Hacía poco tiempo que Celeste había llegado a Bastión Hueco. Sin embargo, ya había sido llamada por el recién contratado psicólogo Pepito Grillo, que hacía un seguimiento a cada aprendiz de la organización para asegurarse de que tenían la cabeza en su sitio. La razón de que se hubiera fijado en ella tan pronto era un misterio. Aquella mañana, la citó a mediodía para que se presentaran mutuamente.
—Mi nombre es Pepito Grillo. Vuestros Maestros me han contratado para ayudaros en lo que pueda. Distinguir entre el bien y el mal no es tan sencillo como parece. Soy una conciencia y, como tal, te ayudaré siempre que necesites una guía.
Pepito Grillo, un animal trajeado y con una afable sonrisa, parecía aún más diminuto sobre la mesa en la que tenía que ponerse para quedar a la altura de la cintura de Celeste, sentada frente a él. Le pidió que se presentara y le preguntó si quería hablar sobre algo en particular. Además, le dejó algo muy claro: si en algún momento no quería responder a sus preguntas o asistir a las citas, era libre de saltárselas. Más de uno lo hacía. A él le pagaban por horas, aunque estaba triste por no poder ayudar más.
Hiciera o no una propuesta, Pepito tenía una sugerencia especial:
—¿Quieres que hablemos de lo que pasó cuando conociste al Maestro Ryota? ¿Qué ocurrió y cómo te sentiste?
Tal y como le había dicho antes, Celeste podía ignorar la pregunta o contestarla. En cualquier caso, a los pocos minutos, fueron interrumpidos por Diana, una aprendiza con la que quizá la chica se hubiera topado ya por los pasillos o de la que hubiera oído hablar.
―Siento interrumpir. ¿Puedo llevarme a Celeste? ―preguntó con amabilidad.
—Sí, claro ―contestó, mirando dubitativo a su paciente—. Nos vemos otro día, si quieres.
Después de que se despidieran de Pepito Grillo, Diana la guio por los pasillos hacia su destino, sin decir ni mu. Si estaba o no interesada en la sesión que había mantenido con el psicólogo, no dio muestras de ello. Entraron a una habitación oscura, donde otra de las aprendizas veteranas tecleaba en un ordenador, enfrascada en su tarea.
La sala parecía específicamente hecha para el uso de ese ordenador. El teclado era extensísimo, y el aparato estaba conectado a una estructura circular en el lado opuesto de la pared. Diana observó el círculo con cautela, como si fuera a comerla.
―¿A quién has traído? ―preguntó Alexis, sin apartar la vista de la pantalla.
―A la nueva aprendiza de Ryota.
Después de unos cuantos segundos más en silencio, Alexis finalizó lo que fuera que hacía y se giró hacia Celeste, mirándola de arriba abajo.
―Servirá, seguramente. Mi nombre es Alexis, encantada ―se presentó, apoyando el peso sobre su inseparable paraguas―. ¿Te ha dicho Diana por qué estás aquí?
―He preferido esperar a que tú misma se lo contaras ―declaró Diana, ganándose una mirada ceñuda de la aprendiza.
―El caso es que hemos detectado... Diana ha detectado ―corrigió, cuando la aludida arqueó una ceja― una brecha de seguridad en nuestro sistema informático. Verás, seguramente no lo sepas, pero existen varios mundos digitales donde viven programas, en vez de humanos. Podemos acceder a ellos a través de este tipo de dispositivos ―señaló la estructura de la pared―, pero otros también pueden hacerlo. ¿Te ha hablado alguien de qué es Tierra de Partida?
Alexis esperó a que Celeste le explicara qué sabía exactamente (luego compensaría su información) antes de continuar:
―Sería peligroso que crearan una vía de acceso a nuestro castillo mediante ese mundo. Y muy útil que fuéramos nosotros quiénes nos hiciéramos con una unidireccional. El mundo del que te hablo se llama Espacio Paranoico y últimamente no permite ningún tipo de acceso a los usuarios. Es decir, a nosotros. Antes podíamos entrar incluso si los programas del mundo eran hostiles. Quiero averiguar qué está sucediendo exactamente en él y cómo podemos aprovecharlo. Y para eso, te necesito.
»Por supuesto, he conseguido crear una entrada alternativa. Consiste en cargarte dentro del mundo con una identidad falsa, que corresponda a un programa y no a un usuario, como ha sido lo habitual. Como no existen registros de ti en su base de datos, será muy difícil que te detecten. En cambio, tanto Diana como yo hemos estado dentro y podrían descubrirnos. Por eso eres una de las pocas ahora mismo que podría hacerlo. ¿Qué me dices? ―le preguntó, finalmente, su opinión―. Sé que no es una misión oficial procedente de un Maestro, pero te dará méritos cuando les expliquemos nuestra iniciativa. Shinju, la Maestra, nos apoya, aunque no reportará nada hasta que no tengamos resultados.
