor Sombra » Dom Mar 11, 2012 4:33 pm

Como sea. Caído como un rayo del cielo...

¡La ficha de Max!

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Nombre:
Maximillion “Max” Palacios Blanco

Edad:
16 (14 de Marzo de 1996)

Ocupación:
Estudiante/ Primero de Bachiller

Descripción Física:

Su cabello negro tiene flequillo hasta el punto de taparle uno de sus ojos color azul. Lo lleva revuelto haciendo que un mechón se suba como si fuese una antena de una manera llamativa y bastante peculiar, algo cómica, incluso. Es delgado y fibroso, suele vestir con camisas (negras) que tiende a llevar medio-desabrochadas mostrando parte de su abdomen al descubierto y vaqueros, los rasgos de su cara son suaves y delgados. Tiene un diminuto lunar sobre la parte derecha de su labio. Mide 1,76.
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Descripción Psicológica:

La mejor forma de definir a Max es llamándole “tirado de la vida” pues es alguien bastante vago que no le gusta esforzarse para hacer nada. Es mal hablado y cuando se queja (lo hace casi siempre) de algo tiende a soltar palabrotas una detrás de otra. Es bastante pervertido y es raro que no añada un “¿Está buena?” después de escuchar hablar de alguna chica que no conoce. Siempre lleva consigo una videoconsola o un comic puesto que es lo que se denomina Otaku. A pesar de su personalidad se trata de alguien inteligente que aprende las cosas con facilidad, por lo que no necesita estudiar para ir aprobando las materias que le den (aunque sea por los pelos) Tiene la manía de apodar a la gente con sobrenombres estúpidos en la mayoría de ocasiones. Dice las cosas antes de pensarlas en casi todas las ocasiones, lo que le mete constantemente en problemas con la gente de su edad, por ello aprendió varias artes marciales que domina bastante bien. Sabe que es atractivo, por lo que suele aprovecharse esa facultad para ligar con las mujeres. Las prefiere con pechos grandes.
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Re: Dreamers [Fic grupal]

Notapor EspeYuna » Dom Mar 11, 2012 4:39 pm

Deja, gracias a Sombra he descubierto que soy pésima en mates XD

Corrige que Stefan nació en el 95, no en el 96. XDD
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Re: Dreamers [Fic grupal]

Notapor Deja » Dom Mar 11, 2012 4:55 pm

¡Dios! Es cierto, no lo había visto. 17 años y nacido en el 1997, ¿estamos crazies? xD

Sombra, anotado :_D!
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Re: Dreamers [Fic grupal]

Notapor Mickael » Sab Mar 17, 2012 11:48 pm

Newcomer: Mickaelo "la rata"

Ficha:
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Nombre: Ian Ferreiro

Edad: 17 años, nacido el 25 de diciembre de 1994

Ocupación: Reponedor en un supermercado local. Tiene estudios hasta segundo de bac incluído.

Descripción física: Delgado y alto, alredor de 1,88 m y 70 kg. De complexión débil, aunque es capaz de cargar bastante peso en el lugar donde trabaja, lo que le provoca dolores de espalda. Posee un cabello rubio y largo, con flequillo que le cae sobre los ojos y algo de melena, y unos bonitos ojos verdes, aunque no cree que pueda ser atractivo . Gusta de vestir informalmente, con pantalones vaqueros, camisetas de manga corta y, si hace frío, sudaderas, menos cuando está trabajando, que lleva su característico mandil.
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Descripción psicológica: Tímido en el trato, aunque se suelta según gana confianza con la gente. Más maduro que el resto de la gente de su edad, con poca estima, su dedicación a los estudios en los últimos años en busca de su sueño frustrado le ha hecho distanciarse más de la sociedad, por lo que desconoce muchas cosas que para el resto de los jóvenes son comunes. Inteligente y curioso, es amante de lo ficticio, pues la realidad le resulta demasiado aburrida y cruel. Es tenaz y persistente; un soñador que lo dará todo por conseguir hacer realidad sus sueños.
Evangelio según San Mickael 3, 9-11
Hollow's in his web, all's right with the foro


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Re: Dreamers [Fic grupal]

Notapor Deja » Dom Mar 18, 2012 6:49 pm

¡ Apuntado !

