La primera decisión de Jhonny como fiscal no resultó tan bien como él esperaba. Pudo escuchar la conformidad del Conejo Blanco y de Flor (a falta de otro nombre)… y el agravio que había causado al Señor Morsa por dejarle en último lugar
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No necesitará conocer mi versión si prefiere escuchar la de una maruja de campo antes que la de un respetable empresario del País.
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¡Qué maleducado! ―protestó Flor.
El Conejo los ignoró a ambos y empezó a contar su parte, mientras Jhonny se cambiaba tras un vestidor improvisado. Estaba tan enfadado que a veces pegaba pequeños brincos de los nervios.
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¡E-esa vándala saltó por encima de mi valla, arrancó dos zanahorias y me atropelló al escapar! Grité que persiguieran a la ladrona y dos de los guardias de Su Majestad acudieron a mi llamada y l-la capturaron. Se había cambiado de ropa, de pelo, de sombrero, de altura y de cara… ¡p-ero aún tenía mis zanahorias!―
A mi campo vino hace un par de días ―relató Flor―.
Nos preguntó si habíamos visto últimamente a un hombre calavera por allí, pero no sabíamos nada. Le sugerí amablemente que mejorara sus modales, porque era una desconsiderada, ¡y me quitó mis semillas!El señor Morsa se negó a contar su historia. Dijo que lo haría ante el jurado, quienes le apreciarían más.
El limpabotas perruno había esperado oportunamente a que Jhonny terminara de vestirse (limpiando la maceta de Flor) para continuar con su labor. Primero remató los zapatos, para ir ascendiendo lentamente por el cuerpo del fiscal hasta la cara, a la que terminó de acicalar una vez quedó bien rastrillada. Luego la remató con un lametón perruno.
Los tres asintieron ante los consejos de Jhonny. Entonces, llegó una carta para pedirle a Jhonny que entrara ya al juicio. El Conejo Blanco también estaría presente, mientras que los testigos esperarían su turno.
Los juicios en el País de las Maravillas eran poco comunes, por lo que cada uno se realizaba de una manera distinta. Sin embargo, había cosas que nunca cambiaban: la Reina lo presidía como jueza absoluta. Y Jhonny sabía muy bien que, en cuanto se cansara, dictaría ella misma la sentencia y dispersaría la habitación. Aquel día el Rey ni siquiera estaba presente para atenuar su temperamento, lo cual era siempre motivo de desgracia.
El jurado ya estaba listo. Nadie había preparado silla para Jhonny, que podría rondar en la sala del juicio por donde quisiera, entre el palco de la Reina y el de la acusada, a la que un par de guardias trajeron esposada. Era una chica joven, morena y seguramente extranjera. Ningún ciudadano del País habría vestido así.
Se situó en el lugar central de la sala, enfurruñada e irascible. Entre la Reina y ella, podían hacer explotar la sala.
Por cierto, no habría abogado defensor. No habían encontrado a ninguno y tendría que ser la acusada quien se defendiera a sí misma. El Conejo Blanco subió hasta su puesto, leyó atropelladamente la lista de todos los nombres presentes en la sala (Jhonny incluido) y los cargos:
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El tribunal de Su Majestad acusa a la forastera de hurtar a varios de los honorables ciudadanos del País y poner en riesgo la seguridad de…―
¡Sáltate eso y comencemos de una vez!―
Sí, sí, Su Majestad. ¡Que entre el primer testigo!Y entró el limpiabotas, que dócilmente fue a la tribuna de testigos y se puso a limpiar la superficie de la tabla.
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¿Q-qué puede contarnos de los he-hechos?Siguió limpiando, mientras todo el mundo contenía el aliento. El juicio apenas acababa de comenzar y a Jhonny ya se le estaba escapando de las manos, debido a la falta de protocolo y a la espontaneidad de la Reina. Tendría que empezar a tomar la iniciativa, y cuanto antes. Además, como fiscal, seguramente podría elegir el orden de entrada de los testigos… si se adelantaba al Conejo Blanco y a la Reina.
La acusada, cruzada de brazos, no dijo nada y le sacó la lengua a Jhonny.