Re: [País de los Mosqueteros] Avaricia pura y dura
Publicado: Mié Dic 16, 2015 9:52 pm
El forcejeo no salió tan bien como pensé. Aunque pude agarrar bien a Bastian para librarme del peligro de muerte, la disputa no me permitió salir indemne. Durante el tira y afloja el cuchillo alcanzó mi brazo izquierdo, abriendo una herida no muy profunda. Rechiné los dientes intentando no menguar mi fuerza, aunque el escozor era terrible.
Quizás fue suerte, exceso de confianza por parte de Bastian o mi esfuerzo por mantener presión, pero el siguiente impacto del arma acabó perforando el hombro del felino. En ese momento quien pecó de confiada fui yo. El cuchillo no se clavó lo suficiente como para impedir a Bastian soltar un fuerte rodillazo hacia mi estómago, apartándome de él.
Me golpeó con tanta fuerza que acabé en suelo, rodando a un par de metros del animal. Aunque el dolor era cada vez peor no podía permitirme tomar un descanso. Alcé la cabeza para no perder vista de mi adversario, pero lo que vi me hizo quedarme quieta en el sitio. Con un chasquido, Bastian había sacado un pistolete y me estaba apuntando.
—No sabes lo que me enerva que me obliguen a recurrir a los planes de emergencia.
Tragué saliva. Ni de coña lograría levantarme a tiempo para iniciar otro forcejeo, por mucho que Bastian estuviese usando su mano libre para tapar el sangrado de su hombro. Dio un paso hacia mí, listo para disparar. Aunque la bala nunca salió del cañón.
En un parpadeo, un… una… No llegué a reconocer al animal que se abalanzó sobre el felino y lo lanzó contra el suelo. Su oscura piel era del color de la noche. Sus garras, afiladas como espadas. Su cara la poblaban tan solo unos amarillentos ojos tenebrosos. Aunque mi sorpresa aumentó cuando giré la vista.
A mi lado, el cajón abierto que había examinado antes estaba empezando a emanar una densa humareda que se derramó por el suelo, formando unos repugnantes charcos oscuros. La cosa no terminó ahí, de aquella concentrada oscuridad no tardaron en surgir otros dos animales, idénticos al que se encontraba sobre Bastian.
La escena que presencié me dejó congelada durante un instante. Los gritos y la sangre llenaron la sala. Las inexpresivas criaturas se unieron a su compañera, saltando sobre el indefenso felino y comenzaron a apuñalarle y destriparle con sus afiladas garras. Si no fuese por mi estado de estupefacción, juraría que hasta el propio corazón del gato fue sacado de su cuerpo.
Y no me equivocaba. El corazón flotó durante unos instantes antes de ser envuelto en una bruma oscura, que poco a poco tomó forma hasta transformarse en una especie de pequeña armadura andante, habitada por negrura condensada. Ladrones… ¿y ahora asesinos sin piedad?
Mi mente no lograba encontrar una explicación lógica a aquella carnicería. Lo que estaba claro es que debía espabilar, puesto que aquellas bestias estaban posando sus amarillentos ojos en mí. Venciendo el miedo, intenté incorporarme lo más rápido posible mientras agarraba mi brazo herido, esperando que no fuese muy grave.
Notaba el sudor caer por mi frente pero no era el momento de ponerse nerviosa. Necesitaba una solución, por descabellada que fuera. Los animales se acercaban, los gritos del pasillo crecían, el tiempo se me acababa. Tenía que ser fuerte, ¡vamos! No podía morir allí, destripada y sin un gran tesoro en mis manos.
¿Tesoro? Al final, sí que me llegó una idea descabellada. Recordé la negra piedra que había encontrado en el cajón y de dónde habían salido las otras dos bestias. Quizás era una alternativa demasiado absurda, pero poco más podía intentar. Saqué el cuchillo que guardaba en mis pantalones, el que había cogido en las cocinas. En un rápido movimiento me acerqué a la cómoda y clavé el cuchillo en el guijarro azabache, esperando que tuviese algún efecto.