Jo tío, no pusiste nada sobre el mercadona :<
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Re: Dreamers [Fic grupal]

Notapor TERRBOX » Dom Mar 18, 2012 6:51 pm

Aquí estoy yo:

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Nombre: Helen Wolf , "Wolfie"

Edad: 17 años, nacida el 31 de enero de 1995.

Ocupación: Estudiante de segundo de bachillerato.

Descripción física: Mujer de estatura media-baja. Mide 1,65 m y tiene una complexión delgada, aunque no demasiado. Tiene un tono de piel blanco tirando a moreno. Le gusta destacar y llamar la atención, por eso siempre va con el pelo teñido de algún color extraño y suele vestir como una de esas escolares de anime y manga. Tiene el pelo liso y largo. Hace todo tipo de deportes, tales como natación, baloncesto, voleibol..., esto hace que tenga un cuerpo atlético y preparado para las artes físicas. Su cuerpo es bastante estilizado, tiene unos pechos bastante grandes aunque tampoco son exageradamente voluptuosos, y el trasero de forma respingón.

Descripción psicológica: Le encanta el anime y el manga, sigue decenas de series a la semana y le encanta todo lo relacionado con el mundo japonés. Sobre todo le gustan todos sus personajes que este mundo refleja, todos aquellos estereotipos que sin darse cuenta también han cambiado su comportamiento haciendo que ella misma se parezca a uno. En realidad es una borde en poténcia, muy brusca y te tratará bastante mal si no la conoces, así que mejor que te ignore. Pero sorprendentemente cuando toma algo de confianza es de las mejores personas que podrás encontrar, realmente podrás confiar en ella y te dirá lo que de verdad necesitas y no lo que quieres escuchar. Tiene mucho orgullo, así que no esperes a que reconozca este tipo de cosas. Como es muy mal pensada, es bastante perspicaz y acierta en numerosas ocasiones.
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^¡Muchas gracias Nebula!^

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^¡Gracias por tu trabajo Alti, también por el ava!^

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Re: Dreamers [Fic grupal]

Notapor Deja » Dom Mar 18, 2012 6:59 pm

¡Vale! Estamos todos he dicho.

Me pongo con el prólogo cuando acabe los exámenes, vosotros podéis hacerlo (a excepción de Sombra porque nuestros personajes en se encuentran en el prólogo). Tendrá que ser así:

Título
Opsional
[Aquí día, hora y lugar] En calibri 10 A LA DERECHA en negrita

[Prólogo] Times new roman 11

Y bueno, mínimo 2 páginas.
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Re: Dreamers [Fic grupal]

Notapor Deja » Dom Abr 22, 2012 4:38 pm

Noche de tormenta


Jueves 16 de septiembre, 19:00. Piso de Sue y Max.
El motor rugía con un sonido tan duro y brutal que llegaba a dañar literalmente mis oídos. Mi padre pisaba el acelerador sin preocuparse de las consecuencias, superaba la velocidad máxima permitida por las carreteras urbanas pero no le importaba. Mi ma-dre, casi más estúpida que él, lo apremiaba para que siguiera y aumentara la velocidad. Estaban deseosos de llegar a mi nuevo apartamento o “piso” que pronto compartiría con un nuevo compañero de clase.
Ángela, mi madre, repetía continuamente frases de preocupación y suposiciones de qué iba a pasar si llegábamos tarde. Y mi padre igual, era un mandado, siempre seguía su rollo, o el mío. Era una de estas personas que les importa poco lo que opines y nunca da a conocer sus pensamientos, se deja llevar y sigue el curso de los demás. No tiene correspondencia propia.
—¡Apura! Que seguro que nos están esperando y vamos a dar mal ejemplo, Ro-berto ¡corre! —pugnó para que mi padre aumentara la velocidad.
—Mamá, por un momento piensa en las cosas, son las siete de la tarde, no van a estar allí si habéis quedado a las ocho.
No me hacían ni caso, ni uno ni otro. Mi madre nunca me hacía caso, siempre decía lo que supuestamente era más importante para mí y lo que debía hacer siempre. Una pesada. Siempre que hacía algo mal o no lo hacía bien me respondía con frases que para ella eran filosóficas, como por ejemplo “que no lo hagas mal no quiere decir que lo hagas bien”. Y aparte, era una mujer antigua, de estas que cree que la mujer es inferior al hombre. Yo, por supuesto, no tenía las mismas opiniones que mi madre.

