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Tebas amanecía un día más con relativa calma. La noche, llena de peligros e infestada por las criaturas de la oscuridad que acechaban las calles de la ciudad, ya había pasado. El sol brindaba algo de seguridad a los griego, y abría las puertas a todo tipo de posibilidades.
El pequeño Ixión lo sabía bien. Junto con la salida del sol, aparecía la oportunidad de darle un nuevo rumbo a la, hasta ahora, desastrosa vida que había estado llevando. Huyendo de su pasado, había acudido hasta las grandes escalinatas que llevaban directas a su tan ansiado objetivo: el Coliseo del Olimpo.
Lugar de héroes, lugar de leyendas. El sitio ideal para empezar una nueva vida.
Una amplia explanada de arena fue lo primero que se encontró el jovencito tras el último escalón. Dos grandes estatuas que representaban a guerreros cruzando sus espadas sobre la puerta eran dignas de admiración, sin duda. Pero seguramente la vista de Ixión estaría fija en los portones de madera que llevaban al interior del recinto.
Allí no había nadie. Normal, teniendo en cuenta la hora tan temprana que era. Ixión podía entrar sin problema alguno.
Pero dependía de él si se atrevía finalmente a cruzar la puerta, o no.
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