Como gran fan de esta serie/saga me decidí a escribir fanfics sobre algunos personajes. Principalmente de aquellos que no tienen PoV en los libros y que, por algún motivo, me agradan.
Clasificación de los relatos para evitar futuros spoilers indeseados:
Spoiler: el título del libro al que tal personaje hace referencia.
Relevancia: la importancia de tal suceso según cómo influya el relato a la trama.
Personaje: el nombre del personaje protagonista. En los relatos normales, personajes sin PoV. En peticiones o retos, a petición.
Historia: el personaje del que se habla es un miembro historico cuya historia no tiene nada que ver con la trama central.
Fanfiction: este relato no sigue la trama central (sólo en peticiones/retos). La historia es completamente inventada.
Espero que sean de vuestro agrado y dejéis vuestras opiniones sobre los escritos que son los que siguen:
[*]Spoiler: Tormenta de Espadas.
Relevancia: Muy alta.
Spoiler: Mostrar
Él no lo había pedido, pero se lo estaban arrebatando. Su hermano había muerto, por derecho su reino le pertenecía, pero hasta su misma familia, su sangre, le traicionaba, se levantaba contra él, para robarle todo lo que legalmente le correspondía. No había escrito las leyes, pero así eran, los Siete Reinos le correspondían por derecho, por herencia, por la sangre que corría por sus venas. Ni Renly ni su abominable sobrino… todo debía ser suyo.
Pero ahí estaba, rogando por aquello que le debía ser otorgado, suplicando a sus señores vasallos que defendieran su legítima y justa causa y apretaba la mandíbula para soportar los reproches que le llegaban de todas partes.
Nadie le quería, lo sabía. No era todo sonrisas y cortesía, ni un alegre borracho, no, él no era sus hermanos, él era diferente. Todos los señores caballeros que alguna vez le juraron lealtad se escondían detrás del ejército de su hermano menor. Todos aquellos señores por derecho tenían que servirle a él, al legítimo soberano.
Había nacido donde la roca detiene a la tormenta, lamida por las aguas bravas, pero Robert le había concedido el señorío a su hermano Renly y a él le había despojado de todo, lanzándolo a Roca Dragón, un islote perdido en la inmensidad del mar, para gobernar sobre el último bastión de los Targaryen. Y había cumplido el cometido, resignado, con la mandíbula prieta. Había ayudado a su hermano a gobernar, sin agradecimientos, sin piedad. Nunca se había quejado por todas las injusticias, por los desprecios, por los reproches, jamás. Era el hermano del rey y su deber era cumplir con su voluntad, justa o no. Pero ahora el rey era él y a su causa sólo acudían los señores de sus dominios, mientras que Bastión de Tormentas se unía a la rosa para hacer frente común contra el pretendiente único al Trono de Hierro.
Y ahí estaba, tratando de conciliar el sueño, oyendo los aullidos furiosos del viento arañando su tienda, erigida en el centro del campamento, pensando en su hermano pequeño, su sonrisa confiada y su galantería. En lo mucho que le había humillado y en todo lo que había callado. Apretó más fuerte los dientes, hasta hacerlos rechinar, hasta el dolor. Pero lo conseguiría. Algún día su causa se alzaría por encima de todo y aquellos que lo habían injurado recibirían su justo castigo. Sí, porque su aspiración era legítima, justa y legal, algún día todos lo sabrían, desde el Muro hasta Lanza del Sol. Sí, todos sabrían los crímenes de la casa Lannister y restauraría el honor perdido de su nombre, acusado de traidor, de sublevarse contra el trono en el que se sentaba su sobrino, el hijo de dos hermanos incestuosos. Y los Dioses acabarían otorgándole la victoria, porque era como tenía que ser.
Y al fin cerró los ojos y soñó con todos aquellos que lo habían insultado y con los melocotones que le había ofrecido su hermano.
Pero ahí estaba, rogando por aquello que le debía ser otorgado, suplicando a sus señores vasallos que defendieran su legítima y justa causa y apretaba la mandíbula para soportar los reproches que le llegaban de todas partes.
Nadie le quería, lo sabía. No era todo sonrisas y cortesía, ni un alegre borracho, no, él no era sus hermanos, él era diferente. Todos los señores caballeros que alguna vez le juraron lealtad se escondían detrás del ejército de su hermano menor. Todos aquellos señores por derecho tenían que servirle a él, al legítimo soberano.