Era mi última esperanza. Si aquello no funcionaba tendría que retroceder para mantenerme fuera del alcance de aquellos sangrientos animales, esperando encontrar algún hueco entre ellos por donde colarme antes de que me acorralasen contra la pared.
Quizás fue suerte, exceso de confianza por parte de Bastian o mi esfuerzo por mantener presión, pero el siguiente impacto del arma acabó perforando el hombro del felino. En ese momento quien pecó de confiada fui yo. El cuchillo no se clavó lo suficiente como para impedir a Bastian soltar un fuerte rodillazo hacia mi estómago, apartándome de él.
Me golpeó con tanta fuerza que acabé en suelo, rodando a un par de metros del animal. Aunque el dolor era cada vez peor no podía permitirme tomar un descanso. Alcé la cabeza para no perder vista de mi adversario, pero lo que vi me hizo quedarme quieta en el sitio. Con un chasquido, Bastian había sacado un pistolete y me estaba apuntando.
—No sabes lo que me enerva que me obliguen a recurrir a los planes de emergencia.
Tragué saliva. Ni de coña lograría levantarme a tiempo para iniciar otro forcejeo, por mucho que Bastian estuviese usando su mano libre para tapar el sangrado de su hombro. Dio un paso hacia mí, listo para disparar. Aunque la bala nunca salió del cañón.
En un parpadeo, un… una… No llegué a reconocer al animal que se abalanzó sobre el felino y lo lanzó contra el suelo. Su oscura piel era del color de la noche. Sus garras, afiladas como espadas. Su cara la poblaban tan solo unos amarillentos ojos tenebrosos. Aunque mi sorpresa aumentó cuando giré la vista.
A mi lado, el cajón abierto que había examinado antes estaba empezando a emanar una densa humareda que se derramó por el suelo, formando unos repugnantes charcos oscuros. La cosa no terminó ahí, de aquella concentrada oscuridad no tardaron en surgir otros dos animales, idénticos al que se encontraba sobre Bastian.
La escena que presencié me dejó congelada durante un instante. Los gritos y la sangre llenaron la sala. Las inexpresivas criaturas se unieron a su compañera, saltando sobre el indefenso felino y comenzaron a apuñalarle y destriparle con sus afiladas garras. Si no fuese por mi estado de estupefacción, juraría que hasta el propio corazón del gato fue sacado de su cuerpo.
Y no me equivocaba. El corazón flotó durante unos instantes antes de ser envuelto en una bruma oscura, que poco a poco tomó forma hasta transformarse en una especie de pequeña armadura andante, habitada por negrura condensada. Ladrones… ¿y ahora asesinos sin piedad?
Mi mente no lograba encontrar una explicación lógica a aquella carnicería. Lo que estaba claro es que debía espabilar, puesto que aquellas bestias estaban posando sus amarillentos ojos en mí. Venciendo el miedo, intenté incorporarme lo más rápido posible mientras agarraba mi brazo herido, esperando que no fuese muy grave.
Notaba el sudor caer por mi frente pero no era el momento de ponerse nerviosa. Necesitaba una solución, por descabellada que fuera. Los animales se acercaban, los gritos del pasillo crecían, el tiempo se me acababa. Tenía que ser fuerte, ¡vamos! No podía morir allí, destripada y sin un gran tesoro en mis manos.
¿Tesoro? Al final, sí que me llegó una idea descabellada. Recordé la negra piedra que había encontrado en el cajón y de dónde habían salido las otras dos bestias. Quizás era una alternativa demasiado absurda, pero poco más podía intentar. Saqué el cuchillo que guardaba en mis pantalones, el que había cogido en las cocinas. En un rápido movimiento me acerqué a la cómoda y clavé el cuchillo en el guijarro azabache, esperando que tuviese algún efecto.
Era mi última esperanza. Si aquello no funcionaba tendría que retroceder para mantenerme fuera del alcance de aquellos sangrientos animales, esperando encontrar algún hueco entre ellos por donde colarme antes de que me acorralasen contra la pared.