Shadowhunters Tales

Relatos

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Shadowhunters Tales

Notapor ita » Lun Dic 29, 2014 5:11 pm

Bienvenidos a "ShadowHuntersTales", una pequeña recopilación de relatos originales sobre los diversos personajes de "Cazadores de Sombras", tanto de la saga "The Mortal Instruments" como "Los Orígenes", los cuales han sido escritos por Cassandra Clare.

¡Espero os gusten! ¡Gracias por leer!

Maryse


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Mira a sus hijos y su pecho se hincha de satisfacción; siempre supo que eran perfectos, el paso del tiempo sólo terminó por corroborar su creencia. Estaba orgullosa de ellos, de las personas que sabía que serían.

Alec, siempre retraído, serio, pero lleno de amor. Alec, quien tuvo el valor para enfrentarse a las viejas tradiciones, defender lo que quería y que, finalmente, había encontrado a alguien a quien amar. Siempre lo supo y nunca le había importado; sólo quería verlo feliz, sonriendo con esa alegría desbordante que poseía, con la inocencia aún en sus ojos, el poder de construir un mundo mejor.

Isabelle, fuerte, valiente, indómita. Su hija, tan parecidas, tan iguales... Le había enseñado a ser independiente, a valerse por sí misma y en ella había encontrado la fuerza devastadora del amor que profesaba, ardiente, interminable. Fiel, leal, su látigo restallando, aferrado a su cintura, resplandeciendo a su alrededor, ése que le había regalado al nacer y que había crecido con ella. Izzy, quien haría lo que fuera por su familia, las personas a las que quería. Sacrificada y noble.

Max, su pequeño, aquel que le fue arrebatado y que ya jamás crecería. Viviría siempre con sus nueve años, ocultándose tras ella, admirando secretamente a sus tres hermanos, no podría ser como ellos. Ya no podría enseñarle a luchar, a ser valeroso, ponerle sobre sus brazos la primera marca, verle crecer, hacerse fuerte, convertirse en el guerrero que estaba destinado a ser.

Y Jace, a quien quería como si su sangre fuera la misma, inquieto, rebelde, un mar de problemas, dorado y hermoso, el único capaz de sacarla de quicio y hacerla reír a la vez. Capaz de amar por encima de todo, sufriendo en secreto por no ser mejor, cuando ya era perfecto a sus ojos, como sus hermanos.


¡Muchas gracias por leer! Y, como ya sabéis, cualquier crítica es bien recibida.
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Re: Shadowhunters Tales

Notapor 15nuxalxv » Lun Dic 29, 2014 10:46 pm

Maryse <333.

Un buen relato para empezar la recopilación. Después de todo, describes a sus hijos, protagonistas. Y no has caído en el tópico de hablar de su relación con Robert. Pobrecita D: .

Te animo a seguir con este apartado, como buena fan de los Cazadores de Sombras ;) .
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Re: Shadowhunters Tales

Notapor ita » Mar Dic 30, 2014 6:57 pm

¡Muchas gracias por leer y comentar!
Este relato es una escena inspirada por la información extraída de "Shadowhunter Academy Cronicles". Espero que os guste, de lo contrario lamento las molestias ocasionadas.

Family


Spoiler: Mostrar
Cuando Magnus regresó a casa, tras una corta visita a la Academia de Cazadores de Sombras, llevaba algo bajo el brazo. Algo pequeño que se removía, inquieto. Algo que miraba con ojitos asustados.

- La encontraron en la entrada – comentó, mientras el bultito se volteaba, dejando verse. Era una niñita pequeña, de no más de dos años, comprobó Alec, con el cabello castaño claro rizado sobre su cabecita y dos algodonadas orejas sobresaliendo, balanceándose con sus movimientos -. me han pedido que cuide de ella.

No era necesario añadir, pensó, que se trataba de una hechicera, las marcas demoníacas eran bien visibles.
Alec se acercó, sonriendo. La agarró por la cintura, liberándola de Magnus. Como despertando, la pequeñita abrió más los ojos, contemplando el rostro plácido y agradable de su novio y, complacida por el cambio de brazos, apoyó la cabeza contra el pecho de Alec, con una sonrisita angelical y agitando sus regordetas manos de felicidad.

El chico se sentó, con ella en su regazo, en uno de los grandes sofás que ocupaban toda la pared del loft. Alec había cuidado de sus dos hermanos menores y, pensó, aquello le daba cierta... experiencia en el trato con niños. Además, le gustaban. Y, tal como Magnus comprobó, se le daba de maravilla. La niña, que durante el viaje no había hecho más que berrear y destrozar su carísima camisa de Loewe, ahora reía ante las carantoñas y juegos. Alec le pellizcaba la nariz y, en un veloz juego de manos, se la robaba. Y los alegres grititos llenaban la estancia. Él podría hacerlo infinitamente mejor, se dijo mientras se acercaba, dejándose caer al lado de su novio. La pequeña estaba liberando pequeños destellos dorados.

- Por lo menos tiene estilo – comentó, divertido, fijándose en el horrible y viejo jersey, sin color ya, que aún usaba Alec (a pesar de que tenía barra libre para tomar cualquier prenda de su estiloso armario, un privilegio del que nadie más disponía). Entonces el brujo chasqueó sus dedos; la niña le miró, asustada y, llevándose la mano a la cara, estalló en un llanto desesperado.

- ¡Magnus! - Alec le miraba, totalmente asustado, las mejillas pálidas y los ojos desbordados. Entre sus dedos se encontraba la pequeña naricilla robada.

- Pero... eso era lo que estabas haciendo con ella antes – trató de justificarse, no viendo el problema.

- ¡Se la has arrancado! - exclamó indignado. Magnus iba a explicarle cómo aquello no era posible, pero viendo cómo Alec intentaba calmar a la criatura, infructuosamente, volvió a chasquear los dedos, devolviéndolo todo a su lugar.