Había nacido donde la roca detiene a la tormenta, lamida por las aguas bravas, pero Robert le había concedido el señorío a su hermano Renly y a él le había despojado de todo, lanzándolo a Roca Dragón, un islote perdido en la inmensidad del mar, para gobernar sobre el último bastión de los Targaryen. Y había cumplido el cometido, resignado, con la mandíbula prieta. Había ayudado a su hermano a gobernar, sin agradecimientos, sin piedad. Nunca se había quejado por todas las injusticias, por los desprecios, por los reproches, jamás. Era el hermano del rey y su deber era cumplir con su voluntad, justa o no. Pero ahora el rey era él y a su causa sólo acudían los señores de sus dominios, mientras que Bastión de Tormentas se unía a la rosa para hacer frente común contra el pretendiente único al Trono de Hierro.
Y ahí estaba, tratando de conciliar el sueño, oyendo los aullidos furiosos del viento arañando su tienda, erigida en el centro del campamento, pensando en su hermano pequeño, su sonrisa confiada y su galantería. En lo mucho que le había humillado y en todo lo que había callado. Apretó más fuerte los dientes, hasta hacerlos rechinar, hasta el dolor. Pero lo conseguiría. Algún día su causa se alzaría por encima de todo y aquellos que lo habían injurado recibirían su justo castigo. Sí, porque su aspiración era legítima, justa y legal, algún día todos lo sabrían, desde el Muro hasta Lanza del Sol. Sí, todos sabrían los crímenes de la casa Lannister y restauraría el honor perdido de su nombre, acusado de traidor, de sublevarse contra el trono en el que se sentaba su sobrino, el hijo de dos hermanos incestuosos. Y los Dioses acabarían otorgándole la victoria, porque era como tenía que ser.
Y al fin cerró los ojos y soñó con todos aquellos que lo habían insultado y con los melocotones que le había ofrecido su hermano.
[*]Spoiler: Festín de Cuervos.
Relevancia: Alta.
Spoiler: Mostrar
Seguía sintiéndose pequeño, pero no tanto como cuando tenía diez y su padre, señor de un peñasco, recibió el gran honor de Lord Hoster Tully como agradecimiento a sus servicios prestados durante la Rebelión. Le habían apartado de su familia y entregado a Aguas Dulces, y nunca se arrepentiría.
No, porque ahí había empezado su vida. Desde ese instante supo que nunca más volvería a sentirse humillado o despreciado por ser tan pequeño y de tan baja extracción. Con sus propias manos se había abierto camino entre esa maraña de hilos cortesanos, hasta convertirse en alguien importante, en un miembro de la corte real. Hasta ser imprescindible, irreemplazable.
Sí, ese crío pequeño y sin talento para luchar se había convertido en todo un señor, orgulloso y taimado, pero agradecido. Sabía cuál era su sitio y a dónde quería llegar, y cómo usar las piezas del tablero, hacerlas bailar sin que supieran que él las movía. Sabía ser amable y cortés, todas sonrisas y palabras dulces, pero capaz de clavar un puñal en la oscuridad. El conocimiento era su poder.
Hubo una vez en la que todo lo que había querido era el amor, una doncella que le quisiese a él, que desafiase a sus padres por amarle, que luchase por tener su mano, como había hecho él. Pero sólo había recibido reproches y rechazos, además de unas aparatosas cicatrices que aún le dolían más allá del corazón. Había sufrido y había llorado, le habían arrebatado aquello que más deseaba, pero algún día se alzaría, más alto, más fuerte, más poderoso, por encima de aquellos que le habían humillado, para reclamar su premio. Y nunca le había importado el precio.
Sentado en el trono del Nido de Águilas, contemplaba la imagen de quien nunca podría tener, un reflejo desvaído, pero aún vivo, aún tierno y cálido, reconfortante. Sí, había logrado títulos, tierras y castillos, pero la había perdido a ella, a su amor. Pero se había hecho con algo aún mejor. Más joven y más hermosa, inocente y desamparada, sólo para él. Y lo sabía, no tenía lugar al que ir, pero él la cuidaría, y algún día, lejano aún, se alzaría con su recompensa, más alto que ningún otro señor, más alto que el vuelo de un ruiseñor.
