Hikaru, Kai Sheng y Neru
Hikaru se había convertido en el líder de aquella expedición a Agrabah al ser el más veterano de los aprendices participantes. La Maestra Lyn había dejado claro el objetivo que tenían: Encontrar la Lámpara Mágica que se había perdido en una mortífera trampa de magma junto a un joven que se había hecho amigo de Hikaru llamado Aladín.
La Maestra no les había dado detalles sobre aquel objeto ya que tan solo Hikaru los tenía, él era el máximo responsable de encontrar el paradero de dicho objeto. Pero ninguno tenía claro realmente que tenía de especial aquel objeto, aunque su nombre hablaba por sí solo una lámpara con magia, o algo así.
Y allí estaban, recorriendo el infinito desierto en sus Glider. A lo lejos podían ver un montón de rocas dispuestas en círculo alrededor de un pequeño cráter lleno de arena. Aquel era el lugar al que se dirigían, donde estaba la Cueva de las Maravillas, aunque la entrada estaba escondida.
Neru y Kai se habían envuelto en aquella misión casi por accidente al haber coincidido en el entrenamiento con Hikaru aquel día. Vaya suerte, más les valía tener crema solar si no querían acabar tostados.
En cuanto llegasen a aquel lugar verían que no había nada destacable salvo arena, arena en cantidades ingentes. ¿O tal vez sí?
De echo, semienterrado en la arena se podía distinguir un cuerpo humano. Un cuerpo que yacía inmóvil y boca abajo.
Ninguno de los tres tardaría demasiado en notarlo ya que estaba justamente en el centro de aquella zona rodeada de rocas.
Saito y Saeko
La capital del país estaba realmente revolucionada, y es que no era para poco. Un príncipe acababa de llegar a la ciudad montado en un enorme elefante seguido de una gran cabalgata donde había numerosos sirvientes y bufones haciendo malabarismos.
Casi todos los ciudadanos estaban animados ante la llegada de aquel príncipe que había llegado a Agrabah desde realmente lejos y todos los plebeyos miraban con ojos envidiosos (pero en cierto sentido felices) el espectáculo que les ofrecía aquel hombre.
Por cierto, los dos aprendices se habían infiltrado en aquella cabalgata.
Wix les había conseguido un puesto para poder entrar al castillo, donde tendrían que reunirse con el visir de aquel país llamado Jafar.
La Guardiana de Bastión Hueco les había dado una descripción bastante aproximada, por lo que no tendrían mucho problema en reconocerlo en cuanto lo tuviesen delante.
Los dos aprendices cargaban estandartes a ambos lados del elefante donde se encontraba el Príncipe con la bandera del reino al que pertenecía. Iban a un buen ritmo y la gente parecía realmente contenta, divertida con todo aquello.
Era bien sabido que la princesa Jasmín había rechazado a una importante cantidad de pretendientes, pero aquel parecía ser el definitivo. Un joven apuesto, de apariencia amable y con mucho, mucho dinero. La unión en matrimonio de los dos jóvenes nobles fortificaría no solo las relaciones de ambos países, sino que también le daría un mayor poder militar a Agrabah, que se mantenía como una ciudad medianamente próspera por el fuerte comercio que le ofrecía aquel punto del continente aunque por desgracia, la ciudad tenía constantes robos a causa de no disponer de otra cosa a parte de la guardia.
—¡Larga vida al Príncipe y a la Princesa Jasmín! —vitoreaban los ciudadanos felices ante aquella persona.
La cabalgata atravesó toda la amplia calle principal hasta llegar a las puertas del palacio, que se abrieron de par en par para permitir el paso del séquito del Príncipe y el propio soberano el cual se convertiría en algunos meses en el marido de la princesa Yasmín de la cual se decía que su belleza era la mayor joya de medio oriente.
De repente, un grito desgarrador se contagió entre los habitantes de la ciudad.
—¡Son los demonios negros!
Varios sincorazón que parecían humanos a simple vista se materializaron en medio del aire a través de unos pequeños portales de oscuridad. Aquellos seres llevaban turbantes y ropas, e incluso sables, algo que era realmente extraño.
La cabalgata del príncipe se apresuró a atravesar las puertas del palacio bajo las órdenes del noble, que no dudó en salvarse el primero. Saito y Saeko podían elegir entre enfrentarse a los tres sincorazón que habían aparecido o entrar al palacio y dejar a los pobres ciudadanos a su suerte. Podían organizarse como deseasen.