Cuando la mujer comenzó a buscar entre sus ropas ―de forma alarmante en el escote―, Albert pudo pensar que le había llegado la hora de perder su vida, o quizá otra cosa. Sin embargo, la desconocida sacó del largo vestido que llevaba un frasco de cristal que relucía a la luz del sol de una forma... mágica y especial.
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¡Oh, espera! ―exclamó la mujer, acercándose a uno de sus ojos el frasco para observar detenidamente su contenido―
No, no, no... ¡éste no es! Destapó el frasco y acercó su nariz, echándose para atrás de inmediato con una mueca de asco. Por lo que se veía, no debía tener un olor agradable.
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¡Como suponíamos, sí! ―confirmó sus sospechas―
¡Este brebaje huele a cebra! ¡Y a elefante! ¡No a pescado!Guardándolo de nuevo, ojeó a Albert de arriba abajo, pensándose algo seriamente durante unos segundos, aunque mostrando la misma curiosidad por el joven.
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No nos queda otra que usarla, si no él no podrá ver sirenas ―dijo, alzando la diestra frente a Albert―.
Es cierto que va en contra de las normas, pero es por una buena causa, ¡claro que sí! Parece un niño bueno y sabemos que mantendrá el secreto, ¿verdad?De pronto, una luz cegadora invadió el espacio existente entre la mano de la mujer y el muchacho. Cuando el joven pudo abrir de nuevo los ojos, vio como la joven sostenía un arma... ¡que había aparecido de la nada!
Pero eso no era todo. La extraña espada tenía un aspecto singular, simulando lo que podría ser... ¿una llave?
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¡Dinos, señorito... señorito...! ―la mujer exclamó un "¡ah!" extremadamente largo, percatando algo importante que había pasado por alto―
¿Cuál es tu nombre, pequeño? ¡Yami es el nuestro!Una vez el muchacho le dio el suyo, la joven Yami giró una vez más sobre sí misma y apuntó contra Albert el arma que portaba y que había aparecido por arte de... ¿magia, quizás?
La mujer arrastró a Albert subiéndolo a la roca más alta de las que tenían alrededor. Le dio un ligero empujón con el filo del arma, casi que parecía como si lo estuviera haciendo caminar por la tabla de un barco pirata para acabar en las fauces de los tiburones.
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¡Bien, Albert! ¡Dinos el animal acuático que más te guste! ―una vez se lo dijo, Yami daría saltitos―
¡Precioso, bonito, sí, sí! ¡Cierra los ojos y concéntrate en él!>>
¡Y tranquilo, no te dolerá!Un último empujón hizo caer el cuerpo de Albert al agua.
*****Lo primero que sintió Albert fue el agradable cosquilleo de las burbujas que se formaron a su alrededor tras sumergirse en el mar. Cuando el muchacho abrió los ojos bajo el agua, se dio cuenta de que el contacto de la sal marina con sus globos oculares no era para nada desagradable. Y lo que era más importante, ¡estaba respirando bajo el agua!
Pero lo más asombroso fue cuando sintió algo extraño en la parte inferior de su cuerpo. Al verlo tras desaparecer la concentración de unas mágicas burbujas plateadas, seguramente reaccionara de una manera u otra, porque nunca podría habérselo imaginado.
Porque lo que tenía ya no eran dos piernas.
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