Mientras jugaba con mis dedos me preguntaba cómo sería ese tal niño-hombre, por así decirlo, que iba a compartir habitación conmigo. Si era un vago, entrometido y tonto ya podía cambiar de compañera por que estaba bien segura de que en nuestro apartamento iba a imponer una serie de reglas. Si era listo —como pensé en un primer momento—, y me entendiera así como me respetara podría hasta tener un lugar en mi corazón.
Poco conocía sobre él. El nombre y los apellidos, que le gusta que le llamen Max, un apodo, diminutivo de Maximillion. No había visto ni una mísera foto de él, pero mis padres prometían que valía la pena conocerlo. Y, en el fondo, nos teníamos que llevar bien por lo menos un año, durante toda el curso. Primero de Bachiller.

Un nuevo curso, y todo lo que contraía este; nuevos compañeros, nueva univer-sidad, no ver a mis padres en por lo menos medio año, hacer mi propia comida… A todo se aprende, sin duda, a todo se aprende alguna vez. Aunque mi mayor prioridad era vivir la vida, trabajar para vivir, no vivir para trabajar. Era una de las cosas que tuve claras desde que pude usar la conciencia y pensar racionalmente.
—Bienvenida a su nuevo hogar, señorita —comentó mi padre mientras aparcaba el coche pegando un frenazo. Bajó rápidamente y abrió la puerta izquierda de atrás, la que estaba a mi lado, para hacerla broma de ser un chófer— Con permiso.

—Gracias papá, en serio, eres el mejor. La verdad, no sé que voy a hacer sin vo-sotros tanto tiempo —lo abracé y casi me cae una lágrima—. ¡Os quiero!
—Yo también hija mía —interrumpió mi madre sujetando mi mano, a lo mejor tenía celos. Pero yo quería a ambos por igual—. Venga, corre, que se nos hace tarde.
Cogió unas llaves del bolso y abrió el portal. Era el 22-A, número que guardé en mi memoria. Era de vital importancia saber dónde iba a pasar el resto del año, y un poco más. Tras eso me entregó las llaves con mucho ahínco y me besó en la mejilla, susurró un “cuídate” que sonó muy particular y con mucha tristeza. Después me propinó un golpecillo en el culo para dar ánimo y hacer que subiera de primera las escaleras.
Lo primero que vi fue el pasamanos, luego observé una máquina que imaginé que sería para que transportara las personas discapacitadas con sillas de ruedas, un aparato que semejaba a una rampa movible. Después vi un ascensor y una amplia sonrisa se asomó en mi cara mientras andaba directa hacia él. Me alegró muchísimo que hubiera uno, ya que nunca los había usado. Pero sabía perfectamente cuál era su función.
—¡Mamá! ¡Hay ascensor! —dije ya presionando el botón para que llegara a nuestro piso— ¡Cómo mola! ¿Cuál es nuestro piso?
—Es tu piso, hija mía. Es el tercero derecha —respondió mientras entramos y ella misma tocó el botón que tenía un número tres encima, rompió mi ilusión de llamar y ver las consecuencias pero no le di mayor importancia al suceso—. ¡Ah! Y recuerda que es peligroso que utilices el ascensor sola. Puede pararse de golpe.