Magnus contempló con cierto placer cómo su chico demostraba su pericia en el cuidado de niños, llenando de dulces caricias los rizos, viendo como aquellas extrañas orejitas de conejo rozaban su bonita barbilla. Era una escena que irradiaba ternura, pensó, Alec sosteniendo a la niña, cantándole suavemente para dormirla. Sentado en su otomana, oculto tras un grueso libro, les espiaba. Presidente Miau se dejaba tocar por esa criaturilla extraña, ronroneando, acostumbrado a las múltiples excentricidades de su amo, mientras su cola bailaba de placer. Poco a poco los ojos de la pequeña se fueron cerrando, al ritmo de una vieja nana francesa, mecida por el vaivén del pecho del chico que la sujetaba quien, poco después, también caía dormido envuelto en una aura de plácida tranquilidad. Magnus los observó un rato, deteniéndose en el hermoso y relajado rostro de Alec, en cómo abrazaba a la niñita, en cómo sus manos estaban entrelazadas y, repentinamente, una punzada de celos recorrió su corazón. Esa pequeña no tenía ningún derecho a acaparar de ese modo a su amor, se dijo, mientras se acercaba sigilosamente a ellos, queriendo formar parte de la escena. Se sentó de nuevo a su lado, despachando a Presidente con un leve gruñido y posó su brazo, posesiva y amorosamente, alrededor de los hombros de su chico. Iba a abrazarle cuando la golpeó. Y los chillidos inundaron todo, asustando al pobre Alec quien, sorprendido, abrió sus ojos y, de no ser por sus reflejos de nefilim, habrían tenido que acudir al hospital por lo menos.

- La has asustado... - Alec trató de calmarla con más carantoñas y muecas, pero parecía que nada funcionaba. Paseó por la sala, con ella enterrada entre sus brazos, meciéndola y susurrándole palabras pequeñas, pero las lágrimas seguían asolando sus grandes ojos – Igual tiene hambre... - y, volteándose hacia Magnus, quien se había ocultado de nuevo tras un libro – haz algo – Magnus parpadeó. Alec siempre se había sentido mal cuando hacía aparecer cosas, dañando su sensibilidad moral, así que era el momento de la venganza por no haberle hecho caso en toda la tarde.

- Deberías salir a comprar, pues – comentó simplemente.

- ¡Por el Ángel! - exclamó, con un deje enfadado – no te cuesta nada, será mucho más rápido y dejará de llorar – Alec tuvo aún que insistir un poco más, pero los llantos estaban provocándole ya jaqueca, así que desistió. Chasqueó los dedos e hizo aparecer un biberón. Alec alzó la ceja.

- Con eso no basta – chasqueó de nuevo y una cuna se materializó frente a él. Alec suspiró y, con cierto cansancio, recitó las cosas básicas que les harían falta para cuidar al bebé.

Poco después, y con la niña bebiendo con ganas, las angustiosas quejas cesaron. La paz había vuelto, sólo rota por los ruiditos de la niña. Alec, tras haberla alimentado y jugado con ella, fue a ponerla en su nueva cama, pero cada vez que se alejaba, la niña protestaba, aferrándose a las piernas de Alec, no dejándolo marchar, haciendo pucheros y fingiendo llantos.

- Niña mimada – masculló Magnus cuando ambos se acostaron, con la pequeña en medio, abrazada al costado de Alec, su cabecita sobre su pecho, evitando que el otro lo pudiera abrazar o siquiera tocar. No podía creerlo, que una niña que no alzaba un palmo del suelo le robase al chico así de fácilmente. Era indignante...

Despertó sin el reconfortante aroma a café flotando en el aire. Salió a tientas de la cama, poniéndose una bata de seda de su suntuosa colección y se arrastró hacia la cocina. Miró el reloj y luego, perplejo, a Alec. Estaba dándole a la niña una crema de aspecto muy desagradable, pero que ella comía con placer. Cada vez que la cuchara llegaba a su boca, Alec hacía un ruidito y ella la abría y reía encantada. Aquello no estaba pasando, se dijo. Desde que le conocía Alec jamás había faltado a su trabajo. Cada mañana, mucho antes de que él se levantara, salía hacia el Instituto, donde se pasaba horas, entrenando, matando demonios o investigando. Nunca se había tomado un día libre, ni siquiera respetaba los festivos, ¿y ahora se quedaba en casa por una mocosa?

- ¿No deberías estar exterminando demonios? - preguntó, con cierto sarcasmo impregnando su voz. Alec alzó la mirada para posarla en su novio, quien parecía ligeramente enojado.

- Mi madre me ha dicho que llamará si hago falta – se encogió de hombros y prosiguió con su tarea - ¿qué clase de demonio crees que sería su padre? - preguntó entonces, para romper el silencio hosco en que Magnus se había sumido. Éste alzó una ceja, ocultándola tras su cabello oscuro y brillante.

- Con esas orejas de conejo, uno muy feo – contestó.

- Pensaba que las marcas demoníacas no estaban relacionadas con el demonio que los engendra... - Alec parecía sorprendido por el tono poco habitual que él había usado para hablarle, pero no hizo nada, simplemente siguió sentado, jugueteando distraídamente con la pequeña, sin prestar mucha atención. - Por cierto, deberíamos darle un nombre.

- Camille estaría bien, le pega – aportó Magnus desdeñosamente. Alec conocía las aventuras y desengaños que la vampiresa había infligido en Magnus, incluso en él mismo... Algo estaba pasando.

Lentamente, con la sutileza de un gato, se acercó a Magnus, sentado en la mesa de desayuno, desganado. Se arrodilló a su lado y le plantó un beso en la mejilla. Entonces fue desplazándose suavemente, hasta besarle la comisura de sus labios mohínos.

- ¿Celoso acaso, Bane? - preguntó con picardía, una sonrisa iluminando su rostro. Magnus no podía apartar la mirada de él mientras sentía cómo posaba sus labios sobre los suyos, y le besaba, suave, el aleteo de una mariposa. Sus manos se entrelazaron, sus dedos encajando a la perfección.

Cuando se separaron, aún con las manos cogidas, Alec tiró de él, empujándolo hacia el lugar donde estaba sentada la pequeña, quien les miraba curiosa. Entonces se acercó a la niña y, tomándole de la mano, susurró – Este es Magnus, tu padre – y Magnus pudo sentir todo el amor del mundo concentrado en esas simples palabras. Entonces la criatura tomó la otra mano de Magnus, y le miró, curiosa. Eran pequeñas y cálidas, muy blancas, contrastando con su bronceado, regordetas y entrañables. Y lo sintió; no era un monstruito, era su monstruito. Suyo y de Alec. Su familia.

