Bostezo mientras dejo el último lote del reparto en la última puerta de un conjunto de casas levemente inclinadas a la derecha. Después, con el gran zurrón que hace dos o tres días intercambié por cuatro barras de pan a un mercante de objetos exóticos a la espalda, me dirijo a mi última parada: La Taberna de Cassie.
La Taberna de Cassie está a orillas del puerto, a unos escasos veinticinco metros del gran azul. Es un edificio cochambroso de dos plantas, donde siempre se escuchan viejos relatos y canciones marineras y donde siempre se detecta ese aroma a sal, a pólvora y a… ron. Dentro, están algunos clientes que se habían dormido o emborrachado demasiado para andar a su casa y algunos marineros que quieren echar un trago antes de zarpar.
Cruzo la sala y me acerco a la barra, lista para el trueque.
-¡Ahora mismo te atiendo, cariño!-me grita Esmeralda, una de las camareras.
Después de apartar las manos siempre largas de algunos clientes habituales, se coloca detrás del mostrador. Esmeralda es pelirroja con ojos ámbar. Tiene una figura por la que la mitad de Port Royal daría hasta el último chelín. Eso sí, todo lo que tiene de hermosa lo tiene de carácter e inteligencia.
-Eh, Jeanne. ¿Qué me traes hoy?
Saco de mi gran zurrón un roscón bien grande, un pan redondo, tres barras de pan y un bollo (más bien medio). Además, del bolsillo secreto de mi chaleco saco una pulsera de oro y ámbar que
por casualidad se le cayó a una mujer rica. Fui a devolvérsela, pero ella rio y dijo que tenía diez como esas. Eso es lo que más odio de los ricos. Que no aprecien lo que tienen.
-Esto es para Cassie. Y esto es para ti, Esme. Me recordó a tus ojos, y te queda mejor que esa otra celeste.
-Gracias, cariño, pero te conozco desde más de una década y sé que no me la vas a dar porque sí.
-Veo que nos entendemos, compañera: ¿Me podrías dar esa brújula que
tomaste prestada en aquella cartera?
-Por supuesto, cariño. Aquí la tienes.
Me la guardo en el bolsillo secreto. Tras asegurarlo, Cassandra aparece por la puerta. Siempre me ha gustado: bajita y arrugada, con el pelo blanco y los ojos grises; sus sarcasmos y bromas son bastante adelantadas para su edad, que nadie conoce. Se pone al lado de Esmeralda, que manda a hacer algún recado.
-Muy bien, Jeanne. Parece que no te falla el cerebro, ¿no? Qué suerte tienen algunas.
Sonrío, y ella me devuelve la sonrisa.
-Vaya… Juraría que los bollos los hacían enteros… ¿Me lo puedes explicar?
-Eh… Ratones.
-Eso me llevas diciendo doce años. Anda, ¡quédate la otra mitad!
-Gracias, Cassie.
-No hay de qué. Toma: una botella de leche, dos pollos y una bolsa de caracoles. Con eso bastará.