Tebas había amanecido con un gran día; el cielo, surcado por alguna que otra perezosa nube, estaba despejado y el sol resplandecía en lo alto. La gente comenzaba a reunirse en el ágora, donde había innumerables puestos, que atendían todas las necesidades de los ciudadanos. Las mujeres se deslizaban de un lugar a otro, observando embelesadas las joyas y las telas exóticas; los hombres se dirigían hacia los rincones donde se exhibían bellas armas de exquisita manufactura; los esclavos, bien por su cuenta, bien acompañando a sus amos aprovechaban para comprar toda la comida que fuera necesaria.
Tebas era un hervidero y daba gusto sumergirse en el ágora y escuchar conversaciones de todos los temas posibles; desde cuestiones sobre si los dioses estaban satisfechos o no con las ofrendas tebanas a disputas sobre quién era mejor héroe del Coliseo.
Seguramente aquello atrapó la atención de Stelios.
—He oído que las puertas del Coliseo se han abierto para todos los que quieran entrenar hoy —decía una gruesa mujer en voz alta, a pesar de que estaba inclinada sobre la oreja de un raquítico hombre que sostenía un gato negro entre sus brazos—. Parece que Filoctetes quiere echar un vistazo a los valientes que hay por Tebas. A ver cuántos son capaces de llamarle la atención.
—¿¡En serio!? —exclamó entonces una voz juvenil.
Se trataba de un joven moreno, de intensos ojos azules, y que llevaba una espada al cinto. Quizás Stelios lo hubiera visto alguna vez rondando por el ágora de Tebas y, si había formado parte del público de la Copa Phil, había sido testigo de su derrota antes de las semifinales.
El joven rezumaba entusiasmo y parecía incapaz de quedarse quieto ante la idea de poder ir al Coliseo a pelear.
—¡Tengo que ir ahora mismo! —y salió escopetado.
El Coliseo, donde se forjaban los héroes de Tebas y de toda Grecia. No se trataba de un torneo donde alcanzar la gloria, ¡pero quizás pudiera encontrar a Filoctetes, el entrenador de héroes! ¿Se presentaban a menudo esas oportunidades?
También, podía ser que Stelios estuviera ocupado y deseara ir a algún otro sitio. O no tuviera prisa por ir al Coliseo…
¡Empezaba un nuevo día!
Y no podía imaginar cuánto iba a cambiar su vida.