Los suaves rayos del atardecer acariciaban las cabezas de los ciudadanos que paseaban por el Segundo Distrito de Ciudad de Paso. Hacía un buen día, ni especialmente cálido ni descaradamente frío, para salir a la calle a jugar o estirar las piernas. Unas solitarias nubes navegaban por el cielo y los pájaros empezaban a echar el vuelo, aunque todavía faltaba un poco para que comenzara el momento de las desbandadas, cuando las aves se retiraban a descansar.
Gonax se detuvo delante de la biblioteca. Llevaba un par de meses cerrada por las reparaciones, pero ahora, por fin, había abierto sus puertas. Y una de las mujeres que se ocupaba de los niños en el orfanato le había encargado la tarea de devolver unos cuantos libros que llevaban cogiendo polvo desde que la biblioteca tuviera que cerrar. Eran bastantes, unos quince, y tenía que cargarlos con las dos manos para que no se le cayeran, ya que eran bastante gordos, pero ya estaba por fin en las puertas de la biblioteca y sólo tendría que entregarlos para ser libre.
Ahora el problema era abrir la gran puerta, algo difícil teniendo las manos ocupadas.
Antes de que pudiera intentar hacer equilibrios e intentar coger el picaporte, una presencia apareció a su lado. Al levantar la vista vería a una mujer muy elegante, que rondaría los treinta años, con una piel blanca y el cabello platino que la hacían destacar incluso si llevaba ropas sencillas.
—Pasa —le ofreció, abriéndole la puerta y echándose a un lado para dejarle espacio.
Una vez dentro, al costado de un agradable vestíbulo, una recepcionista levantó la mirada de la revista que estaba leyendo y sonrió amablemente.
—¿Puedo ayudarles?