Pasé olímpicamente del último comentario de mi madre, no iba ser ella la que supiera si yo iba a ir sola o acompañada en el ascensor. Además, a veces llega a cansar preocupándose por mí. Tanto hasta el límite que una pequeña parte de mí quería que se fueran ya.
Subimos y mi padre se ofreció para arrodillarse y permitirme abrir la puerta del tercero derecha con mis nuevas llaves. Supe a primera vista que se sentía orgulloso de que su hija diera el paso para entrar en la adolescencia y madurar.
Después, por orden, mis padres se despidieron afectuosamente de mí. Mi madre me regaló un collar que guardaba desde pequeña, poco después descubriría que dicho objeto pertenecía a la abuela de mi madre, es decir, lo habían fabricado cuatro genera-ciones atrás. Estaba hecho con una simple cuerda y una pequeña piedrecita llamada la-pislázuli dentro de una cavidad hecha de cobre. Aunque para mi madre fuera un collar, yo decidí bautizarlo con el nombre de Amuleto Azul y desde aquel día siempre lo llevo colgando en el cuello.
Una vez más sentí el asco que me producía el eccema que habitaba en mi hombro derecho. Hace no mucho tiempo visité a un dermatólogo y el muy pervertido me había instigado para que me quitase el sujetador en su consulta, había justificado su petición con un simple, “es para comprobarlo”. Me negué en redondo ante aquello y únicamente separé la parte derecha para que observase la zona infectada. Entre otras cosas, por culpa de esto odio a cualquier tipo de enfermero.
A decir verdad, la mancha no ocupaba demasiado espacio, quizás tres centíme-tros a lo largo y uno a lo ancho a lo sumo. Pero muchas veces, a parte de sufrir picores, tendía a manosearlo en público, me había llevado a una necesidad.
Mi madre tan adorable (algo que admiraba de ella y que se me había pegado un poco) como siempre, también me entregó un reloj digital de última generación que traía consigo múltiples funciones a parte de la hora. Un pequeño calendario en el que podía consultar santos y los ansiados festivos, días sin clase que todo el mundo añora y desea. Mi madre trabajaba en una empresa de relojes, por lo que el que me acababa de poner aún no estaba a la venta.
Mi padre, por su parte, era el componente principal de una empresa de videojue-gos en la flor de su negocio. Transis, así se llamaba el juego que habían puesto en venta, contra todo pronóstico, dicho juego había batido record en ventas y había producido unas ganancias notables en la economía familiar. El juego se llamaba Transis —como la compañía, por que era su debut como primer venta— y mi padre me regaló uno el día de la despedida.
“Venga, para que juegues cuando no tengas exámenes —dijo— es muy simple y divertido” A primera vista no lo parecía. En la portada se mostraba a dos combatientes —hombre y mujer respectivamente— cruzando un hacha y un estoque. En la contrapor-tada aparecía en letras grandes “Crea tu propio personaje y desafía a tus rivales”, apto para participar en línea con otros jugadores. No me ilusioné mucho con el regalo pero no mostré mi poco satisfecha reacción a mi padre. En cambio, lo que sí hice fue preguntarle por el dinero que me tendrían que enviar para comer y pagar el piso.
—Oye papá, en la cartera sólo llevo cien euros, más los quinientos que me habéis dado ahora suman seiscientos —obtuve una postura de lógica brutal— Con esto no me llega para pasar aquí todo el año.
—Ya hija, la sorpresa viene ahora —metió la mano en su bolso y sacó una tarje-ta— ¡Tu tarjeta de crédito hija mía! Es un gran paso, esperamos que sepas utilizarla.
—¡Jo! Muchas gracias mamá.
Para ser sincera, yo nunca lloro, o lo hago muy pocas veces. Pero en aquel ins-tante, se me escurrió la lágrima fácil y comenzaron a brotarme de los ojos. Mis padres estaban en frente de mí, mi madre entregándome la tarjeta de crédito con la mano abier-ta y esperando una respuesta como sería “tranquila, mamá, la voy a cuidar y no la perde-ré nunca”. Mi padre poseía una cara que expresaba un “no decepciones a tu madre y coge la tarjeta ya”. Y yo, soltando pequeñas lagrimitas.
—Trae aquí esa tarjeta, pero que sepas que os voy a dejar sin un duro —intenté sonar graciosa y lo conseguí con mi padre. Mi madre dejó de lado mi último comentario y me dio un beso en la mejilla para despedirse.
—Nos vamos, te vendremos a visitar pronto, Sue.
—¡Eso es, hija! See you, baby —tanto yo como mi padre controlábamos muy bien el inglés y el gallego a parte del castellano, solíamos hablar en gallego aunque usá-bamos el inglés con frases como aquella. En el fondo, mi padre tenía cierta actitud gra-ciosa y simpática, pero muy en el fondo.
Tras despedirme cerré la puerta, me duché y me vestí con mi pijama favorito (una camisa rosa un poco ajustada y un pantalón muy corto), además de ser mi favorito, era con el que más cómoda dormía. Después me acosté en cama y dormí con la música puesta, pero creo recordar que se apagó porque había acabado la lista de reproducción poco después de que yo cerrase los ojos.
No vi a mi inexistente compañero de piso aquella noche.

