—Lamento, pues, que tengas que abandonar tu hogar. —Alanna dio un vago cabeceo. No es que tuviese otro remedio, pues parte lo hacía por salvar lo poco que le quedaba de su casa, parte para aliviar la culpa con los refugiados en el bosque—. Vengo de un lugar muy lejano, donde la lucha contra los demonios es constante, por lo que necesitamos aprender magia y a luchar día sí y noche también. Fui una suerte de paje aquí. De ahí que conozca a la familia real. Pero mi presencia no se debe a ello, sino a que debo ocuparme en la medida de lo posible de los demonios que usa Maléfica.
—Entiendo, ¿entonces hay más magos como vos de dónde venís? —indagó, curiosa y llevándose dos dedos a la barbilla—. ¿Y de verdad lucháis contra los demonios de la Bruja Neg… de Maléfica? ¿No es muy peligroso? He escuchado rumores muy turbios sobre esas criaturas…
De todo un poco, pero nada que fuese un buen augurio. Cuando llegaron, notó el miedo en los tonos de los refugiados al hablar sobre esos monstruos que obedecían a la bruja. Incluso ella no estaba excluida de sus temores; dichoso el día que deambuló por las afueras y se llevó un susto de muerte al vislumbrar en la lejanía aquel ser negro y con unos espeluznantes ojos ambarinos. Por un momento creyó que la falta de su abuela la estaba afectando mentalmente y veía cosas. Gracias a los dioses que no se acercó a comprobar si era real o no.
—Príncipe, haced el favor de manteneos cerca. Si os matáis y algún día despierta la princesa, ¿con qué cara se quedará?
Alanna enarcó una ceja. La… ¿princesa? Puede que fuese un poco ignorante, pero juraría que el rey tuvo nada más que un vástago. Al menos eso fue lo que le enseñó su abuela en sus clases. Fuera como fuese, sirvió para que Felipe se pegase más a ellas, menos mal.
Tras un rato caminando, el sonido de una corriente de agua empezó a escucharse. Buena señal, eso es que ya estaban cerca. Un poco más de prisa en la caminata, y por fin alcanzaron el río, con el susodicho puente de madera. Con una corriente tan fuerte como la de ese momento, sería una locura atravesar el río si no era por el puente. Y claro, si no había puente alguno…
—Casi me da pena destruirlo aunque… ¿cómo vamos a hacerlo?
Buena pregunta. Alanna se imaginaba a si misma teniendo que cargar con cualquier cosa que sirviese para derribarlo cuando llegase el momento. Para algo se puso a alardear de su fuerza delante de ellos. Pero con lo recio y firme que parecía, les costaría una eternidad de usar la fuerza bruta.
—Fuego. Mucho fuego.
«Oh», parpadeó un par de veces, quedándose con la vista fija en Nanashi.
Hacer fuego con la poca madera seca que habría después de la lluvia iba a traérselas. Si es que lo hacían por los métodos rudimentarios, claro. Cayó en la cuenta de que tenían a una maga que, de seguro, podría facilitarles toda la lumbre que necesitasen para incendiarlo con tan solo chaquear los dedos. Que fácil resultaba todo cuando contabas con la magia de tu parte.
«Pues de poco vamos a servir el resto en ese caso».
Mientras que el príncipe se fue a buscar madera por petición de Nanashi, la otra se acercó a la estructura del puente y se puso a analizarlo, tal vez pensando la forma más eficiente de emplear el fuego. Puesto que no quería quedarse allí quieta cual inútil, se acercó con pasitos lentos hacia la mujer, sin llegar a interrumpirla.
Hasta que ella fue la primera en romper el silencio:
—¿Te gustaría probar? Creo que tienes talento.
Alanna frunció el ceño, confusa.
—¿Probar? No entiendo a qué os… —Pero acabó por entender. Entonces, le dedicó a Nanashi una mirada de incredulidad. Las palabras empezaron a atorársele en la boca—. ¡E-e-esperad, no os…! ¡No os referiréis a que yo… yo pueda…!
—Relación con el fuego. —Fue escuchar la última palabra y Alanna se puso tan pálida como una sábana. «Oh, dioses…»—. Todas las personas tienen cierta afinidad con los elementos pero en ti… Es intenso. — «¡Oh, dioses, dioses, dioses!»—. Casi natural. ¿Te gustaría intentarlo?
¡¿Qué si quería intentarlo?! ¡¿Casi natural?! Sus ojillos temblorosos eran la pura prueba de que ni loca quería probarlo. Todo porque en el fondo no era tan descabellado, y temía que de intentarlo, podría ser capaz.
Relación con el fuego… ¡Por favor! Hubiese sonado descabellado de no ser porque Nanashi dio en el blanco con el dichoso fuego. Entonces ella lo sabía, lo habría visto de algún modo con su magia… ¿Habría visto de la misma forma en ella que desde los cinco años podía echar humo por la boca, una seña de lo que habría podido salir de ahí si no se hubiese esforzado en controlar sus rescoldos?
¿Habría visto… al dragón?
La dama ni se inmutó por las caras lívidas que estuvo poniendo y le mostró la palma de su mano. En un abrir y cerrar de ojos, una pequeña llama surgió. Alanna la observó con una mezcla de asombro y temor. Al final, Nanashi la lanzó al puente y se extinguió sin oportunidad de hacer nada.
—Pase lo que pase, necesitaremos más ramas para afectar a todo el puente. No tengas miedo.
«¿Cómo pretendéis que no tenga miedo?», se mordió el labio inferior y retiró la mirada a un lado. «Lo sabéis. De algún modo sabéis que tengo algo en mi sangre y queréis que lo use como si fuese lo más natural del mundo».
Puesto que Felipe no tuvo otro remedio que traer la madera él solo por capricho de Nanashi, a ella le tocaba quedarse allí, con su secreto medio desvelado y a la espera de que la hechicera la instase a mostrárselo. Porque esa era su intención, ¿no? ¿Qué otra razón tendría para sugerir a una supuesta pueblerina que intentase hacer magia?
—Garuda nos avisará si se acercan los orcos. Tenemos un poco de tiempo.
Sentía que le era imposible escapar, por mucho que Nanashi se lo estuviese “proponiendo” nada más. Pero tampoco es que la estuviese obligando. Más bien, era como si la incitase a satisfacer su curiosidad, a que comprobara de lo que era capaz. Hasta el momento, no le había dado razones para desconfiar de ella y, pese a tener ese carácter tan reservado, era la primera persona después de su abuela que se mostraba tan receptiva con ella.
Por un momento pensó que, tal vez, ella no sería como los demás y no se asustaría por lo que es.
«Fuego…», rumió para sus adentros. «Al menos, que la primera vez no sea vomitándolo por la boca».
Alanna alzó una mano temblorosa, con la palma boca arriba. Trago saliva.
—No tengo ni la menor idea de cómo funciona la magia. Ni siquiera sé lo que tengo que hacer en este momento —le confesó, con la mirada perdida en el otro lado del río—. Si pienso en fuego, ¿bastará? ¿Acudirá a mí si lo llamo?
En caso de que Nanashi le diese un último consejo, trataría de ponerlo a prueba mientras cerraba los ojos con fuerza y se imaginaba una llama, como la que creó antes. En ese momento, tan solo pensó en fuego, fuego, fuego…