
Saeko, Colibritany y Nicoxa fueron convocadas a la sala del trono por un mensaje que les hizo llegar Alexis. Les especificaba que fueran preparadas, pues iban a partir a una misión en solitario.
Al llegar, encontraron a una recién nombrada Maestra, Shinju, sentada en uno de los tronos laterales, con la espalda inclinada hacia un lado y los pies subidos al reposabrazos contrario. En la sonrisa taimada que les dirigía se notaba que estaba disfrutando enormemente de su nuevo rango y poder. Apartada de la escena, se hallaba Alexis, jugando a una consola y con los cascos puestos, ignorando todo lo de su alrededor deliberadamente.
―Nanashi me ha dicho que tengo que empezar a asumir las responsabilidades de una Maestra y a supervisar a los aprendices ―les relató, mientras lamía una piruleta―. Mmm, pero no se me ocurre nada. Un entrenamiento es demasiado aburrido. ¡Ah, ya sé, sembraremos el caos en algún lado juntas! ―se emocionó, dando palmaditas hasta que cayó en la cuenta de algo―. No, esperad, todavía estáis muuy poco verdes. Y no quiero que me regañe en mi primer informe. Veamos…
―Shinju… ―susurró Alexis, sin apartar la vista del juego. No estaba tan distraída como fingía, e incluso se corrigió―. Maestra Shinju, ¿recuerdas lo que hemos estado hablando antes…?
―¿Antes…? ¡Pues claro! ―se enfurruñó―. Pero eso será un muermo, yo no quiero… ―de repente, se le iluminó la cara―. ¡Oh, sí…! Ya sé lo que haréis. Veréis, hace tiempo, Alexis tuvo una inspección en un mundo submarino llamado Atlántica. Ya sabéis, sirenitas y peces por ahí. Tuvo un primer contacto con una bruja del mar, pero en el nuevo contexto de guerra que vivimos, a Bastión Hueco le interesaría más establecer relaciones con el Rey que con una foca gruñona.
»Se llama Tritón y conoce la existencia de otros mundos, aunque esto no es conocimiento de dominio público. Tendréis que conseguir una audiencia con él y presentaros como «Caballeros capaces de suprimir a los sincorazón, protectores del equilibrio», bla, bla, bla, lo que se os ocurra para caerle en gracia. Tengo entendido que no tiene mucha simpatía por la Orden.
»Puesto que es el Rey, no llegaréis a él fácilmente siendo extranjeros. Apañáoslas como se os ocurra y volved al final del día para presentarme vuestros resultados. Si tenéis alguna pregunta, hacédsela a Alexis, que ya ha estado allí. Además, yo estoy muy ocupada ―concluyó, mordiendo la piruleta.
Alexis seguía inmersa en su partida, pero se acercó hasta ellas para dirigirles unas palabras.
―No sé si habréis estado antes, pero como os ha dicho Shinju ―alguien carraspeó―, digo, la Maestra Shinju, Atlántica es un mundo submarino. Tendréis que transformaros en un ser acuático para que podáis respirar bajo el agua. La propia magia del mundo y vuestra condición de portadoras os ayudará. Aunque… puedo ir con vosotras, si no estáis seguras. Pero no esperéis mucha ayuda por mi parte.
Si querían plantearle más dudas, Alexis parecía predispuesta a responderlas, e incluso se había mostrado interesada en acompañarlas si la aceptaban. Si no, solo les quedaba partir.
El día comenzó bien, puesto que River, Maya y Bavol lo tenían completamente libre. Podían hacer lo que les viniera en gana, sin entrenamientos ni misiones con los Maestros de por medio. Desde que había comenzado la guerra apenas habían contado con oportunidades así: solían tener menos descansos y sufrían más presión por parte de estos en que mejoraran, y cuanto antes. Ser más fuertes les ayudaría a sobrevivir en el nuevo panorama.
A mediodía, tendrían escogidos sus respectivos planes de cómo emplear el resto de la jornada… que, desgraciadamente, tendrían que cancelar, cómo no, cuando un moguri les llevó una citación de Yami, quien les pedía que se presentaran una hora más tarde en los Jardines para un «encargo» (no lo llamó misión, dato que podrían notar), y preparados para viajar a otro mundo.
Cuando llegaran al punto de reunión, encontrarían a la Maestra sentada en uno de los bancos, hablando con algún ser imaginario. Sostenía una esfera de cristal entre sus manos, y en cuyo interior había un lirio rosa flotando por arte de magia (literalmente).
―¡Hola, sardinitas! Digo, ¡chocobitos! ―les saludó, tan animada como de costumbre―. ¿No hace un magnífico día? ¡Me encanta el sol! Sí, sí, perdona, nos encanta el sol ―acordó con el ser imaginario sentado a su lado, asintiendo hacia él―. Oh, ¡pero debo fastidiaros el día! ¡Hay un asunto urgente!
Se mordió el labio inferior, como si de verdad estuviera dudosa, y les enseñó la esfera. Se la entregaría al primero que mostrara interés en ser quien la guardara.
―Es un lirio de agua dulce. Salvará la vida de alguien pero, ¡ay, no puedo entregárselo! ¡Soy una Maestra! ―Parecía a punto de echarse a llorar―. Juramos no romper los preceptos de la Orden. Juré no interferir en los asuntos de otros mundos. ¡Y esta es una clara injerencia!
»En cambio, si vais vosotros, os excusaré ante Ronin para que no os castigue. ¡Aun así seguirá siendo un quebrantamiento de la ley! No os lo pediríamos si no fuera por una buena causa. El Bien tiene que triunfar, la, la, la. ¡O ella ganará otra vez!
Yami sacó de una de sus mangas una imagen, que enseñaría a los aprendices y que les daría para que la tuvieran también.
―Le hallaréis aquí. ―La imagen consistía en un dibujo de Yami con una especie de barco enorme de perfil, que ocupaba todo el papel, con un mascarón con forma de sirena, y unas velas con el símbolo de un arpón; debajo de este, y de las líneas que representaban las olas del mar, había un pez rodeado con un círculo, marcado como objetivo―. Pero abajo, más abajo. ―De hecho, esta también mostraba un pez a los pies del barco, supuestamente bajo el mar.
―¿Sabéis transformaros en sardinitas? ¿Os hago una demostración?
Y en un chasquido, Yami adoptó la forma de un híbrido entre un pez y una humana, sin llegar del todo a ser una sirena, con escamas blancas y manchas naranjas recorriéndole todo el cuerpo, conservando solo su melena negra. Como estaba sentada en el barco, la carencia de pies no la desestabilizó. Y chasqueando de nuevo los dedos, regresó a su apariencia habitual.
―¡Qué divertido es siempre! ¡Otra vez! ―Pero cambió de idea―. ¡No, no hay tiempo! ¡La marea va a subir! Por favor, tenéis que apartarle del camino erróneo o su corazón caerá en la oscuridad.
»¿Lo haréis? Por fis, por fis…
Fecha límite: 27 de enero.