Blablabla, ya tenéis en el post anterior lo que debéis escribir en el prólogo. Mis más sinceras disculpas por el retraso.
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Re: Dreamers [Fic grupal]

Notapor EspeYuna » Dom Abr 22, 2012 6:49 pm

Heridas del Pasado


Jueves 16 de Septiembre, 16:05. Piso de Stefan.


—Sorata, ahora no puedo sacarte. Esto no es como casa.

Me acerqué a mi pequeño amiguito de pelaje negro y ojos amarillos, y acaricié con delicadeza su barbilla, sintiendo unos pequeños lamidos de sumo afecto y cariño. El gatito no había tardado en descubrir la manera de subirse al viejo sofá que había en la salita, para acercarse a la ventana que se encontraba justo encima, arañándola con sus diminutas zarpas.

Ahora me daba cuenta que traerlo había sido un error por mi parte. Esta pequeña ciudad no era lo adecuada para mi mascota, quien estaba acostumbrada a pasear por el pequeño pueblo gallego en el que había nacido junto con mi hermana pequeña de quince años, hogar de mis padres, de mis abuelos… y posiblemente de más antepasados míos. A pesar de que tenía poco para considerarse una gran ciudad, puesto que existían frondosos bosques que rodeaban la localidad, apenas unos cinco centros comerciales y apenas lugares de ocio. Pero no quitaba el hecho de que había más coches, más ruido… más peligros para Sorata.

Sin embargo, me daba miedo dejarlo con mis padres. Ellos darían lo que fuera por deshacerse de más responsabilidades, incluidos yo y la pequeña Catherine. Por lo que habíamos pasado nosotros… a saber lo que podrían hacer con Sorata. Me tumbé en el sofá, mirando hacia el techo tras haber desempaquetado las últimas cajas de mi mudanza al piso que heredamos Catherine y yo de mi difunto abuelo.

Había sido admitido en una universidad de la que poco sabía. Según me había informado, se encontraba apartada de todas las demás cercanas. Poco más encontré en Internet. Lo más raro de todo es que admitía a gente sin pedir calificaciones ni examen de acceso previo. ¿Acaso me habrían equivocado con algún William Black superdotado? No me extrañaría que me echasen para atrás si todo era una confusión por parte de la administración del centro.

Recordé la reacción de mis padres ante la curiosa admisión. Estábamos cenando en silencio, como siempre.

—Papá, mamá… me ha llegado una carta de una universidad… una tal Universidad Akashiko. He sido admitido el año que viene.

—No digas gilipolleces, niño. ¿A ti te van a admitir? No vales para entrar en ese tipo de sitios—dijo mi padre, sin mostrar reparo en decir lo primero que se le pasó por la cabeza. Yo ya estaba acostumbrado a que me infravalorase, pero Catherine no. Yo ya le había advertido a mi hermana que no me defendiese, porque al final siempre acababa mal parada. No quería volver a ver una bofetada en su rostro lleno de lágrimas.

