Tras acusarme de mentiroso, que desgracia más graciosa pasaba aquí. Parecía que no se creía la verdad, ¿qué quería que dijera? ¿Qué estaba esperando a ser un asesino en serie? Entonces se presentó, que ya era hora, para proclamar ser de la realeza de lo que hacía. ¡Muy bien campeón! Y lo mejor era que su nombre sonaba más a
cagado que a un nombre. Así que a partir de ahora lo llamaré Rey Calado, aquel que decía que yo poseía en mi interior una espada y sólo podía pensar que decía la de entre las… Bueno no era lo que fuera que llamaban “Llave Espada” que al parecer aquellos que la portan son muy poco queridos por este lugar.
Pero detectaba de alguna manera que yo tenía algo que ni sabía con anterioridad. ¿Por qué dice que tengo algo que sé que no tengo? ¿Cómo demonios podía fundamentar eso? ¿Qué demonios le pasaba? No podría creerme tal acusación que no tenía ni idea de cómo responder, pero algo que sé es que no era culpable. —
¿Pero qué dices? —Pregunté mientras miraba con temor a lo que pudiera pasar. Estaba acusado de algo que era imposible. ¡No podía demostrarlo! Al menos sin pruebas, claramente que lo justificaran, solamente la acusación del Rey Calado. Aquel que de un grito hizo una gran ola que sabía que usaría aunque huyera. Por mucho que corriera, que no era muy rápido yo por desgracia, sabía que aquella manta acuática que se acercaba y me tiraba era imposible de escapar y con el golpe una hermosa contusión que iba a venir a mis problemas. ¡Muchas gracias bicharraco! ¡Hijo de…!
Negro. Tonos negros y marrones. Poco a poco el negro se iba lentamente. Llegando a ser cada parpadeo más nítido. Aquel desenfoque iba formando por segundos y un poco de dolor de cabeza en líneas. Pero no tan nítidas. Aún no…
¿Qué pasaba? No podía pensar claramente, sólo frases cortas de mi pensamiento. Frío y húmedo aquel lugar, se sentía como cuando me encerraba en mi mente tras las palizas de mi padre y cuando corría a los callejones para llorar. Esa sensación me olía a melancolía, tomé aire para poder despertar mis músculos, mis articulaciones, mi cuerpo. ¿Dónde estaba? ¿Era todo un sueño? ¿Todos estos años de mi vida eran sueños de un niño perdido en el sufrimiento? Me di de golpe con la realidad, cruel y molesta. No era un sueño torcido con un final desconcertante, era la verdad. Este lugar no era más que algo similar a un calabozo. Se podía deducir por examinar el lugar con la mirada y el bostezo que solté. Miré molesto a algo que me impedía moverme con libertad, unas hermosas esposas. Las usaría para alguna idea del sadomasoquismo pero no era el momento porque sería para mi pareja, no como ahora que las llevaba yo. Tomé aire y traté de tapar mi bostezo. Tenía que investigar el lugar.
Esto parecía como un libro de esos que me interesan, ¿un secuestro? Ojalá fuera eso. Era una prisión de aquellos que sin juicio acababan en la hoguera acusados por cualquier mentira contada por el vecino y que gracias a la influencia no necesitaban mostrar pruebas que evidenciaran tal crueldad. Estaba sin nada, vacío de cualquier cosa que llevaba… ¡Ni unos pañuelos desechables! Pero lo que me molestaba que a pesar de irse gradualmente, seguía aquel dolor punzante en mi cráneo. Miré si seguía al menos el trozo de tela, pero en vez de eso parecía que tenía una venda. ¡Qué chapuza, por favor! Hasta yo con parálisis agitante lograría hacerlo mejor. ¡Si no tuviera estas mierdas del sadomasoquismo! Pero no podrían aparecer de la nada, claramente mi mirada fue hacia la figura recogida en la esquina. Muy buena idea el ponerme con una pareja, ¡cómo odio a la gente! Por suerte parecía más centrado en encerrarse para si mismo que en socializar y ser como Holmes. Un charlatán que no para de soltar la primera cosa para hacerse tu amigo y así no sentirse solo. Ahí yo le pondría esposas pero en la boca, con cinta americana y cosiéndole los labios.
Maldecía todo lo que pasaba en aquel día. Sólo había comenzado y por la cabeza me venía Holmes cabreado por liarla sin culpa. Mejor amigo, claramente pero sólo por ser el único. Gracioso no era aquella situación, ahora tendría a Don Social buscándome por toda la ciudad. Todo por aquel Rey Calado que parecía no estar. Renegué la idea de hablar con aquel otro prisionero de la piedra. Lleno de mugre y sin mostrar que o quien era. Miré cómo parecía más encerrado en si mismo que en quizá mi presencia. Tiritaba, a mi parecer, ¿cuántas noches pasarán entre su entrada y la mía a este macabro y lúgubre lugar? ¿Cuántas noches pasará en aquella tétrica prisión? No era sólo una prisión de piedra, pero el enigma aquí no era aquel desgraciado. Era cómo llegué yo a aquel lugar.
—
Ese tío tiene que mentir, no veo lógica para que me levante del sofá, salga de casa y ahora me persigan por ser lo que dice que soy… —Mirando mi mano, sentado cerca de la pared contraria a la espalda de aquel desconocido, murmuraba. —
No ha pasado nada raro hoy excepto lo del tío raro… Pero un choque… —¡Y una santa mierda de paloma! Eso es más de película mala intragable. La opción del tío debió ser la más estúpida e improbable. Pero no imposible, ¿verdad? Después de todo la magia existe, pero algo que sé siempre me servía para las deducciones que venían en callejones sin salida:
Cuando eliminas lo imposible, solo puede quedar la verdad, por muy improbable que esta sea.¿Pero cómo se consigue esa mierda? No podía acusar a aquel loco de secta. Eso sería si otra probabilidad no suscitara a pensar que Rey Calado podría estar mintiendo. Una mentira puede ser suficiente, después de todo también sabía que no tenía pruebas, a mi saber, que lo demostrase. Por lo que todo quedaba en dos casos: Mentía o era la cruel verdad. Ambos me trajeron aquí. Pero el único alma que moraba para quizá usar como muñeco de deducciones, que solía ser Holmes tratando de usar la ciencia para apoyar o refutar los conceptos e hipótesis basadas en la lógica y en series de misterio que veíamos por la caja tonta o leíamos en noticias o novelas de misterio donde descubríamos al culpable antes de llegar a la conclusión del protagonista. Incluso creábamos casos hipotéticos para hacer una pelea de lógica, los recurrentes cuartos cerrados perfectos que se rompían con tiempo límite de 1 semana. Sólo perdí 3 veces, empate por ambas partes.
Mi mirada cambiaba de la mano al compañero de celda, constante y rápido para acabar parándome en aquella figura que parecía que iba a sufrir una hipotermia. Gruñí mientras me levantaba a ver que le pasaba a aquel gato asustadizo. Así que paso a paso me acerqué a su posición mientras ponía mi mala cara de siempre, ¿por qué hacía esto? Porque quería divertirme, tenía frustración y ganas de pegarle una paliza a alguien… Esa mala cara mía se tornaba en una sonrisa sádica para levantar mi pierna e intentar propinarle una patada contra la pared. No estaba en un buen día y alguien tendría que sufrir todo mi odio hacia todo, un ser incompetente que tendría la mala suerte de que su destino se acercase al mío por que yo sería capaz de molerlo a patadas hasta que mi furia se acabara. Así que si el golpe era efectivo, solo en ese caso, le seguiría dando insultando con cada patada hasta que se me agotara del vocabulario toda maldición posible.