—Venga, id a la verja a vigilar de que no entre nadie —no era una exigencia, puesto que usaba su tono feliz de siempre. Ambos hombres obedecieron. Luego volvió a prestarme atención—. Entonces... Freya. Si nada te sujeta aquí, ¿te gustaría venir conmigo?
Ahora entendía la pregunta de antes. Arisu quería que me fuese con ella. Pero ¿Para qué? Yo no me veía con las capacidades necesarias como para poder blandir una de esas espadas.
—Conocimiento, respuestas, sabiduría, poder... —esas palabras captaron mi atención, puesto que eran todo lo que yo necesitaba en esos mismos instantes—. La llave espada te abre un mundo de posibilidades. Si decides venir conmigo al lugar en el que entrenamos a Portadores de la Llave Espada ganarás todo eso y más, aunque nada es regalado en esta vida. Tendrás que entrenar muy duro y esforzarte para mantener el equilibrio entre la Luz y la Oscuridad. No te voy a mentir, es un camino peligroso y algunos mueren. Pero si aún así aceptas el reto... —una de esas espadas apareció en la mano de la Maestra. Se parecía a la de Shinju, solo que esta era más parecida a una carta de póker—...coge esta espada que yo te ofrezco y conviértete en mi pupila.
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¿Debería? ¿No debería? Ya era tarde para pensarse las cosas dos veces. Aquella mujer de cabellos rubios y traje estrafalario me estaba ofreciendo lo que yo más necesitaba. Necesitaba conocimiento, necesitaba respuestas a todas mis preguntas, y ¿Por qué no? Necesitaba poder. Quizás en aquel lugar dónde entrenaban a la gente, podría aprender y convertirme en alguien. Tener un nombre. Sabía que iba a ser duro, que nadie me iba a regalar nada, pero yo persistiría hasta conseguirlo; ya no solo por mí, sino por mi hermanastro. De alguna manera estaba segura de que él querría esto para mí; salir y convertirme en alguien, explorar mundos.
A partir de ahora debería ayudar a mantener ese equilibrio entre Luz y Oscuridad. Temía que el camino fuese difícil, temía morir. Pero después de conseguir lo que yo quería, esas dos cosas dejarían de ser importantes. Así que aceptando aquello, tenía más cosas a favor que en contra. Preferí no preguntarle nada más a la que iba a ser mi futura maestra y fiarme.
Alargué el brazo hacia la espada, con todos esos pensamientos en mente, y la cogí. Estaba dispuesta a ser la discípula de Arisu. Podía llegar a confiar en ella y en su manera de entrenar. Ella podría sacarme provecho y podría demostrarme que valía para algo.