Bajito, susurró un nombre. Extranjero, exótico, pero hermoso. Alec le miró y, en sus ojos de gato pudo ver la tristeza de un recuerdo lejano. Rodeó su cuerpo, abrazándolo.

- Era el nombre de mi madre – las palabras estaban impregnadas de dolor.

- Es perfecto – murmuró en su oído.

Y, una vez más, Alec demostró que los Lightwood siempre debían tener la última palabra. Pero a él no le importó; al fin tenía lo único que de verdad necesitaba.
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Re: Shadowhunters Tales

Notapor 15nuxalxv » Mar Dic 30, 2014 11:01 pm

Si no tenía bastante hype por SAC, ahora ya llega a límites insospechados xD.

Qué trío más adorable hacen *o* . Y Magnus quitándole la nariz ya es demasiado :lol: .

En el próximo número... El Gran Mago de Brooklyn cambiando pañales (?).

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Re: Shadowhunters Tales

Notapor ita » Vie Ene 02, 2015 1:17 am

Bueno, aquí otro pequeño esbozo, que espero sea de vuestro agrado. ¡Gracias por leer y comentar!

Jocelyn


Spoiler: Mostrar
Sus ojos veían el mundo que él le pintaba, las sombras y claroscuros que él esbozaba para ella, difuminándolos a su antojo, pero estaba bien.

Nunca había sido muy cercana con él, pero ahora... donde fuera que mirara le veía, le acompañaba a cada paso, en todo lo que hacía. A veces, simplemente, dejaba vagar su mente para trazar su contorno en su cabeza, dibujando ese rostro anguloso, tallado en mármol, blanco y perfecto, de facciones hermosas, con los pómulos altos, y los ojos negros. Era todo contraste, una fotografía invertida de un ángel caído para redimirlos a todos.

Podía oír sus palabras resonando, volviendo todas sus creencias en falsas ideas, en cosas aprendidas que se debían cambiar, porque sus deseos, sus intenciones y objetivos, eran los de ella. Ya no pensaba, sólo escuchaba lo que él decía, subyugada por su encanto, aquel poder que ejercía sobre todos, sutil y efectivo. Y le quería.

Él besó sus labios y sintió cómo el mundo se derretía, ardiendo a su alrededor, fundiéndose con su corazón, con todo el amor que creía tener guardado, para entregárselo todo a él, a la estrella del amanecer. Su propio serafín de la guarda, quien prometía la absolución en sus brazos cuando la rodeaba, enterrando la cabeza en su pecho, derramando aquel mar rojo sobre sus hombros.

Vestida de oro grabó con su estela su corazón para siempre, rubricando a fuego aquel amor que ambos sentían, que les unía a esa extraña aventura que terminaría con sus vidas.
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Re: Shadowhunters Tales

Notapor 15nuxalxv » Vie Ene 02, 2015 1:31 am

Valentine es un villano con clase, un embaucador que no necesitaba obligar a nadie a seguirlo, con su labia se ganaba a todos (algo que le faltaba a su hijo). Has reflejado eso bien, al igual que la ceguera de Jocelyn, cómo está hechizada por él, cómo se sentía afortunada de ser la escogida. De cómo realmente lo quiso.

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Re: Shadowhunters Tales

Notapor ita » Lun Ene 05, 2015 7:20 pm

Bueno, otro Malec, cortito, pero espero que, aún así, sea de vuestro agrado. ¡Gracias por leer!

Shall we dance?


Spoiler: Mostrar
Su silueta se recortaba en la oscuridad, recostado sobre la pared, alto y desgarbado, incómodo en esa elegancia que le era tan particularmente ajena. Su cabello contrastaba con el dorado de las runas de felicidad, su piel pálida, casi clara, bañada por la luna, como una fotografía vieja, todo en blanco y negro, con esa hermosura que nadie más parecía ver, que estallaba en sus ojos cuando sonreía, como entonces, iluminando todo su serio rostro.

A pesar de todo el tiempo seguía sintiéndose como si siempre fuera la primera vez. Alec tenía toda esa maravilla, esa fuerza por vivir, la inocencia con que veía el mundo, como un cristal azul. Cada mañana se sorprendía al descubrir una nueva faceta, una mueca extraña, un gesto diferente, una mirada cargada de ternura, con esa pátina de vergüenza que jamás lo abandonaba. Cada día encontraba algo arrebatador en él, algo que hacía que le amase más; un gesto, una palabra, una sonrisa tímida al amanecer o un beso inesperado, estallando en sus labios de improviso, pintando el mundo de colores desconocidos. Alec era su magia, la única que necesitaba, la que le hacía vivir, cada segundo con intensidad.

Se acercó a él y le tomó de las manos. La música les envolvía, brillante y cálida, una lenta melodía que pedía ser bailada. Magnus sonreía frente a él, sus ojos fijos en los de él, perdidos en el reflejo dorado que confluía en su pupila azulada. Tiró suavemente de él, haciéndolo tropezar mientras avanzaban, directos al centro de la velada. Sus ojos se abrieron, horrorizados, llenándose de pavor.

- ¿Bailamos? - le susurró al oído Magnus. Y, sin esperar que Alec respondiera, rodeó con sus brazos su nuca, apoyando las manos en el hueco de la clavícula, dibujando los altos pómulos con el pulgar. Él posó sus manos en su cadera y sintió cómo le atraía más, cómo hacia desaparecer el espacio que había entre ambos. Entonces comenzó a bailar y todo giraba, perdiéndose de su vista, dejando sólo a Magnus, sus manos enredadas en su cabello, sus ojos de gato brillando bajo las estrellas y el piano, sonando lejano, acompañando sus movimientos. No había nada más, nada que importara, nada que le pesara en el alma.

La música había cambiado, ya no era una lenta balada; ahora sonaba algo de jazz, pero no parecían notarlo; seguían meciéndose a su ritmo, sus pasos acompasados, sus corazones palpitando juntos, compenetrados.