Sin decir nada más, le dejé en la mesa la carta. Mi padre llamó a mi madre y empezaron a discutir como locos. Le dije a Catherine que se fuese a su cuarto, que ya me las arreglaría. Aunque bien sabía que ella se escondería en el pasillo de arriba, al pie de las escaleras, para escuchar lo que ocurriese.

Tras la predecible discusión de mis “queridos padres”, mi madre soltó una sonora carcajada. ¿Dónde había quedado la dulce risa de mi mamá? ¡Ah! Sí… desapareció cuando cayó en depresión por el comportamiento de mi padre, quien se pasaba todo el día fuera jugando a las máquinas o apostando nuestro dinero, bajo los efectos del alcohol. Ahora sólo podía compararla con un cuervo histérico, el cual gritaba de puro placer por hombres a los que traía cuando papá no estaba en casa. Nos había amenazado varias veces a mí y a Catherine por contarle algo a mi padre.

—¡Entonces que se vayan los dos! ¡Estaremos mejor sin ellos!

—Muy lista, señora. ¿Y a dónde coño los mandamos? ¿Sabes lo que vale un piso o una residencia para el mocoso?

—Por mí que se pudran debajo de un puente, me da lo mismo.
Esa última frase pudo haberme hecho perder el control, aunque había aprendido a contenerme. Oía los sollozos cristalinos de mi hermana. Una punzada de dolor en mi costado…

—También… los servicios sociales pueden hacerse cargo de nosotros, ¿no? Somos menores…—dije casi en un pequeño susurro. Tenía que tener cuidado con mi tono, porque ya había visto volar platos hacia mi cabeza.

Mi madre me miró con incredulidad. Pero se encendió una sonrisa cínica que expresaba… ¿felicidad?

Tras eso me mandaron a mi cuarto, siendo empujado a las escaleras por mi padre.

Encontré a Catherine en mi habitación, quien se me abrazó entre lágrimas. La abracé con fuerza, susurrándole que todo estaba bien, que pronto nos iríamos de allí, pero que debía irse a su habitación. Ella quería quedarse a dormir conmigo. Yo gustoso le dejé, pero fue un completo error.

A las tres de la mañana mi madre entró en mi cuarto —seguramente para robarme el dinero que había ganado en mi trabajo, el que ahorraba para poder largarme de allí con Catherine—y nos descubrió a los dos abrazados bajo las sábanas. Sacó a Catherine tirándole del pelo y se la llevó fuera. Yo la seguí corriendo, suplicándole que parase, pero no me hacía caso.

—¡Sois hermanos! ¡¡Esto es incesto!! ¡Sois repulsivos! ¡Repugnantes! —gritaba mi madre, dándole una fuerte bofetada a Catherine. Fui en su ayuda cuando mi padre apareció por las escaleras. ¡No, no! —¡Los he descubierto durmiendo juntos! ¡Seguro que se han estado revolcando, los muy asquerosos!

Mi padre me propinó un fuerte puñetazo en el estómago, que me dejó medio inconsciente. En mi cabeza retumbaban los gritos y sollozos de mi hermana. Sentí como alguien me levantaba del suelo. Y agua caer debajo de mí, mientras que mi madre hacía intentos por ahogarme en la bañera, empujando mi cabeza con severidad. El agua fría me estaba espabilando del fuerte dolor de estómago. Me entraron arcadas pero pude contener las ganas de vomitar: porque unos gritos me sacaron de mi debilidad. ¡Catherine!

—¡No, papá por favor! ¡Para! ¡No!

—¡Eres una puta como tu madre! —aquel ruido sacó de mí las pocas fuerzas que me quedaban para propinarle un codazo al estómago de mi madre. No. Aquella ya no era mi mamá. La dejé tirada en el baño tras perder el conocimiento y me apresuré hacia el socorro de mi hermana.