No, porque ahí había empezado su vida. Desde ese instante supo que nunca más volvería a sentirse humillado o despreciado por ser tan pequeño y de tan baja extracción. Con sus propias manos se había abierto camino entre esa maraña de hilos cortesanos, hasta convertirse en alguien importante, en un miembro de la corte real. Hasta ser imprescindible, irreemplazable.
Sí, ese crío pequeño y sin talento para luchar se había convertido en todo un señor, orgulloso y taimado, pero agradecido. Sabía cuál era su sitio y a dónde quería llegar, y cómo usar las piezas del tablero, hacerlas bailar sin que supieran que él las movía. Sabía ser amable y cortés, todas sonrisas y palabras dulces, pero capaz de clavar un puñal en la oscuridad. El conocimiento era su poder.
Hubo una vez en la que todo lo que había querido era el amor, una doncella que le quisiese a él, que desafiase a sus padres por amarle, que luchase por tener su mano, como había hecho él. Pero sólo había recibido reproches y rechazos, además de unas aparatosas cicatrices que aún le dolían más allá del corazón. Había sufrido y había llorado, le habían arrebatado aquello que más deseaba, pero algún día se alzaría, más alto, más fuerte, más poderoso, por encima de aquellos que le habían humillado, para reclamar su premio. Y nunca le había importado el precio.
Sentado en el trono del Nido de Águilas, contemplaba la imagen de quien nunca podría tener, un reflejo desvaído, pero aún vivo, aún tierno y cálido, reconfortante. Sí, había logrado títulos, tierras y castillos, pero la había perdido a ella, a su amor. Pero se había hecho con algo aún mejor. Más joven y más hermosa, inocente y desamparada, sólo para él. Y lo sabía, no tenía lugar al que ir, pero él la cuidaría, y algún día, lejano aún, se alzaría con su recompensa, más alto que ningún otro señor, más alto que el vuelo de un ruiseñor.
[*]Spoiler: Tormenta de Espadas / Danza de Dragones.
Relevancia: Media
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A su alrededor se alzaban miles de tiendas, centenares de hombres dormían entre los animales que les acompañaban, a través del hielo y la nieve. A través del miedo y el dolor. Había recorrido las tierras yermas de más allá del muro, de un lado a otro, uniendo bajo su protección clanes, tribus y aldeas reñidas entre ellas durante milenios. Les había prometido una sola cosa, una única cosa; la salvación.
Y ahí estaba, alzándose, imponente, frente a ellos. Tan grande, tan alto, que sus ojos a penas podían abarcar su vastedad. Construido con sangre y magia, el último bastión, su última oportunidad de seguir con vida.
Estaba cansado de luchar, de huir, quería paz, un lugar en el que yacer junto a su mujer, donde arropar a su hijo entre mantas, cantando alrededor del fuego, junto a todos aquellos que le habían seguido, que habían confiado en él, en la locura de cruzar el muro. Había mentido a algunos para que se unieran a su causa; los cuervos no le importaban lo más mínimo, les respetaba y a algunos les admiraba, pero no quería recuperar las tierras perdidas milenios antes de su nacimiento. No le importaba tener que volver a arrodillarse ante un señor, rendir vasallaje si con ello ponía el muro entre sus salvajes y la muerte. Porque la había visto, con sus ojos azules y ese frío que mataba, lenta pero certera. Y no había nada que la pudiese aplacar y no estaba dispuesto a luchar contra ello, porque no podían ganar. Porque era la noche eterna, el fin de la existencia, bañada en hielo y sangre, coronada con unos ojos azules, tan pálidos que daban escalofríos, daban miedo.
Sólo quería que la mañana llegase, sentir su calor sobre la piel y seguir creyendo que, al sur del muro la muerte blanca no los podría alcanzar.
Y ahí estaba, alzándose, imponente, frente a ellos. Tan grande, tan alto, que sus ojos a penas podían abarcar su vastedad. Construido con sangre y magia, el último bastión, su última oportunidad de seguir con vida.
Estaba cansado de luchar, de huir, quería paz, un lugar en el que yacer junto a su mujer, donde arropar a su hijo entre mantas, cantando alrededor del fuego, junto a todos aquellos que le habían seguido, que habían confiado en él, en la locura de cruzar el muro. Había mentido a algunos para que se unieran a su causa; los cuervos no le importaban lo más mínimo, les respetaba y a algunos les admiraba, pero no quería recuperar las tierras perdidas milenios antes de su nacimiento. No le importaba tener que volver a arrodillarse ante un señor, rendir vasallaje si con ello ponía el muro entre sus salvajes y la muerte. Porque la había visto, con sus ojos azules y ese frío que mataba, lenta pero certera. Y no había nada que la pudiese aplacar y no estaba dispuesto a luchar contra ello, porque no podían ganar. Porque era la noche eterna, el fin de la existencia, bañada en hielo y sangre, coronada con unos ojos azules, tan pálidos que daban escalofríos, daban miedo.
