
Anochecía en Ciudad de Halloween y como siempre que no era el día señalado, los habitantes andaban enfrascados en los sempiternos preparativos para la gran fiesta. El contador del ayuntamiento pasó otro número con un sonoro clack! y eso hizo que los habitantes se afanaran aún más entusiasmados que cinco minutos antes. De vez en cuando estallaba alguna trifulca culpa de una broma, sin causar demasiado malestar porque, después de todo, era lo que tenían que hacer.
El ambiente era bullicio y emoción para todos.
Salvo para River.
La joven bruja llevaba días cada vez más deprimida por la creciente presión que el Clan ya iba ejerciendo desde que cumpliera los dieciséis años, para que se emparejara y engendrara hijos, hijas para ser más precisos. La matriarca del clan de brujas Nereid, Daling, ya le había dejado muy claro que era su obligación para con el clan, y que no podía evitarlo para siempre. Y aunque Goccia, su maestra, había intentando consolarla un poco esa semana, como siempre, finalmente la muchacha había solucionado, al menos por ese día, alejarse un poco de la familia para considerar su situación.
Ni siquiera había sentido ganas de estar con Ona.
Y allí estaba, pensando un poco en sus problemas, o intentando relajarse de ellos, sentada en el tejado de una de las casas que daban a la plaza de la fuente. Se había agenciado un puñado de uvas y se las comía de manera casi mecánica, inmersa en el ir y venir de los demás bajo sus pies. Y como siempre, terminaba tirando las pepitas a los viandantes que más cerca pasaban, sólo que esta vez... no se fijaba tanto a quién daba o no.
—¡Ay!
La queja llamaría su atención, porque normalmente las pepitas no hacían daño y quedaban en una simple broma. Pero al asomarse hacia abajo, vería el cuerpo un tanto desmenuzado de un zombie joven, cuya cabeza había salido rodando calle abajo y a una chica momia bastante guapa, que dejaba sus bártulos en el suelo y trataba de ayudarle a recuperar sus partes caídas.
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—¡Charlie! ¿Estás bien?, ¿qué ha pasado?
Por supuesto, el cuerpo no contestó, pero sí lo hizo la cabeza, que se había detenido al chocar contra una pared de la calle un poco más lejos.
—¡Aaaay! ¡Algo me ha golpeado y me he resbalado. Coge la cabeeeeeza, Martha, marea mucho!
Algo. La pepita de River, seguro. Era la primera vez que alguien sufría un daño tan considerable, tendría que disculparse al menos. Mientras tanto Martha, la momia, empezó por recoger el brazo y el pie que se habían descuajaringado del zombie en su caída. La cabeza continuó pidiendo ayuda, desde el otro extremo de la calle.
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