Las expertas manos de Magnus recorrían sus mejillas sonrosadas, deslizándose por sobre la piel, y podía sentir el calor emanando de ellas, trazando su camino con ese fuego que latía en el brujo, hasta que sus rostros se rozaron. Inclinó levemente su cabeza y sus labios ya se estaban encontrando, caricias leves en su boca, como una sonrisa, dulce y hermosa. Sabía a café, a especies, a paz, a todo lo que Magnus representaba, esa algarabía de emociones que desenterraba cuando sus ojos surcaban su piel, buscándolo. Era magia, aquella que sólo Magnus podía hacer brollar cuando le besaba.
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Re: Shadowhunters Tales

Notapor 15nuxalxv » Lun Ene 05, 2015 7:28 pm

Yo también quiero bailar con Magnus D: (?).

Me ha parecido precioso, cada vez amo más a esta pareja <3. El relato está genial.

¡Espero con ansia más relatos! A ver si cae alguno de los Orígenes~
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Re: Shadowhunters Tales

Notapor ita » Sab Ene 10, 2015 9:00 pm

Aquí dejo otro drabble. De nuevo nos encontramos con personajes del Círculo de Valentine.
Espero que os guste, de lo contrario, lamento las molestias. ¡Gracias por leer!

Robert


Spoiler: Mostrar
Era débil. Era cobarde. No era digno de ser uno de ellos, un nefilim.

Eso era lo que creía, su verdad. Las marcas le dolían, la visión de la estela sobre su piel le aterraba, no lo podía soportar. Y cuando ingresó en la Academia de Alacante, todo fue a peor.

No era un buen guerrero, a penas podía resistir ver esas manchas negras resiguiendo sus brazos, las pocas runas que había podido recibir. Prefería sentarse tras una montaña de documentos y leer. Pero todo cambió cuando se conocieron.

Él le enseñó a ser fuerte, a tatuarse el valor y la fuerza en la piel, a ser ágil, veloz, feroz, a manejar las armas, a empuñar una espada y el modo en cómo debía matar demonios. Le modeló como si fuera arcilla en sus manos, haciendo de él quien quería ser. Le brindó su amistad, su generosa protección. Y ya no le miraban mal o con desprecio, sino con envidia, por ser el protegido de Valentine, brillante como su propio apellido indicaba; la estrella del amanecer.

Se lo había dado todo, a cambio sólo pedía lealtad. Inquebrantable, inalterable, para siempre fieles, como si entre ellos existieran juramentos y promesas de unidad. A veces seguía sintiendo miedo, a menudo no pensaba igual que los demás, siendo la voz discordante, pero se mantenía firme, a su lado, porque junto a él lo tenía todo, dentro del círculo que había creado, donde estaban sus amigos y Maryse Trueblood, más fiel que nadie, feroz y arrogante, con la belleza de las jóvenes guerreras griegas, tan perfecta que parecía imposible que existiera, que le mirase con simpatía en aquellos ojos serios y responsables, de un azul que rivalizaba con el cielo. Y, más que por Valentine y sus creencias, más que por amistad, fue por ella que se mantuvo en ese lugar que ya entonces le incomodaba, siguiendo órdenes que no terminaba de entender, viendo cómo los objetivos, antaño tan claros, tan ciertos, se tambaleaban y desaparecían, dando lugar a la oscuridad. Pero Maryse era obstinada y, por ella, él lo era aún más.


Y, como siempre, cualquier crítica es bien recibida. ¡Gracias!
Última edición por ita el Jue Ene 15, 2015 9:31 pm, editado 1 vez en total
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Re: Shadowhunters Tales

Notapor ita » Jue Ene 15, 2015 9:06 pm

Aquí dejo otro, esta vez sobre:

Amatis


Spoiler: Mostrar
Su nombre sonaba como el amor. Y así era como la veía; su hermana, su madre, su única familia, la chica que le cantaba por las noches y dormía abrazándolo para ahuyentar a las pesadillas. Ella le había cuidado cuando no quedaba nada, le había dado todo el cariño posible, todo el que tenía. La quería tanto, su mundo lo construía a partir de ella, todo lo que aprendió, todo lo que quería ser, todo se lo debía a ella, quien le enseñó en silencio a luchar por los sueños, a no perder la fe.

Había ido a pedirle ayuda y ella le había rechazado, rompiéndole el corazón, diciéndole que ya no era su hermano. Tardó años en poder comprender todo el miedo que ella sentía, las palabras veladas que no podía pronunciar, las amenazas recibidas, el rechazo de un mundo que ya la juzgaba. No iba a culparla, no ahora que sus ojos la veían de nuevo; le habían arrebatado a su hermano y, por ello, también a su amor. Le arrancaron las runas y él no había estado a su lado, se llevaron la felicidad que merecía, que él no pudo ayudarla a atesorar, la abandonaron sin piedad, la alejaron de todo, ya nadie la apreciaba. En su lugar sólo dejaron una cáscara vacía, un rostro familiar sin ninguna emoción, tan fría, tan triste, tan distante como el sol que para él siempre había sido.
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Re: Shadowhunters Tales

Notapor 15nuxalxv » Jue Ene 15, 2015 9:28 pm

¡Los dos leídos!

Los dos están genial, expresas muy bien cómo es cada personaje, completándolo incluso si la autora no lo ha hecho demasiado. ¡Te felicito!

Con ganas de leer más... Y que el círculo quede completo (?).
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Re: Shadowhunters Tales

Notapor ita » Lun Ene 19, 2015 12:11 am

¡Nuevo relato!
Espero sea de vuestro agrado, de lo contrario, lamento mucho las molestias. ¡Gracias por leer!

Lucian


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El dolor le desgarra por dentro. Es fuego corriéndole por las venas, es veneno latiendo en su corazón, esparciéndose por su cuerpo, creando raíces profundas, que arrelan en lo más hondo, arrebatándole el aire, impidiéndole respirar bien.

Gruñe por lo bajo y se sorprende. Sus ojos azules, plácidos, se abren y contemplan el mundo, uno nuevo, uno que jamás ha visto, mucho más intenso, hermoso y denso. Y las runas se desvanecen; no dejan huellas sobre la piel, que ya no es pálida y suave, sino que se abre y se separa, mientras todo cambia y no se siente bien.