»Ni Diana ni yo podremos entrar contigo, así que te ayudaremos en lo que podamos desde aquí. Si en algún momento quieres escapar, te buscaremos una salida. Además, creo que he encontrado un programa que te ayudará desde dentro.
Diana carraspeó y añadió:
―He buscado algún otro novato, pero están todos ocupados y no sé quién habrá entrado ya al mundo y quién no. Lo siento, estás sola.
Había pasado una semana desde la repentina desaparición de Akio. Nadie sabía adónde había ido, ni por qué no había vuelto. Era un secreto a voces que los Maestros estaban preocupados, aunque se rotaban los horarios de entrenamiento que habían correspondido al Maestro niño y daban largas a quienes preguntaban por la búsqueda.
Uno de los rumores más extendidos es que alguien de Bastión Hueco lo había matado. Estaban en guerra, al fin y al cabo. Hasta que no encontraran su cuerpo o el bando rival confesara el asesinato, no averiguarían la verdad. Por supuesto, no era la única teoría que se barajaba. Había de todo, desde el bulo de que alguno de sus aprendices se había vengado de su despotismo encerrándole en uno de los muchos sótanos de Tierra de Partida, hasta el de que se había hartado de ser Maestro y se había ido a Islas del Destino para estudiar.
El hecho es que no había noticias sobre él. Ni una mísera pista.
Aquel día, les llegó a mediodía un mensaje a Neru, Saxor y Lyon (por móvil o carta) que no tenía ningún tipo de relación con Akio, pero que desde luego les interesaría:
Sé tu secreto, novato. Si no vienes a la sala del ordenador cagando leches, lo colgaré en Tuipper para que seas el hazmerreír del comedor en la cena.
Cuando llegaron a la habitación, les esperaban dos personas. Una de ellas la reconocerían como Simon, el confiable amigo de la Maestra Rebecca, quien tenía una Nave Gumi propia y solía proveer de suministros a Tierra de Partida. La otra era una joven de unos diecisiete años, que miraba el ordenador y el láser digitalizador con muchísima curiosidad. Los tres podían intuir que no se trataba de ninguna aprendiza, puesto que no la habían visto nunca.
Verían también que Simon estaba tenso y claramente alejado del ordenador. En la pantalla de este, se veía un mensaje de advertencia de intrusos parpadeante, y que emitía un irrisorio pitido.
―Hola, muchachos. Soy Simon, por si no me conocéis. Siento la mentira, no conozco ninguno de vuestros secretos y, creedme, de saberlos, no os avisaría. Estarían ya en Tuipeer y serían TT en Tierra de Partida ―les aseguró, mientras se le escapaba una sonrisa nerviosa―. Necesitaba la ayuda de varios aprendices y Becca me ha dado vuestros nombres, puesto que estáis libres hoy y os cree capaces. Seguro que habéis escuchado hablar de la desaparición de Akio; pues bien, tenemos una pista. Ella ―señaló a la chica, que en ese momento se estaba acercando demasiado al láser―. ¡No toques eso! ¡Aún no sabemos cómo de peligroso es! ―le advirtió, alejándola de la pared.
―Ah, perdona, no sabía que se podía activar ―se disculpó, antes de volverse hacia los aprendices―. Mi nombre es Hime. ¿Y los vuestros?
En cuanto acabaron las presentaciones, continuó:
―Soy la hermana de Akio y vivo en Ciudad de la Navidad. Hace unas horas, recibí este mensaje suyo ―explicó. Sacó el móvil y tras toquetearlo un poco, les mostró la pantalla. En ella, ponía: Avisa Orden. Estoy en Coso―. Llamé a Simon para que me fuera a buscar y ambos vinimos aquí para investigarlo.
―No sé si lo sabréis, pero el Coso es un espacio digital que se habilitó hace tiempo en el mundo de Espacio Paranoico con datos de antiguos enemigos para que los aprendices practicaran con ellos. Se bloqueó sin más hace unos meses. No se sabe por qué, así que Kazuki y Akio lo estaban investigando. He llegado a la conclusión de que en uno de esos intentos por ponerlo en funcionamiento de nuevo, algo le ocurrió a Akio y ahora está dentro de Espacio Paranoico ―expuso―, porque el mundo se ha cerrado completamente en banda. Es imposible acceder a él y eso nunca había pasado, aunque siempre hubiésemos tenido problemas como usuarios. Kazuki habrá estado tan liado en la búsqueda en otros mundos que no se habrá dado cuenta. He llamado a Becca y nos ha dado permiso para inspeccionarlo mientras ella vuelve.
―El mundo ahora mismo es inaccesible, como ha dicho Simon, pero creo saber la forma de colaros ―intervino Hime―. Me gustaría ayudaros tanto como fuera posible. Y si queréis, acompañaros ―propuso, para que lo decidieran ellos mismos.
―¿Qué? ¿Os atrevéis? ―les retó el conductor.
Fecha límite: 7 de julio.