Sólo quería que la mañana llegase, sentir su calor sobre la piel y seguir creyendo que, al sur del muro la muerte blanca no los podría alcanzar.
Spoiler: Juego de Tronos.
Relevancia: Baja.
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Debería de haber llorado, pero las lágrimas no brotaban. Era su padre y había muerto, pero no lo sentía. Y ahora él era el rey y podría gobernar a su antojo los siete reinos, desde una punta a otra y todos sus habitantes le tendrían que rendir vasallaje y servitud, porque así debía ser.
No iba a tolerar la traición, no sería tan débil como su padre. Cortaría la cabeza de todo aquel que gozase insultarle o amenazarle, limpiaría el país de traidores y se rodearía de los mejores caballeros para su protección.
Los bardos compondrían canciones sobre sus hazañas, los libros de historia alabarían su reinado y las madres pondrían su nombre a sus hijos mientras que las doncellas bordarían su emblema con hilo de oro para ganarse su favor. Pero ya estaba comprometido, así que por educación las tendría que rechazar, pero por la noche se colaría en sus lechos para disfrutar de su amor. Era el rey y lo podría hacer. Aquel que se lo tratase de prohibir probaría el sabor del acero en su cuello. Su padre lo había hecho siempre, y antes que él, todos, así que mantendría la tradición. ¿Qué más daban unos cuantos bastardos del rey por el país?
Su reinado sería glorioso y sus hijos, preciosos. Aborrecía a la atontada niña Stark, pero debía reconocer que era muy hermosa. Y era suya, de su propiedad.
Sí, sería el mejor rey jamás visto. Todos le temerían y nadie se alzaría en su contra. No murmurarían “usurpador” en las tabernas, porque les cortaría la lengua por calumnias. Él era el rey legítimo, hijo de Robert I Baratheon, primero de su nombre y a él le deberían de respetar, obedecer y alabar. De lo contrario, iban a morir.
Porque él era Joffrey I Baratheon y estaba destinado a reinar por encima de los demás.
No iba a tolerar la traición, no sería tan débil como su padre. Cortaría la cabeza de todo aquel que gozase insultarle o amenazarle, limpiaría el país de traidores y se rodearía de los mejores caballeros para su protección.
Los bardos compondrían canciones sobre sus hazañas, los libros de historia alabarían su reinado y las madres pondrían su nombre a sus hijos mientras que las doncellas bordarían su emblema con hilo de oro para ganarse su favor. Pero ya estaba comprometido, así que por educación las tendría que rechazar, pero por la noche se colaría en sus lechos para disfrutar de su amor. Era el rey y lo podría hacer. Aquel que se lo tratase de prohibir probaría el sabor del acero en su cuello. Su padre lo había hecho siempre, y antes que él, todos, así que mantendría la tradición. ¿Qué más daban unos cuantos bastardos del rey por el país?
Su reinado sería glorioso y sus hijos, preciosos. Aborrecía a la atontada niña Stark, pero debía reconocer que era muy hermosa. Y era suya, de su propiedad.
Sí, sería el mejor rey jamás visto. Todos le temerían y nadie se alzaría en su contra. No murmurarían “usurpador” en las tabernas, porque les cortaría la lengua por calumnias. Él era el rey legítimo, hijo de Robert I Baratheon, primero de su nombre y a él le deberían de respetar, obedecer y alabar. De lo contrario, iban a morir.
Porque él era Joffrey I Baratheon y estaba destinado a reinar por encima de los demás.
Spoiler: Choque de Reyes.
Relevancia: Baja.
Spoiler: Mostrar
Le habían dicho que su padre sería rey y ella lo creía. Era severo y estricto, pero justo y leal. Podría haberla matado, mandar que la tiraran por la ventana, no reconocer su parentesco, cuando nació, rojiza y arrugada, maldita por la psoriagris. Pequeña y llorona, le había dicho el Maestre Cressen. Pero en lugar de aquello, la había abrazado y besado su frente, serio pero contento por tener entre sus manos a su heredera.