Deja que la rabia se apodere de él, que imprima en su mente su nombre con fuerza, y ahulla a la luna, a la inmensidad del firmamento, tan fuerte como puede, para que le oiga él. Ya no tiene miedo, pues todo lo humano se aleja, se va diluyendo; el instinto animal surge entonces, despedazando sus emociones. Y corre, salvaje, hasta ser uno con el viento, perdiéndose en lo más profundo del bosque. Se siente libre, se siente poderoso, sacudido por una nueva fuerza, una energía bestial que le impulsa a seguir adelante, a no pensar; ya no es una persona. Y el dolor remite y siente que la vida pasa intensa y quiere entregarse a ello, a ese estado de inconsciencia, donde no existe el sufrimiento; pero en las profundidades de su alma lo siente, muy adentro en su corazón, las palabras que fueron dichas y que le atraviesan como dagas, la pérdida de algo primordial. Porque aún que las marcas desaparezcan, aunque ya no haya huellas en su cuepo, sobre su pecho siempre tendrá grabada a fuego, la magia que le une a otro, la mejor parte de él entregada a su compañero de lucha, su parabatai, el recuerdo que una vez perteneció a otra persona, a Valentine.
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Re: Shadowhunters Tales

Notapor ita » Lun Ene 19, 2015 8:31 pm

Este relato participa en el reto especial de San Valentín. Los personajes se sortearon mediante las "cartas florales" de Cassandra Jean.
Espero que sea de vuestro agrado, de lo contrario, lamento las molestias. Y, como siempre, cualquier crítica es bien recibida. ¡Gracias por leer!

Periwinkle
(Tiernos recuerdos)


Imagen


Spoiler: Mostrar
El invierno había extendido sus blancas alas por sobre toda la ciudad, cubriéndola con el pálido reflejo de un amanecer. Desde los grandes ventanales de la sala de entrenamiento, los edificios se levantaban entre un manto de niebla y misterio, el rumor lejano de un rio helado, las campanas resonando, un sonido apacible, que anunciaba lo tarde que era ya.

El cuchillo surcó el vacío, atravesando la habitación, para desgarrar el centro de la diana, marcándola por la mitad. Sonrió con confianza, con suficiencia; desde que había llegado su precisión había mejorado, sus habilidades se habían desarrollado de una manera tan natural, como si hubiera nacido para aquello, para cazar demonios, empuñar espadas y saltar, casi volando. Había encontrado su sitio en el mundo, su hogar. Y no extrañaba a sus padres, ni pretender ser una señorita bien educada, porque ser una nefilim era mucho mejor, porque siendo así no negaba quien realmente era; una cazadora de sombras. Y una nata, podía alardear de ello.

A hurtadillas, entró en la cocina. No era de buena educación robar panecillos tan tarde en la noche, pero tras horas de agotador entreno, estaba hambrienta. Lo suficiente como para que no le importara recibir una buena regañina de parte de Bridget a la mañana siguiente, cuando se percatara de la notable falta de alimentos y quien era la responsable. Ya tenía uno de esos bollitos en su mano, sintiendo la calidez que aún conservaba tras salir del horno, cuando algo captó su mirada. Colgando de la pared, un pequeño calendario lleno de anotaciones con la abigarrada letra de la cocinera. Marcado en rojo, un día cualquiera, pero algo en la forma, en el número o en la fecha le resultó vagamente familiar, como una memoria lejana de algo que solía saber, de algo que solía celebrar. 14 de febrero. Aquello estaba a punto de llegar, se dijo, tratando de recordar en qué día vivía. Entrecerró sus ojos, oscuros en la penumbra de una cocina a penas iluminada por la claridad plateada de la luna que entraba, tenue, por la puerta que había dejado abierta y por las últimas brasas que ardían en el hogar. “Catorce de febrero”, repitió en su mente, buscando por qué ese día le resultaba conocido. Con la molesta sensación de tener algo rondando en la cabeza pero sin ser capaz de concretar qué era, mordió con avidez el panecillo, antes de coger otros tres. Realmente Bridget era asombrosa; incluso podía perdonarle todas esas baladas románticas y escabrosas sólo por el placer de poder degustar aquellos dulces suyos.

Romántica. La palabra le golpeó fuertemente, impactando con la perturbadora fecha que no lograba asociar. Y, de repente, algo encajó; las pequeñas piezas se encontraron y juntaron, resolviendo el misterio; San Valentín. No podía creer que lo hubiera olvidado. Era, de lejos, su época favorita del año.

Los recuerdos volvieron a ella, raudales de momentos vividos, fragmentos dispersos de su pasado, de su familia. El olor a chocolate que lo inundaba todo, el sabor dulce de una felicidad embriagadora, la música de las risas, la alegría del hogar. Solía ser así cuando aún vivía en Gales, cuando las fechas tenían significado para ella, cuando no se dedicaba a exterminar demonios; no se había propuesto vivir aquella vida, sólo buscaba recuperar a su hermano, llevarlo de nuevo a casa; pero se había encontrado queriendo vivir como una nefilim, una vida de emoción y caza, de lucha, de entrega, de ver cómo los mitos, las historias que le habían contado de pequeña, se volvían realidad – de una manera desagradable mayormente. -

Sabía que para los cazadores de sombras aquel día carecía de significado, pero no para ella. Para ella era el día del amor, de demostrar sus sentimientos, de regalar momentos, compartir y celebrar con los más queridos. Y sabía muy bien con quien le gustaría pasar todo el día, tal vez un para siempre también, con Gabriel y sus terribles ojos verdes en los que se ahogaba, en los que se veía tan claramente reflejada, en los que leía la verdad, que siempre le miraban fascinados, asombrados con cada beso que le robaba, con cada palabra que le susurraba al pasar. Le causaba escalofríos, sus manos firmes temblaban cuando la rozaba y disimulaba los sonrojos que le provocaba cuando sonreía y la miraba. Estaba pensando en qué podría regalarle a un cazador de sombras que parecía tenerlo todo; podría intentar cocinarle algo, pero dudaba que Bridget le dejara invadir su territorio y tampoco tenía experiencia alguna en ese campo. No quería que el chico pasase ese día en la enfermería por su culpa, aunque podría ser romántico de un modo extraño; ella dándole sus tiernos cuidados a un Gabriel malherido y sudado. Pero no, no era lo que quería y, con un ademán, despachó esos pensamientos de su cabeza.

