
Con un destello que los cegó por un momento y una ráfaga de viento que les azotó el rostro, los tres miembros de Tierra de Partida entraron al fin al mundo del Reino Encantado. Los recibió un cielo triste, encapotado, y una larga explanada de color verde opaco por el que corrían sinuosamente unos estrechos caminos pálidos. Hacia el noreste vieron la sombra de un castillo rodeado por altos muros, mientras que hacia noroeste, el este y el sur se extendía un inmenso y tupido bosque que se perdía en la distancia y que, claramente, Aleyn tuvo que reconocer.
—¡El castillo del rey Huberto! —Señaló Rebecca, apuntando con un dedo. Se volvió hacia ellos en pleno aire y les hizo un gesto para que redujeran la velocidad. Les gritó entonces por encima del silbante viento—: ¡Vamos a encontrarnos con un antiguo miembro de Tierra de Partida allí! Recordad: ¡no hay que llamar la atención ni separarse! ¡Es muy importante que ese chico no escape con los objetos que tiene! —Una vez se aseguró de que habían escuchado bien su mensaje, giró su transporte—.¡Vamos a aterrizar cerca!
La Maestra comenzó a hacer descender suavemente su glider para dirigirse hacia la explanada que se abría entre el inmenso bosque y el castillo.
Rebecca los había reclamado aquella mañana en el vestíbulo del castillo para explicarles, tímida como de costumbre aunque con una expresión extrañamente grave, que debían ir al mundo del que ambos eran nativos:
«—El número de Sincorazón está creciendo en gran número. Antes de… B-bueno, de lo que ocurrió en La Red, estábamos en contacto con Bastión Hueco y… Nanashi me confirmó que los ciudadanos están convencidos de que… provienen de la Montaña Prohibida. Nuestro deber es comprobarlo y asegurarnos de que se restablece el equilibrio—La Maestra les había mirado en silencio—. P-pero además debemos recuperar un objeto muy importante. De él… dependen muchas cosas. Y las tiene un joven al que debemos encontrar… A cualquier precio».
Rebecca no había dicho mucho más, porque tampoco había más que decir. La situación estaba clara: debían averiguar si los Sincorazón realmente procedían de un único punto y recuperar un objeto. De modo que la Maestra esperó el tiempo imprescindible para que se hicieran con ropa apropiada para el mundo al que iban a ir, los sacó al jardín y echó a volar en su glider, sumida en sus propios pensamientos.
Sin embargo, si ahora tenían alguna pregunta, era el momento de hacerla. Y rápido, porque…
De pronto les llegaron los gritos.
A unos doscientos metros del linde del bosque había una compañía de unos veinte caballos. Pronto les llegó el clangor de las estocadas y vieron que, alrededor de los hombres, revoloteaba una gran cantidad de Sincorazón:
Rebecca miró rápidamente hacia abajo y luego hacia el Castillo. Se llevó una mano al casco, angustiada, como si no supiera qué hacer. Al final exclamó:
—¡Yo voy al castillo! ¡Vosotros acabad con los Sincorazón! ¡Nos reunimos en la plaza mayor!
Parecía que, para la Maestra, era prioritario conseguir el objeto de aquel muchacho que salvar a aquellos ciudadanos. Xefil y Aleyn podían decidir, por supuesto, qué hacer, si obedecerla o seguirla. Incluso tomar otro rumbo distinto, si lo deseaban.
Cuando los aprendices de Bastión Hueco llegaron al mundo del Reino Encantado se encontraron bajando en picado, siguiendo a Nanashi hacia una larga y oscura explanada.
Para aquellos que no hubieran visitado antes Reino Encantado, el lugar les tuvo que parecer triste. Con el cielo nublado por el que apenas sí se filtraban rayos de luz, los pastos sin vida y el oscuro bosque extendiéndose en todas direcciones al oeste, daba la impresión de que se hubieran sumergido en un mundo pintado en acuarela.
Cuando llegaron a una altura media, la Maestra viró en el aire y enfiló su glider hacia el noroeste. Si miraban en esa dirección les asaltaría una sensación desagradable: se podía adivinar una sierra a lo lejos, pero era como si aquella zona hubiera sido absorbida por la oscuridad. Como si una nube permanente flotara sobre las montañas, ocultándolas —o protegiéndolas— del sol…
Ese era su destino.
La «Montaña Prohibida».
La noche anterior, Nanashi había llamado a su despacho a los tres aprendices. Desde lo ocurrido en La Red, la Maestra había tomado las riendas de la Orden y era ella quien dominaba Bastión Hueco en lugar de Ryota. Al menos, mientras este se recuperaba.
Y aunque siempre había sido una mujer severa, en ella parecía haberse efectuado un profundo cambio. Si era posible haberse vuelto más taciturna, más callada y cerrada, Nanashi había acusado todos estos cambios. Pero, además, se percibía… fiereza en su mirada.
