
—Tú vienes de allí, así que te va a tocar explicarle cositas a la nueva. ¿Quejas? ¿A que no? Pues eso.
Alexis estaba sentada en la butaca delante de la terminal del ordenador principal del castillo de Bastión Hueco como quien está descansando en su casa. Tenía los pies sobre la encimera en la que se encontraba el aparato, peligrosamente cerca de las teclas, haciendo malabares desinteresadamente con uno de sus zapatos, medio descolgado de su pie. Con las manos, jugueteaba con tres pequeños objetos brillantes.
Echó la cabeza hacia atrás sobre el respaldo de la silla para dedicarle una mirada aburrida a Saeko y que quedase claro que las palabras iban dirigidas a ella. Habían encontrado a la aprendiza en Espacio Paranoico, así que no era extraño que le pidiese a ella que le hablase del mundo a Nicoxa, una de las más recientes aprendizas de Bastión Hueco. Alexis desvió su mirada aburrida hacia ella, pestañeó un par de veces y, con un movimiento brusco, levantó las piernas y se impulsó para ponerse de pie. La butaca, que tenía ruedas en las patas, salió disparada hacia Saeko y Nicoxa y pasó entre las dos para estamparse de lleno contra la pared opuesta.
Era en esa pared en la que se encontraba un gran aparato con pinta de complicado. Parecía una enorme lente de fotografía a la que le hubiesen añadido colores porque sí.
—Esta vez os toca a vosotras dos ir a reconocimiento. No sé si tú has ido alguna vez —dijo, dirigiéndose a Saeko, para luego volverse hacia Nicoxa—. Sé que tú no, así que no vayas de lista.
Alexis le lanzó a cada una uno de los objetos brillantes que tenía en las manos. Cuando los hubiesen cogido, se darían cuenta de que se trataba de un accesorio parecido a un pendiente: una perla brillante de la que salía un soporte con la vaga forma de una oreja.
—Esto es una Perla de Comunicación. Se coloca así —dijo mientras se la colocaba en la oreja con la perla dentro del pabellón auditivo, con el tono hastiado de quien ha realizado la misma explicación incontables veces—. Es un dispositivo de enlace más potente que los que habéis utilizado hasta ahora, y nos permitirá comunicarnos incluso aunque estéis en otro mundo. Bla, bla, bla. Poneos ahí.
La chica les indicó con un movimiento de la mano que se colocasen delante de la enorme lente. Se volvió hacia la terminal del ordenador de nuevo y tecleó unos cuantos comandos durante unos segundos. Colocó su dedo sobre una última tecla. Antes de pulsarla, suspiró, giró la cabeza y puso los ojos en blanco un momento.
—¿Dudas? —preguntó, irradiando apatía.

—¿Ninguno de vosotros ha ido nunca? Uf… Pues sí que sois nuevos. Hace poco hubo un, eh… incidente. Y…
Kazuki estaba sentado en la butaca delante de la terminal del ordenador principal de Tierra de Partida como quien está descansando en su casa. Se encontraba sentado con las piernas cruzadas sobre la silla, agarrándose los pies para mantenerse en equilibrio mientras hacía girar la silla lentamente, con aire pensativo (¿o adormilado?). Sobre la encimera en la que se encontraba la terminal que daba acceso al ordenador se encontraban cuatro objetos brillantes colocados en fila.
El Maestro hizo parar la silla para mantenerse cara a cara con los tres aprendices que se encontraban con él en la sala. Señaló a cada uno con el dedo, como si los estuviese contando, y se detuvo sobre River.
—Ah. Eh… Roger.
Luego volvió a señalar a los otros dos.
—Y a vosotros no… os conozco.
Kazuki les dedicó una mirada expectante a la par que somnolienta, de algún modo, esperando a que se presentasen. Las expresiones del Maestro eran difíciles de discernir, sobre todo porque uno no sabía en qué momento podía quedarse dormido de repente.
—Esta vez os toca a vosotros tres ir a reconocimiento. ¿Alguno ha estado alguna vez en Espacio Paranoico? Eh… os lo explicaré de todas formas. Es un, eh… mundo. Bueno, una copia de un mundo —el Maestro se rascó la cabeza, con los ojos casi cerrados—. Hemos tenido, eh... problemas con otra copia de un mundo y queremos recopilar, uh… datos. Para prevenir una futura crisis si se diera el caso.
Kazuki volvió a girar en la silla para coger los cuatro objetos brillantes que se encontraban sobre la encimera del ordenador. Les lanzó uno a cada uno con un gesto cansado y se quedó el último.
—Esto es una Perla de Comunicación. Eh… Se coloca… así —dijo mientras se la colocaba en la oreja con la perla dentro del pabellón auditivo, con el tono hastiado de quien ha realizado la misma explicación incontables veces—. Es un, eh… dispositivo de comunicaciones. Es algo mejor que los que se encuentran en las tiendas. Eh… Podremos comunicarnos entre mundos. Muy útil.
Kazuki apoyó los brazos sobre el respaldo de la silla. Y luego apoyó su cabeza sobre los brazos y cerró los ojos. Parecía que se iba a quedar dormido, pero levantó un poco la cabeza y abrió un ojo que dirigió hacia los aprendices.
—Cuando acabéis con las preguntas que tengáis poneos por ahí —terminó.
Señaló con un gesto de la cabeza la pared opuesta a la consola del ordenador, en la que se encontraba un enorme aparato circular lleno de circuitos que emitía extraños pitidos de vez en cuando. Había una plataforma delante de la máquina.