Avanzaba por uno de los largos pasillos del Instituto y, como de costumbre, se había perdido. No había estado prestando atención a las lecciones de orientación de Will, y en esos instantes, se lamentaba terriblemente. Era un edificio desmedidamente grande, podría estar en cualquier parte. Maldijo en galés, sonriendo porque Will no estaba; a su hermano no le gustaba que hablase mal; tal vez no podría hacer de ella toda una señorita, pero la obligaba a cuidar su lenguaje, a ser educada y comedida, algo completamente contrario a como ella era; directa y honesta, lo cual le acarraba notables problemas. Pero su hermano no estaba para reprenderla, tampoco para salvarla del laberinto de piedras, tapices y ventanales oscurecidos que dejaban entrever las estrellas. A tientas, siguió adelante. No debía temer, se dijo, a fin de cuenta estaba en el Instituto, donde nada malo podría pasarle. Y tenía pastelitos de crema, panecillos rellenos de chocolate y toda la noche para llegar a su habitación.

Arrastró los pies con sigilo, como le habían enseñado a hacer, sin ruidos, como un gato, como Iglesia, quien la estaba mirando con odio en aquellos ojos amarillos que a veces le aterraban, sentado al lado de una puerta entreabierta. Con cuidado se acercó a ella y asomó la cabeza. Con el movimiento, el recogido se tambaleó, liberando largos mechones de un negro imposible que enmarcaron su rostro mientras contemplaba el interior de la habitación. Como todas, tenía los mismos pesados muebles. En el centro, sobre la cama, alguien dormía. Su respiración era suave, pausada, haciendo subir las sábanas. Al removerse en sueños pudo distinguir su contorno, la forma de sus labios. Y simplemente entró.

Abandonó los zapatos y se estiró a su lado, sintiendo cómo sus manos, inconscientes, se enterraban en su cabello y acariciaban su piel. Era como si miles de mariposas se hubieran posado sobre ella, anidado en su interior para revolotear justo en ese instante. Buscó a tientas su boca, acercando su cuerpo al de él, abrazando su amplia espalda, recorriendo las marcas que le señalaban como un hijo del ángel, negras, contrastando sobre su camisa blanca. Era cálido, tan dulce como un sueño, como uno de los pasteles que acababa de comer. Y sus labios rosados se abrieron al sentir su contacto; una flor nocturna que destapa sus pétalos con la llegada del crepúsculo. Le besó con ternura, con amor, con todos los sentimientos que él le inspiraba, con todo lo que tenía, con lo que quería entregarle ese día en especial; la promesa de un amor profundo y constante, más allá de la eternidad.

El chico parpadeó, somnoliento, mirándola sin creer lo que estaba viendo, que realmente estaba ahí, dentro de su cama, aferrada a él. Sus ojos convergieron y la sonrisa brotó en sus labios.

– Feliz San Valentín, Gabriel – susurró.
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Re: Shadowhunters Tales

Notapor ita » Mié Ene 21, 2015 12:49 am

Dejo un nuevo relato. Espero os guste, de lo contrario, lamento las molestias.
¡Gracias por leer!

Michael


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No podía creer la suerte de tenerle, de poder ser más cercano que un hermano, de poder ver todas sus facetas, sus muecas, la sonrisa que iluminaba todo su rostro, su malhumor. Nunca más sentiría que estaba perdido, ya no volvería a ser el niño solitario y ajeno a todo. Ahora tenía a alguien por quien luchar, que no lo iba a apartar.

Desde el momento en que le vio en la Academia, lo supo; que era él, la única persona con quien quería compartir una vida de lucha, de caza, de diversión. Tenía que ser Robert Lightwood. Por eso se unió a ellos, porque le estaban ayudando a ser mejor, a resistir las runas que sabía le aterraban, a dominar el miedo, a controlar el dolor.

Y, cuando por fin aceptó unirse a fuego con él, no hubo temor enturbiando sus ojos. Los nudillos palidecían mientras aferraba fuertemente su estela, pero la mano con la que trazó sobre su corazón aquella marca que les vincularía para siempre, era firme, era cálida, reconfortante sobre su piel, cuando acarició la tinta negra que recorría su pecho.

Volvía a estar solo, con sólo un tenue recuerdo de plata rememorando que hubo un tiempo en que lo había tenido todo. Pensaba en ello cuando Valentine le enfrentó; en cómo habían peleado juntos, dos sombras borrosas antes de arremeter, antes del final. En cómo sus risas se acompasaban, gemelas, en lo mucho que extrañaba a aquel muchacho huraño y terco, en todo lo que, por él, había perdido. Y en cómo si moría en ese instante, Robert jamás lo notaría, porque las runas ya no les unían.


Hodge


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Sus ropas ajadas y viejas, sus gruesas gafas y su aspecto desmadejado pronto le granjearon todo tipo de insultos y burlas crueles. No era rico como la mayoría de nefilims, su familia, aunque antigua y orgullosa, había sido humillada, despojada tiempo atrás de sus riquezas y posesiones, haciendo de su apellido todo un desprecio, vulgar y pobre.

Sin embargo, él le entendía, el único que compartía su pasión por el saber, por descubrir nuevas cosas.

Cuando estaba a su lado dejaba de ser invisible, los demás le miraban con respeto, con cierta admiración, porque era cercano a uno de los nefilim más brillante; y las risas que le atacaban desaparecían, disolviéndose en la estela que imprimía Valentine. Hizo de él una estrella rutilante, el apoyo que necesitaba, la mente detrás de sus actos. Era la sombra de alguien grande, de alguien cuyos objetivos cambiarían el mundo, en cuyos planes tenía una posición destacada, importante. Y en ese nuevo cosmos que estaban creando, él, por fin, hallaría su lugar.


Stephen


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Alacante era mucho más hermoso de lo que había oído; sus calles estrechas, las orgullosas torres de cristal. Ahí no debía esconderse, no necesitaba desaparecer entre sombras y secretos, ese era su hogar; no tenía que fingir o pretender, podía ser quien era, uno de los elegidos, un descendente del ángel.