Así fue como los miró cuando les anunció su misión:
—Mañana viajaremos a un mundo conocido como Reino Encantado, aunque en realidad solía haber tres en él y no uno…—La mujer había entrelazado los dedos delante de su boca, pero no pudo evitar que se le escapara un timbre de fría ira. Aun así, se recompuso rápidamente y continuó—: Nuestro objetivo es averiguar cómo es que el líder de los Villanos Finales continúa vivo, cuando la vieja Orden se supone que le ejecutó en este mundo hace muchos años. Además, de un día para otro han comenzado a surgir numerosos Sincorazón que parecen gobernados por una voluntad superior, ya que atacan sistemáticamente y con una eficacia anormal a los ciudadanos de este mundo.
»Para resolver nuestras incógnitas nos dirigiremos a la Montaña Prohibida. Os advierto que debéis tener mucho cuidado: la Montaña es en realidad un viejo castillo fortificado habitado por una poderosa hada y sus globins. Y esa mujer nunca ha tenido una buena relación con la Orden. Debemos ser discretos. ¡Estad mañana preparados, con las ropas adecuadas, en el vestíbulo! Eso es todo, marchaos a descansar.
Y no, no aceptó preguntas. La Maestra estaba bastante irritable, desde luego.
Nanashi se giró un momento para ver si todos la seguían cuando frenó suavemente en el aire. Si todos seguían su mirada, descubrirían un glider solitario volando hacia una aldea.
—Nadie más de Bastión Hueco debería estar aquí. Eso significa… Que es de Tierra de Partida.—Dejó caer un silencio. Luego dijo con frialdad—: Deben estar intentando averiguar qué ocurre con los Sincorazón. Serán un problema. Que uno o dos de vosotros se encarguen de seguirlo, sin llamar la atención. Averiguad cuántos son. Y si sólo es uno… Matadlo.—Les dio la espalda—. Si ellos nos vieran, también intentarían acabar con nosotros.
»Reuníos con nosotros frente a la Montaña Prohibida en cuanto podáis. Si no estamos… Ni se os ocurra entrar por vuestra cuenta. Moriríais.
Dicho esto, la Maestra aceleró y salió disparada hacia su destino.
Los aprendices podían discutir, mientras ella los dejaba atrás, quién iba y quién no. Podían arriesgarse, si lo deseaban, a no obedecer sus órdenes, claro. Pero probablemente lo pagarían caro.
Al fin y al cabo, estaban en guerra.
La nota que le había entregado el moguri indicaba que la Maestra Rebecca quería encontrarse con él en la plaza mayor del castillo del rey Huberto, en el Reino Encantado. Por lo que Cool Wind sabía, era un mundo en el que la Orden no tenía apenas influencia —o no había oído hablar mucho de él mientras estuvo en Tierra de Partida— y en la carta, Rebecca aseguraba que el encuentro sería en un lugar público donde podrían negociar.
Estaba claro: le habían enviado a encontrarse con la Maestra más apocada de todos para que no se sintiera presionado. Rebecca no haría daño a una mosca. ¿Podía ser una trampa? Sí, por supuesto. Pero al menos la nota había ido directa al grano: querían hablar sobre las perlas que había obtenido en Atlántica. Era necesario que llegaran a un acuerdo, pues de lo contrario tendrían que entender que Ivan Kit había decidido darle la espalda a Tierra de Partida y unirse a Bastión Hueco.
La amenaza estaba clara.
Eso y que Tierra de Partida parecía saber bien su localización, como le dejó caer el moguri. Parecía que no le habían quitado el ojo de encima después de sus aventuras en la Federación.
Eso es lo que podía estar pensando Cool Wind mientras sobrevolaba con su glider el triste paisaje del mundo en el que debía darse la reunión. Al sur se elevaba el castillo en el que debía reunirse con Rebecca. Si miraba por encima del hombro, hacia el norte, vería una zona… oscura. Literalmente, como si la luz del día no llegara a aquel lugar, a los pies de unas lejanas montañas.
Bajo él discurría un camino estrecho que llevaba hasta una aldea. Si algo le llamó la atención fue que varias casas humeaban, recién quemadas, y que parecía haber alboroto en la plaza. De la aldea partía otro camino que se dirigía hacia el castillo del rey Huberto.
En ese momento, si seguía mirando hacia atrás, percibiría un movimiento extraño. Del cielo, a mucha altura y a bastante distancia, descendían rápidamente cuatro glider. No se dirigieron hacia el castillo de Huberto, sino… Hacia el norte. Hacia la zona oscura. O al menos eso pareció porque, de pronto, se quedaron suspendidos en el aire.
Cool Wind tenía varias opciones: podía ir directamente al castillo, pasar por la aldea para recabar información… O lo que quisiera. Hacia su derecha se extendía un largo y profundo bosque que parecía devorar el mundo… Pero, probablemente, si se encontraba con que lo perseguían uno o dos de esos glider que había avistado, debería considerar que la aldea estaba mucho más cerca, mientras que el castillo quedaba lejos. Y aunque en este podría ocultarse mejor que en el pueblo, ¡y estaría Tierra de Partida!, se arriesgaba a que lo atraparan por el camino.
También podía considerar que todo era cosa de Tierra de Partida —si decidían perseguirle— y que había sido una trampa desde el principio.
En cualquier caso, todavía le quedaba una hora y media para la cita; a las doce.