El sonido de un cinturón propinado con fuerza sobre la piel. Lo conocía, yo lo había sentido en mis carnes. ¡No, no, Catherine!

Los gritos provenían de la habitación de mis padres. Giré el picaporte. ¡Maldición! Se había encerrado con ella dentro. Usé mi cuerpo para intentar derribar la puerta, pero me faltaba fuerza física… o quizás peso en mi delgadez. Salí corriendo hacia mi habitación y cogí la vieja silla del escritorio, dispuesto a derribar la puerta. Cuando llegué, oí más sollozos. Mi padre había dejado de azotar a Catherine.

—¡No, papá! ¿Qué…qué haces? ¡No! ¡Déjame! ¡No!

—Si eres una puta como tu madre, seguro que eres muy buena. ¡Tu hermano no va a ser el único que disfrute de ti! ¡Vamos a ver lo que tenemos aquí!

—¡No, no! ¡Stefan! ¡Stefan!

Aquello último fue suficiente para que mis brazos alzasen con decisión la silla y golpease con todas mis fuerzas la puerta. La madera cedió y entré de lleno en la habitación, a punto de caerme al suelo.

Mi padre ni se percató de mi brusca entrada. Mis ojos parecieron salirse de sus órbitas cuando presencié aquella escena: mi hermana tendida en la cama de matrimonio, medio desnuda, con marcas de latigazos en sus brazos y piernas. Mi padre encima de ella, obligándole a tocar su intimidad.

Me hervía la sangre. Aproveché que estaba de espaldas para agarrar la silla de nuevo. Le propiné un gran golpe en la cabeza. Rompí la promesa que le había hecho a mi hermana: que jamás haría daño a nuestros padres. Pero… ¿qué padres? Los nuestros ya estaban muertos.

Catherine se me abrazó, temblando y completamente desquiciada. La tapé con la sábana que yacía en nuestro cuarto y, tras comprobar que aquellos dos monstruos seguían inconscientes, llamé a la policía desde una cabina de teléfono de la calle. Los vecinos ya no me aportaban confianza alguna. Nunca dieron la cara por nosotros. Cobardes.

El sonido del móvil me sacó de mis más terribles pesadillas. Me encontraba en la ducha, bajo el agua caliente que se deslizaba por mi espalda. Había estado tan sumido en mis recuerdos que apenas me di cuenta del paso de las horas, ni siquiera de mis actividades cotidianas. Podría haber parecido un zombie a la vista de otros.

Salí de la ducha y cogí el teléfono, que se encontraba posado en la ropa limpia.

—¿Sí?

—Hola, Stefan. ¿Qué tal? ¿Cómo estáis?

Era Miranda, la mujer de los servicios sociales que atendió nuestro caso. Últimamente llamaba mucho, puede que demasiado, para saber qué tal nos iba con la mudanza. Sin embargo, yo le estaba enormemente agradecido por haber podido mover hilos y conseguir el piso de mi difunto abuelo, puesto que en un principio debía ser para mis padres. Y por no tener que vivir en un centro de menores durante esos meses hasta que llegó mi dieciocho cumpleaños.

Ya hacía medio año de aquella terrorífica noche. Se me formaba un nudo en la garganta cada vez que lo recordaba, pero intenté sonar bien hablando con Miranda.

Mientras que hablaba con ella, no pude evitar fijarme en mi reflejo frente al espejo. Mi cuerpo había recuperado algo de masa corporal, pero seguía delgado. Y, como siempre —y venía siendo costumbre desde hace muchos años—, me fijé en la enorme cicatriz que recorría mi espalda. Nunca supe cómo me la hice. ¿Algún accidente? ¿En la niñez? ¿O me la habrían hecho mis padres? Con los golpes que recibí, puede que se me olvidase el origen de la herida. A veces la comparaba con una enorme mariposa que me abrazaba. Y me acordaba de Catherine.