Y la había encontrado. Nunca había sentido algo igual; Amatis era diferente, especial. Siempre sonreía de una manera cálida, que le hacía tiritar. No le importaba que existieran rumores oscuros sobre su familia, sobre cómo un Herondale había contraído matrimonio con una subterránea. Con ella no le faltaba nada, estaba completo, con todas las piezas perdidas encajando entre ellas. También había encontrado su causa, la manera de revelarse contra las normas establecidas, contra la opresión de sus agobiante padres.

No le había importado dejarla, borrar las runas que les habían unido en matrimonio, abandonarla para siempre, no volverla a ver. Escondió el dolor de perderla, la vergüenza de verla marchar, de saberse la causa de su miseria, pues él se lo había pedido y no se lo podía negar.

Había dejado de importarle si actuaba mal; para él las leyes estaban para romperse, totalmente a su merced. Pensaba las palabras que Valentine escribía en su mente, actuaba como él decía, vivía por su aprobación. Y su corazón luchaba por querer a Céline, entregarse a ella, sin poder arrancarse del pecho todo el amor que aún sentía por Amatis, el significado de una vida que ya no le pertenecía.


Valentine


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Siempre lo había sabido;estaba destinado a realizar grandes hazañas, eternas, importantes, capaces de cambiar ese mundo inmutable, corrupto e inútil, incapaz de hacer frente a la realidad.
Era inteligente y un gran guerrero, un alumno aventajado, la estrella de la Academia de Alacante; todos los profesores le adoraban, todos sus compañeros le conocían y le admiraban. El orgullo de los nefilims, la estrella más brillante; Valentine Morgenstern. Lo tenía todo, belleza, carisma, simpatía, talento... no había nada que no pudiera lograr, ningún objetivo que no pudiera superar.

Con sus aptitudes se granjeó todas aquellas extrañas amistades. Había usado sus debilidades y carencias para formar su propio círculo, uniéndolos a su causa, imbuyéndolos con sus ideas, haciéndolos partícipes de sus grandes proyectos, de sus sueños y anhelos; restablecer el orden en el mundo: una Clave más justa, más poder para luchar contra el submundo, más libertad para los nefilims. Y todos ellos creían en sus palabras, en cada cosa que les decía; él los había hecho, a cada uno de ellos, como quería que fueran, modelándolos a su antojo, manejándolos en las sombras, marionetas en sus manos, deseando hacer por él todo lo que pedía.

Adoraba a su esposa, inteligente, hermosa, perfecta; no podía haber elegido mejor. La amaba por encima de cualquier cosa, y pronto sería padre; eran días brillantes, repletos de felicidad y dicha. Pero aquello no era suficiente, no bastaban para saciar sus anhelos, quería más, necesitaba más. Había estado investigando, buscando la manera de mejorar a aquellos guerreros bendecidos por el ángel, había experimentado y los resultados eran simplemente prometedores, pero requería ir un paso más. Mezcló su propia sangre con la del infierno, jugando a ser Dios y creando un monstruo que iba creciendo dentro de Jocelyn. Vio cómo ella reaccionaba, cómo las pesadillas la atacaban, cómo rechazaba a aquel bebé de ojos sin luz alguna, cómo gritaba y se apartaba de él, inconscientemente aterrada de su hijo. Y, tras todo lo que le había entregado, ella le traicionó.

Tuvo que escapar, fingir su propia muerte, asegurarse una nueva identidad, pero no importaba, sus planes seguirían adelante, porque nadie jamás sería capaz de detenerle, y finalmente sus sueños de un mundo mejor se harían realidad.
Última edición por ita el Jue Ene 29, 2015 4:06 pm, editado 1 vez en total
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Re: Shadowhunters Tales

Notapor ita » Mar Ene 27, 2015 6:16 pm

Dejo dos nuevos relatos. Uno participa en el reto de San Valentín de las "Cartas de Flores". El otro es un relato más.

Catarina Loss


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Le quería, le quería tanto que iba a casarse con él. Llevaban prometidos tanto tiempo que no podía precisar si habían sido años o días; su vida inmortal solía confundirla, superponiendo momentos ya vividos con los que estaban por venir. Pero iban a contraer matrimonio, sólo tenía que encontrar el momento, pero éste parecía escurrirse de entre sus manos, siempre ocupada con su absorbente trabajo, salvando vidas con su magia. A él no parecía importarle, mientras pudiera tenerla cerca, constante. Entendía que para ella aquello era importante, parte de su ser y lo aceptaba, de igual manera que no se sorprendía ante su piel azul o su cabello pálido, un susurro de nieve sobre el campo. Porque en él había encontrado el amor, la comprensión que hasta entonces la había evitado. Disfrutaba perdiéndose en ese mar azulado, en el entramado que los glamours ocultaban a los demás, en besar su frente, en escuchar los constantes latidos de su eterno corazón.

Había estado a su lado cuando le había presentado a sus padres, también cuando su magia no pudo evitar su muerte. Había hecho todo lo posible, colándose en la habitación donde les habían ingresado, haciendo fluir su energía para llenar sus cuerpos, pero al final nada había servido. Y él no la culpaba, jamás lo haría.

Las lágrimas caían, desesperadas, desafiantes, mientras contemplaba la cama vacía, el olor del hospital impregnándose sobre su cuerpo, a muerte, a pérdida, a vacío. En su mano, resplandeciente, el anillo que antaño él le había ofrecido, recordándole que lo había dejado ir, que ya no estaría más a su lado. Cayó de rodillas al frío suelo de mármol, las manos sobre los ojos, de los que emanaban, como un torrente, todas las gotas que componían el océano y que pesaban sobre su alma.

Cuando Magnus la encontró estaba estirada sobre la desolada cama del hospital, abrazando la almohada, el último recuerdo de una vida ya escapada, que no se podía recuperar. No necesitó ninguna palabra para entender el dolor de su amiga. Enterró su cabeza en su pecho y dejó que llorara hasta la extenuación.


