Me crucé de brazos, pensativa. Quizás debería preguntar a alguien más antes de adentrarme yo misma en la catedral… ¿o sería perder el tiempo? No estaba segura de cuánto tiempo llevaba fuera desde que había salido, pero esperaba que no lo suficiente como para que nadie se preocupara por mí. Lo mejor sería ir preguntando al resto de los monaguillos, quizás alguno hubiera oído algo o…
Unos pasos interrumpieron mis pensamientos. Al girarme, vi el archidiácono en persona acercarse a nosotros. Recordaba haberle visto en alguna ocasión cuando iba a la Iglesia de pequeña, pero había pasado mucho tiempo desde la última vez, y todos esos años parecían pesar en el hombre.
—Oh, hija mía, ¿eres tú la muchacha que iba a traer la medicina?—preguntó al llegar.
—Así es, señor—respondí.
—Que Dios te bendiga, estábamos esperándola—sonrió, ofreciéndome la mano. Se la estreché sin dudar—. Ahora mismo te daré lo que acordé con tu amiga, aunque, si no te importa, me gustaría entregar esto cuanto antes.
—Por supuesto—dije, devolviéndole la sonrisa.
Le entregué el paquetito al archidiácono, orgullosa de que hubiese llegado a salvo hasta él. Ni me imaginaba lo que podría haber pasado en caso de haberla perdido por el camino.
—Pequeña, ¿conoces a Esmeralda?—inquirió entonces el anciano. Debí de parecer sorprendida, pues enseguida añadió: —Por favor, contéstame sin miedo. Me visita a menudo y considero que es una persona muy valiente. Como muchos de vosotros. Y como tú, por atreverte a traernos esto con todo lo que está sucediendo en la ciudad. ¿Has tenido muchos problemas para llegar?
—Gracias por sus palabras, señor—contesté, más tranquila; era bueno saber que teníamos aliados en Notre Dame, lejos del alcance de Frollo y sus soldados—. He tenido que dar un pequeño rodeo para llegar hasta aquí, pero eso es todo.
Mi pequeña mentira pasó desapercibida. Quería comentarle al archidiácono lo que había pasado con el guardia, pero prefería hacerlo en privado en vez de delante de los niños. Por suerte, el sacerdote les despidió justo en ese instante, invitándome a seguirle dentro de la catedral.
—En realidad, señor, quisiera comentarle una cosa—aquél era un buen momento como cualquier otro. Me aseguré de que me estaba escuchando antes de proseguir—. La verdad es que mi viaje ha sido bastante complicado. Antes de llegar, he tenido ciertos problemas con un guardia que amenazaba a una amiga de Esmeralda, de ahí mi tardanza. Ese mismo guardia lleva persiguiéndome desde entonces, y me temo que ahora mismo se halla a las puertas de la catedral esperando a que salga para llevarme ante la justicia. Cree… cree que tengo algo que ver con esas extrañas desapariciones.
Esperaba de corazón que me escuchara y, quizás, fuese capaz de ayudarme. Si alguien conocía los secretos de Notre Dame lo suficiente como para conseguir que escapara sin ser vista, era él. En cualquier caso, contestara lo que contestara, agradecería su ayuda y su atención.
Poco después, nos detuvimos frente a una puerta. Presumiblemente, dentro estaría el cura enfermo. Iba a preguntarle al archidiácono si quería que esperase fuera cuando habló de nuevo:
—¿Te importaría acompañarme? La persona a quien vamos a dar esta medicina le gustaría enviarle un mensaje a Esmeralda, si a ti te parece bien, hija mía.
Compuse una pequeña sonrisa.
—Por supuesto que no me importa—le aseguré—.Llevaré ese mensaje a Esmeralda con mucho gusto.