Miranda por fin hizo todas sus preguntas y me dijo que vendría a la semana siguiente. Ella me ayudó con el papeleo de mi nueva universidad y a Catherine con el suyo para su nuevo instituto, tan sólo unas calles más abajo de nuestro nuevo hogar.

Tras colgar, sonó el timbre y me coloqué bien la toalla, evitando un posible accidente de acabar desnudo delante de mi hermana. Abrí la puerta tras saber que era ella, puesto que siseaba para llamar la atención de Sorata, que yacía acurrucado en un cojín del sofá.

Le dediqué una sonrisa, la que hasta ahora sólo ella conocía.

—Hola, mi princesa.

Ella empezó a reír y me pegó con una de las bolsas del centro comercial.

—¿Qué haces con sólo una toalla? ¡Pervertido!

La pequeña Catherine recuperó la sonrisa unos tres meses más tarde del incidente con nuestros padres. Me dolía recordar las visitas a una psicóloga amiga de Miranda (¿Carlota se llamaba?). Mañana ambos empezábamos una rutina algo más separada el uno del otro, por lo que esta noche teníamos preparada una mini fiesta personal. Yo, Catherine… y Sorata.

Mientras ella se fue a duchar, yo me dispuse a sacar la compra y meterla en su sitio. Comprobé que las bebidas que había dejado por la mañana estaban frías. ¡Perfecto! La nevera funcionaba a las mil maravillas.

Tal fue mi sorpresa cuando saqué de las bolsas lasaña pre-cocinada.

—Cathy, ¡te quiero! —ella me mandó un “de nada” desde el cuarto de baño, secándose el pelo y entre risas. No podía evitar poner la misma cara de Sorata cuando le dejaba comer pescado.

Aquella noche los dos nos sentamos en el sofá, disfrutando de la deliciosa lasaña mientras veíamos la tele. Cuando acabó uno de nuestros programas favoritos, ella se levantó y fue a lavar los platos.

Yo no quería irme a dormir aún, a pesar de ser ya las once. Observé a mi hermana coser una parte de su nuevo uniforme y no pude evitarlo. Fui a mi nueva habitación, cogí mi vieja libreta, mis pinceles… volví al sofá y comencé a dibujar su bello rostro, el que había iluminado mi vida hasta ese momento.

No os equivoquéis: no estoy enamorado de mi hermana. Ni ella de mí. Es amor fraternal, familiar. Jamás he sentido deseos hacia ella.

—¿Otra vez? ¿No te cansas de dibujar lo mismo?

—¡No, no te muevas! —grité, mientras que el pincel bailaba con agilidad sobre el papel.

—Ese es el problema, Stefan, tengo que terminar esto. ¿Por qué no te vas a dormir?

—Porque luego tú me despiertas. Y se me espabila el sueño, tonta—le dije con una sonrisa.

Sí. Desde hace un par de semanas, Catherine tenía la manía de meterse en mi cama sin mi permiso y dormir a mi lado. ¿No era capaz de acostumbrarse a su nueva cama? ¿Tenía pesadillas? ¿Soñaba con papá y mamá?

Yo no era capaz de negarle el sitio. Porque su calidez también me aliviaba a mí. Yo también necesitaba de su ternura para conciliar el sueño.

Y, cómo no, Sorata aprovechaba para acurrucarse entre nosotros dos.

—Buenas noches, Stefan—la oí decir, alzando su brazo para acariciar la cola de Sorata.

—Buenas noches, Cathy.
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Re: Dreamers [Fic grupal]

Notapor Deja » Dom Abr 22, 2012 6:56 pm

Subido.

Editado: Fichas por Personajes.

Ya sabes espe, me gusta mucho el prólogo. ¿Cuántos años tiene Cathy?
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Re: Dreamers [Fic grupal]

Notapor Deja » Lun Jun 25, 2012 4:03 pm

Omg perdón por el doble post, retomemos el tema.

En pocas palabras, no sabía que estuviera abierto, Sombra no quiere seguirlo. Lo seguiremos Espe, Mick y yo. El domingo tendréis el primer capítulo ^^
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