Regrets
(Asphodel)

“El pasado siempre cuenta.
No puedes olvidar las cosas que has hecho o nunca aprenderás de ellas.”


Imagen


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Volvía a ser San Valentín y parecía que todo el mundo se había vuelto en su contra para recordarle lo que había perdido, lo que había hecho, su pecado inconfesable, su tormento por el que siempre estaría pagando. No había arrepentimiento más grande que el que él profesaba, escrito cada mañana en su rostro y oculto en sus ojos al acostarse tras las largas horas entrenando para ser mejor, para poder volver a merecerla, sólo por ella, sólo por Maia.

Los escaparates a su alrededor brillaban, deslumbrantes con corazones y chocolates, miles de flores exhibiéndose a su paso, derramando su perfume, abriendo sus pétalos con orgullo. Antaño habría disfrutado de todo aquello; los nervios y las ansias de volver a encontrarla, de entregarle su amor otra vez, compartir con ella un día especial. Pero sus días se habían vuelto una pesadilla de recuerdos borrosos, confusos y dolorosos. Sabía que estaba perdiendo el control, que algo estaba mal en él, pero no podía evitarlo; furia, odio, rabia se agolpaban en su interior, le sacudían como las olas del mar que trataba de superar, ahogándole en sus profundas aguas tormentosas de las que no podía escapar, borrando lo que era y dejando tras de si una estela de miedo que escapaba a su ser, suplantado por otra persona con su mismo rostro pero con desprecio llameando en sus pupilas del color del otoño.

Se había sentido alienado, fuera de sí por mucho tiempo y, encontrarla había sido paz para su espíritu combativo. Ella le hablaba de un amor tan grande y profundo que quería sumergirse en él, enterrar su cuerpo enredado a ella y dejar que la vida pasase sobre los dos, sin importar, lejos de todo lo que podría separarlos. Había luchado tanto por ella que aún se maravillaba cuando sus labios se encontraban en un leve beso, cuando ella le decía cuánto le amaba, lo mucho que anhelaba el más breve contacto. Se sentía querido, aceptado, completo, pero él mismo conspiró para quebrarlos, para separar las piezas que tanto había tardado en agrupar, para perderla en las tinieblas de la inconsciencia, incapaz de confesar lo que le había hecho.

La había mordido, el acto más cruel que alguien como él podía cometer, un arrebato de celos e ira, de miedo y temor a estar solo de nuevo, de que aquello que ambos habían construido se derrumbase, un castillo de arena desplomándose sobre el cielo. La intensidad de su odio era algo que había estallado dentro de él, repentinamente, un disparo en la sien que le mataba y le instaba a actuar, no como hombre, sino dejarse poseer por la bestia que ya le devoraba por dentro, latente en sus entrañas. Y se había doblegado al dolor, cegado por la fuerza que le desgarraba, que gritaba dentro de su cabeza que atacara, que la marcara como si fuera su propia posesión.

Tenía vagos recuerdos de aquellos días de locura y desesperación. Sabía que había cambiado, que era algo más que un humano; había sentido cómo todos sus huesos se partían, doblándose sobre ellos, había saboreado su sangre en la boca, sus colmillos rasgando su piel, hasta la médula, toda lógica o pensamiento desvanecidos, subyugados a los deseos animales, primitivos e irracionales. Había atacado a la mujer de su vida y había disfrutado con ello. Un placer insano, enfermizo, que doblaba su culpabilidad, pese a saber que no había podido evitarlo, que la primera transformación era la peor.

Ahora podía cambiar a voluntad sin problemas. A penas dolía y la bestia que habitaba en su piel ya no podía con él; le habían enseñado a gobernarla, a mantener la cabeza. Pero era demasiado tarde para ella, no había nada que pudiera hacer, no existía compensación posible por aquello que le había causado, por todo lo que le había arrebatado.

Las abarrotadas calles del centro le hacían recordar todo aquello, adornadas alegremente para la ocasión, conmemorando el día del amor. Y él la había querido tanto... mucho más que a su vida. Se había entregado de lleno a ser mejor, a dominarse, a ayudar a los demás subterráneos, pero pese a toda su obstinada obsesión en los entrenamientos, ella siempre bailaba en el limbo de su consciencia, omnipresente. Ella, que había sido su error, su mayor pecado, la herida que siempre brillaba en su corazón, en el lugar preciso que siempre había ocupado y que ahora estaba angustiosamente vacío. Después de ella no había podido volver a amar. Sería siempre la primera y única persona a la que había entregado sus besos, las caricias suaves sobre su piel de melocotón, abrazando su cuerpo liviano como si fuera su salvación.

Y, materializándose ante él, emergiendo de los abismos de una terrible pesadilla, Maia Roberts riendo junto a un chico, las manos asidas, los dedos entrelazados y una cercanía que le dolía. El acero rasgó su pecho, garras penetrando en su corazón para sangrarle, llenándolo de algo nuevo. No era la furia de la bestia, simplemente celos, aterradoramente humanos, poseyéndolo, corroyéndolo hasta derretir su mente. Recitó en voz baja los mantra que rodeaban sus brazos, palabras que hablaban de paz, para serenar su alma, para recordarle el camino que se extendía frente a él.

Y, tan pronto como apareció, se perdió entre la multitud de transeúntes distraídos, pero su presencia, haberla visto, le habían dejado ofuscado. No podía evitar voltearse y buscarla, encontrar el rastro de su aroma que le llevaría de regreso a su lado, al perdón o el odio que ella destilaría en contra suya por haberle arrebatado una vida de sueños y esperanzas y lanzarla a otra de terror, influida por la luna, una incesante marea que la abandonaría a la deriva, con cada nuevo día, mecida por el mar, hasta que terminara por ahogarla. Quería encontrarla, rogarle, suplicar por una redención.

Pero no había perdón posible para él, para aquello sin nombre que roía cada uno de sus pensamientos, cada latido de su corazón, cada día, cada hora, siempre, por toda la eternidad, simplemente el recuerdo de sus fallos que le empujaban a ser mejor, a superarse, para poder resarcirse con el mundo, encontrar cierto consuelo que no manara de ella, la paz que no creía merecer.


Como siempre, muchas gracias por leer. Y, ya saben, cualquier crítica es bien recibida.
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