Le había enseñado a leer y a montar. Le traía regalos y la iba a visitar a veces, pese a lo que decía su madre. Le apenaba ver aquel brillo triste en sus ojos cuando la miraba, como si se arrepentirse de haberla hecho nacer, de haberla tenido en sus brazos, de quererla. Le dolía saber que nunca sería hermosa, que las manchas de su piel jamás curarían, que no sería bella y querida, que todos la mirarían con miedo y desprecio por su aspecto.
Porque los niños la rehuían y los adultos a penas la miraban, aunque ahora fuese princesa y su padre el rey de Westeros.
Le había enseñado a leer y a montar. Le traía regalos y la iba a visitar a veces, pese a lo que decía su madre. Le apenaba ver aquel brillo triste en sus ojos cuando la miraba, como si se arrepentirse de haberla hecho nacer, de haberla tenido en sus brazos, de quererla. Le dolía saber que nunca sería hermosa, que las manchas de su piel jamás curarían, que no sería bella y querida, que todos la mirarían con miedo y desprecio por su aspecto.
Porque los niños la rehuían y los adultos a penas la miraban, aunque ahora fuese princesa y su padre el rey de Westeros.
Spoiler: Choque de Reyes.
Relevancia: Media-Baja.
Spoiler: Mostrar
Les había visto crecer, jugar y aprender. No podría tener hijos propios pero sentía que ellos eran parte de su vida.
Él los había ayudado a nacer, a los cinco y hubiese deseado poder seguir a su lado, ayudándolos, enseñándoles a ser grandes. Había compartido sus conocimientos y su amor con ellos, con cada uno y había recibido su afecto y ternura. Había sido querido por aquellos chicos, por cada uno de ellos y eso le hacía sentir en paz, bien.
Había enseñado a Robb a ser un buen señor, honorable y leal, como su padre. A Sansa, la pequeña dama, la había visto convertirse en toda una doncella, alta y hermosa. Arya siempre revoloteaba, salvaje y libre, husmeando entre sus mangas, buscando entre sus bolsillos, riendo. Bran, su pequeño más querido, soñador, cuyas esperanzas se habían roto al caer... a él le habría enseñado a ser caballero. Y Rickon, tan travieso y arisco, escondiéndose por los rincones. Todos formaban parte de él. Incluso Theon y Jon. Les había enseñado que no importaban los orígenes, si no quiénes eran, que el mundo era justo.
Les había visto a todos crecer y partir, volar lejos; las niñas partiendo hacia Desembarco del Rey sin mirar atrás, a Robb hacia el sur y la guerra junto a Theon. A Jon marchar, orgulloso y de negro para servir en el Muro. Y lo último que vio fue a sus dos pequeños, yendo hacia algún lugar incierto, pero a salvo, vivos. Y sonrió, feliz, en paz.
Él los había ayudado a nacer, a los cinco y hubiese deseado poder seguir a su lado, ayudándolos, enseñándoles a ser grandes. Había compartido sus conocimientos y su amor con ellos, con cada uno y había recibido su afecto y ternura. Había sido querido por aquellos chicos, por cada uno de ellos y eso le hacía sentir en paz, bien.
Había enseñado a Robb a ser un buen señor, honorable y leal, como su padre. A Sansa, la pequeña dama, la había visto convertirse en toda una doncella, alta y hermosa. Arya siempre revoloteaba, salvaje y libre, husmeando entre sus mangas, buscando entre sus bolsillos, riendo. Bran, su pequeño más querido, soñador, cuyas esperanzas se habían roto al caer... a él le habría enseñado a ser caballero. Y Rickon, tan travieso y arisco, escondiéndose por los rincones. Todos formaban parte de él. Incluso Theon y Jon. Les había enseñado que no importaban los orígenes, si no quiénes eran, que el mundo era justo.
Les había visto a todos crecer y partir, volar lejos; las niñas partiendo hacia Desembarco del Rey sin mirar atrás, a Robb hacia el sur y la guerra junto a Theon. A Jon marchar, orgulloso y de negro para servir en el Muro. Y lo último que vio fue a sus dos pequeños, yendo hacia algún lugar incierto, pero a salvo, vivos. Y sonrió, feliz, en paz.
Si adivináis de quienes tratan los relatos, tendréis +1 de karma como premio ~
¡Muchas gracias por leer!